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Lady Patricia (02: Los dos amantes)

en Grandes Relatos

LADY PATRICIA. Cap. II: Los dos amantes

Patricia se acercó a su padrastro sin hacer ruido. En la semipenumbra de la noche pudo observar mejor el rostro de la persona que la había ayudado a crecer.

Pensó que apenas se había fijado en él como hombre. Lo encontró atractivo, a pesar de la diferencia de edad entre ellos. Cabellos plateados, tez morena, facciones agradables, de niño mayor, y sobre todo, aquella dulzura que siempre había encontrado en sus ojos.

Empezó a mirarle de otra manera. Se olvidó del sexo y se sentó a su lado. Sus manos pequeñas, casi de niña, acariciaron su rostro dormido y se entretuvieron mesando sus largos cabellos. Joseph se despertó y al verla allí sentada le cogió la mano tiernamente:

Hola pequeña ¿te encuentras bien?

Patricia no contestó. Acercó sus labios, humedeciéndolos con su lengua y besó a su padre en los suyos.

Joseph había vivido en los últimos años enamorado en silencio de Patricia. Desde que Dom Perigord se la había entregado para que la cuidara expresamente para Sir Spencer, Joseph supo que de aquella chiquilla de apenas 10 años, nacería al cabo del tiempo una mujer excepcional. Ahora con 16 años recién cumplidos, Patricia ya era esa mujer que Joseph siempre había soñado, aunque nunca se imaginó que pasaría algo así.

Separó su boca de los labios ardiente de Patricia y la miró fijamente a los ojos.

Cariño, quiero que sepas que aunque eres una mujer bellísima, no puedo imaginarme haciendo estas cosas contigo.

¿Porqué padre?

Y menos aún si me llamas así...

Bueno, tu y yo sabemos que eres mi padre adoptivo; pero no veo nada malo en que hagamos el amor

Joseph estaba completamente de acuerdo con esa afirmación, pero había algo de remordimiento en el fondo de su corazón. Sentía aflorar el deseo en todos los poros de su piel, pero quería resistirse a los encantos de Patricia.

Hija mía, hace mucho tiempo que no hago el amor con ninguna mujer. Tú has sido el centro de mi vida en estos últimos años y lo he sacrificado todo sin dudarlo para cuidarte de la gente que vive aquí. Además, todavía eres muy joven...

 

 

 

Patricia no dejó que acabara de hablar. Se lanzó fuertemente sobre los brazos de Joseph y volvió a besarle, pero esta vez con lujuria, salvajemente.

Su padrastro no resistió más y respondió a los besos de la muchacha con el fuego que llevaba atrapado desde hacía mucho tiempo dentro de su cuerpo. Pero aún tuvo tiempo de serenarse para hablar una vez más...

Patricia, si es lo que deseas, te haré el amor. No hay otra cosa en este mundo que me haga más feliz que tenerte para mí. Pero quiero que sea un momento especial. Quiero que el recuerdo de la primera vez te acompañe siempre en tu vida y que sea un recuerdo dulce y agradable.

A continuación, Joseph se levantó de la cama y se situó detrás de Patricia. Aunque era de noche y no había ninguna luz encendida, podía adivinarse la silueta de la muchacha a través de la ventana abierta.

Joseph la rodeó con sus brazos y empezó a acariciarla. Patricia cerró los ojos. Se dejó llevar por las sensaciones de placer que estremecían su cuerpo. Las manos decididas de su padrastro estaban explorando todo su cuerpo sin dejar un palmo sin acariciar.

Mientras la iba desnudando, Joseph besaba el cuello y la cara de la muchacha y aunque ella intentaba darse la vuelta para tenerle de frente, él la sujetaba con fuerza para que no pudiera hacerlo.

Patricia no dejaba de gemir. Iban cayendo las prendas del vestido y cada vez notaba más cerca de su cuerpo las manos calientes de Joseph que con desespero buscaban los pechos pequeños y erguidos de su Patricia. Cuando los dedos de Joseph pellizcaron los pezones excitados de su hija, Patricia lanzó un grito de placer que llenó el silencio cálido de la habitación. Joseph bajó una mano hasta el vientre de la muchacha y notó como se abría para él, regalándole un tesoro escondido.

Por favor, acaríciame aquí abajo -le suplicó Patricia-

Joseph introdujo un dedo en la boca de su hija y esta lo lamió con desespero, adivinando el destino final...

Voy a hacerte correr, cariño, para que conozcas que se siente...

Patricia nunca le había contado a su padrastro sus experiencias con las otras chicas de la Abadía, pero por la sensación que estaba viviendo, sabía que nada de lo que estaba sintiendo se podía comparar a sus anteriores orgasmos.

Por favor padre, métemelo bien adentro, quiero notar tu carne en mi interior...

Joseph acariciaba el clítoris de su hija con un dedo mientras poco a poco le introducía otro en la vagina para desflorar a Patricia sin hacerle daño.

Patricia, querida, ahora te follaré con un dedo para que después cuando te ponga mi polla dentro, no te haga daño.

No te preocupes padre, nunca será doloroso si lo haces tu...

Patricia lanzó un grito ahogado cuando Joseph, excitado por la situación penetró de golpe a su niña con el dedo, desflorando la virginidad de la muchacha.

No pares por favor, padre, no pares... me voy a correr...

Cuando Patricia llegó al orgasmo, sus gritos de placer se mezclaron con la respiración salvaje de Joseph y el ruido de los dos cuerpos mezclándose entre ellos.

Poco a poco, el cuerpo arqueado de Patricia se fue relajando mientras Joseph no paraba de acariciarla. Tenía los labios doloridos de besarla sin parar, mojando con su lengua toda la piel de la muchacha.

Patricia se giró para abrazar a su padrastro y le sonrió dulcemente.

Ahora quiero que me folles sin parar toda la noche.

Joseph le devolvió la sonrisa y cuando iba a incorporarse, fue empujado por la muchacha hacia atrás. Esta se abalanzó sobre su polla excitada y empezó a chuparla con desespero.

Quiero ver como se pone dura y grande. Quiero verla crecer para mí, para que entre hasta el fondo de mi cuerpo y notarla clavada en mi ser.

Joseph, más excitado si cabe al oír las palabras de Patricia, la agarró por la cintura y la lanzó boca arriba sobre la cama. Agarró su pene y con cuidado empezó a introducirlo en el coño de su hija.

Así, así, por favor, no pares ahora; sigue hasta el final -le suplicó Patricia-

Joseph que había metido su polla dura hasta el fondo, empezó a moverse rítmicamente hacia dentro y hacia fuera. Cada vez que entraba, los dos amantes lanzaban gemidos de placer ...

 

 

¿Te gusta así hija mía?

Si padre, sigue por favor, ¡no pares de moverte!

Cuando llevaban apenas unos minutos follando sin descanso, Patricia empezó a correrse de nuevo...

Me corro, Dios mío, no pares ahora...

Joseph aceleró su ritmo frenético para acabar gritando junto a Patricia, mientras su cuerpo tenso por el placer se fundía en el calor de la noche con la piel suave de su querida niña.

La noche fue larga. Los dos amantes aprovecharon cada gota de la oscuridad que flotaba sobre ellos y hacía de sus cuerpos una sombra por descubrir. Inventaron páginas de amor y sexo como nunca antes se habían escrito.

Al acabar, agotados, Joseph ya no era su padrastro, sino el hombre con quien Patricia quería vivir su vida. Y Patricia ya no era su hija, sino la mujer que Joseph siempre había soñado para él.

Pero la felicidad que habían descubierto nuestros protagonistas había de durar poco tiempo. Sir Spencer fue informado de que Joseph había escondido a Lady Patricia y la había suplantado por otra muchacha. No tardó en desencadenar su cólera malvada sobre nuestros dos amantes.

Pero esto será el tema del próximo capítulo.