miprimita.com

Escritora

en Hetero: General

Escritora

Era un jueves por la mañana. Me senté delante del ordenador dispuesta a seguir escribiendo el libro que le había prometido a mi editor hacía tres meses escasos. Debía tenerlo terminado dentro de otros tres meses, y mi ritmo, más o menos diario, hacía que el libro estuviera ya cerca del final.

Todavia no tenía pensado el título. No sabía si llamarlo 'La Corte del Rey Arturo' o 'El Conde y su Séquito'. El caso es que estaba dispuesta a terminarlo cuanto antes, y así cobrar una pequeña prima que tenía por rapidez. Estaba segura de que el calentorro de mi editor le pondría un título acorde con el contenido de mi novela.

A media mañana, el hambre me levantó de mi asiento, dirigiéndome a la cocina. Cogí una manzana y empecé a comérmela pensando en lo que escribía. Tenía en la mente la imagen de mi apuesto protagonista, tumbado sobre la espalda de una doncella cortesana de su castillo, follándola lentamente por su estrecho culito. Veía, con precisión increible, cómo hacía fuerza con sus riñones hacia abajo, proporcionando a la joven una penetración larga y poderosa. Y aquella imagen estaba empezando a proporcionarme a mí una pequeña excitación. Nunca solía excitarme con lo que escribía, o por lo menos con lo que escribía normalmente. Me puse delante del ordenador, y retrocediendo páginas en mi procesador de textos, pude ver que había escrito doce páginas. Aquello me llenó de orgullo, pues era más de lo que solía escribir a diario. Quizá por eso ahora estaba más excitada de lo normal.

Me senté delante del teclado, dejé la manzana y me quedé pensativa mirando la pantalla. Miré las letras detenidamente, y leí despacio lo que había escrito. En cuanto leí cinco parrafos, noté que mi sexo empezaba a humedecerse. Sabía que si seguía leyendo, pronto no me quedaría otro remedio que masturbarme. Y seguí leyendo...

'La joven cortesana seguía su trabajo con la polla del Conde. La chupaba desde la base, la apretaba, y continuaba ascenciendo hasta llegar a la punta, en la cual se recreaba con el enorme y colorado glande que la coronaba. Mientras, el Archiduque, estaba gozando de su caliente y dulce coñito...'

Ahora si que estaba excitaba. Sabía que mis braguitas estarían algo manchadas tras leer lo que había escrito. Me recliné hacia atras y desabroché el botón de los vaqueros. Introduje mi mano derecha lentamente. Primero pasé por mi vulva, perfectamente depilada, y continué hundiéndola hasta llegar a la abertura de mi sexo. Pasé los dedos y noté la humedad. Introduje ligeramente las yemas de mis dedos y los pringué de mis jugos. Saqué la mano y los olí. Olían a sexo, naturalmente. Froté los dedos hasta hacer que la humedad desapareciese e introduje de nuevo la mano en los pantalones.

Ahora metí los dedos más hacia dentro, y me recreé en la sensación que producían mis jugos en ellos. Intenté meter la otra mano pero no podia. Me desnudé. Ahora podía admirar a la perfección mi cuerpo desnudo, pero me concentré en mi vulva. Llevé ambas manos a mi coño, y flanqueando a mi clítoris, lo masajeé lenta e intensamente. Mi respiración se convirtió en entrecortada, y la mantenía mucho tiempo. Ya no tenía la imagen de mi libro en la cabeza, ahora éramos yo y mi placer.

Con la mano derecha me acaricié todo el sexo, de arriba a abajo, y con la otra comencé a frotarme las tetas. Al principio las apretaba con furia, intentando buscar un placer más salvaje, pero pronto preferí encontrar uno más sutil, y probablemente más gozoso. Me frotaba los pezones delicadamente, y con cada roce sentía crecer su dureza.

La humedad de mi coño se extendió por toda la palma de mi mano. Me había pringado con mis propios jugos. Me penetré con dos dedos e intenté llegar a lo más hondo. Me froté intensamente la parte interior de mi sexo, lo que me hizo gozar más de aquella masturbación. Ahora evitaba tocarme el clítoris, pues mi excitación me hubiese hecho llegar demasiado pronto al orgasmo, momento que intentaba evitar y al mismo tiempo buscar intensa y paradójicamente.

Empecé a notar cómo mis jugos resbalaban de mi coño, y entonces supe que era el momento de llegar al orgasmo. Pero deseaba que fuera algo más de lo que era normalmente, asi que elegí al azar un punto de mi libro y comencé a leer.

'La sirvienta estaba a cuatro patas sobre el suelo de uno de los salones del castillo, limpiándolo. En ese momento, entró el Conde y admiró aquel trasero en pompa. Parecía como si se lo estuviese ofreciendo, dulce y meloso. Lo meneaba excitantemente al ritmo de la bayeta. Aquel trasero deseaba ser follado lenta y armoniosamente. El pobre Conde no pudo evitar excitarse tras aquel pensamiento, y su enorme polla se abultó bajo sus ropajes.

Se acercó por detras a la sirvienta y posó una mano en su duro trasero. Esta, al principio se asustó, pero al ver que era el Conde con su enorme polla tiesa, supo que sin duda iban a follar.

Se tumbó en el suelo y abrió las piernas. El Conde se puso de rodillas y, una a una, fue levantando las diversas prendas que cubrían aquel delicioso manjar. Hasta que, por fin, encontró su dulce y cálido coño.

Aquella visión hizo que su polla sufriese una presión indescriptible, al estar todavía en el interior de sus ropajes, por lo que el Conde la liberó. Pero todavía no deseaba degustar el pedazo de cielo que era aquel coño, sino que prefería que su polla fuese chupada. Por lo que se puso de rodillas sobre ella, de forma que pudiera lamerla a gusto.

La sirvienta no le hizo ascos a tan dulce manjar, y sin decir palabra, se introdujo enterito en la boca el enorme miembro con el que estaba dotado el Conde. Tardó un poco en acomodar tan honorable huesped en su nueva mansión, pero cuando lo consiguió, la mamada tornó carices épicos.

El pobre Conde estaba en éxtasis. La mamada que le estaban aplicando de forma tan minuciosa, le estaba llevando a cotas de gozo inalcanzables para él hasta entonces. ¡No sólo inalcanzables, sino inimaginables! Sentía su miembro hinchado y gigantesco, húmedo por la saliva de su amante, y cuando bajaba la mirada y veía lo que estaba haciendo la sirvienta con su querida polla, creía que no podría aguantar más el codiciado y dulce placer del orgasmo.

Ya no podía más. Tuvo que sacar su polla de la boca de su sirvienta, pues si volvía a pasarle la lengua por ella una vez más, estallaría de gozo y placer. Y eso no era malo, pero antes deseaba sentir sobre su miembro la cálida y orgásmica humedad de aquel coño. Se separó y se puso de pie.

Admiró el cuerpo de su sirvienta una vez más. Tenía toda la parte inferior del vestido levantada hacia arriba, dejando al aire su delicado vello púbico. Un pecho se le había salido, en la pasión de la mamada, por el escote. La sirvienta miraba, respirando profundamente, el miembro del Conde. Él condujo allí también su mirada y admiró su polla. Estaba enorme, y salía amenazante de entre sus ropas.

Se colocó entre las piernas de la que en un futuro muy cercano iba a ser bien follada, y lentamente, se deslizó sobre ella, sin penetrarla. Una vez encontrada la posición más cómoda, le hizo una señal con la cabeza. Ella bajó los brazos, cogió la polla con ambas manos y, delicadamente, condujo la punta del miembro hacia la abertura de su coño. Cuando el Conde sintió sobre su glande la suavidad y delicadeza de aquella raja, presionó para que entrara hasta el fondo.

Se paró y disfrutó de la sensación de tener toda su polla llenando aquel húmedo coño. Al poco empezó su movimiento rítmico de caderas, lo que le proporcionaba el placer increíble de sentir su miembro entrar y salir de aquel precioso agujero. Notaba en cada centimetro de su miembro el escurrir de la humedad de su sirvienta, cómo aquella sensación se apoderaba de él y cómo se agolpaba en su cabeza mientras los erguidos senos de ella se le clavaban en el pecho.

La sirvienta tenía una expresión de placer en la cara, pero sin embargo no emitía sonidos delatores de su gozo. Esto era debido a que muy frecuentemente mantenía este tipo de relaciones, relativamente cerca de las esposas de sus amantes. Aun así, estaba gozando como nunca de aquella lenta follada, de cómo la polla, húmeda de su saliva, resbalaba maravillosamente en su interior.

El Conde notó cómo pequeñas cuentas de sudor empezaban a formarse en sus sienes. La enorme cantidad de placer que llenaba su cuerpo hacía que el reprimir su prácticamente irreprimible orgasmo, le costara muchísimo más esfuerzo de lo que le había costado nunca. Aquel orgasmo le estaba haciendo sufrir como nunca recordaba.

El Conde sacó su polla al fin. Se quedó espectante con ella en la mano, esforzándose cuanto podía en retardar su estallido final. Sin embargo, su gozo estaba siendo tal que temía correrse en aquel momento. Apretó los ojos y los dientes, e intentó llenar su cabeza de alguna idea ajena a lo que estaba haciendo. No obtuvo ningún resultado. Quería esperar un poco a que se le bajase la excitación, para empezar de nuevo, pero no hacía más que pensar en el orgasmo, en el placer de la eyaculación, en la enorme corrida que le esperaba.

Sin poder evitarlo, su mano se lanzó voraz contra su polla, la agarró y estiró del prepucio hacia atrás. Esto hizo que el orgasmo por fin estallase en sus huevos. Un chorro de blanco esperma salió disparado, cayendo sobre el pubis de la doncella, pringándola del delicioso nectar del éxtasis. Esta se llevó rápidamente la mano a su clítoris y empezé a agitarlo, buscando el orgasmo. Este llegó pronto, mientras su mano y su sexo seguían todavía siendo bañadas por tan divino jugo. El Conde empezó a agitar su polla más lentamente, haciendo que todo el semen saliese del interior de su polla, alargando el placer. Unas punzadas le atravesaron los huevos, haciéndole más evidente que había tenido un orgasmo extrasensorial.

El Conde, sin aire, se tumbó al lado de la sirvienta. Esta siguió frotándose el pubis, mezclando el esperma con su vello, y gozando de esa sensación. Levantó la vista y se miró la maraña de pelo y blanca leche en que se había convertido su cabeza. Dirigió por último la vista al miembro del Conde, doblado hacia un lado, chorreante, y casi sin vida. Se inclinó sobre él y le besó.'

Ahora yo tambien gozaba de los restos de mi orgasmo. Me pringué todos los dedos, me froté de todas las maneras y formas posibles, y ello me llevó a tener una corrida impresionante. Nunca me había masturbado leyendo mis propios relatos porno. Cuando lo hacía siempre los recordaba, pero nunca delante de uno.

Me levanté y me duché.