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Lujuria virtual (II)

en Sexo Virtual

Después de nuestro primer encuentro en aquel hotel Laura y yo seguimos llevando una vida aparentemente normal, y tan sólo un par de veces por semana nos permitíamos la licencia de charlar a través del chat. Nuestras conversaciones, que al principio se limitaban a los aspectos cotidianos de la existencia, cambiaron por completo. Pasábamos horas rememorando nuestra primera cita, saboreando cada instante vivido en común y planeando la posibilidad de repetir la experiencia para cerciorarnos de que aquello no se trató de un sueño.

De este modo llegó el verano y Laura se marchó de mi lado. La recordaba cada día con ansia y con miedo. Ansia por recuperarla, miedo de perderla. ¿Y si pensaba con sensatez acerca de nuestra aventura y me abandonaba?... ¿Qué sucedería si la prolongada ausencia lograba hacer que me olvidase?...

Al fin llegó el otoño y con él recuperé a mi adorada amante. Nada había cambiado. Por el contrario, ella volvía con ánimo renovado y planes audaces para proseguir esta loca experiencia que un día decidimos vivir en común. En nuestra primera conversación se mostró insinuante, juguetona, cariñosa... Logró disipar mis miedos y hacer que la deseara aun más. Todo volvía a ser como antes, o quizá no: ¡era mucho más intenso!

Aunque intenté contenerme para no asustarla le expresé mis ansias por poseerla de nuevo: quería sentir su cuerpo junto al mío, respirar su aliento, comer su boca, besar su piel,... La distancia se me hacía insoportable, su ausencia dolorosa y mi deseo incontenible. El recuerdo de sus palabras o el eco de su voz en mis oídos me hacían conseguir una erección. Por esa razón y con el fin de atenuar mi tormento le pedí, le rogué, le supliqué una nueva cita.

Su frialdad inicial me sorprendió y me hizo temer lo peor. Llegué a pensar que aceptaría sin reparos mi propuesta pero no fue así. Ahora que lo medito con calma entiendo su reacción ya que se estaba jugando todo por mi causa. No obstante una vez más mi querida Laura, mi encantadora amiga, mi idolatrada compañera aceptó mi petición. Desde ese día perdí el control de mí mismo: apenas podía dormir, no me concentraba en el trabajo y mi excitación era permanente.

Llegó el ansiado día de nuestro encuentro. Con el pretexto de resolver unos asuntos profesionales me desplacé a su ciudad y a lo largo del trayecto las ideas se agolpaban en mi mente. Como llegué al lugar acordado - de nuevo un hotel- con cierta anticipación tuve tiempo de tomar un baño caliente, me tumbé en la cama y la telefoneé. Ella estaba nerviosa, alterada, pero feliz. Eso me hizo recobrar la energía. Quería a esa mujer, iba a poseerla y la haría tan dichosa como jamás hubiera sospechado. Transcurrió media hora escasa y de pronto sentí su llamada en la puerta. Me incorporé de un salto y salí a su encuentro. Yo la recibí con una rosa roja, y ella me saludó con un abrazo y un intenso y apasionado beso. Era la segunda vez que nos veíamos y era tal el deseo contenido que apenas si pudimos cerrar la puerta detrás de nosotros. La llevé en brazos a la cama, la tumbé allí y comencé a besarla entera. Entonces reparé en lo que tenía ante mis ojos. Si bien nuestro primer contacto transcurrió en la penumbra de un cuarto, en el actual ambos quisimos vernos con claridad.

Allí estaba ella, mi Laura, tal y como me la había imaginado: cuerpo pequeño y bien proporcionado, formas sugerentes, bonitas piernas y un rostro hermoso en el que se traslucía la felicidad. Se había vestido con elegancia pero también con un cierto aire provocador. Quería seducirme y lo logró una vez más.

Uno a uno fui desabrochando los botones de su chaqueta, mientras ella, juguetona, no paraba de besarme y acariciar mi pelo. Conseguí dejar al descubierto una blusa blanca que se ajustaba a su cuerpo y dibujaba sus pechos redondos y pequeños. Mis manos acariciaron sus hombros desnudos, su cuello recto y bien formado, su escote insinuante y provocador. Llegado a este punto ya no me dejó seguir. Me tumbó en la cama y me desnudó con furia. A medida que mi piel iba quedando al descubierto ella me llenaba de besos, su lengua me recorría por doquier y no quedó un rincón sin explorar. Yo quería poseerla, penetrarla, lamerla, acariciarla... mas ella me mantenía inmovilizado ya que se encontraba sentada sobre mí. Por fin conseguí zafarme de mi sujeción y la aprisioné bajo mi cuerpo. Ella se revolvió impaciente y tras forcejear un rato se rindió a mis deseos complacida. Comencé a quitarle la ropa despacio par saborear así cada centímetro de su piel que se mostraba ante mí virginal. Su cuerpo era un territorio sin explorar y quise recorrerlo pausadamente. Bajé los tirantes de su blusa y la deslicé hacia abajo. Se detuvo en sus caderas de donde la retiré al tiempo que desabrochaba su falda. Laura había cuidado hasta el más mínimo detalle y debajo de la ropa llevaba un sugerente body negro que dibujaba su silueta perfecta. Me detuve contemplándola y la acaricié con deleite. Me gustaba sentirla en mis manos. Ahora era mía, sólo mía y quería disfrutar de cada minuto, de cada segundo... Pretendía llevarme de aquella mujer un recuerdo imborrable que fuese capaz de calmar las largas horas de angustia y soledad que me atormentaban en su ausencia.

Comencé a besar su cuello, descendí por su cuerpo y llegué a los muslos redondeados. En ese momento noté cómo Laura se estremecía al sentir el roce de mis labios húmedos. Su respiración empezó a agitarse, abrió sus piernas y me pidió impaciente que la tomara. Entonces la desnudé ansioso y su cuerpo se entregó sin resistencia. Enterré mi pene erecto en su coño húmedo y sentí un gozo indescriptible. Era un lugar acogedor, cálido, palpitante. El leve movimiento de sus caderas permitía que la penetrara profundamente mientras deslizaba mis labios por sus pechos. Sus pezones erguidos resbalaban por mi boca, mi lengua jugaba con ellos y Laura, entretanto, se estremecía de placer. De repente decidió tomar la iniciativa, me apartó a un lado y vi cómo se levantaba de la cama con resolución. Por un momento sentí miedo y temí haber hecho algo que la hubiese molestado. Mas no fue así. La excitante y siempre provocadora Laura pretendía darme una sorpresa y lo consiguió. Cuando regresó a mi lado traía un objeto. Le pregunté de qué se trataba y se limitó a reír al tiempo que introducía su mano en esa especie de tarro, se la llevó a la boca y luego me besó. Noté un delicioso sabor dulce: era nata.

Yo me sentía perplejo pues nunca antes habían jugado conmigo como se disponía a hacerlo Laura. Me tumbó en la cama, se sentó sobre mí y se inclinó poco a poco hasta que nuestros pechos se unieron. Sus besos pequeños y rápidos se prodigaron por mis mejillas, mi cuello y mi cuerpo hasta llegar a mi sexo. Lo tomó entre sus manos y depositó en él una buena dosis de nata. Yo me sentía un poco ridículo pero al ver la fruición con la que Laura lamía mi polla, como si de un helado se tratara, se borró de mi mente todo reparo y me dispuse a disfrutar. Su lengua, ágil, bordeaba mi pene, y sus manos expertas acariciaban mis testículos proporcionándome tal placer que estuve a punto de regar su boca con mi semen, pero me contuve. Más tarde lo introdujo en su boca y succionaba con energía presionándolo entre sus labios.

Me propuse que ella llegara antes que yo al orgasmo así que decidí poner fin a su actividad e inicié la mía. Hice que se acostara y, con uno de mis dedos untado en el dulce, dibujé mil caminos sobre su piel. Ella reía con este juego y yo me sentía feliz al verla gozar. Allí estábamos los dos, desnudos, desinhibidos y disfrutando como en la vida habíamos soñado. La deseaba locamente y mi pasión desbordada no tenía límites. Me dispuse a chupar su cuerpo y no sabría decir qué sabía mejor, si la golosina con que la regué o su tersa piel. Cuando mi lengua llegó a su vientre se perdió en su ombligo, descendió hasta su vello púbico y encontró por fin su sexo. Enterré mi cabeza entre sus piernas, lamí su coño con extrema delicadeza y ella empezó a agitarse con suavidad. La oí gemir: ahora gozaba conmigo y no se trataba de un sueño. Al tiempo que se estremecía la agarré por la cintura y sujeté sus caderas redondeadas. Quería moverme con ella y sentir la cadencia de su balanceo para fundirnos ambos en una danza sensual y misteriosa que nos arrebatara el sentido. Nos detuvimos un instante y Laura, con un hilo de voz, me pidió que me sentara en el borde de la cama y la penetrara en esa postura. Yo no sabía cuánto más podría contenerme pues me encontraba al límite del paroxismo. Obedecí sus órdenes y ella se colocó sobre mí. Experimenté un inmenso placer al sentir cómo mi polla dura y empinada rozaba lo más profundo de sus entrañas. Una y otra vez Laura se agitaba con ritmo, gemía en mi oído vertiendo en mi cuello su cálido aliento. En un minuto sus dedos se clavaron en mi espalda y empezó a gritar y a agitarse. Esto me excitó tanto que descargué mi semen dentro de ella. Una violenta sacudida recorrió nuestros cuerpos que, entrelazados, se estremecieron de placer. Tardé unos instantes en recobrarme y cuando lo logré me di cuenta que Laura me estaba besando con ternura inusitada. Sin mediar palabra se acurrucó a mi lado, acomodó su cuerpo al mío y descansó tras su febril actividad.

Así estuvimos un buen rato, hablando y riendo. Repasamos con la memoria nuestras conversaciones en el chat, y eso hizo que poco a poco el deseo renaciera. Aún estábamos untados de nata, así que, siguiendo el juego que ella había empezado, procedí a lamerla nuevamente: los senos, el vientre y su sexo. Permanecí allí, complacido, durante maravillosos instantes, saboreando su excitación, chupando el clítoris, penetrándola con mis dedos y mi lengua. Pero mi imaginación no estaba agotada. Mi lengua, que seguía explorando atrevidamente tan íntimos recovecos, encontró su ano. Sin ningún pudor seguí lamiendo su culo, mientras ella abría las piernas para permitir que la penetrara más fácilmente. Mis dedos entraban en su mojada y caliente vagina y mi lengua acariciaba su hoyito una y otra vez, hasta que estuvo bien humedecido.

Entonces adivinó lo que pretendía hacer. Me miró pícaramente y con provocación me dijo: Quiero que me folles. Quiero sentir en mi culo tu polla dura. Y antes de que pudiera arrepentirse de su ofrecimiento la eché de espaldas sobre la cama y empecé a sobar sus nalgas. Tomé mi verga, puse el glande junto a ese excitante y minúsculo agujero y comencé a empujar con suavidad, hasta que poco a poco fue abriéndose paso, pudiendo conseguir finalmente que mis testículos rozaran su entrada. Mi rabo la había penetrado totalmente y estaba firmemente aprisionado en el recto. Comencé a moverme, primero con lentitud, luego con frenesí, notando cómo mis bolas chocaban con sus duras nalgas, hasta hacerme daño. Mi excitación era tal que creí perder la conciencia de la realidad. Iba a correrme de un momento a otro, así que, con mi mano diestra comencé a acariciar su vulva. Mis dedos rozaban suavemente el clítoris, consiguiendo, a los pocos segundos, que Laura gimiera de placer, llevándola a un largo e intenso orgasmo, quedando inerme y exhausta en esa posición, abandonando su cuerpo a los caprichos de mi voluntad.

Entonces me separé de ella e hice que se diera la vuelta, quedando tumbada en el lecho, ofreciéndome sus inagotables fuentes de placer. Me arrodillé, inmovilizando su cuerpo entre mis piernas, y puse mi erecta polla, que estaba a punto de estallar, entre sus duras tetas, y comencé a frotarla, moviéndome de arriba a abajo, mientras ella procuraba aprisionarla con sus pechos, ayudándome en tan obscena masturbación. No llevaba ni un minuto en tan sensual agitación, cuando un intenso placer recorrió mi cuerpo, sintiendo cómo el semen recorría el miembro y se precipitaba con violencia sobre los senos, el cuello, la cara y el pelo de Laura, cayendo al instante rendido a su lado.

Todavía me duraban los espasmos que tan inusual paja me habían producido cuando Laura, con absoluta lascivia, comenzó a extender con sus manos la leche caliente sobre su cuerpo. Acariciaba con provocación sus tetas, su vientre y su coño, mojándolos con el viscoso semen desparramado, y se introducía un dedo untado del blanquecino líquido en su boca. Su mirada, henchida de lujuria, me puso sobre aviso de que su imaginación desbordante me depararía aún muchas otras sorpresas.

Pero esa es otra historia. Ahora su recuerdo me acompaña y hace que me sienta tremendamente excitado y necesite poseerla nuevamente.

Creo que no tardaré en proponerle una nueva cita.

Por Sergio y Laura. sergioylaur@mixmail.com