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Viejas conocidas

en Orgías

Marga me abordó una tarde de lluvia mientras esperaba el autobús al abrigo de una marquesina. Al principio no sabía quién era, pues solo la había visto en la consulta médica y no la reconocía sin su uniforme de enfermera. Hacía varios años que no nos veíamos, y en unos minutos hablamos más que en todo el tiempo que coincidimos en su trabajo. Mientras charlábamos pasó el autobús que debería haber tomado para ir a casa, pero estaba tan a gusto que no me importó. Por nuestra conversación estaba claro que le interesaba a Marga de alguna forma, o simplemente ella sentía curiosidad por aquella paciente juguetona que tanto irritaba a su ginecólogo. No, había algo más.

Fuimos a un café cercano y tomamos un vermut, sentadas en un sofá. Poco a poco fueron quedando claras nuestras intenciones. Nos mirábamos mucho mientras hablábamos y, poco a poco, nuestros gestos guiaban la mirada de una a la otra, pues acercábamos las manos a los pechos, a las rodillas, a la cara, a los ojos, haciendo que nos hablásemos en silencio sobre el deseo creciente. Finalmente, acerqué la mía a la suya muy discretamente, bajo la mesa. Como me esperaba, ella retiró la suya, incómoda.

— Perdona —dije.

Marga estaba roja como un tomate. Yo sabía que a ella yo le gustaba, pero también sabía que el acercamiento físico requería su tiempo y aceptación. Disimuladamente, hizo volver su mano y entrelazamos nuestros dedos, quedando las cartas sobre la mesa, o bajo ella. Ahora solo quedaba hacerla gozar a mi manera, y separé mi mano para que se sintiera cómoda y libre. Me desabroché un botón de la camisa mientras la miraba picarona, ella se llevó una mano a la mejilla, cerca de los labios. Luego crucé las piernas y me subí ligeramente la falda. Ella me las miró y se acercó un poco más.

— ¿Tienes algún plan para el resto de la noche?

— Se me ha hecho un poco tarde —su falta de convicción me hizo ser muy directa. Me acerqué a ella, pegándome a su cara, susurrándole para que sintiera mi aliento acariciar su oreja.

— Supongo que en casa te están esperando... pero puedes llamar y decir que has visto a una amiga y que llegarás tarde. Después, iremos a un sitio que yo conozco. Sabes que me gustan las emociones fuertes y vas a tener que desprenderte de ciertas limitaciones decorosas, desnudar tu deseo como una cebolla —con esta perorata, su oreja estaba muy enrojecida, como sus mejillas. Me miró y afirmó sonriendo. Para llevarla a mi terreno de forma suave, comencé el juego con una petición sencilla—. Bien, antes de salir, ve al aseo y vuelve sin el sujetador. Quiero ver cómo se te mueven los pechos al caminar.

Me miró curiosa, sin saber si se trataba de una broma. Pero como me quedé callada, mirando su boca, sus ojos, comprendió que tenía que hacer su movimiento. Se levantó y se dirigió al baño, consciente de que estaba escrutando cada paso que daba, ya excitada por la idea de verla salir expuesta por y para mí. Poco después volvió a aparecer, con los pezones rozando libres su camisa, moviéndose mientras caminaba, claramente más excitada que yo, pues no sabía cuál era el siguiente escalón al que la llevaría ahora. Se sentó junto a mí cruzando las piernas con una gran sonrisa, estaba feliz, radiante, tan libre como sus pechos, y quise comérmela a besos.

Pagamos y nos fuimos, cogidas del brazo y muy animadas. Conduje nuestros pasos a la puerta de un cine. Compramos la entrada y, antes de entrar, le di un piquito a modo de declaración de intenciones y ella respondió apretando mi brazo aún más y pegándose a mí. La sala del cine estaba vacía y nos sentamos por atrás. Nada más hacerlo, subí un poco la falda de Marga, para descubrir sus rodillas. No podía dejar de mirar sus pezones al trasluz de su camisa. La película estaba a punto de empezar y estábamos nerviosas por las ganas que teníamos de besarnos y tocarnos. Me susurró al oído que se había puesto un poco cachonda al verme en la parada, pero que esto estaba superando sus expectativas. En un impulso le besé el cuello, justo en el momento en que una pareja de adolescentes entró en la sala. Se sentaron en la columna de la derecha, una fila más adelante que nosotras. Marga me miró con desilusión, pero coloqué mi mano en su rodilla, subiéndola hasta el interior del muslo. Muy excitada, mi nueva amiga no quitaba ojo de la pareja, que no podía ver mis maniobras. Se apagaron las luces de la sala y empezó la película.

En la primera escena mi boca ya estaba besando el cuello de Marga, que no reprimía los gemidos. Me giré hacia ella, recreándome en su rostro excitado, iluminado por la luz reflejada del proyector. Respiraba muy profundamente y sus pechos se movían ostentosamente. Puse mi mano en su vientre, cerca del pecho, y ella me la cogió sonriendo. Me acerqué a su oído y le susurré que se desabrochase la blusa. Miró a la pareja, que seguía pendiente de la pantalla, y se quitó los botones. Pasé mi mano por dentro de la camisa hasta acariciar su seno, provocando un estremecimiento que alargué en un prolongado beso muy húmedo en el que nuestras lenguas se unieron apasionadamente. Mientras nos besábamos, mis dedos fueron endureciendo su pezón con mucha suavidad. Cuando apartamos nuestras bocas, su respiración mostró la excitación que manaba de ella y comprobé que la mía también estaba acelerada. Aparté la mano dejando su pecho al descubierto, desafiando mi deseo y cualquier atisbo de indiferencia.

Al mostrar parte de su desnudez, instintivamente Marga miró a la pareja y se le cambió el semblante. Acerqué mi oído a su boca y me dijo que la chica nos estaba mirando. Le dije que me contase qué hacía mientras pasaba mi mano por el otro pecho, dejándolo a la vista y tocando sus pezones descaradamente. Marga me iba contando... "la chica sigue mirando, ahora mira el novio brevemente, ella se acerca a su oreja y lo obliga a mirar, una mano de ella parece que está demasiado debajo de él...". Esa otra chica era jugadora como yo, y me excité tanto que chupé los pechos de Marga. Esta se dejaba hacer, sin intentar tocarme aún, reforzando mi deseo por ella. Le pedí que se subiera la falda y obedeció sin mirar a la pareja. Esto me extrañó y miré hacia ellos. La chica había desaparecido del campo de mi visión. Vi un bulto delante del chico. Era ella, que le estaba haciendo una felación.

— Míralos, le está comiendo la polla —le susurré a Marga. Metí mis dedos debajo de sus braguitas, buscando su clítoris. Me encontré una vulva muy mojada—. ¿Tu se la comes a tu marido?

— A veces.

— Hoy te vas a tragar esa verga para mí.

Me levanté y llevé a Marga de la mano, acercándonos a los chicos. Antes de llegar le dije a Marga lo que quería que hiciera. Me miró y se colocó junto a la chica y yo me quedé en la fila de atrás. La chica sacó el pene de la boca sin dejar de masturbarlo y miró a Marga, que se acercó. La muchacha le metió la verga en la boca, excitada al ver esa mujer extraña chupando el falo de su novio. Entonces se volvió, y me vio de pie tras ellos. Le cogí de la mano y la hice pasar a la fila de atrás. Me senté en la butaca y a ella la puse de espaldas a mí. Le bajé los pantalones y las bragas y la senté sobre mí, con las piernas abiertas. La chica se echó hacia atrás, buscando mi boca y nos besamos ruidosamente. Busqué sus pechos y me los encontré sin sujetador, pudiendo acariciarlos sobre su camiseta. Eran pequeños y duros y me dejó amasarlos y pellizcarlos a voluntad. Su boca salada sabía a palomitas y a la verga de su chico. Aquello me excitó tanto que le tiré del pelo y empecé a masajear su clítoris fuertemente.

Me eché hacia delante, para que ambas pudiésemos ver el trabajo que Marga hacía con su boca en la verga. La cabeza de la chica quedó junto a la del chico, y se besaron mientras eran masturbados por nosotras. La muchacha puso su mano sobre la mía, parando el frotamiento, pues creo que me excedí en la estimulación. A cambio, la deslizó a la entrada de la vagina, muy mojada, y me hizo introducir un par de dedos. Seguí masturbándola más suave, con mis dedos empapados en ella, metiéndolos y sacándolos. Sus paredes carnosas recibían mis falanges al ritmo de la cabeza de Marga y acompañados por los gemidos de la chica.

El muchacho gimió y se contorsionó. Marga siguió de rodillas, masturbándolo con rapidez con el capullo metido en la boca, recibiendo el semen que emanaba de él. En un momento dado, se puso sobre el chico, abriendo la boca de la chica y llenándola de la leche que había recogido con mimo. A la joven se le salía por todos lados, no podía con tanta cantidad, y acabaron en un húmedo beso. Las separé y besé a Marga con mucho amor y luego a la chica, saboreando sus bocas y trayendo a Marga hacia nosotras. La puse de rodillas para que le hiciese un cunilingus a la muchacha. Al sacar mis dedos, los lamí y los metí en su boca, y ella también los chupó con ardor. Marga estaba haciendo un gran trabajo en su vulva, y podía oír su lengua sorbiendo con el coro de los gemidos de la muchacha. Como seguía sentada sobre mí, le acaricié los pechos y no separé mi boca de la suya hasta que acabó corriéndose en unos grandes espasmos.

Senté a Marga a mi lado, y puse a la chica de rodillas, frente a ella, y llevó rápidamente la lengua a la vagina abierta que se ofrecía ante ella. Tras un buen beso entre Marga y yo que me supo a sexo, fui ante el chico. Me puse de rodillas y trabajé aquel rabo para volver a ponerlo erecto. Lo conseguí bien pronto y me gustó tenerlo hinchado en la boca. Me quité las braguitas y me puse a cuatro entre las butacas, en una posición algo extraña, pero no quería perder de vista a las chicas. El muchacho arrimó la verga, que entró muy fácil en mi empapado sexo. El chico tenía un buen ritmo y un falo poderoso, y me hizo gemir mientras mantenía mi cabeza sobresaliendo de las butacas. Marga me vio e interrumpió su chupada en la chica, y sujetándome las mejillas, me besó.

Me corrí con aquella verga dentro de mí y ayudada por mis dedos en el clítoris, pero el chico no paró y siguió fuerte. Su novia, al cabo del rato, también terminó corriéndose en la boca de Marga, dándose después un largo beso entre ellas. El muchacho se excitó con las chicas y aumentó su velocidad, eyaculando a la vez que yo me venía en mi segunda vez, en un espasmo conjunto. Tras eso, y viendo que a la película no le quedaba mucho, nos separamos y fuimos cada uno a su asiento original, pero nosotras no esperamos al final y no tardamos en irnos a casa. Cada una a la suya.

Y así fue cómo Marga y yo nos hicimos el amor sin apenas tocarnos.