- No vas a ir a ningún lado hasta que no hayas complacido a este perro como la perra que tú eres. -dijo mi abuelo - Abuelo, no, por favor… -supliqué.
Uno de los castigos más dolorosos que mi abuelo me hacía pasar, era untarme una guindilla en el coño. Me dejaba en el sofá del salón mientras él iba a la cocina, escogía una guindilla y la traía hacia mí. Quítate la ropa y ábrete de piernas - me decía muy serio. Yo tenía 10 años.
Mi abuelo solía decir que, al igual que nosotros ordeñábamos las vacas, un día él me ordeñaría a mí, pero que antes tenían que crecerme las tetas.