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Mi sirena

en Autosatisfacción

Era una calurosa tarde de verano. Mar, una joven de veinte años, acababa de llegar a una playa apartada que conocía desde pequeña por estar a escasos minutos de casa de su abuela. Eran las ocho y media de la tarde y en la arena ya solo se encontraban las huellas de los escasos visitantes que ese día habían decidido relajarse a los pies del océano. Ella sabía que a esas horas su lugar favorito era plenamente suyo. Estiró la toalla y se quito rápidamente su vestido, dejando a la vista sus pechos, redondos y tersos. Y así, solo con la parte inferior de su bikini se encaminó hacía la orilla. No le costó mucho meterse, cuando se quiso dar cuenta las ondulaciones del agua arremetían contra sus pezones.

Se soltó su larga melena cobriza, y empezó a nadar por la superficie. Como si de una sirena se tratase.

Desde donde yo estaba era imposible no pensar en que era un ser irreal. Demasiado perfecta. Era mi momento, desde que la descubriera hacía ya un par de semanas en este ritual no podía no venir a compartirlo con ella. Eso si, desde mi escondite. La conozco desde pequeña, su padre, un buen amigo mio, pasaba todos los veranos en su casa de la infancia y siempre traía a la familia con él. Me sentía mal espiándola al principio, intente no mirar, no venir, pero ya estaba enganchado, lo reconozco. Soy un adicto de cada una de sus curvas.

Mar se había aburrido de nadar, estaba quieta en el agua acariciándose los pechos. Parecía estar entretenida, parecía estar excitada, yo cada vez lo estaba más. Notaba las palpitaciones de mi polla, que protestaba por salir o porque saliera yo a su encuentro. Ganas no me faltaban pero opté por liberar mi ya endurecido miembro. Mientras yo recorría desde la base hasta el glande con lentitud y nerviosismo ella seguía con una de sus manos castigando sus pezones, mientras su otro brazo se perdía en el agua.

Tuve que imaginar mas de lo que me hubiese gustado pero sabía que ella estaba disfrutando, ver su cara, sentir sus jadeos y ser testigo de como se rendía al placer, su placer, fue suficiente para mí. Aceleré el ritmo de mis sacudidas y soltando todo el aire que tenía dentro me dejé ir.

Era un alivio pero no era suficiente, cuando llegue a casa mi mujer, ya había acostado a los niños. Así que vi la oportunidad de desahogarme como mi cuerpo me pedía. Con un par de palabras y varias caricias esa noche conseguí follarme a Elena, pero en mi mente todo el tiempo se dibujaba el cuerpo perfecto de mi sirena.

(Continuará)