miprimita.com

Mi historia (1)

en Fetichismo

FANTASIAS FETICHISTAS – Parte 1ª

Mi nombre clave es "Slave Fran", tengo cuarenta años y asumo mi condición de ser inferior a la mujer. A mí siempre me ha excitado la mujer vestida de cuero y calzada con botas pero hasta los dieciséis años, cuando en la revista Lib apareció un especial dedicado a Susana Estrada donde a lo largo de mas de treinta páginas dominaba a un hombre (Azotes, humillación, ataduras, etc...), no descubrí cual era mi condición sexual.

A los diecisiete años empecé a trabajar en una zapatería, con lo que podéis imaginar lo que disfrutaba cada día en cuanto llegaba Septiembre, aunque la tristeza se apoderara de mí en cuanto llega Marzo o Abril.

Con dieciocho años me trasladé a un pueblo de la periferia y todos los días tenía que bajar a trabajar a Madrid en transporte público, y llegué a un juego de puntuar a las mujeres de acuerdo al tipo de calzado que llevaban (botas o botines), y a las prendas de cuero que llevaban puestas (pantalón, falda, abrigo, chaquetón o cazadora).

Mi primera novia, Beatriz, la conocí en una discoteca en el mes de Octubre de 1980. Vestía un pantalón de pana de color marrón, botas color beige de media caña por fuera del pantalón y una camisa negra muy ajustada y abiertos los botones que dejaba ver dos maravillosos pechos. La casualidad hizo que tropezáramos a la salida de la discoteca, y después de disculparme por el encontronazo hablamos, la acompañe a la puerta de su casa y así empezó nuestra relación.

Al mes de relación la pregunté que opinaba de una pareja donde la mujer domine al hombre, ella se asustó ante mi pregunta y me respondió que le parecía increíble que eso llegara a suceder entre dos personas que se querían, contrarreste su argumento diciéndole lo maravilloso que era para mí ver una mujer calzada con botas de tacón, vestida con ropas de cuero y dando órdenes al compañero. Después de insistir en conocer su posición respecto al tema, comprendió mis deseos, y me pidió información de mis fantasías; durante varios días leíamos y veíamos fotos juntos, de las revistas que la llevaba sobre el tema, en una discreta cafetería.

Pasadas unas semanas, me informó que si era lo que yo quería, ella estaba dispuesta a realizar algunas cosas de las que había visto en las revistas, pero con calma, quería descubrir algo diferente y si le gustaba ya hablaríamos de otras cosas. Lo primero que hice al día siguiente fue comprarla unas botas de cuero negro, por cierto muy caras para lo que ganaba, de alto y fino tacón.

Un día la comenté si íbamos al domingo siguiente a una discoteca de parejas que conocía en el centro de Madrid, muy discreta y oscura, a lo que ella accedió. Apareció a las cuatro y media de la tarde con las botas que la había comprado, por fuera de un estrecho pantalón de punto en color negro y que la marcaba su trasero, la camisa negra del día en que la conocí y una cazadora de cuero negro. Después de besarla la cogí de la mano y tomamos el transporte público para dirigirnos a la discoteca, cada vez que la miraba mi excitación subía mas y el bulto de mi paquete era cada vez mas patente.

Cuando llegamos a la discoteca, nos sentamos, pedimos una bebida y comenzamos a besarnos. Pasados unos minutos empecé a tocarla la entrepierna y poco a poco fui bajando la mano hasta que llegué a tocar las botas. En ese momento ella retiró mi mano de las botas, cerró la boca y me empujó hacia atrás.

Dame un cigarrillo – Me dijo

Saqué el paquete de tabaco, la ofrecí el cigarrillo y se lo encendí, a continuación saqué otro para mí y nada mas encenderlo, me lo quitó y lo apagó en el cenicero.

Tu no debes fumar, es malo para la salud y necesito que estés sano para servirme - Me quedé totalmente cortado ante estas palabras y ella se dio cuenta de mi cara de sorpresa, por lo que continuó - ¿cómo quieres empezar a servirme?

Tras unos segundos y sin pensarlo dos veces la respondí.

Quiero arrodillarme ante ti, lamer y besar tus botas mientras utilizas mi mano como cenicero.

Si es lo que quieres, arrodíllate a mis pies y empieza a servirme.

Me puse de rodillas, agaché la cabeza, levanté la mano, besé el empeine de sus dos botas y saqué la lengua comenzando a lamer la bota izquierda. Cada pocos segundos sentía calor en la mano levantada, de la ceniza que iba depositando. Pasados un par de minutos eyaculé de una forma tremenda y todo mi cuerpo comenzó a temblar. En ese momento, ella me cogió por el pelo y me levantó la cabeza, mis ojos se fijaron en los suyos y me preguntó.

¿Apago el cigarrillo en el cenicero humano?

No, por favor – Respondí con la voz entrecortada – Apágalo en el cenicero.

Beatriz apagó el cigarrillo, sin soltarme del pelo, cuando estuvo totalmente apagado me soltó el pelo y me dijo.

He notado que has disfrutado con la experiencia, a mí me ha excitado, pero ahora necesito disfrutar como tú.

Me senté a su lado y comenzamos a besarnos de nuevo, la metí la mano por dentro del pantalón y comencé a masturbarla con la mano. Aunque no tenía ninguna experiencia, por su respiración y sus movimientos notaba si Beatriz disfrutaba. En un par de minutos comenzó a agitarse con los espasmos del orgasmo que estaba teniendo.

Una vez relajados, la comenté que había sido maravilloso, que me había excitado desde el mismo momento en que la vi esa tarde y que había sido la mejor corrida de mi vida. Ella me respondió que también se había excitado cuando yo estaba a sus pies, que la había puesto a tope y que había tenido un orgasmo increíble, pero que no deseaba repetirlo jamás.

Me entristecí con la situación pero comprendí que la había calentado demasiado la cabeza desde el primer momento, y que si la perdía, la culpa sería solo mía.

El día de Nochebuena me dijo que no quería seguir conmigo, que cada vez que estaba junto a mí le venían a la cabeza lo ocurrido en la discoteca y que no deseaba hacerme daño ya que no cumpliría nunca mis fantasías. Lo comprendí y no tenía nada que reprocharla, por lo que la di un último beso y me marché dejándola a ella con los ojos llorosos.

Me planteé la vida de otra forma a partir de ese momento, disfrutaría con mis pensamientos eróticos yo solo y no me comprometería a corto plazo con ninguna chica.

Así pasó el tiempo, cada vez que me masturbaba, en mi cabeza se repetía la escena de la discoteca con Beatriz, no podía olvidarla y tampoco me planteaba volver con ella.

Una vez terminé el servicio militar, encontré trabajo en una oficina como administrativo. En dicha oficina dedicada a materiales de construcción estábamos cuatro chicos de mi edad aproximadamente. Una vez me hube asentado en el trabajo, consideré que había pasado el tiempo suficiente y que podría buscar una nueva relación.

Después de varios meses de no encontrar a ninguna chica con la que encajase, opté por poner un anuncio en una revista de contactos para ver si conseguía una relación de acuerdo a mis fantasías.

Tres meses mas tarde de poner el primer anuncio recibí una carta de Carla, me explicaba que era sudamericana, que llevaba seis meses en Madrid y que consideraba que los hombres deberían estar siempre al servicio de las mujeres, solicitaba información sobre mis fantasías, hasta donde estaba dispuesto a llegar, como era y el envío una fotografía desnudo. Me pareció que era imposible la última parte. Un amigo mío se casaba de penalti un mes mas tarde y Manolo, el mas golfo de la pandilla, propuso que le hiciésemos una despedida de soltero y se le ocurrió la feliz idea de hacerle un póster con una foto de cada uno de nosotros desnudo para que su futura mujer pudiera comparar.

No me lo pensé mucho y me encargué de organizar la sesión fotográfica para el siguiente sábado, en mi casa ya que mis padres no iban a estar.

Al sábado siguiente por la tarde, puse sobre la pared del salón una sábana blanca y nos fuimos haciendo cada uno de nosotros 2 fotos, una con gafas de sol para que no nos reconociesen y otra con la cabeza cortada. Mario, que tenía mucha cara, fue el encargado de llevarlo a revelar.

El jueves siguiente, nos juntamos la pandilla para ver las fotos, nos reímos un buen rato viéndolas y decidieron que el póster lo iban a hacer con la que estábamos con gafas de sol, por lo que la segunda foto nos quedamos cada uno con la nuestra.

Llegué a casa y esa noche estuve hasta las tres de la mañana escribiendo la carta de respuesta a la que podría ser mi dominadora, Carla. La informaba que era fetichista de la mujer vestida de cuero y con botas, que deseaba ser dominado y humillado por ella, que me gustaría convertirme en su criado y que estaría dispuesto a lo que ella ordenase siempre que no me dañase. Cuando terminé la metí en un sobre junto a la fotografía y la guardé debajo de la cama.

A la mañana siguiente, frío día de Enero de 1984, me escapé de la oficina para comprar un sello y echar la carta al correo, y desde ese momento comenzaron los nervios.

A primeros de Febrero, cuando llegué a casa tenía la carta de respuesta de Carla. En ella me informaba que había sido seleccionado para realizar una prueba, me indicaba un teléfono y que la llamase entre las 16,00 horas y las 22,00. Salí a la calle y la llamé desde la primera cabina que encontré.

Buenas tardes, ¿señorita Carla? – Pregunté

Si, soy yo, ¿quién llama? – Respondió con un tono sudamericano pero con una suave voz.

Soy ....., acabo de recibir su carta y quería que me informase de cuando puedo realizar la prueba.

Te espero el próximo viernes a las 19,00 horas

Perfecto, ¿me puede dar la dirección?

Está reservada la habitación 214 del hotel Mindanao, que está en Argüelles, te espero a las 19,00 horas del próximo viernes y espero que no faltes a la cita.

No señorita, seré puntual.

Cuando llegues a la puerta de la habitación, golpea tres veces con los nudillos.

De acuerdo señorita.

Y colgó el teléfono quedándome con las ganas de haber preguntado algunas cosas más.

Pasé los dos días que quedaban muy nervioso y tanto los compañeros de trabajo como mi jefe lo notaron. Les comenté que era debido a una cita que tenía y lo único que conseguí fue una sonora carcajada de todos que me hizo sonrojar.

Por fin llegó el viernes, a las seis de la tarde salía de trabajar y cogí el metro hasta Argüelles, a las seis y veinte estaba delante del hotel. Esperé, helado de frío y nervioso, hasta las siete menos cinco, momento en el que entré en el hotel. El recepcionista me preguntó dónde iba, le contesté que a la habitación 214 a una entrevista de trabajo, autorizándome a continuación a subir.

Esperé hasta las siete en punto de mi reloj para golpear tres veces en la puerta de la habitación, mi corazón estaba acelerado y segundos después, la puerta se abrió. Apareció Carla vestida con short de cuero negro, con botas de tacón hasta la rodilla de piel de color negro. Un chaleco de cuero negro, guantes hasta el codo de piel negra con un brazalete de plata en cada una de sus muñecas. Una gorra de piel negra completaba el vestuario de la dominadora. Su pelo rubio estaba recogido en un moño, era joven, no debería pasar de los veinticinco. Sus ojos oscuros me hipnotizaron.

Acaba de comenzar la sesión, ponte de rodillas – Pasé y obedecí humildemente, la puerta la cerró de un portazo – Pasa al baño y quiero que te desnudes y me esperes de rodillas, con los brazos en cruz, con un collar en tu cuello, una correa de perro atada al collar y en la boca una fusta, ¿entendido?.

Sí señora – Respondí mirando sus botas.

A partir de ahora solo hablarás cuando te pregunte, te dirigirás con un si o un no añadiendo las palabras Domina Carla y pobre de ti como desobedezcas. Aquí no hay tiempo pactado con lo que podemos estar toda la tarde, toda la noche o toda la vida, si me apetece, ¿has comprendido?.

Sí Domina Carla.

Deja tu ropa en el cesto y, por tu bien, espero que no desobedezcas ninguna orden.

Diciendo estas palabras, se dio la vuelta, abrió la puerta del baño y se dirigió a la habitación grande. Inmediatamente y a cuatro patas entré en el baño y cerré la puerta.

Cuando terminé de desnudarme cogí el collar y me lo puse en el cuello, a continuación la correa que enganché al collar, finalmente tomé la fusta y la coloqué entre mis dientes, de la forma que había ordenado Domina Carla.

Momentos después de ponerme de rodillas con los brazos en cruz, la correa en la mano y la fusta en la boca, comenzó a sonar música clásica en la habitación y un par de minutos después, la puerta se abrió.

Con la cabeza hacia el suelo pude observar las botas que se dirigían hacia el lugar que ocupaba. Esas botas se detuvieron a escasos centímetros de mis ojos y un tirón del pelo me hizo subir la cabeza y la mirada. Allí estaba Domina Carla.

Esclavo – Dijo Domina Carla retirando su mano del pelo y cogiendo de la boca la fusta – Bésame la mano en señal de sometimiento a mi persona – Puso la palma de su mano izquierda frente a mi boca.

Besé la mano empezando por los dedos, uno a uno y posteriormente fui subiendo por el brazo hasta llegar al codo continuando por la parte posterior hasta llegar de nuevo a los dedos por el dorso de la mano. Cuando terminé de besar de nuevo los dedos, Domina Carla cogió la correa de la mano.

Sígueme, esclavo – Ordenó Domina Carla – A cuatro patas como un perro.

La seguí hasta un sillón en el que se sentó.

Ahora lámeme las botas, no quiero que dejes un solo centímetro sin lamer con tu asquerosa lengua, y quiero que saques bien la lengua, que yo la vea.

Saqué la lengua todo lo que pude y comencé a lamer la bota derecha de Domina Carla, empecé por el empeine, continué por los laterales y fui subiendo por un lateral, finalizando encima de la rodilla y bajando por el otro lateral. Al llegar al suelo, empecé a lamer la parte trasera de la bota, desde el tacón y fui subiendo hasta llegar a la rodilla en que cambie a la parte delantera y lamí toda la bota hasta llegar de nuevo al empeine. Cuando Domina Carla lo consideró, ordenó.

Ahora la otra bota.

Repetí el mismo recorrido con la otra bota. La boca estaba quedándose seca por lo que, cuando estaba en la parte trasera de la bota, recogí la lengua y comencé a pasarle los labios. Domina Carla lo notó y recibí un golpe de su fusta en el muslo.

No lo haces bien, quiero que empieces de nuevo a lamer la bota – dijo en tono suave como susurrando y descargando un nuevo golpe con la fusta en el muslo.

Situé de nuevo la boca en el empeine, saqué la lengua y comencé a lamer. Cuando terminé de cumplir la orden perfectamente, Domina Carla volvió a hablar.

Por esta vez no te haré limpiarme la suela de las botas, lo dejaré para otra ocasión, ahora apoya la cabeza en el suelo, levanta el trasero y abre bien las piernas, quiero que cuelgue ese trozo de carne que tienes entre las piernas.

Cumplí la orden colocando las manos delante de la cabeza. Noté que Domina Carla acariciaba la espalda con la fusta. Por fin, la fusta dejó de tocar el cuerpo. Domina Carla se puso en pié pisándome las manos y segundos después, noté que comenzaba a tocarme los testículos que ya empezaban a estar inflamados. Una cinta de raso fue atada fuertemente a los mismos. La cinta se deslizó por la abertura del ano y fue atada finalmente en la parte trasera del collar. Sin mediar palabra, un látigo de tiras comenzó a golpear las nalgas. A cada golpe que daba Domina Carla, yo respondía con movimientos del cuerpo, tratando de esquivarlos. Recibí, creo recordar, que fueron veinte golpes.

Cuando finalizó la azotaina y mientras me recuperaba, observé como se dirigía al baño. Pasaron algunos minutos hasta que regresó. Se acercó a mi trasero y comenzó a desatar la cinta, primero del collar y de los testículos después. Cuando finalizó, se sentó de nuevo en el sillón pisándome otra vez las manos, pero esta vez con los tacones de las botas.

Túmbate en el suelo, esclavo – Ordenó Domina Carla.

Me tumbé en el suelo boca arriba. A continuación, Domina Carla apoyó el tacón de sus botas sobre el pecho y estómago y comenzó a mover los pies, provocándome dolor por los tacones.

¿Disfrutas, esclavo?

No, mi ama.

Domina Carla descargó un golpe, con el látigo de tiras, sobre el pene y los testículos.

¿Qué has dicho? – Preguntó el ama.

No, Domina Carla – Respondí.

Eso está mejor, y no es menos cierto que es lo que deseo, que no disfrutes.

Domina Carla tomó del bolsillo del chaleco un cigarrillo y lo encendió. Tras las primeras caladas, dejó caer la ceniza sobre mi cuerpo y siguió clavando los tacones de las botas.

Cuando el cigarrillo se consumió, Domina Carla se puso en pié sobre mi cuerpo y se dirigió a la nevera regresando a los pocos segundos con un vaso de hielo. Se situó con las piernas abiertas sobre mi cara, se bajó el pantalón hasta donde las botas la permitían, apoyó su sexo cubierto por las bragas sobre mi boca y ordenó.

Saca tu lengua y lame, esclavo.

Obedecí de inmediato. Saqué la lengua y comencé a lamer el sexo del ama. Domina Carla empezó a pasar por mi desnudo cuerpo el hielo. Primero por el pecho, después por los brazos, mas tarde por las piernas y finalmente, restregó el hielo sobre los testículos y el pene inflamados. Cuando llegó al pene, no aguantaba mas el peso y dejé de lamer. Domina Carla me azotó un par de veces los testículos con el látigo de tiras.

Continua lamiendo, esclavo, no te he dado permiso para que te detengas.

Hice un nuevo esfuerzo y volví a lamer el sexo mientras Domina Carla se centraba en restregar el hielo por los testículos. Algunos minutos después, Domina Carla se puso en pié, con las piernas abiertas encima de mi cara, y yo con la lengua fuera de la boca.

Ponte a cuatro patas, como un perro – Ordenó Domina Carla.

Me incorporé y adopté la posición que se me había ordenado quedando la cara frente a las botas. Se volvió a colocar el pantalón y dio dos vueltas muy lentamente alrededor de mi cuerpo. Finalmente se detuvo a la altura de mi trasero.

Quiero que seas mi caballo – Ordenó Domina Carla sentándose a horcajadas sobre la espalda. Cogió la correa del collar y ordenó – Adelante caballito.

Comencé a caminar a cuatro patas por la habitación. Domina Carla, con los pies en el aire, iba golpeando con el látigo de tiras mi trasero. Después de un par de vuelas me hizo detenerme frente al vaso con el hielo y se puso en pié frente a mi cara.

Bebe como un perro – Ordenó.

Metí la lengua en el vaso y comencé a lamer el hielo durante breves segundos.

Basta – Ordenó de nuevo Domina Carla – Ponte de pie frente de la ventana, te voy a atar.

Me puse en pie y me situé frente a la ventana. Domina Carla cogió un palo largo con unas muñequeras, me amarró dejándome los brazos separados.

Sube los brazos por encima de la cabeza y que no se te ocurra bajarlos bajo ningún concepto, ahora va a empezar el sufrimiento, no dejaré de golpearte hasta que pidas clemencia – Dijo Domina Carla.

En ese momento, comenzó a golpear con el látigo de tiras, el trasero y la espalda. A cada golpe, movía todo el cuerpo, hasta que, después del golpe treinta y con el cuerpo dolorido, comencé a llorar y a implorar que dejase de golpearle.

Por favor, Domina Carla, no me golpee mas, no lo soporto.

Un par de golpes mas cayeron sobre mi cuerpo. A continuación, Domina Carla hizo bajar mis brazos y me desató. Me puse a cuatro patas en señal de sumisión y puse mis labios sobre las botas de Domina Carla, comenzando a besarlas.

Mastúrbate, esclavo – Ordenó Domina Carla.

Cogí mi pene excitado con la mano derecha y comencé a masturbarme rápidamente frente a sus pies, en muy pocos segundos eyaculé sobre el suelo de la habitación, algunas gotas de semen cayeron sobre las botas. Domina Carla se retiró y se sentó en el sillón.

Limpia el suelo con papel – Ordenó de nuevo.

Fui al servicio y cogí un trozo grande de papel higiénico, regresé y, después de limpiar el suelo, lo deposité en una papelera. A continuación, me dirigí a cuatro patas hasta el sillón.

Muy bien, así me gustan los esclavos, que no olviden nunca su condición. Límpiame las botas con la lengua, mis botas no merecen sen manchadas con tu mierda de leche.

Saqué la lengua y lamí las zonas manchadas de las botas de Domina Carla. Cuando terminé, esperé con la cabeza agachada alguna orden nueva.

Ve al baño y vístete, no cierres la puerta y no salgas hasta que te llame.

Sí, Domina Carla – Respondí.

Me fui a cuatro patas hasta el baño, me limpié los retos de semen del pene con papel y me vestí. Unos minutos después de terminar, Domina Carla me llamó.

Esclavo, ven a presencia de tu ama.

Salí del baño caminando normalmente y me dirigí hasta el sillón donde continuaba sentada mientras fumaba un nuevo cigarrillo.

¿Te ha gustado? – Preguntó Domina Carla

Sí, Domina Carla, me ha gustado mucho – Respondió Roberto.

Espera entonces mis noticias.

Gracias, Domina Carla.

Puedes retirarte – Ordenó.

La salude con una inclinación de cabeza y salí de aquella habitación. Pocos días después recibí una carta en casa donde me decía que no había superado la prueba y que por tanto no formaría parte de su cuadra de esclavos. No he vuelto a tener noticias de Domina Carla desde aquella carta.