...entonces alargué cuanto pude mis manos hasta tener abrazados los dos cuerpos: mi mujer en medio y el chico al que tenía agarrado por las nalgas empujándolo dentro de ella.
Los oigo gemir, jadear. El colchón, la cama, la habitación, todo se queja del sobreesfuerzo que generan las embestidas de Ernesto sobre Isabel. No se reprimen en absoluto. Deberían acordarse de que todas las ventanas están abiertas y que los vecinos pueden oírlos...
O mejor dicho: de como conseguí llegar a cornudo.