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Confidencia (III)

en Amor filial

Durante varios días me dediqué a observar a mi hijo, que no daba muestras de cambio, ni para bien ni para mal. Tenía pocos amigos y además no daba la impresión de tener demasiada estima hacia ellos. Seguía saliendo poco, prácticamente le teníamos que obligar mi marido y yo a que saliera con sus amistades. Familiarmente tampoco varió mucho la situación, ya que el trato seguía siendo de respeto, y no advertí ningún cambio motivado por las situaciones narradas. A no ser porque con frecuencia escuchaba, en las noches en que mi marido le tocaba el turno de noche, leves gemidos de mi hijo al masturbarse, ya que dejaba la puerta abierta, algo que antes no hacía.

Me gustaba escucharle como se masturbaba, y con frecuencia acababa yo también haciendo lo mismo. Y a pesar de mi convencimiento de que no era remedio para su timidez, y al comprobar que la relación familiar no varió en absoluto, la tentación de sentir esa excitación al coger ese miembro joven, enérgico y ardiente de mi adolescente hijo era incontrolable. Por lo que pensé que mejor sería no seguir con ese tipo de practicas incestuosas.

Sin embargo, una de esas noches, mientras escuchaba su agitada respiración desde mi cama, me dirigí hacia su habitación con sigilo. Llevaba puesto sólo un camisón, mis pechos firmes y abundantes se adivinaban en tan ligera prenda. Mis pezones bastos y oscuros, se marcaban con total claridad.

Sus gemidos se detuvieron cuando me acerque a la puerta. Solo escuchaba el fuerte bombeo de mi corazón. ¿Te encuentras bien?, le pregunté a oscuras. Encendió la lámpara de la mesita y me contestó con la respiración todavía agitada, que sí, que por qué lo preguntaba. Estaba arropado hasta el vientre con una sábana. Me acerqué y tomé asiento al borde de su cama mientras observaba atónita y ensimismada que a diferencia de la vez anterior, esta vez no disimuló la erección de su miembro. Cuando volví mis ojos hacia los suyos, vi que los tenia clavados en mis pechos, pero inmediatamente los desvío con disimulo.

- He escuchado ruidos y pensé que te encontrabas mal, pero ya veo que estas bien.- El comentario le hizo ruborizarse.

- - - ¿Cómo te va con las chicas? ¿Todavía no hay ninguna afortunada que se atreva a disfrutar de esto?- Puse mi mano sobre su miembro suavemente, mientras mis ojos se quedaron clavados nuevamente en el bulto que marcaba las sabanas. Sentí con espanto que me estaba comportando como una desvergonzada. El deseo se había apoderado de mí y sabía que iba descaradamente rápido hacia el asunto. No sabía qué decirle, era hipócrita seguir una conversación cuando hasta el mismo sabía lo que yo estaba buscando. - - Avergonzada, retiré la sabana que lo cubría, y ahí estaba su miembro totalmente erecto y enrojecido. Renuncié a mirarle a la cara. Mis ojos gozaban de la escena que protagonizaba mi mano. Le acaricié el vientre un rato y luego me dirigí hacia sus testículos. Me encanta jugar con ellos para luego recorrer con mi mano todo lo largo del pene. Lo agarré con mimo y empecé a masturbarlo muy suavemente, para disfrutar de su tacto todo el tiempo posible. Mi otra mano le acariciaba el pecho, y mi mirada se atrevió a dirigirse hacia su cara. Lo vi con los ojos cerrados y los labios entreabiertos. - Sin embargo me sabía a poco. Estaba como enloquecida, me ardía la cara. Su miembro lo sentía cada vez más cerca, su olor me embriagaba y mis labios se deshacían por probar su sabor Mi mente decía que no, pero el deseo me empujó a meterme su dulce miembro en la boca. Dios mío, que estaba haciendo, ahí estaba yo acariciando el pecho de mi hijo con una mano, mientras con la otra jugueteaba con sus testículos y mi boca se llenaba de su juvenil pene. Una de sus manos se agarraban a mi brazo izquierdo como queriéndome clavar las uñas y su otra mano se posó sobre mi cabeza. Aceleré el ritmo, deseaba sentir todo el sabor y el calor de su semen en mi boca. Sentía que sus manos me agarraban con más fuerza, casi obligándome a seguir, sentía sus convulsiones y sabia que su orgasmo era inminente, me iba a obsequiar con lo que me sabría a exquisitos y abundantes chorros de semen. Mi mano derecha masajeaba con energía sus testículos mientras mi boca succionaba con avidez todo su pene, disfrutando de su tacto caliente y sintiendo todas y cada una de sus marcadas venas en mi lengua. Mi boca se llenó de pronto de semen espesísimo, quería tragarlo a toda costa, pero su miembro parecía querer meterse en mi garganta y su mano me apretaba hacia él, por lo que me impedía tragar.

Todavía estuve un buen rato saboreando su miembro en mi boca. Lo que se me derramó sobre su pubis, lo recogí a la vez que recorría todo lo largo de aquel generoso pene, para disfrutarlo como si fuera el más exquisito de los manjares. Así estuve mientras iba menguando su tamaño. Sentía su cuerpo relajado y exhausto. No me atrevía a abrir los ojos. Me incorporé pesadamente a la posición original, quedándome sentada al borde de su cama, me pasé una mano por la barbilla para limpiar los colgajos de semen que se resistían todavía a caer y me dirigí sin decir nada apresuradamente a mi habitación. Me desnudé y empecé a masturbarme salvajemente con mis manos todavía pringosas por el semen. Con una me acariciaba con furia, y con la otra seguía saboreándolo. En un minuto estaba ya a punto de sentir un orgasmo brutal, mi espalda se arqueaba, mis piernas se abrieron todo lo que daba de sí. Estaba a punto, cuando me di cuenta que estaba gritando de placer. Abrí los ojos, estaba totalmente ida, me estremecía y contorsionaba cuando vi a mi hijo desnudo en la puerta presenciándolo todo. Cerré los ojos y me corrí. No me importaba nada, solo quería disfrutar del placer que en ese momento me poseía. El orgasmo casí me hace perder el conocimiento, grité como nunca imagine gritar, y mi hijo estaba presenciándolo todo.

Me quede acostada con los ojos cerrados. Sentí el acogedor abrazo de mi hijo cuando se acostó a mi lado

Será mejor que te vayas a dormir, ya es tarde y mañana tienes que ir al instituto.- Le dije

- - - Mamá, quiero que sepas que me ha gustado mucho.

- - Creo que le sonreí. o esa era mi intención

- - - Hasta mañana. - dijo

- - Asustada y arrepentida, sucia y miserable, así me sentía en ese momento. Mientras me prometía a mí misma que no volvería a pasar, me levanté para tomar una ducha, reflexionar por lo sucedido e intentar aclarar las ideas. Lo sucedido no era ya para ayudarle, sino para disfrutar de una situación morbosa y prohibida. Pero. ¿y la vez anterior? ¿No fue la ayuda una excusa para poder disfrutar sin remordimientos? Era eso precisamente lo que golpeaba una y otra vez los cimientos de mi cordura.

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