miprimita.com

Baldus (II: Maximiliam)

en Grandes Relatos

(Creo sinceramente que es imprescindible haber leído la primera parte de mis relatos - Baldus I - para poder enteraros de algo en esta historia)

Capítulo I

Son las seis de la tarde, y el sol de Iseltwald todavía brilla con fuerza. Sofía está tomando el sol acostada a mi lado, mientras yo saboreo una limonada fresca bajo la carpa que hemos instalado en nuestro jardín, a la orilla del lago de Brientz.

Llevo unos pantalones largos ligeros, de algodón, y una camisa blanca, gafas de sol y un sombrero de paja que me protege si tengo que salir a por más refrescos, aunque Sofía casi nunca me lo permite y ella es la que se encarga de los peseos bajo el sol, yo me acerco a por más cuando se duerme; el sol hace que mi consumo de líquidos se dispare.

Ella está totalmente desnuda a mi lado; su piel, a pesar del alto índice de protector solar, tiene un saludable tono dorado, que contrasta con el mío. Hace tiempo que desaparecieron aquellas líneas blancas del bikini en su piel, y ahora cualquier vestido que lleve le sienta de maravilla.

Villa Placidia tiene dos pisos y una gran buhardilla, y unos treinta y cinco mil metros cuadrados de jardín justo a la orilla del lago, rodeado por una tapia de tres metros de altura, donde los rosales tiñen la vista de rojo sangre, y nos esconden de miradas indiscretas. También dispone de un embarcadero privado, donde me puedo pegar un chapuzón - si el sol ya se ha ocultado, claro -. Un pequeño velero está fondeado allí, y nos encanta dar paseos al atardecer, aunque los lugareños menean la cabeza pensando que estos 'jóvenes' de ahora están algo pirados.

Últimamente Sofía está cada vez más interesada en nuestra raza. Me pide continuamente que le cuente historias, y ya es casi una costumbre que, cuando nos acostamos, después de hacer el amor, me abrace pegándose a mí y me diga:

- Cuéntame cosas de tu vida y de tu gente, Baldus.

Y entonces yo sonrío y le pregunto si quiere historias truculentas de hace trescientos años, cuando mi gente mataba humanos, le pongo cara de Bela Lugosi y ella riendo se esconde entre las sábanas tapando su carita entre sus manos mientras asoma entre ellas una pequeña cruz de oro que le regalé.

Yo también río e intento recordar alguna historia que no le haga tener demasiadas pesadillas por la noche, y que sea lo suficientemente interesante. Hoy me he decidido a contarle la historia de Maximilian, un vampiro que vivió en París hasta hace 15 años.

Los humanos están empezando a descubrir ahora parte de las razones por las que nuestro organismo no envejece, la asociación humana de polimerasa y telomerasa es muy frágil, mientras nosotros regeneramos continuamente los tejidos, la polimerasa humana pierde continuamente fragmentos de ADN, lo que les hace envejecer. Esta es la razón por la que la mayoría de las muertes de vampiros se deben a suicidios o a accidentes.

No tenemos estadísticas de la vida media de los vampiros, el más viejo que conocí tenía unos 600 años, pero el hecho de no envejecer, y la desconfianza que tenemos los unos con los otros, - competencia por la caza dicen algunos de los más cínicos -, hace que todos los datos los tome con precaución. En cuanto a mí, nací en el año de gracia de 1650, no conocí a mis padres, ya que a fin de protegernos dejamos a nuestros niños con alguna familia humana, aprovechando que nuestro estómago es capaz durante la juventud de asimilar alimentos ( a partir de los 18 o 20 años deja de hacerlo, y nos tenemos que alimentar con sangre, y algún líquido si acaso ). Nuestro verdadero padre o madre es aquel que nos 'despierta' a nuestra nueva vida, en un momento difícil, pues nuestro organismo empieza a no soportar los alimentos, y una ansiedad de algo que no comprendemos nos corroe por dentro.

No suele haber matrimonios de vampiros, las uniones para procrear son ocasionales y breves. Nuestro comportamiento es el de un depredador, no queremos competencia en nuestro territorio, solo París es territorio neutral, donde se dan cita muchos vampiros y nuestro Consejo Rector, con el Juez a la cabeza, cargo que se rota cada 18 años. Todos los problemas entre gente de mi raza se ventilan ante el consejo o, si son graves, ante el juez, que tiene derecho sobre la vida de todo el mundo si se pone en peligro la Ley de la Sangre. El consejo rara vez contradice al juez, solo en casos excepcionales en que el cargo es ocupado por alguien en una etapa conflictiva de su vida ocurre algo así. Esta es la razón por la que el próximo juez debe prepararse tres años bajo la supervisión del antiguo antes de tomar posesión del cargo. Más que nada es una especie de purificación de la vida anterior.

Sofía salió del baño con un pijama de dos piezas blanco que le había regalado, y que le sentaba de maravilla. El corpiño, de finos tirantes, se sujetaba con dos lazitos en el pecho, y el pantaloncito, muy corto por detrás, dejaba ver el comienzo de sus nalgas.

Se acercó a la cama despacio, insinuante, consciente de su poder sobre mí. Estaba despertando a la vida, y tener a alguien como yo para ella sola la llenaba de orgullo y excitación.

Fue subiendo reptando por la cama, sonriendo sin quitar su vista de mí, mientras yo esperaba a ver que novedad traía esta vez. La iniciativa en todos nuestros escarceos sexuales venía casi siempre de su parte, y ya no tenía nada de aquella jovencita inexperta que había conocido en Madrid, 'casi' lo habíamos probado todo, ya que yo no solía forzarla a hacer nada que ella no me insinuase antes.

Se quedó de rodillas en la cama, sentándose lentamente sobre sus talones, mientras sonreía pícaramente y deshacía lentamente los nudos de su corpiño. Casi siempre dormíamos desnudos, pero a Sofía le encantaba el juego de la seducción, y el desnudarse lentamente para mí.

- Soy una pobre niñita indefensa, señor... tenga compasión... - dijo al desatar el último nudo, para pasar a abrir lentamente su corpiño, mostrándome sus pechos firmes, morenos, con dos pezones perfectamente redondos, rosados, que parecían apuntar al cielo. Sus manos acariciaban sus pechos, subiendo lentamente hacia el cuello y la cara, para bajar masajeándose firmemente el cuello y sus pechos por fuera, rodeándolos y cogiendo sus pezones entre el pulgar y el índice, rotándolos y haciendo que se pusiesen aún más duros, gimiendo suavemente, casi ronroneando, sabiendo que tenía la situación bajo su control.

Alargué los brazos rodeándola, y atrayéndola sobre mí. La besé suavemente en la boca, entrelazando mi lengua con la suya, mordisqueando suavemente sus labios, en principio con ternura más que con pasión, haciendo que pegase su pecho contra el mío.

De repente, Sofía decidió que aquello estaba muy bien pero quería algo más consistente, y separándose de mí mientras en el mismo movimiento se despojaba de las braguitas del pijama, cambió de postura e introdujo mi pene en su boca, lamiéndolo glotonamente de arriba a abajo, acariciando con su mano mis testículos, tocando suavemente con la punta de su lengua mi glande, haciendo que se hinchase más y más.

Se entretuvo rodeando con sus labios la parte más gruesa de mi pene, apretando con su lengua contra el paladar como si fuese una ventosa, bajando hasta la base mientras hacía presión succionando, subiendo otra vez hacia arriba, para mirarme sonriendo triunfante, segura de si misma, viendo como me hacía disfrutar.

La cogí por la cintura, haciéndola girar, para empezar a acariciarla por sus piernas, besándola lentamente hasta llegar hasta la preciosa mata rubio oscuro que tiene entre sus piernas. En cuanto mi lengua tocó su clítoris, Sofía saltó, apretando sus caderas aún más sobre mi cara, invitándome a que siguiera explorando su intimidad. Rápidamente su vagina empezó a humedecerse, por mi saliva y por sus flujos vaginales, Sofía resoplaba cada vez más fuerte - afortunadamente, nuestra casa no tiene vecinos -

- MMMMHHHHH, Baldus...

Sofía empezó a pegar bruscas contracciones, señal de que se estaba corriendo, cuando de repente se separó, abriendo las piernas, giró, se sentó sobre mí y cogiendo mi pene con ambas manos se lo puso debajo para sentarse sobre él mientras cerraba los ojos y sonreía con satisfacción. Inspiró profundamente por la nariz, abrió enormemente los ojos y me miró fijamente, haciéndolo entrar hasta el final, gimiendo, moviendo su cintura ora adelante y atrás, ora en círculos sobre mí, su cara estaba roja por la excitación y el sudor perlaba su cuello y su labio superior.

No tardó en repetir su orgasmo, 'uno de los largos' como ella decía, que le hacía perder por completo el sentido de la realidad y la orientación, agachándose sobre mí, abrazándome fuertemente entre sus bracitos, moviendo las caderas que yo apretaba entre mis manos, diciéndome que lo hiciese parar, que no aguantaba más, pero sin bajarse de mí ni separarse por nada del mundo, hasta que yo con un suspiro de satisfacción me corrí dentro de ella, que al sentirme inundándola por dentro empezó a gritar espasmódicamente. Sofía siempre dice que lo que más placer le produce es sentirme correrme dentro de ella. Yo pienso más bien que no se cree lo de que no se puede quedar embarazada de mí, y lo está intentando. Espero que no se lo tome como una gran decepción, pero no se tiene constancia de ningún híbrido humano-vampiro.

Cuando tranquilizó su respiración, se secó el sudor de su labio superior, y se abrazó a mí, desnudos los dos, piel con piel, para que le cuente mis historias de antes de dormir.

Capítulo II

La historia de Maximilian la conozco bien, pues tuve que intervenir desde mi posición de Juez de mi raza. Hay una ley que ningún vampiro puede romper, y es la Ley de la Sangre, no debemos hacer nada que pueda poner en peligro a los de nuestra especie. Y Maximilian nos había puesto en peligro con su osadía.

Nuestra vida no debe llamar demasiado la atención, así que nos debemos olvidar de la fama, ya que hoy en día las fotografías nos lo han puesto difícil; Antes sin embargo las cosas eran más fáciles, con cambiar de localidad ya dejábamos de estar en peligro. Por eso, cuando debemos desaparecer por un tiempo, otro vampiro suele comprarnos esas posesiones que queremos tener controladas para más adelante recuperarlas. Villa Placidia era un ejemplo, acababa de adquirírsela a Francine de la Fresange, una 'amiga' de París... y la actual juez.

Es difícil mantener, tras más de trescientos o cuatrocientos años de vida, una única línea moral. Lo que hoy está bien, dentro de ochenta años puede estar considerado como antinatural. La esclavitud, las guerras, los genocidios... todo eso ha hecho que no juzgue alegremente a nadie. Y menos aún a alguien que se cree por encima de todos los seres capaces de generar tanto odio. Maximilian era así. Los humanos eran ganado. Carne con la que alimentar su sed de sangre y dominación.

En una ocasión, a mediados del siglo pasado, en los tiempos florecientes del París del segundo imperio, Maximilian me dió una muestra de ese desprecio por los humanos.

Maine-sur-Seine, es hoy una ciudad dormitorio para gente acomodada cercana a París. Brillantes ejecutivos han adquirido las mansiones donde antes bailaba la nobleza francesa. La historia que voy a contar ocurrió hace cien años en esa misma localidad, cuando el vizconde Savigny y la pequeña de los Lafitte fueron prometidos en matrimonio.

- Cochero, fustiga los caballos, te azotaré a tí si no llegamos a tiempo...

Maximilian no quería perderse la fiesta de compromiso. Había tardado más de la cuenta en salir de casa. En aquellos tiempos, no teníamos cremas protectoras para el sol, y aunque la vida social se hacía de noche, los traslados eran bastante molestos. De hecho, solíamos realizarlos en etapas, aunque fuese cortos como en esta ocasión, a fin de protegernos del sol.

- El señor de Chineaux - sonó la voz del maestre de ceremonias anunciando la llegada de Maximilian.

Maximilian de Labourdonée, quinto señor de Chineaux, entró despacio en la sala, donde los anfitriones, los señores de Lafitte, corrieron a su encuentro para pasar a presentarle a los invitados que todavía no conocía. No obstante sus ojos estaban fijos en los protagonistas del acto de presentación en sociedad del compromiso. El vizconde de Savigny era algo mayor, aunque no demasiado. Rondaba la cuarentena, pero la niña de los Lafitte, Iris, apenas había cumplido las quince primaveras. Rubia y angelical, no había tenido nunca ninguna privación. Alta para la época, delgada - demasiado a juicio de su futuro marido - con una cintura brevísima, realzada con un vestido de corte imperio que destacaba dos preciosos senos, blancos como la leche por lo que se podía vislumbrar por encima del encaje. Enseguida su mente empezó a maquinar diversión para su tedio.

Hacía ya demasiado tiempo que Maximilian usaba la tapadera del señor de Chineaux, así que ese mismo día había concertado la venta de lo que todavía le quedaba por vender de su patrimonio, y tenía un barco esperando en el puerto de la Rochelle para partir a una nueva vida en América. Al parecer, era una tierra llena de oportunidades. Se iba a despedir de la sociedad parisina a lo grande.

Mientras empezaba el baile, que abrieron por supuesto los futuros esposos, Maximilian maniobró para quedar cerca de la madre de Iris. Cuando terminó la pieza, la muchacha se volvió pudorosamente junto a su madre, ya que un baile era lo más que se podía permitir a la futura esposa.

Apartados junto al gran cortinaje rojo, el baile era el centro de atención de todo el mundo, así que nadie reparó en Maximilian, que estaba justo al lado de Iris Lafitte.

Su mano tocó el trasero redondo y respingón de Iris, que abrió desmesuradamente los ojos ante tamaña osadía. No sabía qué hacer. ¡¡ Delante de toda aquella gente !!... Iris pensaba que si gritaba, se iba a formar un escándalo que arruinaría la fiesta y puede que hasta su boda. Así que Maximilian campó a sus anchas por aquel trasero, explorándolo a conciencia, notando como las dos mitades de sus nalgas se separaban y juntaban bajo su presión. Un culo firme, como correspondía a una chica de su edad, habituada a montar, como todas las chicas de la buena sociedad parisina. Poco a poco, los magreos de Max se hicieron más y más audaces, haciendo que la niña se arrebolase profundamente, cosa esta que, interpretada benévolamente por su madre - también bastante joven, a pesar de los cinco hijos, apenas llegaba a los treinta años - como demasiada excitación por el baile, hizo que se trasladase con ella, para regocijo de Max, a una habitación contigua.

Max entró tras ellas < sin que ni ellas ni nadie pudiese verle >. La habitación de los Lafitte era enorme, y contaba con una cama con cuatro grandes columnas que semejaban un damasquino en espiral, y que sostenían un delicado dosel de encaje.

Tras mojar un poco la nuca de la joven con agua de rosas, la madre, la señora Lucille Lafitte se sentó a su lado, momento este aprovechado por Max para <indicarle> que sería mejor que su hija se acostase sobre la gran cama.

- Querida, será mejor que te acuestes un rato... a ver si te refrescas un poco y se te bajan los colores.

- Sí mamá.. - obedeció sumisamente la joven.

Mazimilian <ordenó> a la madre sujetar firmemente las manos de la niña en la cabecera de la cama, para proceder a subir lentamente las faldas de Iris hasta la cintura, sin que su madre, ajena a todo lo que no fuese una orden de Max, hiciese nada pese a los gritos de la joven. Tampoco nadie en el baile podía oir nada de la que pasaba en la habitación. Max se había asegurado de que la música tapase completamente los histéricos gritos de Iris.

La niña se sacudía frenéticamente intentando, en vano, escapar de su captor y de su madre, comparsa involuntaria de éste, ya que estaba completamente dominada mentalmente por Maximilian.

Tras bajarle la ropa interior, Max le enseñó su pene a la aterrada niña, que no había visto todavía ninguno en su vida. Recreándose en la acción, Max bajó un poco el escote del vestido de la madre y el de la hija, para comparar adecuadamente sus pechos. Aunque las sucesivas maternidades habían hecho mella en Lucille, todavía estaba de muy buen ver. Pero los senos de su hija eran sublimes. Pequeños pero firmes, blancos, con una aureola color marrón oscuro perfectamente delimitada, ni grande ni pequeña, justo en su término medio. Un pezón de bandera.

Max tocó con su pene la vulva de Iris, haciéndo que los gritos de ésta fuesen todavía más angustiosos y desesperados. Max introdujo su dedo en la boca de Lucille, mojándolo sucesivamente para depositar la pequeña cantidad de saliva que recogía en la boca de la madre en los labios vaginales de la hija, haciendo que se lubrificase poco a poco, para cuando creyó llegado el momento, penetrarla violentamente con un fortísimo empujón, causando un desgarrador grito de dolor de la niña.

- AAAYYYYYYY...... AHHHHHHHHH

Max sintió como el obstáculo que se oponía a su avance en la vagina de Iris, era sobrepasado, para ensartarla profundamente, y chocar con sus testículos contra el culo de la niña. Los berridos de ésta eran tremendos, pero no eran oídos en la fiesta. La música los tapaba completamente.

- Eso putilla, llora y grita... nadie va a oírte. Grita... - repetía excitado Max mientras reaunudaba salvajemente sus empujes.

Tras unos minutos que a Iris se le debieron de hacer eternos, Max se corrió dentro de ella, produciéndole un calor desconocido. Ya apenas gritaba, solo balbuceaba y sollozaba. pero la noche solamente había comenzado para Max.

<Ordenó> a su madre darle la vuelta, para tras ponerla en posición precaria a cuatro patas, dada su lasitud, untarle el agujero del culo con un aceite que cogió de la mesilla de noche. La niña seguía llorando sin comprender lo que le iba a pasar a continuación, dando débiles hipidos de cuando en cuando.

Max apoyó de nuevo el glande de su pene en el agujero de Iris. Tras un empujón suave, pero firme, para coger la posición, empezó a penetrar aquel segundo agujero virgen de la noche. Iris abrió los ojos desmesuradamente, ante aquella segunda desfloración. El dolor era todavía peor que el de antes. Era imposible que algo tan grande entrase por allí...

- MMamma... basta... pp... por Dios, bastaaaaaaa... aahhhhhhhrrggggg...... argggg.....

Un hilo de saliva caía lentamente por la comisura de sus labios. La cabeza le daba vueltas y vueltas de tanto llorar. Y Max mientras, enterró su polla totalmente dentro de su culo.

- ARRRGGGHHHHHH .... AAAHHHHHHH..... AAAYYYYYYYYY...

El grito de agonía de Iris fue desgarrador, la cabeza y el resto del cuerpo de la niña se movían, inertes, al ritmo de los furiosos embates de Maximilian y de los espasmos que el salvaje trato le estaban produciendo.

Cuando Max se corrió de nuevo. Decidió cambiar de tercio. Ató a la niña, totalmente desnuda boca arriba, a las patas de la cama, haciendo una equis, y siguió desnudando a la madre, para meterle en su boca la polla que había desvirgado doblemente a su hija instantes antes.

La señora Lafitte no tenía experiencia en mamadas, estaba claro, pero Maximilian la usó simplemente como si fuese un coño, entrando hasta su garganta, produciéndole continuas arcadas. Tras vaciar allí su semen, Max pasó a la segunda parte de su plan. Iris seguía totalmente consciente, pero la madre, Lucille era totalmente ajena a lo que pasaba. Las dos estaban completamente desnudas, atada la hija, controlada mentalmente la madre.

Max salió al salón y escogió al azar a seis hombres. Los introdujo con sus mujeres en la cámara, y tras hacer que dejasen todas sus joyas y dinero en una valija, hizo que ellas los desnudasen. El primero se tiró encima de la niña, que despertó de su letargo volviendo a chillar histéricamente. Tras la follada anterior, y el semen de Max en su vagina, era relativamente fácil entrar dentro de la chiquilla.

Al tiempo, otro de los hombres se tendía boca arriba en la alfombra, para ser cabalgado entusiásticamente por Lucille, a la que Max dejó libre para poder rebelarse, ahora que entre tantos hombres apenas podía hacer nada que no fuese ver impotente cómo su hija y ella misma eran salvajemente violadas por una multitud de hombres. Al sentarse sobre su violador, dejó expuesto su trasero, siendo rápidamente enculada por Maximilian, que aprovechó para terminar con el único agujero virgen de la sala.

- AAYYYYYY... NOOOOOOOOOO - le tocó el turno de gritar ahora a Lucille mientras sentía llenos sus dos agujeros.

Lucille nunca había tenido ninguna aventura extramatrimonial, y por supuesto, jamás le hubiera permitido a su marido aquellas prácticas contranatura.

Ahora la madre tomaba el relevo de los gritos de la hija, ya que esta, exhausta, ya no podía apenas articular palabra.

- OOOOOH, NOOOOOOOO, DIOS MIO, NOOOOOOOOOO......

Al mismo tiempo, otro de los hombres se ocupó de llenar su boca, que tampoco escapó a ser llenada, ni sus manos. En un momento, la habitación era un coro de ruidos. Los gemidos cada vez más débiles de Iris. Los suspiros de los hombres que estaban usando a su madre, y los de ésta misma, que estaba viviendo la experiencia erótica más alucinante de su vida. Lucille, aunque se resistía a la violación por todos aquellos conocidos, encadenaba orgasmo tras orgasmo.

En cuanto el hombre que estaba sobre la niña se vació dentro de ella, fue rápidamente reeplazado por otro de los que se follaban a la madre, así hasta que todos ellos se las follaron a las dos. En cuanto todos terminaron, le dieron la vuelta a la pequeña, que ya gemía casi inaudiblemente, y fueron pasando uno tras otro por su culo.

Cuando todos salieron, Max salió detrás por la siguiente remesa. Otros seis prohombres con sus señoras depositaron sus joyas y artículos de valor en la valija, para pasar a disfrutar de aquellas dos infelices. Max ya no controlaba a Lucille, que estaba siendo violada igual que su hija. Pero ahora, ambas eran solo un juguete sexual en manos de sus amigos. El culo de ambas ofrecía un aspecto tremendamente dilatado, y de su vagina manaba semen sin cesar. Las dos estaban sobre la cama, boca a bajo, el culo levantado y con las piernas increíblemente abiertas, los ojos tremendamente abiertos, así como su boca, de la que caía indistintamente tanto semen como saliva. La posición en que las habían dejado los últimos en usarlas. Lo único que podían hacer, era gemir débilmente entre violación y violación.

Cuando todos los presentes, incluídos el padre y el prometido de la niña, y los músicos y los criados, se cansaron de usar aquellos dos cuerpos, el aspecto que presentaban era lamentable.

La sangre manaba débilmente de sus culos y de sus vaginas, y estaban literalmente bañadas en esperma, que les goteaba por las piernas mezclado con la sangre de los desgarros que habían sufrido. Apenas se podían sostener en pié, así que Max hizo que las doncellas las llevasen al baño y las adecentasen en lo posible. Mientras, el baile había pasado a ser una orgía inenarrable, donde todos poseían a todos. Como había más hombres que mujeres, ya que además, los criados se habían incorporado a la fiesta, era rara la mujer que no tenía ocupado más de un agujero, a veces los tres, a la vez.

Max recogió sus ganancias de la noche, y a todo galope de su carruaje se alejó en la noche. Su destino era América, pero para su desgracia, cien años después volvería a París.

Capítulo III

Maximilian en los años ochenta, ya en este siglo, era anticuario en el Marais, el viejo barrio judío de París. La de anticuario es una profesión que en alguna etapa de nuestra vida todos nosotros adoptamos, por razones obvias. Siempre tienes que desacerte de posesiones antiguas y realmente valiosas, y no les quieres perder la pista. Además de la vivienda de que disponía encima de la tienda, en la Rue de Sévigné, tenía un gran apartamento de dos plantas en la Plaza de los Vosgos, y entre otros coches, un Ferrari aparcado en el garaje. Maximilian siempre había sido demasiado ostentoso.

Maximilian sentía debilidad por las jovencitas. No encontraba mejor placer que seducir a una joven estudiante de la Sorbona deslumbrándola con sus conocimientos y su misterio y glamour para luego abandonarla sumiéndola en la desesperación. Y si encima era virgen entonces para él era el placer supremo. Para nosotros es muy sencillo conseguir lo que queremos de los humanos, influenciándolos profundamente con nuestro control mental, pero Maximilian apenas usaba de esa ventaja. Para él no era excitante ese método, y lo hacía influenciando lo menos posible a sus conquistas. Prefería usar antes, incluso, la violencia.

Una tarde de invierno, Maximilian dejó a su encargada al frente de la tienda y salió a pasear en coche por el barrio latino. Antes de llegar, apenas cruzado el puente de Saint Michel, observó a dos preciosas jovencitas, casi unas niñas, cargadas con libros que intentaban resguardarse de la lluvia, indudablemente se dirigían hacia la Sorbona, pero tenían todavía un buen trecho que recorrer y la lluvia arreciaba. Paró su Ferrari delante y les indicó con gestos que también iba para la universidad. Ante el lógico rechazo de las chicas las <influenció> levemente para que aceptaran el ofrecimiento.

Tammy se sentó delante, mientras Zoraida ocupó uno de los pequeños asientos traseros. Un descuidado vistazo a los libros de las chicas sirvió para que Maximilian se presentase diciendo que era profesor de arqueología y que estaba en el departamento de historia, aunque acababa de llegar de la expedición a Petra, y estaba trabajando en su informe al decano. Fue muy comedido y las dejó delante de la escuela, no sin antes asegurarse de cuándo las podría volver a ver, estudiaban historia antigua, eso estaba claro por sus libros, así que ya las encontraría al salir de clase.

Las dos tenían diecisiete años. Tammy era una chica francesa, de Lyon, rubia, con media melena, de ojos azules como el mar, alta y con un cuerpo de atleta. Su cintura era breve, las caderas, todavía no terminadas de desarrollar del todo, le daban un estudiado aire andrógino. Por el contrario Zoraida era menuda y más bien bajita, morena, de pelo negro como el ala de un cuervo, ojos como el azabache, enormes y seductores, que delataban su ascendencia árabe, sus pechos breves como todo en ella, adivinaban firmes y suculentos. Zoraida era hija de un jeque de Arabia Saudí, y ambas compartían una habitación en el colegio Franco-Británico en la ciudad universitaria, en el sur de París.

Tres días más tarde, a la hora en que salían de clase, Maximilian pasó por delante de ellas acompañado del decano de Historia antigua oriental, al que había ido a ver para entregarle una valiosa colección de cerámica antigua para el museo de la universidad. Ellas solo vieron a un joven arrebatador charlando alegremente con el decano, lo que las afirmó en la historia contada por Maximilian. Las saludó con la mano, haciendo un gesto de que luego las vería, a lo que contestaron entre risas entre ellas y guiños de complicidad.

A la hora del almuerzo en el comedor de la ciudad universitaria, Maximilian se sentó en su mesa, cargado de libros, casualmente las mejores ediciones del trabajo que las estaba llevando de cabeza, la historia de Petra, la ciudad perdida. La asignatura era un hueso, y su expediente corría peligro de no apretar con los estudios. No tardó Maximilian en trabar amistad con ambas chicas, y tras varios días viéndose en el restaurante, quedaron en casa de Maximilian para una charla sobre el trabajo que estaban preparando.

El apartamento de Maximilian era magnífico, fruto de siglos de decoraciones. En el comedor, una gran mesa de nogal oscuro brillaba bajo las velas de dos enormes candelabros de plata. En el centro, una bandeja repleta de frutas, mientras unas botellas sobresalían de unas champaneras cargadas de hielo. Las sillas, delicadamente torneadas, rodeaban la mesa, y presidiéndolo todo, unos óleos de Turner daban colorido a la pared entelada. Siglos antes, en el apartamento de al lado, Mazarino había tramado sus intrigas contra España y la pérfida Albión para mayor gloria de Francia. A la pregunta del rey de Francia de porqué apoyaban a los protestantes de los Países Bajos contra España, un paíis católico como ellos contestó:

- Majestad, lo que el emperador y España pierda, Francia lo gana...

Las chicas parpadearon al ver tal despliege de lujo en el salón. Evidentemente Zoraida era rica, pero sus padres todavía vivían en tiendas en el desierto, además, no solo era el lujo, el buen gusto y el estilo lo impregnaban todo también. Tras una charla sobre historia antigua que dejó apabulladas a las chicas, Maximilian les dijo que ya era hora de descansar un poco y reponer fuerzas, así que todos a trabajar en la cocina;

Abrieron unas latas de Foie, unas confituras y algo de queso, todo ello traído evidentemente de Fouchon, y lo llevaron al salón, donde Maximilian fue descorchando las botellas de Moet (consideraba que el Dom Perignon era de nuevo rico), y a pesar del rechazo inicial de Zoraida, fueron dando cuenta de las mismas rápidamente.

Maximilian aguantaba mucho más que las chicas, así que no pasó mucho tiempo sin que las chicas empezaran a perder inhibiciones y a sentirse más cómodas. Un pequeño <empujón mental> por parte de Maximilian las convenció para quedarse en las habitaciones de arriba, a fin de cuentas ya era muy tarde y el metro estaba a punto de cerrar, por no hablar de los peligros del mismo a esas horas de la noche.

Tras unos momentos de tanteo, Maximilian puso un compacto en la cadena musical, una música romántica, al compás de la cual y de una forma muy teatral, invitó a Tammy a bailar. A esas alturas, tanto la chica francesa como la árabe solo veían una especie de Adonis que reunía todas las cualidades que en sus fantasías más delirantes podrían haber soñado.

Tammy se pegaba literalmente a Maximilian, mientras Zoraida los contemplaba con envidia, así que en las siguientes canciones se fueron turnando, apretándose cada una más a Maximilian si ello fuese todavía posible. Al compás de la lenta música y el champán ingerido, tanto Tammy como Zoraida sentían como sus ojos se cerraban, mientras su cabeza perdía la noción de la realidad.

Maximilian le dijo que le iba a indicar sus habitaciones, así que las acompañó a la parte superior del apartamento donde estaban las mismas. Les enseñó una gran habitación con dos camas destinada para ellas, para luego como dejándoselo caer, pasar a enseñarles la suya, más lujosa si cabe que el salón, y tras apoyarse en el quicio de la puerta indicarle a Tammy con una seña que pasase. Tammy miró a su amiga, y mareada como estaba entró sonriendo, mientras Zoraida retrocedía tambaleándose hasta la otra habitación.

Tammy se quedó en medio de la estancia, mientras Maximilian iba dando vueltas despacio a su alrededor, desnudándola poco a poco en cada giro, hasta que quedó completamente desnuda. La chica se tapaba pudorosa su pubis, sus pechos eran firmes, no muy grandes, pero con buena musculatura. Maximilian se acercó estrechándola entre sus brazos, a la vez que con un rápido movimiento con la uña de su pulgar le hizo un pequeño corte en el cuello, tomando su sangre con avidez, mientras Tammy ponía los ojos en blanco, y sus manos recorrían todo el cuerpo de la chica que estaba próxima al éxtasis.

Maximilian se desvistió y se recostó en la cama, poniendo a Tammy encima, ya totalmente mojada, con lo que no tuvo ningún problema en penetrarla de golpe hasta el fondo, ante el suspiro de satisfacción de ella, con un suspiro de decepción, Max comprobó que no era virgen, pero todavía quedaba su culo y la chica de al lado, que sí lo parecía. Así que se movió rápidamente hasta que se corrió dentro de ella ante su cara de susto y éxtasis.

Cuando Tammy tuvo su primer orgasmo, Maximilian le dio la vuelta, poniéndola a cuatro patas sobre la cama, y de golpe, tras poner su pene en la entrada de su culito, ensartarla por detrás, cosa que Tammy recibió con un grito ahogado, mordiéndose los labios por el dolor de la desfloración de su culo, sus puños apretando un trozo de sábana hasta que los nudillos se quedaron blancos, mientras Maximilian, cada vez más excitado, empujaba con fuerza hasta que Tammy se fue derrumbando sobre la cama, y quedar tendida sobre ella, con las piernas exageradamente abiertas, empalada por detrás, con las manos de Maximilian apretando sus hermosas tetas, sin poder moverse y teniendo el mayor orgasmo de su vida, a la vez que Maximilian terminaba de lamer su sangre.

Zoraida escuchaba atentamente sus gemidos desde su habitación, a la vez que sus manos recorrían suavemente su cuerpo semidesnudo, notando como se estremecía de placer.

Tammy, ya sin inhibiciones, pasó a besar a Maximilian por todo el cuerpo, metiendo su pene en su boca con avidez. En esto, no cabía duda de que era una experta. Su cabeza subía y bajaba con rapidez, mientras Maximilian tenía los ojos cerrados. La lengua de la muchacha rodeaba el pene de Max chupando con fruición, hasta que con un gruñido Max se corrió en su boca, sin salirse para que no le cayese ni una gota. Tammy se tragó toda la corrida mientras respiraba fuertemente.

Maximilian <tocó> la mente de Tammy para que lo ayudase a hacer lo que tenía previsto a continuación, aunque después de que le tomase la sangre y la sesión de sexo, Tammy estaba dispuesta a hacer cualquier cosa por Maximilian. Era poco menos que una esclava en sus manos.

Entraron sigilosamente en la habitación donde Zoraida, boca abajo sobre la cama, en bragas y sujetador blancos que destacaban poderosamente con el moreno intenso de su piel, se estaba acariciando los pequeños pechos, mientras con la otra mano se masajeaba por encima de sus bragas mientras sus piernas se cerraban convulsivamente.

Gritó asustada a mitad de su orgasmo cuando Maximilian la cogió por las caderas, mirándolos sin acabar de comprender. Maximilian la giró arrancándole las bragas, a la vez que Tammy le sujetaba las manos con fuerza, y pegaba su boca a la suya para que no se oyeran sus gritos.

Maximilian bajó la mano de Tammy hasta la negra mata de pelo que tenía Zoraida en la entrepierna, tocando el clítoris de la muchacha árabe, introduciéndole el dedo medio, haciéndola moverse mientras él la acariciaba por el resto del cuerpo.

- NNNOON, SIL VOUS PLAIT, NON NNOOOOOOON... TAMMY... NON....

Cuando consideró que estaba suficientemente húmeda le abrió con esfuerzo las piernas, pues la chica se resistía, y la penetró brutalmente, comprobando con satisfacción que esta vez sí tenía un obstáculo que salvar.

Maximilian sonrió. Se afianzó en Zoraida con fuerza agarrando con sus manos las caderas. La miró fijamente a los ojos sintiendo y saboreando ese pánico que la muchacha árabe estaba sintiendo. Y de un brutal empujón llegó hasta el fondo de su vagina hasta ese momento virgen y logrando que Zoraida gritase a pesar de la mordaza que era la boca de Tammy.

- AAAAHHHHHHH, NOOOOOOOOOOOOONNNN...AAAGGGGGG

Zoraida lloraba ante el dolor de la desfloración, lo que hacía que Maximilian se sintiese más y más excitado, pero cada vez notaba un calor más grande subiéndole de la parte baja del vientre, además, Tammy la estaba acariciando los pechos de una manera insistente, y su lengua se entrecuzaba con la suya, haciéndole ver que en realidad llevaba mucho tiempo mirando con deseo los labios de su compañera de habitación, contemplando como se desnudaba sin inhibiciones delante de ella, y deseando ese cuerpo blanco y atlético.

Maximilian giró a Zoraida por las caderas, poniéndola boca abajo, mientras Tammy situaba sus piernas alrededor de la cabeza de Zoraida. Maximilian volvió a penetrar a Zoraida, apretando sus caderas con sus manos, abriendo sus nalgas para tener un perfecta visión de un culito perfecto, redondo, todavía sin estrenar, relamiéndose ante su prespectiva. Al mismo tiempo, Zoraida sin saber muy bien qué estaba haciendo, empezó a lamer el clítoris de Tammy, que sonreía a Maximilian con adoración, mientras movía frenéticamente sus caderas.

Zoraida comenzó a respirar con fuerza y dificultad, cada vez más ruidosamente, para con un grito ronco y estirando las piernas derrumbarse sobre la cama, corriéndose mientras se agitaba y lloraba al tiempo.

Maximilian no estaba dispuesto a terminar todavía, así que cogiendo las caderas de la chica la elevó de nuevo poniéndola a cuatro patas, abriendo sus nalgas, y empezando a empujar para entrar en su culo ante los histéricos gritos de Zoraida. Tammy apretó más aún su cuerpo contra el de su compañera para que no se oyeran sus gritos a la vez que Maximilian conseguía por fin con un último y feroz empujón lograr entrar dentro del culo de la chica árabe, que pegó un impresionante berrido de protesta.

- AAAAYYYYYYYYY, LÀ NON, NON, ARRETE, ARRETEGGGGGGGGG....

El culo hasta en ese momento virgen de Zoraida, estaba llevando a Max al clímax, redondo, prieto, sus paredes apretaban el pene de Max dándole un placer enloquecedor, agarrando con fuerza las caderas de la chica para impulsarse más y más dentro de ella hasta que con un último esfuerzo abrió totalmente su culo llegando hasta el fondo, lo que hizo que Zoraida gritase más fuerte aún entre sollozos compulsivos, no debía ser una situación muy apetecida para una chica árabe.

- AAAHHHHH, AAYYYYY, NOOOOON, ..... NOOONNN...

Maximilian se inclinó sobre Zoraida, haciendo un pequeño corte entre sus omóplatos, por el que empezó a manar sangre roja como el coral, que Maximilian bebió con fruición. Zoraida dejó inmediatamente de gritar, para poner los ojos en blanco, respirar con fuerza por la nariz con los dientes fuertemente encajados, y empezar a mover rítmicamente las caderas acompañando a Maximilian. Los testículos de éste golpeaban contínuamente el clítoris de la chica que además estaba siendo acariciado por Tammy introduciendo suavemente sus dedos en su vagina. No tardó en gritar de nuevo aunque por distinto motivo, ya que estaba teniendo el mejor orgasmo que había tenido en su vida, a la vez que se sentía inundada por el semen caliente de Max dentro de su culo.

A lo largo de la noche, Max poseyó a las chicas de todas las maneras posibles, con o sin su cooperación. Tammy, armada de un gran consolador, penetraba por detrás a su amiga mientras esta cabalgaba sobre Max, o era Zoraida la que boca arriba con el consolador, era cabalgada por Tammy, que a su vez era sodomizada con gran violencia por Max.

Cuando Maximilian salió de la habitación dejando a las chicas exhaustas, desnudas y abrazadas la una a la otra, sudorosas y temblando de la excitación, la mano de Zoraida quedaba entre los muslos de Tammy, y la de esta sobre los pechos de su amiga, a la vez que sus bocas se rozaban con suavidad. Tenían el cuerpo lleno del semen de Maximilian, por dentro y por fuera.

A la mañana siguiente, cuando Maximilian entró en el baño, se encontró a Tammy y Zoraida juntas en la enorme bañera, abrazadas y cubiertas hasta el cuello en un líquido rojo oscuro. Se habían abierto las venas horas antes.

Maximilian acudió a mí y me lo confesó todo, como era su obligación. Habían muerto dos humanas, y yo era el juez. Para empezar ordené que sacasen a las dos chicas de allí y las depositasen en su habitación del colegio. La sangre la pusimos igualmente en su bañera, aunque costó bastante por las dimensiones de la misma. Y rogué al cielo que la cosa pasase sin más problemas, pareciendo un suicidio en su propia bañera.(Otro cuento chino es el de que tememos a las cruces y todo eso, en una época de mi vida incluso fui sacerdote).

Mis súplicas no se vieron escuchadas, no tardé en enterarme que el Padre de Zoraida había enviado a dos de sus sabuesos para averiguar lo ocurrido. Y eran buenos, tremendamente buenos, así que no tardaron en averiguar lo del falso profesor. Todavía no habían llegado a Max, pero no podía permitir que Maximilian nos pusiese en peligro, así que contacté con el padre de Zoraida y le ofrecí un trato. Haciéndome pasar por Inspector de la Súretè, le hice creer que Maximilian era uno de nuestros agentes que había enloquecido, le ofrecí nuestras más dolidas disculpas y la posibilidad de actuar según la ley coránica. Aceptó. Le indiqué la dirección de Maximilian y todos los datos necesarios, y al día siguiente, Maximilian y su ferrari volaron por los aires.

La acción fue atribuida a algún grupo integrista árabe y nuestra identidad quedó a salvo.

Sofía tenía los ojos casi cerrados ya, así que la besé y dejé que se diese la vuelta para dormir...

Me quedé pensativo meditando sobre cual sería mi próxima historia... de pronto, recordé a Sasso de Monteferrato... pero eso... quedará para la próxima noche.