Todavía estaba delante del espejo, arrodillada y con mis pechos asomándose, semidesnuda. Lasciva. Mírate, mientras tienes a tu hijo en la guardería, qué vergüenza.
Me quito el sujetador. No como nos quitamos las mujeres el sujetador todos los días, sino como las mujeres del cine se quitan el sujetador cuando quieren seducir a los hombres del cine. Primero un hombro, luego el otro. Luego el broche, pero no tan aprisa. Me sonrío a mi misma.
Vagando por mi pubis, mis dedos (el índice ya se había sumado al corazón) llegaron a la frontera, rozando la comisura superior de mis labios. Me estremecí, pero como las sensaciones eran suavemente progresivas, no pensé que estuviera masturbándome. Acaricié mis labios, con cierta normalidad, pero también notaba que había algo nuevo en mis sensaciones. Además, me di cuenta de que estaba muy húmeda, realmente mojada. En la adolescencia, te acostumbras a esa humedad, a veces es realmente incómoda, pero no la asocias con el sexo, o yo al menos no lo hacía.