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Extraseco y sin hielo, por favor

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"EXTRASECO Y SIN HIELO"

En todas las ciudades existe una calle solitaria – de esas que recuerdan a las ciudades dormitorio de los años 60 -, y con un bar cutre propio de borrachos prematuros que anuncian la hora de cenar. Aquel día, jamás lo olvidaré, era jueves. Llovía, pero no por eso me decidí por aquel garito: de hecho ni siquiera aquella especie de garaje con una barra y algunas botellas mal repartidas entre unas pocas estanterías de cristal podría llegar a denominarse "bar", ni tan siquiera "garito" tan a la ligera. Normalmente a estas horas de la noche sólo hay gente en paro esperando a que la Fortuna no pase de largo otra vez. Gentes que no se fijaban en nada y que lo veían todo, que se mentían entre sí pero que no se engañaban. Semidioses.

En realidad el lugar era lo de menos, lo importante aquella noche era conseguir alcanzar al Olvido, ganarle la partida esta vez al dichoso recuerdo de la orografía de aquel cuerpo desde tantos años conocido, explorado. Pero es que es tan duro olvidar... y el dolor. Le bastaron solo tres segundos para barrer todas mis esperanzas, y era tan duro verlas esparcidas por el suelo de la cocina... al menos podría haberlas barrido bien, como Dios manda o , mejor dicho, como Dios sugiere. ¿O ni siquiera eso me merezco?. Y justo pensaba en esto, cuando las luces de las dos barras mal puestas de neón en que consistía el letrero del bar (las otras estaban fundidas), captaron mi atención. Lo cierto es que no lo pensé, simplemente me limité a entrar, atraída por el suave rumor que salía del interior del local, por los intermitentes colores de una máquina tragaperras, por la impasible postura que adoptan las máquinas expendedoras de tabaco... Además me apetecía un güisqui. Extraseco y sin hielo, por favor.

Una vez dentro me senté en la mesa más alejada de la entrada. Era uno de esos bares en los que hay cuatro jodidos tíos en la barra contándole sus penas al camarero, de esos que cuando ven a una mujer bien puesta en su sitio no le quitan la vista de encima, de esos que sabes que cuando te miran te están catalogando, calificando, despreciando, para luego olvidarte al rato. A mí ya me habían olvidado para cuando llegó el camarero, me preguntó que qué iba a ser y me preparó el brebaje.

Y allí estaba yo, a duras penas comprendiendo, intentando reconcentrar todo mi odio en aquella memorable piel, en ese par de ojos, oscuros como encendidas teas... pensando que no, que ya no, que nunca más, que jamás. Y de fondo, el ruido de un patético bar de la periferia urbana. El amortiguado murmullo de voces masculinas entrando a saco por mis maltrechos sentidos, quebrando el ecosistema provisional de defensa que la mente humana suele establecer por sí sola, al igual que los sistemas automáticos, ante los avatares de la vida.

El güisqui no me gustó, estaba demasiado fuerte, y yo no estaba acostumbrada, la verdad. Durante los 16 años que estuve con él, rara vez probé algo de alcohol, y cuando lo hacía, siempre generosamente mezclado con coca-cola. Él nunca hubiera permitido que yo me emborrachara como una vulgar fulana. Pero el caso es que aquella noche me dio igual, total no iba a perder nada, y mucho menos a ganar. Aunque cuando apareció aquel atractivo especimen recién salido de la jungla urbana he de reconocer que aquella idea de salir casta y pura aquella noche me resultó ridícula. Entró un tanto indeciso, creo, porque tampoco es que me fijara mucho. Se detuvo en la barra, me miró y le dijo algo al camarero.

- "Lo mismo que la señorita, pero que sea doble y con hielo, por favor".

Después se acercó a mi y me preguntó si podría compartir mesa conmigo. Desde luego yo no me opuse a tal petición, especialmente ante las tentadoras perspectivas que se les presentaron a mis necesidades más inmediatas y que tanto afloran al romperse una relación sentimental.

Tan sencillo como que necesitaba un hombro donde poder apoyarme y lo encontré. Por otro lado me vi en la obligación de aprovechar aquella oportunidad que me brindaba la vida, ahora que ya estaba sola.

Estuvimos toda la noche juntos. Y sólo le cobré 35 euros. En fin, creo que me he vuelto a enamorar.

CONCHI SARMIENTO VÁZQUEZ.

11:45 22/ MARZO/ 2.002.