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Una historia rural

en No Consentido

1958, la dictadura del General Franco duraba ya casi 20 años. El aislamiento político y económico de España estaba en su fase más crítica, los hombres de las zonas rurales más deprimidas emigraban, unos por razones políticas y otros por razones económicas. Los pueblos de Extremadura se desertizaban, sólo iban quedando los trabajadores de grandes latifundios que se dejaban la piel por sus señores, que además de ser propietarios de la tierra, controlaban el destino de los pueblos y de sus gentes.

Yo contaba por aquel entonces 18 años, hija única, mi padre estaba enfermo en cama desde hacia 3 años, mi madre, por suerte, era la costurera de la familia de Don Martín, uno de estos ricos señores, y yo, a parte de ayudar de vez en cuando a mi madre, ayudaba a la recolección de cerezas en temporada. No era mucho pero suficiente para mantenernos.

Ya hacía 1 año que había terminado la escuela y viendo la situación de nuestra comarca, soñaba con emigrar algún día a la ciudad. Tenía mucho tiempo para leer, algo que mi madre no entendía en una chica, y pasaba las horas imaginando una vida confortable al lado de un chico guapo y rico que me cuidara y me quisiera, pero desde luego no en el pueblo.

Los pocos chicos que iban quedando trabajaban en las tierras de los señores y no se les veía a menudo, pero alguna vez me rondaban buscando chica para casarse. De todos había uno que me gustaba, Pedro, pero ni loca me casaría con él, mi meta no era ser la esposa de un pobre jornalero en el pueblo. Él estaba entusiasmado conmigo, creo que estaba enamorado, y sobre todo porque era el único chico al que dejaba tener escarceos amorosos conmigo. No fue el primer chico con el que estuve, pero si el único con el que de vez en cuando me escapaba al río a bañarnos desnudos y a hacer el amor.

Una tarde de agosto estaba ayudando a mi madre con una mantelería de la esposa de D. Martín, el día estaba siendo muy caluroso, cuando hace ese calor es mejor no salir de casa hasta que se pone el sol. Estábamos en la cocina y escuché unos golpes en la ventana de la cocina. Era Pedro.

Mira Carmencita, es Pedro. Pero no puedes dejarrme sola, tenemos que acabar el mantel.

Mamá, déjame ver que quiere, por favor.

Salí corriendo por la puerta y ahí estaba, con sus pantalones de faena y sin camisa, luciendo su moreno y curtido cuerpo por el sol, y por supuesto con su gorra gris que no se quitaba casi ni para bañarse.

Hola, Carmencita, hoy nos han dejado la tarde libre, pues el tejado de las caballerizas del cortijo de D. Martín se ha venido abajo y lo están arreglando, ¿nos vamos al río a bañar?

No puedo, tengo que ayudar a mi madre, pero……. espera, lo voy a intentar.

Entré veloz y con una sonrisa engatusé a mi madre, me puse melosa y muy mimosa y después de casi 10 minutos la convencí a cambio de que terminara mi trabajo por la noche, aunque me quedara sin dormir.

Después de caminar los 2 juntos durante 20 minutos llegamos al río. Bordeándolo, tuvimos que seguir unos 15 minutos más para llegar a nuestra poza preferida, era uno de los lugares con más vegetación de la cuenca del río. Al llegar, y casi sin darme cuenta, Pedro se había quitado los pantalones y ya estaba dentro del agua. Desde el río, me salpicaba y me insistía para que me metiera cuanto antes. Así que rápidamente me quité el blusón y la falda, y me quedé en combinación. Me tiré al agua y Pedro empezó a jugar, a hacerme aguadillas. Me cogía por las piernas, me levantaba y me dejaba caer en el agua. A decir verdad se estaba estupendamente en el agua, no se notaban casi los 40 ºC que quemaban el atardecer.

Como siempre, Pedro cada vez me tocaba más, se restregaba, me tocaba los pechos y los muslos, pero disimuladamente, como jugando. Dependía de mi hacer o no el amor. Si me apetecía lo hacíamos, si no, no. Pero él siempre lo intentaba, aunque si yo no le dejaba, no insistía, eso era algo que admiraba en Pedro, me respetaba como mujer y como persona.

Tras un rato de juegos y toqueteos, Pedro estaba completamente excitado, se abalanzó sobre mi restregando sus fuertes manos en mis pechos, tan fuerte se abalanzó que me hizo daño, me tenía sujetas las muñecas, pero en ese momento me dio miedo y le grité que me soltara.

Pedro, sorprendido por mi reacción se quedó inmóvil, se separó unos centímetros y se quedó mirándome a los ojos.

Me has hecho daño, bruto. No te puedes descontrolar así. ¡Déjame!

Pero Carmencita,……..si yo…..perdona. No quería hacerte daño.

Suéltame, bruto, más que bruto.

Me di media vuelta y me dirigí a la orilla, donde estaba nuestra ropa. Al salir del agua me di cuenta que se me transparentaba toda la combinación mojada, todo mi cuerpo se contemplaba esplendoroso, lozano, a pesar de mi enfado. Pedro permanecía inmóvil, contemplándome y de pronto, al acercarme a la ropa, vi unos matorrales moverse. Me asusté y grité si había alguien pero no respondió nadie. Me quedé mirando para intentar ver algo y de repente oí unos matorrales moverse más lejos, conseguí apreciar la silueta de una persona que salía corriendo.

¡Pedro! Sal del agua, nos estaban espiando.

Carmencita, yo no he visto a nadie.

De verdad, he visto a una persona salir corriendo. Créeme.

Pues yo no he visto a nadie.

Te lo juro, había alguien. Venga, vámonos, me quiero ir a casa.

Nos vestimos y empezamos a caminar, el sol empezaba a ponerse. No habían pasado 5 minutos cuando escuchamos el trote de un caballo a nuestra izquierda. Los dos nos quedamos parados, entre asustados y expectantes, tras unos matorrales y unas encinas apareció el caballo, montado por Julián, el hijo mayor de D. Martín. Nos tranquilizamos al verle.

Hola Carmencita, hola Pedro, a ti te estaba buscando. Ha surgido un problema con el tejado de las caballerizas, necesito que vayas al cortijo para ayudar a los demás a arreglarlo, ya mañana buscaremos una solución, pero ahora tenemos que salir del paso.

Pero …, iba a acompañar a Carmencita a su casa.

No te preocupes, yo la acompañaré, siempre y cuando a ella no le importe.

Julán no pudo evitar soltar una sonrisa, no me quitaba ojo de encima, todavía se transparentaba ni cuerpo por el vestido húmedo. Yo mirando a Pedro, asentí con la cabeza. No me entusiasmaba la idea, pues Julián, con sus 28 años, tenía fama de juerguista y de visitar a menudo los prostíbulos de la comarca. Pero bueno, mejor eso que volver a casa anocheciendo y sola.

Pedro se despidió y salió rápidamente en dirección al cortijo que debía estar a unos 20 minutos andando. Mientras, Julián se bajó del caballo, lo tomó de las riendas y se colocó a mi lado. Comenzamos a andar, yo no le miraba y él no apartaba sus ojos de mi. Me comentaba sobre el cortijo y yo sólo asentía. Al poco empezó a hablarme de mi, de que debía salir del pueblo, de que llegaría lejos si emigraba, de lo guapa que era, de que encontraría un hombre que me quisiera. Comenzaba a ponerme un poco nerviosa, no me estaba gustando el tono de la conversación. La tarde se convertía poco a poco en noche y al llegar a un campo de cerezos le entraron ganas de orinar. Ató el caballo a unas ramas y sin apartarse casi de mi se abrió la bragueta y empezó a orinar. Me di la vuelta, no quería mirar, le tenía a tan solo un par de metros. Escuchaba nerviosa el ruido de la orina en la tierra. Me llamó y me volteé, y ahí estaba, agitando su pene para soltar las últimas gotas. Se lo volvió a enfundar, se subió la cremallera y se acercó a mí, sin apartar su mirada de mis pechos que se pegaban a mi blusón me dio un beso en los labios.

Carmencita, siempre me has gustado. Eres la chica más guapa del pueblo. Además tienes un cuerpo que cualquier hombre pagaría una fortuna por poseerlo.

Yo estaba petrificada, asustada, ya le miraba a los ojos, pero para no perderle de vista, no me fiaba.

D. Julián, me halagan sus cumplidos, pero tengo que regresar a casa.

¿No me vas a devolver el beso?

Déjeme, por favor. Tengo que regresar.

Sin darme casi cuenta por el miedo, me agarró fuertemente de las muñecas y acercó sus labios otra vez, pero yo quité la cara, él me soltó las manos y me agarró con los dos brazos por la cintura. Mis pechos se estrujaban contra su cuerpo. Intentaba colocar su pierna entre las mías y yo cerraba mis muslos, pero era inútil. Me tenía completamente sujeta, con las manos le golpeaba en la espalda, pero no se inmutaba. Ahora tenía su cara en mi cuello, me lo lamía, me lo chupaba, me lo mordía. Mis lágrimas inundaban mi rostro, estaba desesperada, no podía con él

¡Por favor!, D. Julián, déjeme. Se lo suplico.

Que pasa, ¿no te gusto?. Si sé que te encanta. Venga, no te resistas.

Mientras me sujetaba por la cintura consiguió bajar las manos hasta mi culo, tal era mi histeria que le agarré del pelo tirando tan fuerte que soltó un grito de dolor, y sin mediar palabra me soltó una bofetada en la cara que me tiró al suelo golpeándome en el costado con unas piedras que había en el suelo. Me quedé sin moverme, dolorida, estaba aterrorizada. Lloraba a lágrima viva, le suplicaba, pero era inútil.

Yo seguía en el suelo y sin dejar de mirarme, con unos ojos lascivos que se me clavaban, casi babeando se acercó a mí y de pie se colocó con una pierna a cada lado de mi cuerpo. Se arrodilló sujetando mi cuerpo con sus muslos, parecía que estaba más calmado, pero también más excitado. Colocó sus manos en mis mejillas y suavemente me separó el pelo de la cara llegando con sus manos hasta mi cuello, ya no decíamos nada ninguno, sólo me miraba y yo mantenía mis ojos casi cerrados. Deslizó sus manos desde mi cuello hasta el comienzo de mis pechos, pero esta vez suavemente, comenzó a masajear mis pechos por encima del blusón, continuaba sujetando mis brazos contra mi cuerpo con sus piernas, entre el miedo y la fuerza con la que apretaba no podía moverme. Seguía intentando revolverme, pero no se inmutaba, decidí desistir pues me dolía mucho la cara y el costado, estaba humillada, ultrajada, sentí dentro de mi que él había vencido. Mi indiferencia, aunque entre lágrimas, le calmó y dejó de hacerme daño, pero seguía sujetándome con sus piernas arrodilladas. Ahora me besaba en el cuello mientras seguía recreándose en mis pechos, ya estaba a su merced, mi cabeza se volteó hacia un lado, ignorándole. Él estaba absorto y yo con la cabeza en otro mundo, había conseguido evadirme. Me abrió el blusón y me bajó como pudo la combinación, mis pechos salieron libres y mis pezones apuntándole a la cara, como desafiantes. Su cambio de actitud hizo que mi cuerpo se excitara, aunque no mi cabeza, pero decidí no moverme, me daba mucho miedo. Se incorporó, se sacó su cinturón y me ató las manos, muy fuerte. Entonces se movió hacia atrás y se sentó en mis tobillos, me subió la falda hasta el vientre y me bajó las bragas hasta los pies, ahora lucía humeda mi rajita, yo no comprendía porqué, metió sus manos entre mis muslos y comenzó a acariciarme, pasaba los dedos por los labios, una y otra vez, mi humedad le estaba excitando más todavía, yo notaba su pene erecto en mis piernas, y de pronto volvió a posar sus manos en mis pechos y casi sin darme cuenta me penetró con fuerza, me hizo daño, y aunque estaba mojada me dolió. Empezó a bombear, en círculos, hacia arriba, hacia abajo, ya no me dolía, mi sexo también se había entregado. Su excitación era tal que en segundos se corrió, descansó unos instantes sobre mi cuerpo y se quedó mirándome fijamente. Yo no le miraba, seguía con la cabeza volteada, apoyada en la tierra, yo estaba a punto del orgasmo pero se salió de mí, seguía mirándome, al verme tan desnuda, tan sumisa se volvió a excitar y noté otra vez su pene como se estiraba, está vez parecía que iba a estallar. Le supliqué otra vez que me dejara, pero por el momento no tenía intención.

Me encantas así, desnuda y complaciente. Veo que te has mojado, así que también te ha gustado. Ahora lo vamos a hacer de verdad. No te vuelvas a resistir que será peor. Además como cuentes algo a alguien haré que despidan a tu madre. Pero veo que no será necesario. Dame un beso.

Volteé la cabeza para mirarle pero sin decirle nada, mientras, él puso las manos en mi cara y fue bajando poco a poco, se paró en los pezones, los pellizcaba con dureza, al límite del dolor, otra vez se endurecieron y estiraron. Siguió bajando y metió dos dedos en mi rajita, los movía suavemente esta vez, me estaba excitando de verdad, se me escapó un gemido. Para él fue como una aprobación, con lo que abrió un poco sus piernas y me soltó los brazos, me agarró por las muñecas y me los colocó por encima de mi cabeza; ahora mi cuerpo esta total mente estirado. Mi excitación aumentaba, mi cuerpo se empezaba a retorcer. Esto le excitó más si cabía y otra vez, sujetándome los brazos me volvió a penetrar. Esta vez mucho más despacio, pero creo que fue por mi excitación, mi humedad ayudó a llegar hasta el fondo. Comenzó a moverse rítmicamente, pero con mucha más suavidad. Ahora mi excitación era tal que no controlaba mis gemidos, él seguía moviéndose, me soltó las manos y volvió a cogerme los pechos y sus movimientos se hacían más rápidos, más violentos. No resistía más y un orgasmo me invadió, él continuaba, su orgasmo tardaba más en llegar, continuaba, seguía moviéndose y a la vez nos corrimos. Este segundo orgasmo me dejó totalmente exhausta y a él también.

Se levantó, se subió los pantalones y se quedó unos instantes mirándome. Por el momento yo no me movía y mis lágrimas volvieron a brotar.

Has visto como no era para tanto. Ha sido estupendo. Tu también has disfrutado, lo sé. Te recuerdo que no se lo cuentes a nadie, será nuestro secreto. Volveremos a vernos pronto.

Y sin preocuparse de mi estado se volvió, soltó las riendas del caballo, se montó y se fue al trote.

Me levanté como pude, entre el dolor de la cara y el de mi sexo me tuve que sentar. Estaba totalmente humillada, no podía llegar así a casa. Así que saque fuerzas de flaqueza y volví río, llevaba la ropa en la mano, caminaba desnuda y me metí en el agua. Quería morirme, la cabeza me daba vueltas. El baño me repuso, me vestí y me fui a casa, menos mal que no tenía la marca del bofetón, no hubiera sabido que decir.

Los días pasaron y no salía de casa. A Pedro no hacía más que ponerle excusas para no ir con él y a mi madre le conté que estaba un poco enferma, así tampoco me haría trabajar mucho, estaba hundida.

El siguiente domingo no acompañé a mi madre a misa, aunque lo hacía habitualmente, ese día me excusé con mi supuesta enfermedad, no quería ver a nadie y menos a D. Julián, que también iba todos los domingos con su familia. Al final, aunque con reproches, mi madre aceptó.

Estuve limpiando la casa, haciendo la comida y demás tareas domésticas, pues mi madre no volvería hasta la tarde, tenía que trabajar en el cortijo de D. Martín.

Ya era mediodía y después de hacer la colada salí a tender la ropa. El sol volvía a apretar y el calor era insoportable.

A lo lejos vi la silueta de un hombre a caballo que se acercaba a la casa. Permanecí inmóvil intentando averiguar de quien se trataba. Cuando el hombre ya estaba lo suficientemente cerca le reconocí, era D. Julián., que ya se había bajado del caballo y se acercaba caminando.

Buenos días, Carmencita. Que guapa estás hoy.

Le miraba y le escuchaba, pero no le contestaba, permanecía impasible.

¿Que te pasa, no te alegras de verme? No te asustes que sólo he venido a hablar contigo, además tengo un poco de prisa. He venido a decirte que he estado pensando en lo del otro día y he decidido que quiero hacer un trato contigo.

Mi gesto se torció, no daba crédito a lo que estaba escuchando, no me lo podía creer. Pero hice de tripas corazón y conseguí una actitud firme, que no pareciera sumisa. No quería que se sintiera dominante, aunque realmente lo era.

Y de que se trata?

Pues que me gustó tanto lo del otro día que quiero que seas mía siempre que yo quiera.

Pero………….¿qué está diciendo?

Mira, se que también disfrutaste, además, si quieres que tu madre mantenga el trabajo, debes acepta., Aparte recibirás una cantidad de dinero cada mes, te vendrá bien. Nadie se enterará nunca y con lo que recibas podrás ahorrar para poder salir del pueblo algún día.. Quiero que sepas que estoy comprometido para casarme con Celia, la hija del del alcalde, la boda será el verano que viene, así que nuestro trato durará un año, hasta el día que me case, y después podrás irte y no te volveré a molestar jamás, te lo prometo. Y por supuesto, no hace falta que te lo vuelva a repetir, este será nuestro secreto.

Me había quedado pálida, no daba crédito a sus palabras, me estaba obligando a ser su puta particular. No me lo podía creer. El mundo se me vino encima, mi actitud firme cesó, volvía a estar humillada delante de él. Respiré profundo y tragué saliva, casi no podía contestar, aunque creo que Julián no esperaba que contestara, era un trato ya pactado por él solo. Permanecí callada, pensativa. Julián se acercó más y me sujetó suavemente la barbilla, me besó en los labios, yo no respondí pero tampoco me resistí. Bajó su mano hasta mi sexo y me presionó. Yo no entendía bien porque pero me excitó y cerré levemente los ojos, pero yo permanecía inmóvil.

Ya verás como acabas deseando el momento de estar conmigo. Ahora me tengo que ir. Tomaré tu silencio como una respuesta afirmativa.

Saqué fuerzas olvidándome de mi orgullo y le contesté.

Vale, de acuerdo, pero quiero dejar unos puntos claros. Lo primero, nada de violencia y por otro lado, ¿cuánto me vas a dar cada mes? Quiero saberlo.

Te daré 300 pesetas al mes, más de lo que gana tu madre en 6 meses. Y no te preocupes, no te haré daño nunca más. Te lo prometo. Pero estarás a mi disposición.

De acuerdo, pero fuera de los encuentros que tengamos podré hacer la vida que quiera. Esto es fundamental para que nadie sospeche.

Me dio otro beso en los labios y se dio media vuelta. Montó al caballo y se alejó bajo el sol.

Terminé de tender la colada y entré para llevar el almuerzo a mi padre. La sensación que tenía ahora no era como la del día de la violación, no me sentía tan humillada, pero no me reconocía, nunca había pensado en vender mi cuerpo. Lo único que me daba fuerzas era el dinero, quizás fuera la oportunidad que estaba esperando. Ya empezaba a tener ansiedad, no quería que el primer día llagase, deseaba que cuanto más tarde mejor.

Pasaron los días y todavía no había tenido noticias de Julián. Mantenía la rutina de mi vida, pero deprimida todo el día. A Pedro le habían asignado más tareas en el cortijo, con lo que tampoco sabía nada de él. Mi madre estuvo toda la semana trabajando en los vestidos de la esposa de D. Martín y de su hija para la fiesta de "pedida de mano" de Julián a Celia, que sería el domingo por la tarde.

Supuse que con todo el follón de la fiesta Julián estaría muy atareado, por supuesto deseaba que nunca me lo volviera a cruzar, pero sabía que volvería.

Llegó el domingo y acompañé a mi madre a misa. Allí estaba todo el pueblo, pobres y ricos, jornaleros y señores. Vi de lejos a Julián con su prometida, pero separados por sus dos madres, la moral de la época no permitía más roces. A la salida me fui rápidamente a casa, no quería encontrarme con Julián, además mi madre iba a pasar el día en el cortijo ayudando al servicio para la fiesta y debía ayudar a vestirse a las mujeres de la casa.

Llegué enseguida y preparé la comida a mi padre que esa semana había tenido una recaída, estuvo casi toda la semana dormido.

Aprovechando que mi madre no estaba pasé toda la tarde leyendo. Cuando bajó el sol un poco aproveché para limpiar un poco un cobertizo que hacía las veces de granero. Cuando estaba limpiándolo de pronto se cerró de golpe la puerta, muy asustada me di la vuelta y ahí estaba Julián, con traje y corbata, vestido para la fiesta, muy elegante y apuesto.

Hola Carmencita, ¿que tal estás?. No aguantaba más días, necesitaba verte.

Pero,¿ y la fiesta? ¿ha pasado algo?

No, ahí siguen todos los invitados. Pero yo, gracias a un amigo mío, les he dicho que había surgido un problema nuestros campos de cerezos y que debía ir enseguida. La excusa perfecta, trabajo.

Sin mediar palabra se acercó, me giró sobre mi misma, se colocó tras de mí y me rodeó mi cintura con sus brazos. Su pene oprimía mis nalgas, lo notaba completamente erecto, como queriendo salir de los pantalones. Bajó sus manos hasta la parte delantera de mis muslos y empezó a acariciarme hacia arriba y hacia abajo, frotándolos, fuertemente pero despacio. Yo empezaba a excitarme, pero seguía parada, sin moverme, dejándole hacer. Notaba su boca en mi cuello, en mis orejas, su lengua recorría toda la parte de atrás de mi cabeza, de mi cuello. Subió las manos hasta mis pechos, mis pezones ya se notaban muy duros, ahora si que me estaba excitando, aunque un sentimiento de culpabilidad no me dejaba reaccionar. Julián estaba cada vez más excitado y aun a mi pesar, yo también. Un suspiro salió de mi boca y viendo que me estaba excitando de verdad reaccioné, para combatir mi sentimiento de culpabilidad decidí actuar. Julián estaba ya casi jadeando, desabrochó mi falda por el lateral y esta cayó al suelo, bajó mis bragas y se arrodilló detrás de mí. Empezó a chuparme el culo, a apretarlo con sus manos, lo masajeaba fuertemente. Me rodeó con sus brazos dejando sus manos a la altura de mi rajita, comenzó a acariciarme por delante, mientras seguía besándome el culo. Ahora si que estaba realmente excitada, no lo podía resistir, estaba llegando al orgasmo. Desde detrás introdujo dos dedos en mi sexo y empezó a moverlos, yo ya no podía más, me iba a correr, mis piernas flaqueaban, hasta que no lo resistí y me llegó un orgasmo tan grande que hizo que mis piernas se doblaran y cayera al suelo casi desvanecida. Julián me colocó tumbada boca arriba y el se levantó, mi sexo se le ofrecía completamente mojado, desnudo. Se bajó los pantalones y se quitó la camisa, su torso apareció deslumbrante, fuerte y moreno. Su pene parecía que iba a estallar, tan duro estaba que apuntaba hacia el techo. Se volvió a arrodillar, esta vez delante de mí, me separó las piernas con una delicadeza no imaginada en él, puso sus manos en mis pies y empezó a acariciarme los tobillos, muy suave, siguió hacia arriba, por las pantorrillas, hasta llegar a mis muslos. Yo volvía a excitarme, empezaba a jadear de placer. Llegó a las ingles y me acariciaba el interior de mis muslos, mi rajita, mis labios, pero muy despacio. Yo estaba disfrutando como nunca imaginé que lo haría con él, iba a tener otro orgasmo, así que agarré sus manos y las coloque en mi sexo, presionándolo. Esto sí que le excito, mi reacción le sorprendió. Así que se deslizó por mi cuerpo hasta tener su cara pegada a la mía y su pene luchando por entrar en mi. Me penetró muy suave y yo solté un grito, no podía más, empezó a moverse, en círculos, presionando hasta que no cabía más, empecé a acompañar sus movimiento, nos movíamos rítmicamente los dos, yo ya no respondía de mí así que incorporé como pude, me abracé a él y clavé mis manos en su espalda, hasta que llegamos a un orgasmo interminable los dos. Nos quedamos exhaustos en el sucio suelo del cobertizo, sin movernos. Pasados unos segundos se levantó.

Tengo que volver a casa, los invitados y mi prometida me esperan. Ha sido maravilloso y para ti también, no me lo puedes negar. Pronto volveremos a vernos querida.

Yo no contestaba, aunque había disfrutado no podía rebajarme a decírselo explícitamente. Salió del cobertizo y escuché el trote del caballo alejarse.

Me recogí el pelo y me vestí. Fui a ver a mi padre para asegurarme que no había escuchado nada.

Los días pasaron como siempre hasta el domingo siguiente. A primera hora de la mañana, yendo a por la leche, Julián me abordó en el camino, me estaba esperando. Nos salimos del camino y nos escondimos tras unas zarzas. Hicimos el amor como la pasada semana en el cobertizo, al principio yo me dejaba hacer y al final acabábamos entregados el uno al otro.

Pasaron los días y los encuentros se repetían una vez por semana, pero siempre de improviso, en los momentos más inesperados, y por supuesto, siempre bien elegidos para que nadie lo supiera.

A Pedro casi no le veía, estaba todo el día trabajando, llegué a pensar que eso había sido una artimaña de Julián para que no nos viéramos, pero no lo podía asegurar.

Habían pasado 2 meses, el otoño había teñido de ocres los campos y yo me encontraba con un estado de ánimo completamente distinto, la verdad es que disfrutaba con las sorpresas que me daba Julián y ya tenía 600 pesetas ahorradas. La incertidumbre de no saber cuando aparecería me excitaba. Cada vez estaba más entregada a él. Estaba empezando a necesitarle, un encuentro a la semana me empezaba a parecer poco.

La verdad es que Julián disfrutaba sorprendiéndome y a mi me excitaba.

Un día que estaba tendiendo la ropa apareció Pedro.

¡Hola Pedro! Como estás. Que sorpresa verte.

Hola Carmencita, te veo guapísima, como siempre. Tengo libre la tarde de hoy y mañana completo. Podíamos ir a dar un paseo por la alameda ¿qué dices?

No sé, tengo que ayudar a mi madre.

Por favor, hace mucho que no estamos juntos. ¿Qué pasa, ya no quieres estar conmigo?

No es eso, de veras. Es que……….¡vale, de acuerdo! Daremos un paseo.

No me apetecía mucho, me sentía incómoda por mi relación con Julián, pero le apreciaba mucho y no quería que sospechase nada. Me quité el delantal y entré a decírselo a mi madre.

Mientras caminábamos me contaba como era la situación de los jornaleros, había empeorado mucho, les pagaban menos y trabajaban más, los señores se aprovechaban de la falta de trabajo, así que la gente del pueblo no tenía opción. Me contó que estaba surgiendo una pequeña asociación para intentar reivindicar algún derecho, pues no tenían ninguno ante sus señores, pero la formaban muy pocos, la Guardia Civil apresaba a cualquiera que levantara la voz en contra de los señores o del régimen. Seguíamos caminando y Pedro me tomo la mano, la sentí cálida y amable, me sentía bien, la verdad es que era un chico estupendo. Paseamos durante casi dos horas y ya anocheciendo me acompañó casa.

Por la noche, en mi habitación, pensaba en Pedro, en mi vida, volvía atener remordimientos, me sentía culpable por mi relación con Julián. El muy cerdo había conseguido que me vendiera, pero la excitación que me producían los encuentros y el dinero podían con mi conciencia.

El día de difuntos amaneció lluvioso, era una buena señal para la cosecha del año siguiente, cuando llueve en Noviembre el invierno es más templado y según la tradición, se augura buena cosecha.

Ese día tenía que acompañar a mi madre al cortijo, tenía que bordar unas mantelerías y necesitaba que estuvieran terminadas en dos días. Yo estaba un poco nerviosa, no quería encontrarme a Julián.

Después de varias horas trabajando en la cocina del cortijo, salí al cobertizo a buscar un cubo grande, un mantel se había manchado y debíamos lavarlo. Al cruzar el jardín de la entrada vi a Julián y a su prometida Celia por la ventana, estaban en el despacho, miré alrededor para ver si había alguien, no vi a nadie, seguía lloviendo y estaba anocheciendo. La curiosidad me pudo, la ventana estaba a ras del suelo y me acerqué. Me coloqué al lado de la ventana, sin que se viera mi cuerpo y asomé la cabeza, con mucho sigilo. Ahí estaban, sentados uno enfrente del otro, Julián tenía cogidas las manos de Celia, la verdad es que era realmente bella, llevaba un vestido azul celeste precioso, con un escote sugerente pero no descarado, y sus pechos, aunque pequeños, lucían su delgada cintura. Julián se acercó a ella y la besó y ella respondió, se dieron un largo y tierno beso, ella parecía enamorada. Julián soltó sus manos y acarició su mejilla sin dejar de mirarla. Muy poco a poco deslizó su mano hasta el comienzo de sus preciosos pechos, ella cerró los ojos y abrió su boca levemente, disfrutando del momento. Me estaba excitando, estaba deseando que continuara, pero de pronto un sentimiento de rabia me invadió, no podía ser cierto, tenía celos de Celia. Comprendí que Julián sólo quería mi cuerpo, comprendí que de verdad se iban a casar, y es que alguna vez viendo como disfrutaba Julián conmigo lo había dudado. Celia estaba de espaldas a la ventana, sentada, y Julián que estaba también sentado se arrodilló en el suelo, le abrió un poco las piernas cubiertas por el vestido y se acercó más. Al acercarse, el vestido se deslizó hacia dentro, dejando al descubierto sus piernas, eran perfectas. Las manos de Julián recorrían ahora sus muslos cubiertos por unas elegantes medias sujetas con ligueros. Celia dejó caer un poco la cabeza hacia atrás, estaba disfrutando. Yo estaba inmóvil, estaba enfadada y excitada a la vez, por un lado no quería que continuara pero por otro deseaba que siguiera, quería ver más del cuerpo de Celia. Nunca una mujer me había excitado de esta forma. Empezaba a tener cosquilleos y sin pensármelo me subí la falda y me acaricié mi sexo, primero despacio, contemplando como Julián desabrochaba los enganches del vestido y después más fuerte, no me podía controlar, me introduje un dedo en mi rajita y lo moví con firmeza, cada vez más fuerte, más profundo. Estaba apunto del orgasmo, mi vista se nubló y mi humedad se convirtió en líquido, ahora sacaba y metía el dedo con fuerza, hasta que me corrí y quedé exhausta al lado de la ventana, sentada. De pronto oí un grito desde dentro. Creo que Julián me había visto. Me recompuse y me levanté rauda, corrí hacia el cobertizo, sin mirar atrás, no sabía si me seguían. Entré y me dirigí al fondo, donde estaban todas las herramientas, detrás de unos sacos de trigo me agaché y me escondí.

Una silueta apareció por la puerta, era Julián, así que me acurruqué para que no me viera. Se plantó en la entrada y miró hacia todos los lados. Estaba aterrorizada, no me movía. Pasaron unos segundos y se fue. Salí detrás, vigilándole, cuando entró otra vez en la casa corrí hacia la cocina.

Al día siguiente volvimos al cortijo, debíamos terminar el trabajo. Ya no llovía y la temperatura era ideal para esos días. Después de dos horas de trabajo mi madre me mandó a por una aguja dentro de la casa. Al entrar vi a Julián, de lejos me hizo una seña y se acercó.

Hola Carmencita, estás tan guapa como siempre.

Hola Julián.

Quiero que mañana estés a las 7 de la tarde en la fuente del camino a la alameda, vamos a ir a un sitio.

Pero a donde?

Es un a sorpresa, mañana lo verás.

Se dio media vuelta y se fue. Pedí la aguja a una de las sirvientas y volví donde estaba mi madre. Terminamos el trabajo y volvimos a casa. No pude dormir hasta casi la madrugada, estaba ansiosa por saber donde íbamos a ir, volvía a estar excitada.

Al día siguiente le dije a mi madre que por la tarde iba a pasear con Pedro, así no me haría preguntas.

Llegó la tarde, estaba nerviosa, aunque seguía estando un poco celosa de Celia sabía que con quien disfrutaba de verdad era conmigo. Me vestí con una falda floreada y una blusa, cogí un chal, pues aunque en otoño hace buena temperatura, las noches son un poco frescas.

Me dirigí a la alameda, el sol empezaba a caer, al llegar a la fuente Julián me estaba esperando apoyado en el capó de su coche. La gente que tenía coche en el pueblo se podían contar con los dedos de una mano.

 

¡Hola Carmencita!, Estás guapísima

Gracias

Julián se incorporó, posó una mano en mi culo y me dio un beso profundo al que respondí tímidamente. Se apresuró a la puerta y muy educado me abrió la puerta, me sentí reconfortada por su actitud, aunque me sorprendió un poco, nunca era tan atento conmigo. Nos montamos en el coche y emprendimos la marcha.

¿Dónde me llevas?

A la ciudad.

Y eso?…. a que se debe esta sorpresa. ¿y tu prometida?

No vuelvas a preguntarme por Célia, ¿está claro?. El acuerdo lo tenemos tu y yo, nadie más.

Julián se enojó por la pregunta. El galanteo del principio se había tornado en un mal gesto. Me sorprendió su actitud, así que me recosté en el asiento y me dediqué a contemplar el paisaje. Después de una hora de viaje, llegamos a las inmediaciones de la ciudad. A medida que avanzábamos se veía más gente, más coches y carros tirados por animales. Recorrimos unas calles llenas de comercios que ya estaban cerrando, la tarde caía. Después de callejear unos minutos nos adentramos en una calle que estaba llena de prostitutas, regateando con los viandantes o exponiéndose casi desnudas a la busca de dinero.

Por favor Julián, dime donde me llevas, me estás asustando un poco.

Relájate, es una sorpresa. No seas impaciente.

Toda la calle estaba llena de tugurios, osadas y pensiones, las prostitutas se metían en los portales acompañadas y salían solas. La verdad es que había mucho movimiento.

Al final de la calle giramos a la derecha y continuamos hasta el final , la calle estaba mucho más vacía que la anterior, al final apareció ante nosotros un edificio precioso, con la fachada limpia, al contrario de lo que habíamos visto en la anterior calle. Había un cartel que titulaba el edificio, "Hotel Matilde", había hasta un hombre en la puerta que debía trabajar ahí, debía ser el portero o algo parecido.

Ya hemos llagado. Venga, Carmencita, tu sorpresa espera.

Es precioso…………¿qué vamos a hacer aquí?

Aparcamos el coche y nos dirigimos a la puerta, al llegar el hombre saludó a Julián como si le conociera, y este le devolvió el saludo. Entramos y me percaté que el hombre no me quitaba ojo de encima, apareció ante nosotros un recibidor espectacular, muy elegante, con unas escaleras muy anchas que subían en forma de espiral. Nos detuvimos ante una chica guapísima, aunque un poco ligera de ropa. Muy cortésmente nos recibió y nos hizo pasar a un salón que tenía aspecto de restaurante.

Acompáñenme, por favor. Ya le esperan en su mesa.

Julián, ¿quién nos espera?.

Vamos a cenar con unos amigos míos, Juan y Vicente. No te preocupes.

La chica nos acompañó hasta la mesa, donde había 2 hombres, aproximadamente de la edad de Julián, muy elegantemente vestidos. Se les notaba a leguas su clase social, chicos ricos.

Nada más llegar, se levantaron muy educados y me besaron la mano, llenándome de cumplidos por mi belleza. Uno me retiró la silla y me acomodó, después de saludarse entre ellos se sentaron los tres.

Yo estaba encantada, no me podía creer que me estuviera pasando esto a mi, nunca había cenado en un restaurante y menos tan elegante y caro. Ya no pensaba ni en la chica que nos recibió, ni en el hombre de la puerta, ni en nada, estaba como hipnotizada.

Pidieron 2 botellas de vino y cuando la camarera trajo el primer plato ya nos habíamos bebido una, era muy intrigante, todo el personal era femenino, pero no le di mayor importancia. Yo estaba ya un poco borracha, nunca bebía alcohol, pero esta ocasión no la podía desperdiciar, estaba dispuesta a divertirme de verdad. Ya en el primer plato, Julián, que estaba sentado a mi izquierda, apoyó una mano en mi muslo, y me levantó la falda, me electrizó. Miré disimuladamente a sus dos amigos, por si acaso, pero como Julián disimulaba muy bien, ellos seguían hablando y riéndose y sin parar de halagarme. El efecto del vino me nubló un poco y sensualmente y sin que se notara, cogí la mano de Julián y me la restregué por encima de mis bragas, estaba realmente caliente. Me di cuenta que Julián tuvo que tragar saliva, pero entre el vino y las risas no se le notó. La verdad es que sus dos amigos no dejaban de mirarme, sobre todo el escote, que aunque no dejaba ver mucho se apreciaban mis redondos y juveniles pechos. Continuamos riendo y terminamos el primer plato y por supuesto, la otra botella de vino. Los colores de los cuatro por el vino ya no se podían disimular. Juan, que estaba a mi derecha me cogía mi mano y la acariciaba mientras me hablaba, así que solté la de Julián para que no nos vieran. Esperando al segundo plato, Juan no se resistió y me besó la mano. Yo me quedé un poco sorprendida, miré a Julián y seguía hablando con Vicente como si no fuera con ellos. De pronto, disimuladamente y sin mediar palabra, Juan me puso su mano en mi muslo derecho y empezó a acariciarlo. Me quedé paralizada, pero entre el vino, las risas no reaccioné, es más, me volvió a excitar. La falda ya la tenía muy subida de antes, así que no le costó llegar por mi muslo desnudo hasta mis bragas. Me miró y me dedicó una sonrisa cómplice, debió ser al darse cuenta de que estaban mojadas. Juan me miraba y reía y con la otra mano no dejaba que mi copa se vaciara. Entre la excitación y el vino estaba casi ida, estaba perdiendo la consciencia. Juan, viendo que nadie se percataba metió sus dedos entre el elástico de las bragas y me acarició suavemente el clítoris. Mi rajita estaba empapada. No me daba cuenta de lo que estaba pasando, estaba muy borracha. Juan me seguía acariciando los labios, hasta que introdujo dos dedos de golpe, salió un suspiro de mi boca que más bien pareció un gemido, Julián y Vicente me miraban, debían de haberse dado cuenta de mis juegos. Pero como si no fuera con él, Julián me sonreía y volvía a llenarme la copa. Llegó la camarera para retirar los platos y pedir los postres, con lo que Juan sacó sus dedos rápidamente, le miré con un gesto de desaprobación, hubiera querido que continuara. No me explicaba mi actitud, pero la borrachera que llevaba encima me hacia ser como nunca hubiera imaginado. Antes de los postres se acercó una mujer impecablemente vestida, de unos 50 años, todavía muy atractiva.

Buenas noches, D. Julián, ¿están cenando ustedes bien?

Buenas noches, Matilde. Muy bien, estaba exquisita, como siempre.

Ya les tengo preparada la habitación, como usted deseaba.

Muchas gracias, Matilde.

Debía ser la dueña o la regenta del lugar y debía conocer a Julián. Yo estaba eufórica, el vino me estaba emborrachando tanto que no paraba de reírme. Le cogía la mano a Juan y la colocaba en mi entrepierna, la mujer me miraba de reojo, pero parecía no hacerme caso, mientras Juan me sonreía pero la quitaba, se notaba que no querían dar el espectáculo. Casi ni vocalizaba, hasta babeaba un poco, estaba irreconocible, nunca había bebido tanto. Sólo me mantenía en pie la abundante comida que había empapado el alcohol. La mujer se alejó, continuando por otras mesas.

Juan, ¿qué te pasa, no quieres jugar?. Pues nada, lo intentaré con Julián. O con Vicente, que le veo ojos lujuriosos ja,ja..

Le cogí la mano a Julián y la coloqué en uno de mis pechos. La restregué con fuerza, quería sexo, estaba completamente poseída. Agarré con la otra mano la de Juan y la coloqué otra vez en mi entrepierna, esta vez no la quitó. Creo que toda la sala estaba mirando a nuestra mesa, mis gritos y mis risas estaban subidas de tono.

Carmencita, ¡compórtate!. Por favor, todo el salón está mirando. Espera un poco y ya verás como nos divertimos.

Julián se enojó, no entendí bien porque, los que habían empezado eran ellos, además me habían emborrachado a conciencia. Solté sus manos y quedé callada. El enfado de Julián me asustó, así que me recosté en respaldo y descansé. La cabeza me daba vueltas, veía doble, no enfocaba bien con los ojos, todo estaba borroso.

Trajeron los postres y una botella de champán, Julián llenó las copas y nos las ofreció. Yo permanecía sin moverme, estaba realmente mareada. Brindamos, no con pocos esfuerzos y los tres las bebieron de un trago. Yo, en el momento de beber, tuve un instante de lucidez y decidí no hacerlo, me di cuenta que no me controlaba. Pero ellos al unísono me insistieron, me animaron. Así que la bebí. Maldita la hora en que la bebí, fue instantáneo, en el momento que el champán corrió por mi garganta el mareo fue tan intenso que me derrumbé de la silla. Corriendo, Juan y Julián me cogieron por los hombros, uno por cada lado y me incorporaron. Ya casi no veía, estaba todo borroso. A regañadientes me subieron por las escaleras de la entrada, fuera del salón comedor. Casi arrastraba las piernas, pero conseguimos llegar al primer piso. Me estaban llevando casi en volandas, yo seguía sin reaccionar, escuchaba mi voz y creo que no se entendía nada. Nos metimos en una habitación bastante grande, era toda de color rosa, las cortinas con faldones y volantes, una cama enorme cubierta por una colcha igual que las cortinas, un sofá y una mesa camilla con un par de sillas, y toda enmoquetada. Aunque no acertaba a distinguir bien lo que había. Me tumbaron en la cama y Julián que ese había despojado de su chaqueta se sentó a l lado. Con dificultad me quitaba el vestido, las medias, todo, hasta quedar desnuda. Oía que hablaban, pero no conseguía entenderles. Lo único que sé es que reían. Me volvieron a coger entre Julián y Juan, uno por cada brazo y me ayudaron a llegar al baño, la bañera estaba preparada. Me acercaron a la bañera, pero me precipité sobre la taza del water y vomité. Julián me limpió a regañadientes y con la ayuda de Juan me metieron en la bañera. Una vez en el agua y sujeta por los dos me hundieron la cabeza, me revolví, pues el agua se me metió hasta por la nariz y, como si me hubieran inyectado quinina, con un espasmo me despejé súbitamente y me incorporé. Fue como volver a la realidad, me dolía mucho la cabeza, pero reaccionaba, por lo menos volvía a ser responsable de mis actos.

¿Dónde estamos?. ¿Qué hacéis?

Cálmate pequeña. No te preocupes. Has cogido una borrachera de escándalo.

Pero……… por favor, dejarme, necesito irme a casa

Ja, ja, ja. Todavía no ha llegado la hora de que te vayas a casa. Debes pagar tus irresponsabilidades

Pero Julián, ¿qué dices?

Te pillé espiándonos a Celia y a mi, no sé donde te escondiste, pero sé que fuiste tu. Y quiero que pagues tu desfachatez.

Sin mediar más palabras me volvieron a coger por las axilas y me sacaron del agua. Me revolví, pero ni mis pocas fuerzas ni el dolor de cabeza me permitieron soltarme. Empecé a patalear , Juan me tuvo que coger por las piernas y Julián por la espalda y como si fuera un saco me llevaron a la cama. Me tumbaron y seguían sujetándome. Julián se arrodilló encima de mi, me sujetaba los brazos. Vicente que estaba sentado fumándose un cigarro se incorporó y se quitó su cinturón. También le sacó el cinturón a Julián, me ató las manos a los barrotes de la cama por encima de mi cabeza, con los brazos extendidos. Rápidamente sacó una sábana del armario y me ató los pies a las patas de la cama. No me podía mover, me revolvía, pero era imposible. Quedé desnuda a merced de los tres, con las piernas abiertas. Ahora si me daba cuenta de lo que pasaba, me iban a violar. Grité y esto les sobresaltó, así que rápidamente me metieron un pañuelo en la boca y con otro me la taparon, mis gritos se ahogaron, la histeria dificultaba mi respiración, el dolor de cabeza era ahora insoportable. Julián seguía encima y los otros dos se sentaron en las butacas.

Julián empezó a acariciarme los pechos, pellizcaba mis pezones, aún con el miedo y mis intentos de soltarme sentí un cosquilleo. Pero volví a intentar revolverme, lo que enfadó Julián y me soltó un bofetón que me dejó con la cara vuelta, apoyada en la cama. Ya no intentaría nada más, comprendí que era peor.

Sin quitar sus manos de mis pechos, fue recorriendo con su lengua mi estómago, mi vientre, hasta llegar al principio de mi sexo, donde nace el vello. Como no llegaba con las manos, las bajó hasta mi cintura, y entonces si que llegó con la lengua hasta mi rajita. Se deleitó unos instantes con mis labios, mi excitación iba en aumento, pero mi humillación también, estaba atrapada. Abrió con dos dedos de cada mano mi clítoris e introdujo su lengua hasta donde le cupo. Mis gemidos se confundían con ruidos debajo del pañuelo y mis lágrimas ya inundaban todo mi rostro. Creo que tuve un orgasmo, pero no lo podía asegurar, el dolor y la impotencia eran tales que confundían mis sentidos. Se incorporó, y en un instante y con mucha fuerza me penetro, empezó a moverse violentamente, con mucha fuerza, me estaba haciendo mucho daño, pero decidí no moverme y acompasar un poco para que el dolor no fuera tan intenso. Estuvo bombeando unos cinco minutos que me parecieron horas, hasta que se corrió y dejó su cuerpo apoyado en el mío. Se levantó y se fue al baño, en ese momento se levantó Juan y se acercó a la cama, se bajó los pantalones y los calzones y casi de un salto se colocó encima, ya con su pene tieso, apuntando al techo, lo cogió con una mano y con la otra me abrió mi rajita y me penetró. Esta vez me hizo menos daño pues estaba completamente mojada. Subía y bajaba con mucha fuerza, me hacía daño, pues golpeaba con fuerza el final de mi clítoris con su pene. Pero yo ya ni me movía, le dejaba hacer. Juan estaba llegando al orgasmo muy rápido, deseaba que terminara, y justo antes de llegar me agarró con fuerza los pechos como poseído, me los estrujo tanto que con las uñas me hizo sangre. Al correrse también dejó su cuerpo sobre el mío, me dificultaba la respiración. Se levantó y se fue al baño.

Yo sabía que aquello no había terminado todavía, faltaba Vicente.

Tras unos instantes de reposo, de calma tensa, me percaté de que estaban hablando entre ellos, riéndose. Yo ya esperaba al tercero, pero se estaba retrasando. Tampoco alcanzaba a escuchar lo que decían.

Me quedé perpleja cuando vi que Julián y Juan se vestían mientras Vicente me soltaba una mano para coger el cinturón de Julián. Estiré los dedos de la mano hinchada por lo fuertemente atada que estaba la correa. Una vez vestidos, cogieron sus chaquetas y se fueron. Me quedé sola con Vicente, el más fuerte y fornido.

Permanecía contemplándome, de pié en la puerta, se acercó a la cama y desató el pañuelo de mi cabeza y me sacó el de la boca, pero yo ya no podía ni hablar.

Bueno, pequeña, nos hemos quedado solos. Ahora vamos a disfrutar de verdd tu y yo.

¡Por favor, no me hagas daño!, no puedo más.

No pequeña, todavía no te puedes ir, no hemos terminado. Ahora vas a hacer lo que yo te diga, ya has jugado suficiente con mis amigos.

Te lo ruego, déjame marchar.

Me miraba con una sonrisa lasciva, casi babeando de lujuria. Cogió una butaca y la colocó delante de la cama, se quitó el traje quedando en calzones, sacó una navaja, se sentó y acomodó, quedando toda mi desnudez a su merced. Pasaba la navaja por sus labios, sin dejar de mirarme. Ahora si que estaba aterrorizada, hasta temí por mi vida.

Ahora quiero que te acaricies con la mano, todo tu cuerpo. Si te portas bien te dejaré la otra mano libre y no te volveré a tapar la boca. Quiero escuchar como disfrutas.

Me quedé inmóvil, no reaccionaba. No podía ni mirarle a los ojos. Vicente, viendo que no reaccionaba, se levantó lentamente y se acercó a mi. Se sentó en la cama y me sujetó la mano libre.

No quiero hacerte daño, pero como no colabores no tendré más remedio. ¡Obedéceme!

Noté que se estaba enfadando. Y sin mediar palabra me acercó la cuchilla a mi mejilla, noté el frío del acero. Recorrió con la hoja toda mi cara y la bajó hasta mis pechos arañados. Yo estaba aterrorizada, de verdad que temía por mi vida.

Tu preciosa cara se puede desfigurar como no me obedezcas

¡Por favor, no me hagas daño!. Haré lo que me pidas, pero no me hagas daño.

Así está mejor, eres una chica muy buena. Ahora acaríciate todo el cuerpo.

Comprendí que era mejor colaborar, no tenía escapatoria. Se levantó de la cama y se volvió a sentar en la butaca que había colocado enfrente de la cama. Con la mano libre comencé a acariciarme los pechos, tal era terror que ni los pezones se estiraban, no sentía nada más que miedo. Me estaba acariciando sin pasión, como si fuera una máquina. Esto enfureció a Vicente que enrojecido por la cólera se levantó, saltó a la cama y sin pensárselo me tapó la boca para que no gritara y con la navaja me hizo un corte superficial en la mejilla. Un poco de sangre brotó y me recorrió la cara hasta llegar a la cama. Era un sádico. Sin decir nada se volvió a sentar, yo mientras tanto entré en un estado de ansiedad tal que ni los lamentos salían de mi boca. Pasaron unos segundos y me calmé, pasé mi mano suelta por el corte, manchando de sangre las yemas de los dedos, los miré y vi la sangre. El pánico a la muerte me hizo reaccionar y no pude más que intentar complacerle.

Así que comencé a acariciarme otra vez, pero ahora mucho más lento, mucho más sensual, cerraba los ojos, intenté olvidar la situación y concentrarme, tenía que conseguir vencer el miedo. Me deleité con los pezones, estuve un buen rato para provocar que se estiraran, entreabrí mi boca, me mojaba los labios con la lengua, incluso soltaba algún pequeño gemido, pero no eran de verdad, no eran sentidos. Una vez con los pezones erectos agarraba mis pechos, primero uno y después el otro, los apretaba. Vicente estaba como hipnotizado mirándome, se estaba acariciando el pene, los testículos, pero por encima del pantalón. Se acercó otra vez a mi pero esta vez con otras intenciones, se sentó en el borde de la cama mientras yo seguía acariciándome. Me agarró mi mano suelta y me dio un profundo beso en los labios, al que yo respondí por si acaso. Me miraba fijamente, con una sonrisa de placer, y sin decir nada me soltó el otro brazo. Respiré profundo pues me sentí aliviada, el se retiró, dejó la navaja y su cinturón en la mesa. Esto me tranquilizó, pero me indicó que continuara, que lo estaba haciendo muy bien.

Continué, esta vez con las dos manos, me sentía mejor, aunque mis tobillos seguían atados con la sábana. Continué masajeando mis pechos, mis pezones. Me estiraba, arqueaba el cuerpo. Seguí acariciándome mi estómago, mi vientre, ahora tenía los ojos cerrados, y poco a poco iba consiguiendo excitarme, llegué a mis muslos, todo el interior estaba sudoroso, acariciaba mi sexo. Vicente estaba parecía que iba a estallar.

Por favor, suéltame ……. y disfrutaremos juntos. Ahora si que necesito un hombre, un hombre como tu, guapo y fuerte. No haré nada que te disguste, de verdad. Sólo quiero complacerte

No sé ni como pude hablarle en un tono tan sensual, pero saqué fuerzas de mi corazón y se lo pedí. Yo seguía acariciándome para que no se enfadara. Necesitaba que confiara en mi. Volvió a acercarse a la cama y sin dejar de mirarme fue pasando sus manos por mis piernas, desde los muslos hasta los tobillos, muy despacio.

Su excitación era tan grande que mis palabras y mi actitud le convencieron, al verme tan dispuesta y excitada no se pudo resistir. Se agachó a los pies de la cama y soltó las sábanas que ataban mis tobillos, se incorporó y se subió encima de mí, me abrió las piernas más si cabía, me sujetó las muñecas y me las puso encima de mi cabeza. Parecía que esta vez estaba más calmado, menos violento. Me penetró súbitamente y comenzó a moverse despacio, como intentando llegar al fondo de mi sexo, yo acompasaba sus movimientos y él seguía sujetándome las muñecas. Sus movimientos eran cada vez más bruscos, cada vez más violentos, se movía con fuerza. Yo continuaba moviéndome, ayudándole, así no me haría daño. Él estaba llegando al orgasmo, sus movimientos eran ya frenéticos, prefería eso que los bofetones o la navaja, creo que era la única forma de mantener mi integridad. El clímax le hizo soltar mis manos, ahora también estaba excitada, le sentía muy fuerte dentro de mi,. Me incorporé y le abracé, me colgué de su cuello, él no podía más, se iba a correr. Yo también estaba a punto y sin darme cuenta le clavaba las uñas, él me estrujaba por la cintura, cada vez más fuerte, tanto que me estaba costando respirar, hasta que nos corrimos y dejó caer su cuerpo echándome otra vez en la cama. Así que decidí tomar la iniciativa, le levante un poco y conseguí salir de debajo. Se quedó tumbado boca abajo y yo me senté encima de su culo, me tumbe encima, con mis pechos en su espalda y mi sexo completamente mojado en su culo. Me movía y me restregaba para que me sintiera, para volverle a excitar, aunque él estaba todavía exhausto. Me incorporé otra vez y empecé a masajearle el culo, le pasaba los dedos por el ano, bajaba la mano hasta sus testículo, le introduje un dedo muy despacio, para no hacerle daño. Pero inmediatamente se incorporó con tal ímpetu que casi me tira de la cama, se enfadó muchísimo. Me gritaba que él no era marica, que no volviera a hacer algo así. Al echarme hacia atrás me caí al suelo y él, enfurecido me dio dos patadas, había entrado en cóloera. Le suplicaba, le pedía perdón, pero se había vuelto loco. Me levantó del suelo y me dio un puñetazo que me dejó casi inconsciente. Temía por mi vida, Vicente había enloquecido y yo estaba a su merced. Pero en un momento que se despistó me incorporé como pude y conseguí llegar a la mesa saltando desde la cama, cogí la navaja con las dos manos y retrocedí hasta que mi espalda chocó con la pared.

¡No te acerques más, déjame!, Voy a gritar. ¡Sal de la habitación! No me vas a volver a tocar, cabrón.

Suelta eso, pequeña, dámela o será peor, ya has visto que te puedo matar a golpes.

¡Te repito que no te acerques, cabrón!

Yo estaba aterrorizada, fuera de mi, creo que mi cuerpo no respondía a mi cabeza. Él no se movía pero tampoco dejaba de mirarme fijamente para controlar mis movimientos. Viendo que no retrocedía solté un grito que se debió oir en todo el edificio. Se debió asustar y se abalanzó sobre mí. Yo, sin pensarlo, levanté los dos brazos por encima de mi cabeza, sin soltar la navaja, cuando me tuvo cogida se la clavé varias veces en la espalda, él no me soltaba y continué metiendo y sacando la hoja en su cuerpo, mis manos se enrojecieron por su sangre. No sé cuantas puñaladas le dí, pero de repente cayó redondo en el suelo. Entré en un estado de ansiedad tan grande que ni podía llorar. No me llegaba el aire a los pulmones y me desvanecí al lado suyo, encima de un charco de sangre.

Me desperté y sentí que había estado soñando, que había sido una pesadilla. Estaba tumbada en la cama, con las sábanas tapando mi desnudez ensangrentada, 4 guardias civiles me rodeaban, dos sentados y dos de pie. El cuerpo de Vicente yacía en el suelo, donde había caído antes, tras unos segundos de ordenar mis pensamientos comprendí que no había sido un sueño, le había matado.

Pasé un mes en el penal de mujeres de la comarca, hasta que llegó el juicio. Nunca pude demostrar que me violaron y torturaron, el abogado asignado no hizo nada por ayudarme, debía estar comprado por las familia de los tres, además hubiera sido inútil ya que Juan y Julián declararon en contra mía y la gente del hotel corroboró sus declaraciones, una chica humilde nunca hubiera podido enviar a la cárcel a tres chicos ricos e influyentes. La sociedad se tapaba los ojos ante los maltratos y las violaciones a mujeres, además fui considerada como una puta. Me condenaron a 10 años y mi madre fue despedida de la casa de D. Martín. Al año siguiente de entrar en prisión mi padre falleció y mi madre cayó enferma por la pena y el dolor. Falleció al año siguiente. Nunca más supe de Pedro, ni de nadie del pueblo, me habían convertido en una delincuente, todos mis sueños se convirtieron en la peor pesadilla por la que se puede pasar.

(Nota a los lectores: Todo la historia es producto de mi imaginación. Me disculpo por si he herido la sensibilidad de alguien y quiero que quede claro mi postura ante los malos tratos y las violaciones. Nadie tiene derecho a forzar a nadie, cuando una mujer dice "no" es que "no". En cualquier situación el derecho de las mujeres a negarse a tener relaciones es inviolable, por mucho que un hombre se haya sentido excitado o provocado.)

Duna Suave