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Pasión desenfrenada

en Hetero: General

Después de mi segundo encuentro con Laura apenas volví a tener noticias suyas. Ambos teníamos demasiadas obligaciones que atender y, muy a nuestro pesar, nos resultaba imposible dedicar nuestra mente a evocar las gratas experiencias pasadas. Como si de un acuerdo tácito se tratara, nos entregamos por entero a nuestra vida rutinaria: trabajo, familia, obligaciones... sin dejar que nadie percibiera el fuego que se había encendido en nosotros y que bullía de forma silenciosa.

Pasaron varias semanas en las que conseguí apartar de mi mente a mi amada pero cuando el ritmo frenético de mi trabajo se ralentizó y dispuse de tiempo libre, comencé a añorarla. Entendí horrorizado que en mi vida había un hueco que sólo ella podía llenar. La llamé por teléfono y me disculpé por no haberla atendido como se merecía. A ella no le importaba, más bien al contrario... Sé que posee un espíritu libre y no consentiría que nadie se adentrara en su vida poniendo trabas a su independencia.

Como estaba a punto de cumplirse el aniversario de nuestro primer encuentro amatorio decidió darme una sorpresa. Había planeado una nueva cita en un hotel de su ciudad recién inaugurado. Se hallaba a unos kilómetros y ambos consideramos que sería un sitio ideal para seguir manteniendo nuestro anonimato lejos de miradas curiosas. En esta ocasión fue ella la que organizó todo: eligió el lugar, hizo la reserva, cuidó los detalles,... Y he de admitir que, una vez más logró sorprenderme.

Llegado el feliz día de nuestro furtivo encuentro me dirigí hacia el lugar acordado. Cuando llegué a la recepción y pedí la llave de la habitación me dijeron que Laura ya se encontraba en ella. Este hecho me sorprendió y también me contrarió. Hasta el momento siempre era yo el que llegaba primero, me adueñaba del cuarto reservado y calmaba mi ansiedad paseando por la estancia para familiarizarme con el entorno, de este modo ocupaba mi mente y saboreaba los minutos previos a nuestra cita. Yo soy un hombre de costumbres fijas y este cambio de planes imprevisto hizo tambalear mi seguridad. Tras unos minutos de duda avancé por el pasillo tembloroso. Todo era nuevo para mí, sabía que esta vez no era yo el dueño de la situación lo cual me angustiaba. No sé cuántas ideas extrañas y malos presagios invadieron mi mente hasta llegar a la habitación indicada, la 113. Reconozco que soy un poco supersticioso y el número también me resultó inquietante. Cuando la puerta estuvo frente a mí intenté llamar con suavidad pero comprobé que estaba entreabierta. Mi estupor no tenía límites y, presa de un impulso incontenido, me adentré en la habitación. Esperaba encontrar en ella a Laura, de espaldas a mí. Quería sorprenderla con un beso en el cuello, un abrazo apasionado entrelazando su cintura, ... pero ella no estaba. Todos mis planes se desvanecían y no sabía cómo actuar. Avancé lentamente y descubrí un cuarto decorado con un gusto exquisito: sobrio pero muy elegante. Había un discreto ramo de flores naturales frente a la cama y en él pude percibir el toque femenino y distinguido de mi amante. Había escogido el lugar perfecto para nuestra cita: apartado de todo, silencioso, acogedor, íntimo...

Su aroma en la habitación me hizo recobrar la serenidad y la confianza hasta que descubrí un hilo de luz procedente de una puerta entreabierta. Era el baño. Me acerqué con sigilo, miré por la pequeña rendija y allí estaba ella. Se disponía a tomar una ducha mientras yo presenciaba sus cuidadosos movimientos y cada uno de sus gestos. En nuestros encuentros anteriores la penumbra había sido nuestra aliada, pero en esta ocasión yo la estaba contemplando con una nitidez extraordinaria. El baño, lleno de espejos, me devolvía su imagen multiplicada y mis ojos gozosos se perdían ante semejante espectáculo. Ahora he logrado comprender que nada fue casual. Laura lo preparó todo para hacerme caer de nuevo en su magia, para envolverme con su aura de seducción.

Llevaba un albornoz blanco del que se despojó al poco tiempo, supongo que su instinto felino detectó mi presencia y dio la señal para que comenzara su ritual. Cuando la ropa cayó al suelo observé su cuerpo pequeño y bien formado, ése que minutos más tarde se desharía de pasión entre mis dedos. Rápidamente se introdujo en la ducha donde una mampara traslúcida me impedía ver con detalle pero me permitía adivinar su silueta. La vi envuelta en espuma y reprimí mis deseos de introducirme con ella en la bañera y acariciarla con delirio. Prefería ser testigo mudo de sus actos, quería violar su intimidad y apoderarme de ella. A los pocos minutos salió y rodeó su cuerpo con una toalla que la cubría escasamente. Yo adivinaba sus pechos, rabiosos por escapar, y también sus muslos firmes y bien torneados. Agitó su cabello húmedo, lo peinó graciosamente con sus dedos y después se maquilló ligeramente. Yo estaba intranquilo, quería hacerle ver que estaba allí, pero no me atrevía a interrumpirla en su ritual de belleza. No sabía que lo mejor estaba aun por llegar.

Dejó caer la toalla y se quedó totalmente desnuda ante mis ojos, percibiendo entonces que había depilado por completo el vello púbico, prescindiendo de su pelo castaño oscuro que en ocasiones anteriores había sido la causa de mi excitación. Sin embargo al observar su sexo manifiesto, sin tapujos, mi deseo creció en demasía. Con una elegancia estudiada llenó de crema sus manos y las fue pasando lentamente por todo su cuerpo. Su movimiento era tan sensual y provocador que la incipiente erección que había percibido minutos antes bajo mis pantalones se hizo manifiesta. Tenía mi polla dura por y para ella y sin embargo prefería seguir disfrutando de aquel perverso juego. Vi como sus manos se deslizaban por su vientre plano y terso, envolvían su cintura y, tras recorrer las caderas, pasaban a los muslos entre los que me he perdido en varias ocasiones. Colocó una de sus piernas en alto y pude divisar su sexo con total nitidez, pues nada lo ocultaba; aquel lugar maravilloso en el que deseaba adentrarme. Seguidamente, tras volver a llenar sus manos de esa sustancia blanquecina y perfumada, la extendió por los brazos y la espalda. Por último acarició sus pechos en sentido circular mientras se observaba gozosa en el espejo. Sus pezones se levantaban enhiestos, duros y firmes. Jugueteaba con ellos entre sus dedos mientras yo imaginaba mil y una perversiones. Laura se sabía hermosa y disfrutaba por ello, pero lo hacía aun más porque se notaba observada. Aunque ni siquiera me había dirigido la mirada, era consciente de que yo estaba allí y me estaba regalando una vez más su cuerpo. Estaba deleitando de nuevo mis sentidos hasta hacerme casi enloquecer.

Cuando consideró que había despertado suficientemente mi deseo comenzó a vestirse. Había elegido para la ocasión un minúsculo camisón negro de pronunciado escote cargado de transparencias y unas braguitas de encaje. Se vistió con ceremonia deslizando cada prenda por su piel con una ternura infinita y depositó unas gotas de perfume tras los lóbulos de sus orejas y también entre sus pechos. Cuando estuvo lista sonrió frente al espejo y se dirigió a mí con toda la naturalidad del mundo. Al verme allí petrificado no se sorprendió, al contrario, me envolvió entre sus brazos y me dedicó un apasionado beso. Mordió mis labios, se apoderó de mi lengua y me hizo perder a razón.

Ahora había llegado el momento de tomar la iniciativa. En ese apasionado beso nuestras lenguas jugaron ávidas de deseo, mientras mis manos bajaban por su espalda hasta llegar a la cintura, deslizándose bajo sus minúsculas braguitas para coger sus glúteos. Los apreté fuertemente y atraje su cuerpo hacia mí, para hacer que sintiera la hinchazón y dureza de mi pene junto su vientre

Luego me aparté de ella y con suavidad la eché sobre la cama mientras me quedaba de pie observando su cuerpo provocador. Laura me miraba pícaramente y me tendía una mano pidiendo que me uniera a ella, pero decliné su ofrecimiento y permanecí allí inmóvil.

Ella pareció adivinar mis propósitos. Retozando sobre las sábanas rosas de raso, levantó el camisón dejando sus pechos al descubierto. Con una mano jugaba con ellos, mientras llevaba la otra a su sexo, por debajo de las bragas y comenzaba a acariciarlo. Frotaba el clítoris con un dedo e introducía uno y otro en su húmeda vagina, con cara de lascivia.

Y yo seguía allí de pie, extasiado con el espectáculo que me ofrecía, hasta que por fin pude reaccionar. Me desprendí de la camisa, los pantalones... y quedé totalmente desnudo frente a ella, cogiendo entonces con una mano mi empinado y duro falo y comencé a masturbarme.

Pero Laura no me dejó seguir. Inmediatamente se levantó de la cama y se puso de rodillas ante mí, tomando mi palpitante rabo entre sus manos. Entonces me dijo: lo voy a chupar del mismo modo como se lo hago a mi marido... y así fue. Se aseguró de tener bastante saliva en la boca, bebiendo un poco de agua, luego lo agarró con una mano y lo lamió con suavidad, pasando la lengua desde la base hasta el extremo, arriba y abajo, una y otra vez, mientras acariciaba mis testículos en sentido circular con sus manos húmedas. Siguió lamiéndome los huevos e incluso se introdujo uno y otro en su boca con sumo cuidado, aprisionándolos suavemente entre sus labios. Por fin se introdujo el glande en su boca y movió su cabeza hacia arriba y hacia abajo, abarcando en cada movimiento más y más, llevando la polla hasta la misma garganta, mientras seguía acariciando su base y, de vez en cuando, elevaba sus ojos y me miraba, percatándose de que su mamada conseguía llevarme al borde del éxtasis.

Yo me encontraba en otro mundo. La expresión de mi cara lo evidenciaba, y a punto estuve de eyacular prematuramente. Así que hice que se detuviera y se tumbara de nuevo en el lecho. Entonces ella se dejó hacer. Le quité las braguitas y ahora sí, contemplé en todo su esplendor su coño rosado y desnudo, depilado. La ausencia de vello realzaba más, si cabe, la belleza de su sexo. La raja al descubierto acrecentaba hasta la locura mi deseo. Sus piernas eran perfectas, sus pies, pequeños, con las uñas pintadas de rojo. Los besé en señal de sumisión. Introduje sus dedos en mi boca y los mordí con suavidad, lamiendo sus pies, los tobillos, las rodillas, los muslos, hasta llegar a la cueva del placer, sin atreverme a entrar.

Pero ella me estaba suplicando que lo hiciera. Me pedía que la penetrara con mi lengua, al tiempo que abría sus piernas, muriéndose de deseo, llena de lascivia. Mi lengua humedecida recorrió todo su sexo, lamiendo el clítoris, besando los labios y entrando en su vagina. Entonces la humedad de la saliva se confundió con la humedad del flujo. Mi excitación no tenía límites.

Así perdí la noción del tiempo. Pero Laura no aguantaba más, quería entregarse a mí para liberar toda la pasión contenida: "fóllame Sergio, hazlo ya".

Me tumbé en la cama y ella se colocó sobre mí. Cogió mi pene erecto y lo introdujo lentamente en su ardiente y humedecido coño, haciendo movimientos rítmicos de entrada y salida, mientras unas veces se acariciaba el clítoris y otras tomaba la base del pene y lo movía en sintonía con las embestidas de penetración. Sus pechos duros se balanceaban y golpeaban mi cara en cada sacudida y yo aprovechaba para lamerlos, introduciendo cuanto podía uno y otro en mi boca.

No duramos mucho en esa cabalgada. El orgasmo venía precipitadamente y ambos lo estábamos advirtiendo, así que ella se detuvo y ordenó que no me moviera; inclinó su cabeza hacia atrás, cerró sus ojos, aspiró intensamente y mordió sus labios. "Quiero que este momento dure eternamente -me dijo-. Quiero empaparme de ti, de tu aliento, de tu sudor y de tu calor. Me estás matando de placer. Llevaba mucho tiempo deseando sentirte dentro de mí, experimentar el roce de tu piel. Quería darte el calor de mi vientre, aprisionar tu pene con fuerza y sentir que eres mío".

En esa posición, ella sobre mí, aprisionando mi cuerpo con sus perfectas piernas y con mi pene rígido en sus entrañas, permanecimos inermes durante varios minutos, mientras nos besábamos en los labios. Era una sensación muy placentera. Su caliente y blandita vagina oprimía mi polla y Laura "se sentía llena" -según me decía-.

Cuando lo consideró oportuno procedió de nuevo a moverse sobre mí, metiendo y sacando el pene de su excitado coño, una y otra vez, dentro y fuera, primero lentamente, aumentando su cadencia a medida que crecía nuestra común excitación. Pasaron un par de minutos cuando sentí que sus uñas se clavaban en mi pecho. Noté que temblaba y gemía de placer y unos gritos incontenidos me avisaron de que había llegado a un largo e intenso orgasmo. Luego detuvo sus movimientos y se abandonó, relajada, sobre mi cuerpo.

La dejé así, descansando sobre mí, durante breves momentos, pasados los cuales, complaciente, me dijo: "ahora quiero que te corras en mi boca, quiero saborear y sentir tu leche caliente entre mis labios, sentirme bañada por tu semen".

Se levantó y procedió de nuevo a lamer mi polla, que iba a estallar de gusto de un momento a otro. Su lengua muy humedecida chupaba el glande y recorría todo su perímetro. Entraba y salía de su boca con igual facilidad como antes lo había hecho en su excitado coño y la sensación era igual de placentera. Comenzaron los espasmos del placer. Me estaba corriendo. Noté cómo el semen subía desde los testículos recorriendo todo mi falo, precipitándose un torbellino blanco y caliente dentro de su boca, llenándola por completo, hasta desbordarse, desparramándose entre sus labios.

Laura pasaba su lengua entre ellos con lascivia y yo caí en la cama rendido a su lado. Comprendí y disculpé que fuera al baño, del que no tardó en regresar. Hizo que me recostara en su regazo y me dijo : "te quiero". Yo aún estaba temblando. Acarició mi pelo y besó mi frente mientras mi cabeza reposaba en su pecho.

Y allí permanecimos bastante tiempo, charlando y planeando nuestro próximo encuentro.

Por Sergio y Laura

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