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Necesitamos un aire acondicionado

en Trios

Se acercaba el final de la primavera y ya empezaba a hacer un calor sofocante en Madrid. Después de varios años en esta casa, habíamos decidido por fin hacernos con un aire acondicionado para mantener la casa fresca, porque durante el periodo estival la temperatura en el interior se volvía insoportable a partir del mediodía. No solo eso, sino que habíamos hecho más cambios a fin de estar frescos: en la ventana que separaba la terraza del salón habíamos puestos unos films translúcidos en los cristales que permitían entrar claridad pero que hacían que desde dentro no se viera el exterior, apenas se distinguían las formas al otro lado, pero entraba suficiente luz para no tener que encender la lámpara para ver durante el día. Sorprendentemente, desde el exterior se podía ver el salón perfectamente; con mi hermosa mujer sentada en el sofá leyendo plácidamente un libro.

 

Yo me encontraba en la terraza, recogiendo los bártulos que teníamos desperdigados por ahí para hacerle la vida más fácil al instalador, que debía estar a punto de llegar. Tendría que pasar algún tubo por el marco de las ventanas e instalar el inversor en la calle como tenían el resto de vecinos. En ese preciso instante sonó el telefonillo de la calle, supuse que sería el instalador y me giré rápidamente para abrir la ventana que daba acceso al salón, con tan mala suerte que me tropecé y encajé la ventana en el marco. Era algo que solía pasar habitualmente, la ventana se encajaba de forma perfecta y no había manera de abrirla.... desde dentro de la terraza, porque desde el salón podía abrirse dando un golpe seco en el tirador.

 

Como ví que mi mujer se levantaba a responder al timbre, no me preocupé y pensé que ya me abrirían la puerta cuando llegara el instalador a realizar la instalación del aire acondicionado. Le esperó en la puerta de la calle y ví como le recibía, con su ropa ligera de verano. El ascensor debía estar estropeado otra vez, porque el hombre entró sudoroso y jadeando de llevar el maletín de herramientas a cuestas por la escalera. Mi mujer le invitó a sentarse en el sofá y recuperar el aliento mientras le sirvió una cerveza fría y unas patatas para recuperar fuerzas.

 

Por aprovechar el tiempo, seguí recogiendo las cosas que aún estaban tiradas en la terraza; mientras el pobre hombre recuperaba la compostura y mi mujer le daba conversación en el sofá. La situación tenía cierto morbo, mi mujer sola con ese hombre en nuestro salón, con su ropita de verano: una pantaloneta corta que marcaba todas sus curvas de manera muy insinuante y una camiseta de tirantes escotadísima que por supuesto en casa utilizaba sin sujetador. Al más mínimo movimiento era fácil divisar un pezón en su escote, quedando su apetitoso canalillo siempre expuesto.

 

Ya estaba terminando de recoger mientras escuchaba su animada conversación, pensando en que ya era hora de salir de la terraza: me estaba dando el sol de lleno y empezaba a hacer un calor infernal allí encerrado; cuando de repente se hizo el silencio. Sorprendido, apreté mi cara contra el cristal para ver qué estaban haciendo y llamar su atención para que me abrieran, cuando me encontré una escena que no me esperaba: él estaba sentado en mi sofá, con los pantalones bajados por los muslos mientras mi mujer, de rodillas, estaba engullendo su polla durísima con cierto ímpetu.

 

No podía creerlo, ella sabía perfectamente que yo estaba allí viéndolo todo... y vaya que lo sabía; con la boca entera llena de polla buscaba adivinar dónde estaba yo detrás del cristal con ojos de vicio. No sabía qué hacer, probablemente si hacía ruido el instalador se daría cuenta, se haría cargo de la situación y huiría despavorido de un marido celoso dejándonos el aire acondicionado sin instalar. Suavemente, di dos toques al cristal para hacerme notar y que mi mujer se diera cuenta de que la estaba viendo y en cierto modo... consintiendo, porque no podía hacer otra cosa. Mi mujer se dio por aludida y en ese momento cerró los ojos y desplazó su pantaloneta entre las piernas para poder acariciarse mientras le hacía un trabajito al hombre que había venido a hacernos un trabajito a nosotros.

 

No es por fanfarronear, pero mi mujer la chupa como una diosa. Siempre lo había sentido así, pero ahora podía verlo en directo: sus labios recorrían toda la longitud de la polla del instalador, traspasando la humedad de su boca a su miembro. Después, se metía todo su capullo en la boca y lo saboreaba, recorriéndolo con la lengua por dentro; primero despacio y después con unos movimientos circulares, que por lo menos a mí, me volvían loco. Ella disfrutaba con una polla en la boca, yo pensaba que sólo con la mía, pero estaba claro que había perdido la exclusividad: no solo se metía la verga entera en la boca llegándo a posar sus labios sobre los huevos de él (a mí nunca me hacía eso, ¿la tendría más pequeña que yo?), sino que con su mano derecha se acariciba el clítoris con vicio, poniéndose cada vez más caliente: por la situación, por comerse una polla nueva, por saber que detrás del cristal estaba viéndolo todo y no podía hacer nada sino esperar.

 

El instalador comenzó a gemir, cada vez más fuerte; ella seguía con su mamada gloriosa introduciéndo todo lo que podía en la boca mientras seguía dándose placer con la mano. Podía ver como se iba formando un pequeño charquito en el suelo de sus propios flujos resbalando de entre sus dedos, estaba muy cachonda y no sabía de lo que iba a ser capaz. Él seguía aumentando el ritmo de sus gemidos hasta que parece que se dio cuenta que no iba a durar mucho más tiempo así. De un respingo se puso de pie, todavía con la boca de mujer enganchada a su polla; la cogió de la cintura y de un empujón la envió directa contra el cristal. Mi mujer no se sorprendió demasiado, son cosas que pasan cuando el calentón te domina.... apoyo su cuerpo contra el cristal de la ventana, levantó un poco el culo con un movimiento de pelvis, y separó sus piernas invitando al instalador a probar con su coño húmedo.

 

Detrás del cristal, podía ver perfectamente la cara de mi mujer aplastada contra éste; con los ojos abiertos... sabiendo que detrás estaba yo, inmóvil, viendo como sus preciosas tetas se marcaban contra el cristal y dejaban un halo de humedad. Enseguida el instalador aceptó la invitación, se deshizo de sus pantalones y se puso detrás de ella. Ví como la abrazaba con fuerza, no por amor, sino por puro sexo; buscando coger sus tetas en las manos y estrujarlas y apretarlas como haría cualquier hombre. Tenía su entrepierna pegada al culo de mi mujer, que debía sentir esa polla humedecida por su saliva buscar el camino entre sus nalgas. El culo de mi mujer es de otro mundo, y sabía que el tenía que estar disfrutándolo como un loco. Liberó el pecho derecho llevándose una mano a la polla para guiarla al encharcado coño de mi mujer; que a estas alturas debería estar chorreando de anticipación.

 

No pude ver si fue ella la que empujó el culo hacia atrás o él el que empujó su polla hacia delante; pero en la cara de mi mujer pude leer perfectamente que ya lo tenía dentro: esa cara que pone cuando la penetras, mientras los músculos de su coño buscan amoldarse al tamaño y a la forma de tu polla es muy fácil de identificar. Empezaron a moverse rítmicamente, yo notaba los golpes del cuerpo de mi mujer chocando contra el cristal mientras el instalador la embestía con fuerza por detrás. Ver sus caras era todo un poema, mi mujer satisfecha por tener una polla rellenando cada centimetro de su estrecho coño con los ojos abiertos probablemente buscando que la mirara; mientras él seguía embistiendo con los ojos cerrados concentrado en follarse a mi mujer lo mejor que pudiera. Note una vibración en el cristal y estaba claro que mi mujer estaba teniendo un orgasmo, esos espasmos, todos sus músculos tensándose al unísono sólo podía significar una cosa: se había corrido. Él redujo el ritmo y se inclinó un poco para atrás, afortunadamente para él aún no se había corrido.

 

- Venga, pasa cariño, que no sabes lo que te estás perdiendo - dijo mi mujer al tiempo que abría la ventana con el truco del golpe seco.

 

El hombre se quedó helado al verme allí, totalmente empapado de sudor, con la cara descompuesta por lo que acababa de presenciar; con los pantalones bajados por los tobillos, una erección enorme y mi mano masajeando mi polla casi inconscientemente.

 

- Ahora vas a ver lo que es bueno - le respondí mientras me estiraba ya sentado el sofá -

 

No perdió un segundo y mi mujer escaló sobre mí y se introdujo mi polla de un solo golpe mientras me miraba con una mirada cómplice y me daba un beso en la frente.

 

- No sabes cómo he echado de menos tu polla, cariño - me decía mientras ponía los ojos en blanco ajustándose a la nueva herramienta que la estaba taladrando.

 

Efectivamente, la mía debía ser más grande que la del instalador; porque aunque estaba húmedo y caliente a más no poder; su coño necesitaba adaptarse de nuevo al tamaño de su dueño: la polla de su marido. Despacito, comenzó a cabalgarme mientras yo estaba sentado en el sofá, con sus piernas a horcajadas por fuera de las mías, como tantas veces lo habíamos hecho allí mismo. Intentaba besarme mientras yo hacía todo lo posible por que no lo hicera: acababa de tener la polla de un extraño ahí dentro, no pensaba poner mis labios sobre los suyos en ese momento.

 

- Eres una putita y voy a tener que castigarte, lo sabes, ¿verdad? - le dije al oído mientras le daba un fuerte azote en el culo.

 

Eso debió ponerla más cachonda todavía, porque emitió un gemido gutural que me hizo pensar en lo salida que debía estar en ese momento. También se sorprendió el instalador, que seguía allí parado, de pies, con la polla tiesa, contemplando la escena. La cogí de las nalgas y las separé todo lo que pude con mis manos, expondiendo su culo de forma demencial.

 

- ¿Quieres probar? - Le dije al instalador mirándolo fíjamente a los ojos.

 

No lo pensó un momento: se puso de rodillas y mientras mi polla aún estaba dentro del coño de mi mujer con mis manos separando sus nalgas, empezó a lubricar su ano con la lengua. Mi mujer se retorcía de placer en cada lamida, aunque en esa posición no podía moverse mucho, notaba sus tetas apretarse contra mi pecho, haciendo que casi me faltara el aire. El instalador siguió con su tarea, introduciendo ligeramente su lengua en el ano de mi mujer. De vez en cuando notaba pequeños hilos de saliva que caían en mis huevos, y de repente mi mujer se tensó más de lo que estaba: había dejado la lengua para meterle un dedito en el culo. Haciendo círculos fue dilatándola poco a poco, hasta que consiguió introducir dos dedos: más o menos el diámetro de su polla.

 

- Déjame agarrarme - me dijo el instalador mientras se ponía de pie.

 

Solté las nalgas de mi mujer para que las separara él, y despacito introdujo la punta de su polla en el ya lubricado ano de ella. Seguía tensa, pero eso le estaba produciendo un placer enorme: dos pollas a su merced, la mía hincada hasta lo más profundo de su ser y la del instalador que poco a poco buscaba su camino dentro de ella, dificultado por la presión que estaba ejerciendo mi polla a punto de explotar dos centímetros más abajo. En un instante él soltó las manos que sostenían el culo de ella y supe que por fin estábamos los dos totalmente dentro. En ese momento mi mujer se relajó, suspiró, y se mordió el labio mientras levantaba la cabeza para mirarme con vicio.

 

Comenzamos despacio, al principio era él el que hacía los movimientos entrando y saliendo casi completamente del culo de mi mujer. Ella gemía como una loca, estaba totalmente rellena de polla y le estaba encantando la sensación de notar como se desplazaba, despacio, cada vez más a dentro. Poco depués empecé a moverme yo también, intentando acompasar los movimientos de él: cuando él entraba yo salía y cuando el salía yo entraba, de forma que nuestras pollas no se tocaran nunca pero que mi mujer siempre tuviera una completa dentro. Así, ella tuvo varios orgasmos brutales que casi no pudo expresar porque prácticamente le faltaba el aire para respirar; pero nosotros notábamos como se retorcía por dentro, como su coño se apretaba alrededor de mi polla mientras se corría.

 

- Te hemos dado lo que te merecías, es hora de que termines el trabajo - le dije a mi mujer después de su enésimo orgasmo, tirándola del pelo hacia atrás.

 

El instalador lo entendió a la primera y salió de su culo rápidamente. Mi mujer a duras penas pudo descolgarse de mí para sentarse en el sofá y yo me puse de pie como pude al lado de él, enfrente de mi mujer. Ella, ahora sentada, tenía dos pollas cubiertas por sus propios flujos a la altura de la cara.

 

- Termina, he dicho - la espeté.

 

Cogió una polla en cada mano y empezó a lamerlas alternativamente. Primero la mía, con vicio, mirándome a los ojos. Después la suya, con más vicio todavía, mirándome también a mi. En esa situación, después de la experiencia, estaba claro que no íbamos a durar mucho; yo ya sentía que iba a correrme, el hijo de puta del repartidor parecía que todavía tenía aguante para rato.

 

- A cuatro patas, ahora - casi grité.

 

Obediente, se puso a cuatro patas en el sofá y me mostró su coño reluciente de flujos. Tenía los orificios enrojecidos de tanto usarlos, pero no me corté ni un segundo para empalarla con mi polla a punto de explotar en lo más profundo de su coño. Di tres embestidas antes de correrme como un salvaje, mientras me sujetaba de su pelo para que me mirara a la cara mientras me corría y azotaba su culo sin piedad con afán de castigarla. Nunca en mi vida me había corrido tanta cantidad, ella lo notó en sus entrañas y tuvo un penúltimo orgasmo sintiendo como mi polla explotaba de placer en su interior. Exhausto, me dejé caer en el sofá mientras mi mujer aún seguía a cuatro patas convulsionándose por el orgasmo.

 

- Llevo toda la puta tarde recogiendo, ya es hora de que hagas tu trabajo - le dije muy serio al instalador que estaba esperando su turno para correrse.

 

Se agachó detrás de mi mujer y con vicio comenzó a lamerle el coño de abajo a arriba. Mi corrida rezumaba por su raja ardiente y él, con su lengua, iba recogiéndolo todo y poniendo cierta cara de desagrado, tragándose mi leche con resignación. La lamía con vicio, pero no podía evitar que todavía, a borbotones, siguiera saliendo mi semen por el enrojecido coño de mi mujer teniéndo que tragárselo todo para no atragantarse.

 

- Puedes tocarte si quieres - le dije, ya casi con desprecio.

 

Él, que ya estaba a punto, comenzó a pajearse ahí agachado mientras recorría el coño de mi mujer con sus labios y jugaba con la lengua en su clítoris. La excitación apareció al instante, y los dos parecieron correrse a la vez: ella con un ligero orgasmo en su ya cansado clítoris estimulado por la lengua de él y él en cambio por la pedazo de paja que se estaba haciendo mientras tenía en la cara hundida en el culo en pompa de mi mujer.

 

- Ahora vas a hacernos la instalación gratis, ¿a que sí? - dijo mi mujer mientras se recomponía en el sofá.

 

La cogí de la mano y casi a empujones la metí en la ducha para limpiarnos después de todo lo que había ocurrido, mientras el instalador comenzó a hacer su trabajo, desnudo y totalmente sudado, abriendo su maletín de herramientas buscando el taladro para empezar con los agujeros.