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Dulce perversión

en Amor filial

Apesar de mis catorce años ya he adquirido una notable experiencia referente a la sexualidad. Y lo he hecho por un medio que no se imaginan y que, muchos quizás, considerarán pavoroso, pero que, para mi, ha sido tiernamente delicioso y bellamente placentero.

Mi hermano Raúl tiene desciseis años y se ha convertido en un joven apuesto y vigiroso. En una ocasión en que nos encontrábamos en la piscina, la conversación derivó hacia el sexo. Me preguntó si alguna vez había visto un pene y le dije que no. Entonces él corrió hacia un lado la pierna de su pantalón de baño y puso ante mi su miembro, largo y delgado, pero endurecido. Rápidamente volvió a guardarlo, temiendo nos vieran nuestros padres.

Aquella visión me inquietó. Era la primera vez que veía un pene y me no pareció, como decían mis amigas, algo feo o grotesco, sino todo lo contrario; era hermoso, fino, y se veía como si tuviera vidapropia.

Minutos después Raúl se fue al baño. Curiosa yo, le seguí. Pude ver, por el ojo de la cerradura, que, sentado en la taza, se había
quitado su prenda y se acariciaba su sexo suavemente.

No pude contener un gemido. Raúl se acercó a la puerta y la abrió, desnudo como estaba.

-¿Así que estas fisgoneando? -me dijo con una sonrisa.

Me tomó de un brazo y me hizo entrar, cerrando con pestillo.

-Perdona, Raúl... -comencé a decir, pero me hizo callar.

-No tiene nada de malo que quieras aprender.

Y diciendo esto volvió a sentarse y comenzó nuevamente la tarea de masturbarse, mientras no despegaba la mirada de mis ojos. Yo
no pude retener mi curiosidad y le miré su miembro duro, con la cabeza oscura por la excitación.

-¿Nunca te has masturbado? -me preguntó.

-No -contesté turbada.

Entonces con su mano libre comenzó a bajar el calzón de mi bikini. Yo intenté impedírselo, pero su actitud fue tan tierna, y mi
sensación tan intensa, que decidí dejarle hacer.

Entonces yo misma me quité la prenda. El metió su mano entre mis piernas, las que abrí por instinto. Entonces, con uno de sus
dedos, comenzó a frotarme suavemente en la comisura de los labios vaginales. Un placer intenso me embargó. Me senté en la orilla de la tina y abrí completamente mis defensas, permitiéndole no solo tocar, sino también, mirar. Notaba con que plaver devoraba con sus ojos el fruto que su mano acariciaba. Poco a poco una sensación de voluptuoso abandono me atacó. Era mi primer orgasmo. Sentí desfallecer. Entonces escuché los quejidos de mi hermano. Abrí los ojos y vi como su miembro arrojaba chorros de esperma.

Él tomó una de mis manos y me hizo cogerle su miembro. Estaba duro, tenso, pero suave y cálido. El mismo dirigió los
movimientos, hacia arriba y hacia abajo. Instintivamente lo apretécon fuerza y vi como continuaba manando aquel lechoso líquido.

Salimos separadamente del baño para evitar no vieran, después de hacerle prometer que lo repetiríamos. El estuvo encantado.

Al día siguiente, después del almuerzo, Raúl me hizo una seña luego de decir que iba al baño. Mis padres se retiraron a dormir la
siesta. Estaba realmente inquieta por volver a repetir aquella dulce experiencia. Pero antes quise asegurarme de que no tendríamos contratiempos, así que, saliendo al balcón, me deslicé sigilosamente hacia la ventana del dormitorio de mis padres para comprobar que dormían.

Pero la escena fue diferente. Mi madre, de rodillas, chupaba el miembro de mi padre que lanzaba exclamaciones de gozo. Después ella se levantó y, volviéndose, se ofreció.

-Métemela toda -dijo jadeante-Hasta el fondo, querido mío.

Pude ver, entonces, el miembro de mi padre, grande y gordo, tremendamente endurecido. Pensé que iba a reventar a mi madre,
pero cuando la penetró, ella lanzó una exclamación de gusto.

-Oh, querido. Que rica la tienes, que grande y gustosa. Muévete con ganas.

No pude seguir mirando. A pesar que aquella imagen me había sobresaltado, noté que, también, me había excitado. Mi vagina
comenzaba a chorrear.

Casi corrí hacia el baño.

-¿Por qué tardaste tanto? -me preguntó Raúl, pero fui incapaz de contarle.

Él se quitó los pantalones y comenzó su faena. Yo, aún con aquellas imágenes vivas en mi mente, me quité toda la ropa. Mi
hermano me imitó. Entonces, tal cual lo viera, me arrodillé y, tomando el miembro de Raúl, lo agité un momento, para luego
sorberlo completamente coin mi boca.

-¡Qué haces! -me dijo en un susurro.

Pero mi acción lo desarmó.

-¡Oh! -dijo-. Sigue así... así... Chúpala...

Su pene comenzó a latir con fuerza. Entonces me retiré, para evitar eyaculara en mi boca. Aquello aún lo sentía como algo sucio.
Entonces me volví e imité la postura que viera en mi madre.

-¿Quieres que te la meta? ¿Estás loca?

-Si... -dije-. Loca de deseo... ¡Vamos, hermanito! Dame placer.

Entonces él, decidido, puso la punta de su pene entre los labios de mi vagina. Poco a poco fue entrando, primero suavemente hasta
encontrar la natural resistencia de la viginidad. En ese momento me penetró con fuerza. Sentí un rasguido, un dolor pequeño y
luego, como premio a mi entreza, un placer maravillosamente intenso.

-¡Dámelo, hermanito!

-Si... Me voy a correr... Pero no puedo irme dentro tuyo...

Me retiré rápidamente y me volví justo en el momento en que su gozo estallaba, recibiendo su esperma en mi pecho y estómago. Su calidez y suavidad me encantaron. Comencé a masturbarme como si hubiera venido haciéndolo de la cuna, hasta que me corrí con fuerza, vigorósamente.

Salimos del baño a escondidas, pero antes de separarnos, instintivamente, tomé su cabeza entre mis manos y le besé fuertemente en la boca.

Al día siguiente repetimos aquel acto maravilloso. Pero esta vez nos descuidamos y, cuando abandonamos el baño, mi madre venía
por el pasillo.

-¿Qué hacen los dos en el baño?

Yo me turbé completamente. Raúl le contó una mentira sobre el dentífrico y yo me sonreí, pero a mi madre le bastó mirarme para
saber que él mentía y que no jugábamos inocentemente.

Me hizo ir a su dormitorio.

-Ya eres una mujercita y tu hermano un hombre. No quiero que vayan a hacer una tontería -me dijo.

-No mamá.

-Quiero que me digas la verdad. ¿Te ha tocado?

Me ruboricé hasta los cabellos. No necesitaba decir nada más.

-No quiero que pienses que has hecho algo malo -continuó diciendo-. Simple curiosidad. Además, no creo que tengan suficiente
experiencia como para saber realmente de que se trata.

Pero mi mirada y mi leve sonrisa le describieron mejor que nada la situación.

-¡Ya veo! Son unos cochinos -dijo riéndo.

Yo me alegré que tomara el asunto con tanta lijereza.

-No volveremos a hacerlo, te lo prometo.

Ella me sonrió.

-Si te ha gustado, chiquilla, buscarás con quién hacerlo.

-No, mamá, en serio.

-Dime, ¿Raúl ya tiene experiencia?

-No sé. No me ha contado.

-¿Pero te hace gozar?

-¡Oh, si! -exclamé espontáneamente, dándome cuenta que había metido la pata.

-Cochinita... Espero que no te haya... Tu entiendes.

-No -le dije-. Tiene cuidado en eso.

-¿No se ha corrido dentro tuyo?

-No...

Me agradó la confianza que ella demostraba.

-¿No te ha hecho doler?

-No. No la tiene tan grande.

-Todavía.

-No es como la de papá -dije entusiasmada por la confianza.

-¿Y cómo sabes eso?

-Bueno -tuve que confesarme-. Hace dos días, por casualidad, los vi a ambos...

-¡Así que espiándonos! Parece que tienes demasiada curiosidad, chiquilla.

-No lo hice a propósito -aclaré.

-Lo sé. Y esta bien -dijo besándome en una mejilla-. No tiene nada de malo. Creo que ya sabes que puede ser muy bueno.

-Si. Lo sé...

-¿Raúl lo hace bien?

-No conozco otra cosa, pero siento que está muy bien.

Me dijo que fuera a ayudar ala cocina. Yo, que nunca había sido muy colaboradora en las tareas domésticas, estaba tan contenta,
que fui feliz a lavar platos.

Raúl me salió al paso.

-¿Qué te dijo? -preguntó nervioso.

-No te preocupes. Ella lo comprende, pero no quiere que sigamos haciéndolo.

-¡Raúl!

La voz de mi madre era perentoria.

Mi hermano se persignó y partió a su encuentro. Yo, enferma de curiosa, decidí averiguar que le diría, por lo que volví a deslizarme
por el balcón hasta la ventana de su dormitorio.

Mi madre estaba sentada al borde de la cama y Raúl, de pie, estaba con la cabeza agachada. Seguramente recibía un buen reto.

-Sientate aquí -le dijo ella indicándole su lado.

-Mamá, yo...

-¿No crees que tu hermana es muy pequeña aún para tales trotes? Sin olvidar que es tu hermana.

-Si. Pero no creas que no sabe.

-Lo sé. Las mujeres nacemos con el instinto. ¿No te has corrido dentro de ella?

-No. Me cuidé de no hacerlo.

-Bien. Quiero que sepas que no se los reprocho.

-No volveremos a hacerlo. Fue una tontería.

-Quiero ver que no te hayas hecho daño. Muéstrame tu cosa...

Raúl la miró con inquietud, pero la orden era tan absoluta, que, abriendose la bragueta, sacó su miembro.

-Perdona hijo -dijo ella-, pero tendremos que levantarlo para ver si está bien. No quisiera que te dañaras en algo tan importante.

Entonces lo tomó con sus hábiles manos y con algunos movimientos expertos logró que se pusiera duro. Corrió la piel del glande
hacia atrás y lo observó.

-No veo que tengas problemas, pero sin duda que eres vigoroso.

Entonces mi hermano, en un acto reflejo, metió una de sus manos bajo la blusa de mamá, tocándole un seno.

-¡Raúl, por Dios! No seas tan impulsivo.

-Lo lamento.

-Parece que eres demasiado fogoso.

-Lo soy...

-¿Te masturbas mucho?

-Todos los días.

-Eso no es bueno.

Ella volvió a tomarle el miembro.

-Vamos a guardar esto antes que te desesperes.

Pero estaba tan tieso que no era posible volverlo a su sitio.

-¡Cielos! Que potencia tienes... -dijo ella riendo.

Mi hermano volvió a tomarle un seno, pero esta vez ella le dejó hacer.

-Pobre niño mío. Sacó el ardor de sus padres. Ven... -le dijo y, sacándose la blusa, acercó sus senos a la cara de Raúl.

Yo estaba paralogizada. Mi madre comenzaba a tirarse a mi hermano. Pero luego pensé que era lo mismo que hacía yo con él.

Ella se inclinó y comenzó a besarle el miembro con suavidad, pasándole la lengua a todo lo largo.

-Que hermosa cosita tienes... Sin duda llegará a ser grande y fuerte...

De pronto lo sorbió de un golpe, chupándolo con vigor. Mi pobre hermanito gemia.

Entonces mi madre se levantó y le quitó las pantalones y la camisa a Raúl. Después se desvistió ella y, haciendo que él se arrojara de espaldas en la cama, se colocó a horcajadas.

-¿Esto es lo que quieres? -le dijo.

-Si...

-Pues es tuyo, niño mío. Tómalo.

Y diciendo esto se lo envainó completamente en su concha.

Mi hermano se agitaba impulsando sus cadera hacia arriba, buscando una penetración absoluta, mientras ella movía su trasero en
círculos. Desde mi posición podía ver todo aquello. Me afirmé en la pared y metiendo mi mano bajo los calzones, comencé a
masturbarme.

-Ven, niñito. Tócame las tetas -decía ella, enardecida hasta el alma-. Tócamelas...

-Dejame chupártelas.

-Si... Chúpalas... ¡Oh! Queridito... Que me gusta sentirte... Tienes un palo suave y delicado... Que amoroso...

Raúl estaba pegado a sus tetas con fuerza, mientras ella continuaba en su tarea de sobarle el miembro con su concha.

Luego de un buen rato se separó de él y, deslizándose con las rodillas, colocó su sexo frente a la cara de Raúl.

-Ahora, hijito míó, vas a hacerme correr con tu lenguita.

Aunque había quedado casi de espaldas a mi, el espejo del closet me permitía ver todo aquello. Su sexo exuberante, de labios
sinuosos, se movía lentamente mientras Raúl introducía su lengua compretamente en el excitado orificio de su vagina.

-Ya me viene, querido... Ya me viene... Así... Más rápido... Más.... ¡Aaaah!

En ese momento sentí que también yo me corría, por lo que tuve que detener mi acción para no lanzar una exclamación y ser
descubierta.

Vi como ella, extasiada de placer, salía de su posición y tomaba entre sus manos el miembro de Raul. Comenzó a chuparlo
lentamente, para ir aumentando la energía poco a poco. Ví como lo masturbaba con la boca. Mi hermanito se retorció.

-¡Aaah! Me voy... Me corro...

-Dámelo, cariñito -dijo mamá, desprendiéndose, recibiendo en su cara el chorro nacarado de su semen. Inmediatamente volvió a
chuparlo con energía, mientras Raúl se retorcía.

-¡Oh! Que placer tan grande... Chúpamela... Así...

-¿Todavía te queda?

-Un poquitito.

Y continuó su tarea hasta dejarlo exhausto.

Yo me deslicé silenciosamente por el balcón hasta mi dormitorio y, arrojándome sobre el lecho, me hice una paja formidable...

Todo aquello me inquietaba, no por lo irregular de la situación, sino que por el contrario, porque no me producía rechazo, lo
encontraba perfecto, maravilloso. Me preguntaba si sería yo normal, si no estaríamos cometiendo un crimen terrible en esta casa.

Tenía pánico que mi padre fuera a descubrir todo el asunto.

De noche, Raúl entró a mi dormitorio.

-¿Estás dormida?

-No. Pasa.

-Hablé con mamá -dijo...

-No solo hablaron. Lo vi todo.

El me miró sorprendido.

-Se me olvidaba que eres una fisgona.

Entonces le abracé y le besé con fuerza en la boca.

-Quiero probar todo aquello.

-No creo que me queden fuerzas.

-Ya verás que sí -dije.

Y quitándole la ropa me avalancé sobre su miembro, chupándolo con todas mi ganas. Se puso inmediatamente rígido, duro y
potente.

-Ay, hermanita. Que gusto me das... Chúpalo así.

-¿Te gusta que te lo chupen?

-Me encanta.

-¿Así lo hace mamá?

-No necesitas que te enseñe.

-Quiero que me chupes la conchita -dije, quitándome la ropa y arrojándome de espaldas. Abrí mis piernas al máximo para que Raúl
pudiera hacerme gozar en plenitud.

-Tienes una conchita exquisita -dijo.

-Chúpamela... Así... Oh, que maravilloso...

De pronto miré hacia mi ventana y vi que, por entre los visillos, mi madre nos observaba. Puso el índice en los labios para hacerme
callar. Yo le sonreí. El saber que nos observaba me excito aún más. Obligue a Raúl a tenderse sobre mi y con mis manos guié su
palo duro y deseoso dentro de mi jugosa concha.

-Métemela... Así... Dame con ganas... Quiero correrme...

-Ay, hermanita mía, que conchita tan rica tienes... Te la meto entera... Siéntela.

-Si... Me gusta... Es deliciosa.

Entonces, rápidamente, Raúl se desprendió. Supe que estaba por irse, y no quería hacerlo dentro mío por obvias razones. Entonces
me incorporé y con mi boca terminé lo que había comenzado. Sentí el chorro caliente golpeando mi garganta y me vino un orgasmo
espléndido. Descubrí el enorme placer de recibir una descarga en la boca.

-¡Ah! -gimio Raúl-. Toma mi semen, trágalo...

Yo estaba fascinada. Lo chupé y lamí hasta que perdió su vigor. Volví a mirar hacia la ventana y vi como mi madre me hacía una
seña de despedida.

A la tarde siguiente decidí ir a remojarme a la piscina para capear el calor. Mi padre estaba tirado en el pasto, leyendo, mientras
tomaba sol. No pude evitar el posar mi mirada en el bulto que se notaba bajo su traje de baño.

Me metí al agua. Estaba nadando cuando escuché el chapuzón. Mi padre se había arrojado a la piscina, pero no veía donde estaba.
De pronto sentí que me hundían. Me había tomado por las piernas.

-Eres un antipático -le dije riéndome.

-Y tu una lindura -respondió y rozó mis labios con los suyos-. Te apuesto a que te gano.

Su desafío me entusiasmó. Salí nadando rápidamente pero él me alcanzó y comenzó a adelantarse. Entonces intenté detenerlo. Lo
tomé de su traje de baño, quitándoselo por completo.

-¡Eres una malvada! -exclamó mientras flotaba.

Yo tomé la prenda, la agité en el aire, y la arrojé fuera de la piscina.

-Vas a tener que traerla.

-No. Tendrás que ir a buscarla.

Entonces él se avalanzó sobre mí y sin que pudiera evitarlo, me quitó igual prenda y la arrojó fuera.

-Estamos a mano.

Yo reía sin poder contenerme. De pronto bajé la vista y vi que su miembro se levantaba bajo el agua.

-¿Qué estas mirando, intrusa? -dijo.

-Creo que así no vas a poder salir -contesté entre risas.

Traté de alcanzar la orilla, pero me atrapó. Al volverme quedamos abrazados. Sentí pegado a mi cuerpo su miembro, el que creció
aún más. Se me hizo un nudo en el estómago. No podía dejar de mirarlo. El me soltó, pero yo a él no. Con mis piernas le abracé por la cintura y nos hundimos. Su pene endurecido estaba verticalmente, tocándo mis labios vaginales. Con un movimiento rápido solté el tirante del superior de mi bikini y lo arrojé fuera de la piscina.

-¡Que estás haciendo! -dijo él, tratándo de separarse, pero se lo impedí.

Me pegué a su boca con la mía. Empujé con mi lengua hasta que vencí su resistencia y me dejó entrar, jugando a su vez con la
suya.

Entonces bajé una mano y toqué aquella maravilla. Estaba como un hierro candente. Me solté y me zambullí y allí, dentro del agua,
se la chupé con ganas.

Salí y, volviendo a tomarla, la coloqué en la entrada de mi conchita.

-Métemela, papito... Por favor.

-Eres una perra caliente, chiquilla.

-Si. Soy tu perra caliente. Fornícame con todas tus ganas.

Y entró suavemente. Sentía mi concha repleta, absolutamente ocupada con aquel palo vigoroso y enorme. El placer me enloquecía.

-Muevete...Muevete con ganas. Penétrame hasta el fondo.

-Si, chiquitita mía. Que rica eres.

-¿Te gusta mi conchita?

-Es maravillosa. Ajustadita.

-¿Te da placer?

-Todo el del mundo.

-Oh, que gusto me da eso. Fornícame... Quiero correrme...

-Si, chiquitita. Correte...

-Y quiero que tu te corras.

-No puedo. Dentro tuyo no puedo.

-Lo sé... Te juro que tomaré anticonceptivos. Lo haremos de nuevo, ¿no?

-Cada vez que quieras. Oh, chiquitita... Mueve tu conchita.

-¿Así? ¿Te gusta así?

-Oh, Dios... Tengo que salirme. Me voy a correr...

Entonces se desprendió. Lo tomé con mis manos y se lo meneé hasta que sentí el chorro caliente, mientras pegaba mi boca a la
suya, tragando su saliva que manaba a consecuencias de su orgasmo.

-Maravillosa chiquitita. Veo que has aprendido mucho.

-Contigo lo aprendí todo... -dije.

Entonces me salí del agua y fui a buscar nuestras prendas, antes que apareciera Raúl o mamá, aunque ya no me importaba mucho.

A la hora de la cena, sentados a la mesa, yo me sentía bastante extraña al ver como todos actuaban como si nada hubiera pasado.
¿Qué diría mamá si supiera que yo había fornicado con papá? ¿Y papá, si supiera que Raúl se había cogido a mamá?

De pronto papá golpeó su copa con el tenedor.

-Hijos, atiéndanme por favor. Con mamá queremos hablarles de algo muy importante.

Raúl y yo nos miramos.

-Queremos que sepan -dijo mamá- que con su papá no tenemos secretos. Ambos sabemos todo lo que sucede.

-¿Lo saben? -preguntó Raúl.

-Así es -dijo papá-, pero hay algo que ustedes no saben.

-¿Y que es? -inquirí.

-Que su mamá y yo... somos hermanos.

Raúl se atoró y yo los miré con incredulidad. Fue mi mamá la que habló.

-Si. Somos hermanos, como los fueron nuestros padres y sus padres también.

-Ha sido algo que viene desde muy antiguo, por muchas generaciones. Pensamos que, si manteníamos el secreto, ustedes podrían
hacer una vida normal, pero ya vemos que lo llevan en la sangre, como nosotros.

Yo, decidida, me puse de pie y me senté en la falda de papá.

-Entonces, ¿qué estamos esperando?

Nos besamos. Vi como mamá acariciaba a mi hermano y comencé a excitarme.

-¡Vamos al dormitorio! -dijo ella.

Todos la seguimos, mientras en el camino ibamos quitándonos las ropas. Nos arrojamos sobre el lecho en confusión. Yo me puse
sobre papá quién estaba como toro, con su pene gordo y grande enhiesto como un hueso. Mamá comenzó a chuparle el miembro a
Raúl. Después se arrojó de espaldas y mi hermano la chupó a ella. Sentí como el palo de mi padre me llenaba por completo.

-¿Te gusta tu padre? -me preguntó mamá, jadeante.

-¡Tiene un palo maravilloso! -dije.

-¿Te gusta que te la meta? -prosiguió.

-Me encanta. ¡Me facina! Oh, papito, hazme gozar... Así. Adentro y afuera. Toma mi concha, tómala...

Entonces mi madre de incorporó.

-Dejame un poquito -me dijo.

Me retiré y ella se puso sobre él, introduciendo su pene ¿Te gusta que tu padre te la meta? -preguntó a Raúl.

-Si... Se siente delicioso...

-Fornícalo, querido. Enseñale lo que es el placer.

-Si... enseñame, papito. Más rápido...

-¿Te vas a correr?

-Si...

Entonces papá se desprendió y se colocó de bruces.

-Correte dentro mío -dijo y levantó la colita.

Raúl se retiró de mi ano y montó a papá.

-Cógeme, hijo... Dame con todas tus ganas.

Con mamá observábamos la escena mientras nos masturbábamos mutuamente.

Entonces Raúl se enderezó.

-¡Me corroooo!

-¡Oh! Lo siento correrse -dijo papá-. Siento su jugo...

Yo ya estaba en el punto justo. Mamá también. Entonces ví como papá eyaculaba sobre la cama. Caí de espaldas mientras mamá
me metía tres dedos en la concha y yo casi me desmayaba de la emoción. Entonces la imité y, una frente a la otra, yo la penetraba
con mis dedos y ella a mi. Y así, ambas nos corrimos como condenadas.

-¡Correte, puta...! -grité.

-Si... Puta... Y tu, putita hermosa... Correte mi putita.

-Méteme la mano... -le dije.

Y de un golpe me penetró con su puño. Entonces un orgasmo formidable me electrizó el cuerpo completo.

-¡Oh... mamá...! Que maravilla hacer el amor contigo.

-Y seguiremos haciéndolo.

-Si... Toda la vida... Toda la vida.