TIERNA INFANCIA
Mi historia arranca en un pueblecito mediterráneo dónde viví hasta los 18 años, momento en el que nos mudamos a la ciudad. Allí vivía con mi madre, viuda desde los 35, mi abuela y una "tata", que sirvió en nuestra casa desde que tengo uso de razón.
Éramos una familia relativamente acomodada y pudimos vivir sin problemas todo ese tiempo a pesar de la falta de mi padre.
Fui hijo único ya que mi padre enfermó al poco de nacer yo y ya no pudieron tener más descendencia. Por eso, siempre he estado una persona muy mimada y consentida, sobretodo en mis años infantiles. Mi aliada principal siempre fue mi "tata" Roberta, una mujer solitaria que entregó vida y amores al cuidado de mi familia. En realidad supongo que fui el hijo que nunca pudo tener.
Una de las cosas que recuerdo con más cariño de mi infancia, eran los baños que al atardecer me daba mi tata Roberta en la sala de baño. Como estaba siempre jugando en la calle, cuando llegaba ese momento, ella daba buena cuenta de mí y se esmeraba en dejarme limpio como los chorros del oro. Y a fe que lo conseguía.
Cuando cumplí los 12 años y mi cuerpo empezó a cambiar, tata Roberta todavía era una mujer joven y atractiva, que conservaba un cierto encanto para mí. Era de formas rotundas pero hermosamente salvaje. Como yo ya empezaba a tener mis primeros deseos sexuales, no dudé en aprovecharme de mi influencia sobre ella para ponerla en más de un apuro.
Cuando llegaba la hora del baño, me desvestía de espaldas a ella y empezaba a masturbarme sin que se diera cuenta. Cuando tenía la polla bien tiesa, me daba la vuelta de golpe y me ponía frente a ella enseñándole mi excitada anatomía. Roberta se tapaba los ojos para no mirar pero de reojo se fijaba bien en mí y con su tímida y mal disimulada sonrisa, cogía una toalla para taparme.
Oscar, no seas maleducado! ¡Esas cosas no se enseñan de manera tan descarada!
Perdona tata -le decía yo- es que al desnudarme se me ha puesto tiesa y no he podido evitarlo
Seguí este juego muchas veces hasta que al final, Roberta ya ni se inmutaba al verme y mucho menos se molestaba en tapar mi desnudez.
Una noche de verano, decidí a ir hasta el final. Mientras acababa de desnudarme me acerqué a ella por detrás y la abracé con mi cuerpo. Roberta llevaba una combinación liviana y evidentemente debió notar la dureza de mi polla en su culo. Protestaba entre risas mientras yo iba moviendo mis manos sobre sus grandes y hermosas tetas. Me daba palmetadas para zafarse de mí, pero todo era puro juego. Entonces acerqué mis labios a su oído y le susurré:
Tata, quiero pedirte un favor
¡Si no te estás quieto, no habrá favores para ti!
¡Venga tata, dime que me dirás que sí!
¿A ver cabezón, que quieres de tu tata?
Me gustaría que dentro del agua me tocaras la pollita para ver que se siente -le dije mientras mi excitación se disparaba dentro de mí-
Roberta se dio la vuelta y sin mucha convicción me reprendió
Eso no está bien, mi niño; esas cosas son marranadas...
Venga, tata... que sino me la meneas me dolerá todo el día y... ¿tu no querrás eso, no?
¡Eres un demonio! Venga métete en el agua...
Obedecí al instante y me acomodé en la bañera llena de agua caliente. Levanté un poco mi cuerpo para que Roberta pudiera apreciar bien mi excitada polla
¡Por Dios y la Virgen! ¡Que manera de crecer! este pequeñuelo...
y dicho esto cogió el jabón y la esponja y empezó mi aseo diario
Al principio pensé que no conseguiría nada, pero después, viendo que mi polla no dejaba de estar empalmada, me dijo
Si quieres que te toque la pollita, tendrás que prometerme que no se lo contarás a nadie
¡Por favor, tata! ¡Será nuestro secreto!
Me miró resignada y dejó la esponja en el agua. Cogió mi dura polla con sus manos enjabonadas y empezó a acariciarme el miembro arriba y abajo. Con cada meneo que me daba me crecía más y más.
¡Ay, mi niño! ¡Que cosa más gorda que tienes, cariño!
Pude adivinar en sus ojos una mirada desconocida para mí, entre lujuriosa y maternal
Me das mucho gusto, tata... sigue por favor, no pares...
Como estaba abalanzada encima de mi y hacía calor en el baño, Roberta empezó a sudar de lo lindo. Podía ver las gotas resbalando por su cuello y caer hasta las profunda ensenada de sus hermosos pechos... Sin pensármelo dos veces, metí mi mano en su bata abierta y empecé a magrearle las tetas. Cuando encontré su pezón, lo rocé descaradamente con mi dedo y pude notar que se ponía duro como mi polla. Roberta no dijo nada y siguió meneando mi aparato. Se dejaba tocar sin protestar y se veía claramente que le estaba dando mucho gusto.
Cuando estuve a punto de correrme, le susurré con voz entrecortada:
Me va a salir toda, tata, mírala; fíjate bien como me sale toda la leche...
Roberta, aceleró el meneo y acercó el rostro para mirar bien como me corría. Por eso no pudo evitar que le estampara toda la leche en su cara empapada de sudor...
Agggggggg... ya, ya , me corroooo...
Siguió meneándome con ganas, hasta que me desinflé y hundí mi cuerpo en el fondo de la bañera. La pobre Roberta estaba secándose el sudor, mezclado con mi corrida cuando me preguntó tiernamente
¿Te ha gustado, mi niño? ¡Hay que ver cómo ha salido disparada!
Ni te lo puedes imaginar, tata. le dije- ¿alguna vez has hecho el amor con algún novio?
¿Novio dices? ¡Que cosas tienes zagal! dijo riéndose-, nunca estuve con ningún hombre a solas, que no fueras tu o el párroco en el confesionario.
Entonces se me ocurrió proponerle un trato
¿Te gustaría que te hiciera algunas cosillas, tata?
¡Ay Dios! Pero que demonio estás hecho! ¿Es que nunca estás satisfecho? ¡Eres un sinvergüenza! ¿Y que pretendes hacerme, rufián?
Se me ocurría que podrías desnudarte y meterte en la bañera conmigo. Podrías echarte en el agua y dejar que te comiera las tetas y el coño para darte gustito.
Si no fuera porque Roberta era una mujer tostada por el sol del mar, diría que su puso roja como un tomate, aunque no sé si fue de vergüenza o de excitación. Pero la verdad es que a pesar de que pensaba que no aceptaría, se desnudó en un santiamén y se metió en el agua conmigo.
¡Hazle esas cosas a tu tata, mi niño! ¡Me has puesto caliente, cariño mío!
Empecé a sobarle las tetas que se juntaban y sobresalían por encima del agua apuntando unos pezones grandes y de color marrón oscuro. Mis manos empezaron a acariciarlos y pronto vi que mi tata no me duraría ni medio minuto.
¡Por favor, mi niño! Sigue así que me correré enseguida...
Se notaba que llevaba un calentón enorme de la meneada que me había obsequiado hacía unos instantes. Dos lametazos en sus pezones y se convulsionó dentro del agua, como nunca hubiera imaginado. Tuve que taparle la boca porque empezó a gritar como una descosida.
No tuvo bastante. La pobre tata necesitaba recuperar años perdidos...
Cuando acabó el primer orgasmo, se subió al borde de la bañera y espatarrándose bien, me ofreció su coño abierto, aún palpitando del primer orgasmo.
¡Venga, mi demonio! ¡Sigue dándole gusto a tu tata!
Apoyada en la pared, sus dedos apartaron los labios de su chocho que se me abría como un higo maduro. Empecé a lamerle el coño y mientras olía el perfume de su piel recién lavada me enjaboné los dedos a conciencia y empecé a metérselos por todos los agujeros que encontré.
Roberta nunca había sido follada y por eso al cabo de un rato, cayeran hilillos de sangre por su raja. Pero no se quejó. Cada vez parecía más loca de gusto.
Cuando ya volvía a convulsionarse como la primera vez, adiviné que estaba llegando al orgasmo y aproveché para meterle los dedos de golpe hasta el fondo. El grito que pegó aún resuena en mis oídos cada vez que vuelven a mi memoria aquellos días.
Hasta tres veces se corrió en el rato que estuvimos retozando en la bañera. De todas ellas, la última corrida fue la mejor ya que cuando le llegó la subida, empezó a salir de su raja un chorro de orina como si fuera un surtidor. Yo le bombeaba los dedos por el culo y ella se convulsionaba hacia arriba levantando un chorro de pis que nos dejó a los dos completamente empapados.
Quedé alucinado. Nunca hubiera imaginado que alguien pudiera correrse de esa manera.
La pobre, toda azorada, se disculpó secándome la meada que me había soltado encima. Pero no me importó en absoluto. Tanto Roberta como yo estábamos encantados con la experiencia que habíamos vivido.
Como mi madre y mi abuela tenían que regresar en cualquier momento, tuvimos que finalizar nuestros juegos. Me prometió que el próximo día habría más.
Una noche mientras cenábamos, viendo a mi madre y mi abuela delante de mí, se me ocurrió pensar si ellas accederían a hacer conmigo lo que había hecho tata Roberta. La verdad es que hacía mucho tiempo que no las había visto cerca de ningún hombre.
Decidí que empezaría a probar con mi abuela. Aunque ya tenía 65 años era una mujer muy atractiva. Alta, delgada, rubia, de cabellos largos y piel blanca, lo que más me gustaba de ella era esa sonrisa que dejaba entrever sus dientes blancos como perlas.
Si había alguien a quien adorara mi abuela en este mundo era a mí. Así que empecé a idear de que manera entraría en el tema con ella. Se me ocurrió que antes que nada debía conocer mis atributos sexuales. Aproveché que era verano para dormir desnudo de manera habitual. A mi madre y a mi abuela no les extrañó verme despertar con la polla tiesa.
¡Venga, dormilón! Levántate pronto y ves al servicio que tienes el aparato a punto de explotar...
Yo me hacía el remolón y aprovechaba para pasearme desnudo por la casa. Roberta era la que más se fijaba en mi, debido a nuestros baños especiales. Durante el desayuno mi madre y mi abuela se entretenían en alabar mis medidas y en recordarme que haría muy feliz a mi mujer. Yo les respondía que estaba muy bien en casa y que con ellas tenía todo lo que deseaba de este mundo.
Una noche que me desperté sudando de calor, me dirigí a la cocina a beber agua. Cuando pasé por la habitación de mi madre, pude oír unos gemidos entrecortados y me pareció que había alguien con ella en la cama. Paré los oídos en la puerta y, efectivamente oí como mi madre hablaba susurrando...
¡Sigue, por favor... sigue así, no pares!
Alucinando por la sorpresa de pensar que mi madre estaba en la cama con algún hombre, me dirigí al patio para mirar por la ventana que seguramente debía estar abierta. Al llegar, me acerqué cuidadosamente y me quedé helado de la impresión: era mi abuela la que estaba comiéndose el coño de mi madre y, a juzgar por sus gemidos, ¡lo estaba haciendo muy bien!
Entonces ya no pude más. Volví a entrar a casa y me dirigí a la habitación de mi madre. Quería pillarlas "in fraganti" así no tendrían excusa y tendrían que incorporarme a sus juegos. Antes de entrar por sorpresa me estuve pajeando un rato. Cuando estuvo bien gorda, me dirigí a la puerta y entré de golpe:
¡Mamá, mira como se me ha puesto la pollita! ¿Porqué se pone así.....?
La escena era genial: ¡Yo en pelotas en la puerta de la habitación de mi madre, con la polla tiesa apuntando hacia ella y ésta, desnuda en la cama con las piernas abiertas, mientras mi abuela se comía el coño de su hija con el mayor gusto del mundo!
Yo me moría de risa por dentro pero ellas estaban tremendamente humilladas y avergonzadas. Se cubrieron rápidamente con las sábanas y empezaron mil disculpas sin sentido...
Verás hijo, cariño mío... ya sabes que tu madre y tu abuela hace tiempo que quedaron viudas...
No pienses que hacemos nada malo -dijo mi abuela- pero así, evitamos que un mal hombre entre en nuestras vidas...
Yo las corté rápidamente
Mamá, abuelita: ¿Qué puedo hacer para que se me cure esta polla tan gorda y tiesa?
Mi madre se levantó, me cogió de la mano y me hizo sentar en la cama con ellas. Empezó a soltarme un discurso sobre que si yo ya era mayor, que pronto sería todo un hombre, que si alguna vez notaba unas cosquillas extrañas en mi pollita que no me extrañara...
Yo me hice el ignorante y me lancé al ataque
¿Y no podéis hacer nada ahora mismo para que me pase esta hinchazón tan molesta? ¡Hace rato que está así y me duele bastante!
MI abuela tomó la iniciativa
Mira, vida mía, esta pollita que tienes, guarda dentro de ti unos líquidos blancos que sirven para dejar embarazadas a las mujeres. De tanto en cuando, conviene que te la muevas arriba y abajo para que salgan estos líquidos, algo parecido a la leche pero más espesos. Cuando está así de tiesa y te la meneas un ratito, acaban por salir de la puntita y te dan mucho gusto. Después, al acabar, tu pollita se desinfla y quedas tranquilo y descansado.
¿Abuela y cómo se hace? -le pregunté descaradamente-
¿Todavía no lo has hecho nunca, cariño?
No abuelita -le contesté- nunca
MI abuela, se miró a mi madre y con voz resignada le dijo:
Hija, creo que deberíamos echarle una mano porque parece que aún está muy verde...
Mi madre asintió y entre las dos me echaron encima de la cama con mucho cariño
Ponte cómodo que te vamos a enseñar como se hace una paja...
¿Una paja? -exclamé-
Debes tomar tu mano y empezar a menearla arriba y abajo -me dijo mientras empezaba a pajearme- . Si te pones saliva, tu mano será más suave y te irá mejor. Pruébalo...
Empecé a subirla y bajarla a poco a poco. Las dos mujeres estaban absortas en el movimiento de mi polla. Cuando la punta se destapaba y aparecía la parte más gorda, las dos se miraban de reojo y creo que se entendían sólo con la mirada.
Entonces aproveché para forzar un poco más la situación
Abuela, cuando lo hacías tú me notaba unas sensaciones más fuertes...
Es cierto, mi vida. Somos más sensibles al contacto de otras personas...
Venga, sigue tú abuelita, ¡por favor!
Mi madre, que creo que se moría de ganas de recordar el tacto de una polla, se adelantó a la abuela y me dijo
Ya te la menearé yo, mi niño. Mientras, la abuela te enseñará como has de tocarte otras cosas para que te dé más gusto.
Miré a mi abuela y ésta asintió. Empezó a masajearme las pelotas y el agujero del culo. Ensalivó su mano y sus dedos y empezó a meterme un dedo en el culo mientras me decía
Ahora has de apretar el culito como si fueras a hacer caquitas, que mi dedo te dará gusto ahí dentro
Yo, viendo como iban las cosas, me dejé llevar por mis dos maestras. Apreté el culo y el dedo de mi abuela entró suave, dándome un placer que no había experimentado nunca. Mientras mi madre seguía meneándome la polla que estaba a punto de explotar. Les dije con voz entrecortada que me notaba algo raro, que sentía como si mi vientre fuera a explotar...
Eso es que estás a punto de correrte, cariño -dijo la abuela- relájate y déjate llevar por esas sensaciones que pronto te saldrá toda la leche
¿Si? -les dije- antes de explotar de golpe y lanzar toda mi leche a diestro y siniestro por la habitación-
¡Ahoooooraaaaaaaa! ¡siiiiii! ¡me viene yaaaaaaaaaaa!
MI madre y mi abuela abrieron los ojos de par en par viendo la leche salir a borbotones de mi polla. Cuanto más pajeaba mi madre más fuerte salía mi corrida
Así cariño, muy bien...
Ya te sale toda, déjate llevar cielo...
Me desplomé en la cama reventado de gusto mientras mi madre y mi abuela seguían acariciándome sin parar. La corrida fue inolvidable. Mientras mi abuela y mi madre limpiaban la leche que había salpicado por toda la cama, decidí que tenía que comportarme como un buen hijo y devolverles con creces los placeres que me habían dado.
Me incorporé y abracé a mi madre con mis brazos. La besé en las mejillas y cuando me miró a los ojos le dije que ahora le tocaba a ella.
¿A mí -dijo sorprendida mi madre-
Claro mamá. Cuando he llegado he interrumpido a la abuela que te estaba lamiendo el coño. Ahora no puedo permitir que te quedes sin correrte por mi culpa. Y tu abuela, ayúdame que cuando acabemos con mi madre empezaremos contigo.
No hizo falta insistir. Mamá se echó en la cama y abrió sus piernas para que mi abuela y yo trabajáramos a gusto. Le dije a la abuela que quería follarme a mamá y me dijo que podría dejarla embarazada y que debería usar el otro agujerito. Acepté sus consejos y me dispuse a follarla por el culo.
Para eso, la abuela cogió un tarro de crema de la mesilla de noche y embadurnó a mamá por todo el culo. A continuación me untó la polla de crema y la puso otra vez a punto de caramelo.
Fue ella misma la que agarrando mi tranca me guió hasta la entrada y ayudó a que mi aparato entrara adecuadamente.
Primero la puntita -me dijo la abuela- y luego, poco a poco, empiezas a meterla y sacarla para que tu madre se vaya acostumbrando a tenerla dentro.
¡Ah, por favor! ¡Así! ¡Así! -gemía mi madre cuando la embestía con mi polla en el culo-
¿Te doy gusto, mamá?
¡Si! ¡Por favor, cariño, no pares de menearte!
La abuela entretanto, miraba la escena con ojos lujuriosos. Con una mano se masturbaba frenéticamente y con la otra iba acariciando a mi madre en el clítoris.
Cuando me fijé en lo excitada que estaba la abuela, no pude dejar de pensar que después debería follármela a ella para no ser un mal nieto. Debió adivinar mis pensamientos porqué me susurró con voz entrecortada por el gusto que se daba:
A mí si que me podrás follar por el coño, mi cielo
La idea de follarme a mi abuela y que mi madre, después de correrse conmigo, me ayudara a hacerlo, hizo que me excitara aún más si cabe.
Mis embestidas a ese fantástico culo eran bestiales.Mi madre no dejaba de gritar y mi abuela empezaba a jadear, muerta del gusto que se daba.
¡Ahoooraaaaaaa! ¡siiiiiiiiiii! -gritó mi madre en plena convulsión-
Ver a mi madre jadear de aquella manera, sudada, con el cuerpo desnudo encima de la cama y con esa cara de lujuria y pasión, me hicieron sentirme el chico más feliz del mundo.
No tardó mucho la abuela en apartar a mi madre de la cama y echarse para que la atacara a fondo.
Corre, cielo, empieza conmigo que estoy a punto de correrme.
Me eché encima de la abuela y con mano diestra me ayudó a meter la polla en su mojado chocho. Empecé a embestirla mientras me la comía a besos y caricias.
¡Así, mi niño! ¡Me estás poniendo muy cachonda, cielo!
Yo no paraba de menearla y en eso estaba cuando mi madre se acercó por detrás y me agarró los huevos para bombear más fuerte. La abuela se corrió en un santiamén aunque no gritó como mamá, más bien fue su cuerpo arqueado y sus ojos los que gritaron por ella sin voz.
A mí me estaba costando un poco llegar al orgasmo. Acababa de correrme no hacía mucho rato y no estaba acostumbrado a esos derroches de sexo. Fue entonces cuando se arrodillaron delante de mí para ayudarme a acabar la faena.
¡Ahora vas a saber lo que se siente cuando unas bocas golosas se comen tu pollita, cariño! -dijo mi madre-
Empezaron a mamarme la polla como dos posesas. Se la quitaban una de la boca de la otra para tenerla dentro. Cuando mamá me la chupaba. Mi abuela se entretenía en sobarme los huevos con la lengua. También me lamía el agujero del culo, cosa que me daba un placer horroroso.
Me echaron encima de la cama y las dos de rodillas en el suelo se dedicaron a lamerme la pollita como si fuera un polo. La abuela, que al parecer le encantaba tocarme el culo, me introdujo un par de dedos untados de crema. Mientras me follaba por atrás con sus dedos, empecé a notar que me venía la leche...
¡Me voy a correr mamá! ya me sale, ya me ... saaaaaaleeeeeeeeeee
Mi madre se tragó la polla mientras me salía toda la leche. Se relamía de gusto cuando la abuela se acercó a su hija para reclamar parte de la corrida. Como buenas amigas que eran, compartieron mis jugos con deleite. Me excitaba muchísimo ver como se besaban y lamían para saborear la leche de su hijo y nieto.
Aquella noche nos dormimos los tres en la habitación de mi madre. Por la mañana, al hacerse tarde y no bajar a desayunar, Roberta subió a ver que pasaba. Al vernos a los tres desnudos en la misma cama, se lo imaginó todo. Sonrió y nos despertó suavemente.
Se dirigió especialmente a mí para recordarme que por la noche, me esperaba el baño a las nueve, como cada día.
FIN