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En un concierto

en Confesiones

Jugábamos a ser héroes en la gran montaña rusa un momento después del gran concierto. Todo nos parecía acorde con lo planeado apenas unas horas antes.

Bajé a la plaza del barrio, quería jugar a la pelota o la rayuela con los amigos que había ido haciendo desde que llegué. No estaba acostumbrada a sentirme sola. Al llegar a la plaza, sentado cerca de la fuente, libro en mano, estaba un chico, demasiado mayor para los demás niños, que me llamó mucho la atención.

Nos pusimos a jugar a balón prisionero, lo que aproveché para tirar con todas mis fuerzas de forma que le diera en los hombros para llamar su atención. Tan fuerte tiré que el libro acabó por los suelos. Corrí a pedirle perdón por el pelotazo, roja como la grana, pidiéndole disculpas sin parar. Recogió su libro con cara muy enojada y se fue.

Al ponerse el sol salí disparada, como otras tantas veces desde mi llegada a Madrid hacia la calle María de Molina, antes de que cerraran el portal, primero porque no tenía llaves y segundo porque era la orden que tenía de mis tíos mientras estuviera en la ciudad o me volverían a casa con mis padres. Al llegar a la altura del portal él, que llegó primero, hice ademán de cerrar la puerta para no dejarme pasar. Empujé con todas mis fuerzas pidiéndole, por favor, que me dejara entrar o me llevaría una regañeta. ¡Y muy merecida que la tienes!. ¿Yo?, pregunté empujando la puerta.. ¿Por qué?. he llegado a tiempo - protesté.

- Anda, por esta vez, te dejo pasar, pero que sepas que te la guardo hasta mejor ocasión.. El libro me lo has mojado y es un préstamo de la Biblioteca.

- Contra. No era mi intención. Se me escapó el balón. Además. ¿Porqué me haces a mí culpable, acaso fui yo?.

- No. Si encima será una embustera. Te he visto perfectamente.

- Pues no se cómo. No parabas de leer.

- Eso que te lo crees tú. Venga sube que aún me cabreo más.

Subí a todo correr las escaleras. Al llegar al segundo piso toqué a la puerta número 5. El se me quedó detrás riéndose.

- Ahora me voy a chivar.

Mi tía abrió la puerta. Yo estaba horrorizada. Seguro que me enviarían para el pueblo. - Hola Ángel. Dame un beso. ¿Cómo está tu madre?.-- Horror. Encima se conocían.

-Pasa. Toma estas verduras y llévaselas a Tita. ¿quieres beber algo?. Hace mucho calor hoy.

Miré primero a mi tía, después al chico. No sabía a qué atenerme cuando mi tía dijo... Almu, te presento a Ángel, es mi sobrino por parte del tío Julio y por tanto familia tuya también. Ahora sí que me va a descubrir y por mala conducta me enviarán a casa.

Mis tíos, ajenos a ese sentimiento primero que enfrentó nuestros cuerpos en el rellano de la escalera, le habían encargado el cuidado y diversión de la sobrina, chica de provincias de una familia venida a menos cuando cerraron las minas de hierro. Unas vacaciones en la capital de España sería gratificante para esta alma despojada de caprichos, que se tendría que poner a trabajar sin haber acabado los estudios de bachillerato, dijeron sus tíos, convencidos de que en Madrid se lo pasaría la niña muy bien, antes de que la contrataran en la tienda de lencería de su ciudad.

Nadie nos podía quitar ese sentimiento que nació sin previo aviso de entre la memoria de nuestros cuerpos. Fue como un flechazo, un encuentro durante mucho tiempo esperado, sentimiento embriagador que se nos escapaba sin saber muy bien su procedencia, pero al fin y al cabo, muy nuestro.

Nos preparó unos bocadillos de tortilla, botella de agua fresca, una pieza de fruta para cada uno, con unos dineros que le dio a Ángel para que nos divirtiéramos en el Parque del Retiro todo el tiempo que durara el concierto de Patxi Andion.

Buscamos asiento entre una multitud alegre mientras canturreaban sus canciones sabidas de memoria. Al fondo, en todo lo alto de las gradas, encontramos dos asientos continuos sobre la piedra dura y helada. Mis piernas lo percibieron sin rechistar, ya faltaba poco para que empezara el espectáculo y no había más sitio a la vista.

Un viernes, que no fue un viernes cualquiera. Dedicado a mí, quise responder con mis mejores galas, un vestido color caramelo, cortado a la cintura con frunces para dar mucho vuelo a una tela, muy a la moda, con unas sandalias de tacón haciendo juego sujetas a mis tobillos.

Las luces se van apagando, ya no queda más que los focos de los extremos de la concha que cobija el gran espectáculo. El escenario, completamente a oscuras, espera la figura que todos adoramos. De pronto un juego de luces, amarillas, azules, rojas, verdes, van dando forma a su silueta primero, para después iluminar a toda la orquesta que le acompaña.. Aplausos.. Más aplausos con la gente en pie chillando: ¡que empiece!..¡ que empiece!

Ángel coloca su bocadillo encima de la fría piedra y aplaude hasta quemar sus manos...Le miro con admiración.. Figura muy delgada, pantalón de pinzas marrón oscuro, pulover color marino cubriendo un pecho por el que asomaba un poco de vello.. Mentón pronunciando unos rasgos de muchacho generoso, avispado, "que promete mucho", según mi tía, muy bueno, que me cuidaría durante toda la actuación y me llevaría a casa sin problemas.

La música nos unió en un aroma común que recordaba las violetas de mi huerto... mareada miré hacia mis sandalias. Sentí su cuerpo a mi lado. Temblé toda, que no de frío y él pareció sentir algo parecido porque se abrigó hacia mis brazos, sin remilgos y , con una mano firme cubriéndome los hombros me dijo.. ¡ vamos a disfrutar del espectáculo!. La música limó las diferencias que pudieran quedar, él 31, yo 15, porque había algo que nos unía, la música.

Entre canción y canción, sus manos me tocaban, me abrazaba, me daban palmaditas en la espalda al compás del ritmo de la música. Atontada, unas veces lo miraba a él, otras al cantante acompañado de los gritos de la gente que llenaba el recinto.

Terminó el espectáculo muy entrada la noche. Me cogió de la mano para bajar todos aquellos escalones entre la multitud que esperaba al conjunto talonero, la "Polla Récord", que llegaría de un momento a otro. Pero a Ángel se ve que no les gustaba porque sugirió, más bien me llevó hacia el parque.

- Tenemos bonos para las actuaciones y los cochecicos. ¿entramos en la casa de los cristales?.

- Claro dije yo. Al poco de entrar, iríamos por la segunda habitación, vimos como se reflejaban unas figuras inmensas, gigantes, sobre nuestras cabezas. y unos gemidos retumbaban en el centro de la misma. Nos miramos. Ángel se acercó a mí y me dijo que ya era adulta para ver aquello. Nos acercamos a la puerta y comprobamos como, de forma descarada e impúdica, una pareja hacía el amor entre los espejos pronunciándose su imagen sobre el entorno en un acto de amor gigantesco.. bello.

- Sentí placer. No sabía muy bien si era producto del que llevaba sintiendo toda la noche o simplemente que me gustó hacer de voyeur, pero me gustó. Temblé. Ángel, que se había sacado la camisa por fuera del pantalón, me cogió de la cintura empujándome hacia otra habitación. Nuestros cuerpos se reflejaban cuan figuras gregorianas hacia el infinito. Las siluetas se perdían hacia el suelo enlazadas en un supuesto lazo de múltiples colores. ¿Cómo harán esto?. ¡Qué lindas! ¿no?. Pregunté. Ángel me miró a su vez a los ojos y cogiéndome de la barbilla me besó en la boca metiéndome la lengua dulce, suave, empalagosamente tierna.. deseosa y húmeda.

No sabía como responder a ese beso que para mí era el primero. Alejó su cara un momento y comprendiendo me dijo.. déjate llevar, deja que tu cuerpo haga lo que quiera, tus labios, déjalos suavemente, no los aprietes.. relájate

Me volvió a abrazar muy quedo, suavemente me fue besando el cuello, el pelo, el lóbulo de las orejas, la nariz y bajó a mi boca que temblando esperaba ansiosa ese beso... correspondido, caliente, novato pero fiero, ávido de su saliva, su contacto dulce, profundo y eterno.

La miel de abejas de mil flores tienen el mismo sabor. Mi tía preparaba unos pastelillos de miel que me recordarán para toda la vida a Ángel, el chico que bailaba como un poseso la música de Patxi Andion mientras calentaba mi cuerpo con besos sedientos de otros besos. En aquél momento, mis besos.