miprimita.com

Policías y pantimedias

en Voyerismo

Era la madrugada perfecta. Estaba sólo en casa y era un martes a las doce de la madrugada. Tenía 15 años y acostumbraba a salir semidesnudo (con pantimedias), a la calle y recorrer las banquetas de mi colonia.

Entré a la recamara de mi hermana y hurgué en sus cajones de ropa. Escogí unas pantimedias blancas brillosas, una de sus bragas, brasiere, una blusa blanca semitransparente y una falda escocesa bastante corta (de sólo acordarme se me pone dura). Estuve desnudo, masturbándome y fantaseando un rato en su cama. Cuando dieron las tres de la mañana y estuve los suficientemente excitado, me levante me puse las bragas de mi hermana, luego las pantimedias brillosas, le brasiere, pero para que hiciera bulto tome un par de medias rosas y las metí dentro del brasier. Luego la blusa transparente (dejaba ver el brasiere), la falda escocesa y al final unos zapatos de charol. Fui al baño y comencé a maquillarme: sombras en los ojos, lápiz labial rosa y me pinté las cejas y las pestañas.

Realmente parecía mujer. En aquella época no tenía aún muchos bellos en las piernas y mi cuerpo era muy delgado y de hombros finos.

Me vestí con pants y chamarra sobre la ropa, tome cigarros y llaves, y salí a la calle. Vivo en la colonia del Valle y las calles son

A la vuelta de mi casa hay un restaurante con una terraza y una barda donde podía esconderme mientras me masturbaba. Ahí me quité los pants y la chamarra.

Cuando oía un autobús acercarse, corría a la esquina y me paraba para que los pasajeros me vieran. Esto lo hice unas tres veces hasta que me aburrió. Me imaginé caminando hasta Insurgentes (una de las vías más concurridas y con más vida de noche en la Ciudad de México). Esta avenida se encuentra a unas 6 cuadras de mi casa y la idea de llegar ahí me la ponía dura y me daba una especie de miedo, que por cierto me encantaba. Así que dejé los pants y la chamarra en la terraza del restaurante y me llevé cigarros y encendedor. Decidí dejar mis llaves también, pues eso aumentaba el riesgo y mi satisfacción.

Caminé un par de cuadras y mi corazón latía más fuerte. En ocasiones me acariciaba debajo del vestido. Me encantaba ver brillar las medias cuando pasaba debajo de un farol y con la ciudad desierta. Realmente caminé con pocas precauciones y sólo me escondía cuando veía luces u oía el motor de un carro.

Por fin llegué a una cuadra de Insurgentes. Se oía el ruido de los motores y veía pasar algunos automóviles de lejos. Me acerqué con los hombros y las piernas rígidas de tensión. Cada paso era un elemento más de excitación. Llegué a la avenida, escondiéndome detrás de un puesto de flores. A lo lejos, a dos cuadras, alcancé a ver a lagunas personas en una parada de autobús. Miré mi reloj: ya eran alrededor de las cuatro y media de la madrugada. Esas personas iban a trabajar. Mi corazón golpeaba más fuerte y siempre quería más emoción. Decidí cruzar la avenida y esperar a que clareara el cielo y aumentara el número de carros.

Esperé a que la oleada de carros a una cuadra tuvieran el verde y pasaran. Cuando lo hicieron crucé rápidamente la avenida, pero no me fije que del sentido contrario venían un par de carros, así que me tuve que esperar en el camellón a que pasaran de largo. Pasaron y creo que me vieron. Había sido una chica que iba de copiloto. En fin, atravesé y llegué a un parquecito en forma de triangulo, con una fuente, tres árboles, un puesto de periódicos y varias bancas para sentarse. Caminé a la banca más escondida.

Me encendí otro cigarro, me levanté el vestido, me baje un poco las pantimedias y las bragas y comencé a masturbarme. Tras de mi pasaban los autos y volteaba a ver si alguien se detenía. Nadie lo hizo, creo que nadie me vio. También me cuidaba que nadie pasara caminando. Me saltaba el corazón cuando escuchaba pasos a lo lejos. Llegó el momento que me puse muy nervioso y decidí regresar. Debían haber sido después de las cinco de la madrugada. Había mas carros y más gente.

Tuve que esperar para cruzar pues habían dos personas caminado del otro lado de la acera, pero no podía esperar mucho porque venía un señor por la cuadra en mi dirección. Cuando volví a ver no era uno sino dos y venían tres carros. Decidí cruzar.

Tuve la mala suerte de que lo hice cuando pasaron varios carros por Insurgentes. Todos me vieron vestido de mujer, con mis medias. Me asusté tanto que me pasé sin fijarme bien, uno de los carros tuvo que frenar para no atropellarme. Rechinaron sus llantas y eso llamó la atención de todos por ahí. El conductor no me tocó el claxon, sino que me miró con sorpresa. Tuve que pasar junto a los dos señores. Uno sonrió y el otro se rió. Eché a correr por la calle por donde había llegado hasta la esquina. Estaba aterrorizado y me encantaba. Comprobé que nadie me hubiera seguido.

Quería regresar a mi casa, pero algo más fuerte quería más emociones. Regresé a Insurgentes después de algunos momentos. Con cautela.

Caminé sobre la avenida una cuadra, por cierto muy larga. Pasaron unos siete carros, algunos conductores me miraban al pasar. Me estaba acostumbrando a eso. Llegué al siguiente cruce. Se trata de un eje vial con mucho tráfico también. Es una avenida principal.

Estaba parado en la esquina de Insurgentes y Eugenia y había un microbús dos camiones de carga esperando el verde. Decidí cruzar la calle y pasar frente a ellos. Miré a los pasajeros del micro, había todo tipo de gente. Me miraban. Pase uno de los camiones, pase frente al segundo camión y escondido detrás de el había una patrulla.

Me quedé congelado. Los miré, me miraron. Me vieron el pecho y las medias y luego de nuevo la cara. Me puse a correr y me metí en una callecita. La patrulla encendió la tortea y fue tras de mi.

Me encontraron escondido detrás de un automóvil. Los oficiales bajaron. "¿Porqué corres?" me preguntaron. "Me asusté de un ladrón" dije estúpidamente. "Yo no ví ninguno" "¿Porqué vas vestido así?". No contesté. "Acompáñanos, por favor". Traté de hacerme el difícil. "Si no te metemos a la difícil". Entré a la patrulla.

Para hacerlo corto durante el camino estuvieron intimidándome. Decían que me iban a llevar a la delegación y que ahí iba a ver periodistas y que en la cárcel había violadores que le gustaban los niños güeritos, que me iban a golpear y me iba a contagiar de sida, etcétera. Yo prácticamente suplicándoles que no me llevaran. Estaba muerto de terror y vergüenza.

Al verme aterrorizado me trataron mucho mejor. Se volvieron mucho más amables. Me preguntaron en que trabajaban mis papás, me pidieron mi teléfono. Les dije que no había nadie en mi casa. Lo que querían era una mordida. Llamaron a mi casa de dos teléfonos públicos distintos. Cuando se dieron cuenta que era verdad y no había nadie en mi casa, nos dirigimos a la delegación. Yo continuaba suplicando y suplicando.

En eso el conductor paró el carro y ambos salieron a platicar. Regresaron y me dijeron que no me podían dejar ir así como así. Que si no podía pagarles tendría que ser de otra forma. Me hicieron muchas promesas. Que me dejarían en mi casa después pero que yo no se lo podía contar a mis papás. Les pregunté que es lo que querían hacerme y me contestaron que sólo me tomarían unas fotos porque era muy guapo y que le gustaban mucho los niños güeros. Yo les creí y fueron muy amables mientras hablábamos. El resto del camino nos fuimos en silencio.

Yo pensé que esto era mejor que la delegación y me sentí más tranquilo e incluso comencé a excitarme y a acariciarme el pene.

Pararon no muy lejos de donde me habían recogido. Se metieron al estacionamiento de una Comercial Mexicana y el copiloto bajó y se fue. Le pregunté que a dónde iba y me dijo que no me preocupara, que iba por unos cigarros.

Regresó manejando un tsuru viejo y vestido de civil. Me dijeron que me pasara a este. Me senté en el asiento de atrás y el policía me dijo que me pasara adelante. Yo no quería y ya se iba a bajar del carro para obligarme cuando el otro le dijo que tranquilo que me quedara donde quisiera.

El otro se fue con la patrulla. Me quedé sentado sin hablar hasta que me comenzó a preguntar de mi vida privada. Quería saber porque me gustaba vestir como vieja. Todo lo que le conté eran mentiras. Creo que le excitaba conocer mis detalles más íntimos. Este se llamaba Mauricio y tenía unos 35 años. El otro se llamaba Andrés y se veía un poco mayor.

A los quince minutos regresó Andrés caminando y con una chamarra de civil. Subió al carro y nos fuimos. Miré mi reloj y ya eran como las seis de la mañana. Había mucho tráfico, los niños iban al colegio y mucha gente en las calles. Ya era casi totalmente de mañana y yo con mis pantimedias mi blusa transparente y mi escocesa. Me gustaba mucho estar así.

Tomaron Universidad, luego Churubusco, Tlálpan hasta Periférico y de ahí hasta Iztapalapa. Iztapalapa es una zona de clase baja en su mayoría. Después me perdí. Tomamos muchas calles y por zonas desconocidas para mi. Los lugares eran cada vez más feos. Algunas personas alcanzaron a mirarme. Probablemente sospecharon algo. Unas colegialas me miraron detenidamente cuando esperábamos el verde y ellas el microbús.

Nos detuvimos frente a un taller mecánico abandonado. Uno de los policías bajó a abrir el portón y metierion el tsuru y comencé a ponerme nervioso, aunque en general me trataron bien durante todo el camino.

Era un lote baldío excepto que al fondo había un cuarto solitario en obra negra. Lo demás era tierra y escombros. Había un carro chatarra y hierros oxidados y pedazos de madera podridos. También vi un charco de agua en una orilla. Medía unos 100 metros cuadrados. Mauricio me abrió la puerta, mientras Andrés caminaba al cuarto.

Caminé delante de Mauricio. Abrí la puerta de aluminio que estaba sostenido con sólo unos alambres occidados y me detuve en el umbral. Pensé en el tétanos. No había ventanas y sólo había un foco pendiendo de un alambre del techo. De un lado había un colchón viejo con manchas, había una silla rota, pedazos de madera que talvez usaban para hacer fuego. Había dos jeringas usadas junto al colchón. Mauricio me empujó al interior. Ambos me dijeron que esperara y salieron cerrando y arrastrando la puerta.

Sólo y parado en aquel lugar sucio y peligroso me excitó mucho. Extraí las medias rosas que había colocado en las copas de mi brasiere, para hacer bulto en el pecho, me quité rápidamente los zapatos de charol sin desatar las agujetas y luego me enfundé las medias rosas sobre las pantimedias, encendí un cigarro y esperé descalzo a que regresaran…

Andrés fue el primero en entrar. Notó que me había puesto otras medias sobre las que traía. No se si le gusto o le disgustó, pero no dijo nada al respecto. A mi me fascinaba, me sentía como una puta ramera.

Afuera era de día y el sol comenzaba a iluminarlo todo a la perfección. Andrés se quitó la chamarra y me tomó una foto. El flash llegó de sorpresa. No dije nada, ya me lo había advertido. Lo acepté. Me tomó varias fotos en distintas posiciones: sentado en un rincón, de pie, acostado en el colchón inmundo, sentado en el, con las piernas abiertas, de espaldas, con las esposas puestas, hincado en el piso. Me tomó fotos fuera del cuarto, a la luz del día: esposado al auto oxidado, a los hierros oxidados, parado en medio del lote, junto al cuarto, sobre el charco, dentro del tsuru y luego hincado frente a Mauricio. "Ábreme el pantalón y mámame la verga, puñal", dijo Mauricio. "Eso es, así, eso", repetía Mauricio. Nunca había chupado un pene en mi vida. Me tomaron varias fotos con la pija adentro de mi boca o sosteniéndola con la mano. Me dijeron que sonriera y lo hice artificialmente.

Mauricio hacía bromas por mi ropa y me metía su pene hasta la garganta. Comencé a lagrimear y no me dejaba respirar. Lo empujaba, pero no lo hacía fuerte, pues pensaba que una mujer no lo haría fuerte. Yo estaba en mi rol de mujer, supongo.

"Méteme el dedo en el ano", dijo Mauricio. Le metí un dedo en el ano. Lo metí y saqué varias veces y lo hice con delicadeza, mientras que él me metía su pene con fuerza. Su pija era un poco más larga que la mía. Cuando logré sacarlos de la boca estaba lleno de mi baba. Andrés tomo su última foto. Estuve chupándosela un rato bajo la luz de la mañana. Había una piedrita que me molestaba y se me encajaba en la rodilla derecha. Mauricio se corrió copiosamente en mi cara, blusa y en las medias. Me sujetó del pelo muy fuerte y gritaba "ahhhhhh, uaaaaaa". Había un chisguete y luego otro y otro y vinieron varios después. Cerré la boca, pero luego me introdujo el pene. Tenía un sabor salado. Me dijeron que no me limpiara cuando vieron que me acercaba la mano al rostro. Pensé que si eso era todo lo volvería hacer varias veces. "Vamos adentro", me dijo Andrés.

Lo seguí. Me dolían las rodillas. Iba descalzo caminando de regreso. Las plantas de los pies y las rodillas las tenía sucias. Al levantarme cayó un hilo de semen a la tierra seca. También tenía en las manos y en los brazos. Es más esperma de lo que uno se imagina. Sentía frio en las partes mojadas. Tenía ganas de verme en un espejo. Entré al cuarto. Andrés se quitaba el cinturón y dijo que ahora le tocaba a él. Levantó el cinturón y me azotó en el muslo.

"No me pegues, porfavor", supliqué. Contestó que tendría que aguantarme si quería que me dejaran ir. Me dijo que me pusiera contra la pared y abriera un poco las piernas. El primero duele mucho, el segundo más, el tercero todavía más. Por ahí del séptimo te empiezas a acostumbrar, hasta el quince lo soportas, pero los siguientes son terribles.

Los primeros te aguantas pero después comienzas a gritar cada vez más fuerte. Después de un rato siendo azotado me quitaron el vestido escocés. Fumaban marihuana. El olor denso de la droga inundaba el cuarto. Los azotes se suspendían mientras Andrés le daba el golpe al cigarro de marihuana. Algunos cinturonzazos caían en mi espalda y la parte trasera de los muslos, a veces brincaba y me ponía las manos en las nalgas y recibía un nuevo cinturonzazo en las manos. "Quédate quieto, pendejo", decían, "Sí esto era lo que estabas buscando, aguántese, puto". "¿Ahora porqué lloras pendejo?". "Cállese, porque sino le va ir peor". "Eso le pasa por puto, pinche maricón de mierda". Y cosas por el estilo. Estaba asustado. Me dolían las piernas, la espalda y me machuqué uno de los dedos del pie. Me hice para atrás y les pedí que pararan. Los azotes no pararon. Me golpeaban en el hombro, en los brazos, en el pecho, pero sobre todo en las piernas. Me arrinconé en la esquina donde estaba la silla rota. Trataba de protegerme de los golpes que ahora caían en mi cabeza. De repente todo se calmó. Tomaron mis cigarros, se encendieron dos y me ofrecieron uno. Lo acepté. Mauricio me dijo que me acercara: "Ven", dijo "no te voy hacer nada, nena". "Acuéstate en el colchón", dijo. Me acosté en el colchón. Estuve un rato ahí.

"Levántate, cabrón. Que no hemos terminado". Andrés estaba meando en un rincón. Mauricio me escupió en la oreja. Me dijeron que me pusiera contra la pared, luego me esposaron a una argolla que estaba en el muro. Estaba chillando, los golpes aún no llegaban. Oí que Mauricio se quitaba también el cinturón. No lo soporté más: comencé a mear. Sentí el calor de la pipí recorriendo mis medias. Primero por una pierna, luego por la otra, las rodillas, un chisguete logró librarse de mi pierna y golpeó el piso, luego por los tobillos, los pies hasta que se empezó a acumular un charquito a mi alrededor. Era una pesadilla. "Mejor ya déjalo", dijo, Mauricio a Andrés.

Me descolgaron. Alguien me llevó al colchón. Alguien me bajó las medias. Alguien me metió su verga por el ano. Sentí fuego, no dolor, fuego por dentro. Me quejaba de vez en cuando. Se corrió en mi boca. Me metió el pene manchado de caca en la boca y me escupió. Mauricio se vino sobre mi otra vez. Después me empezaron a tratar muy bien. Mauricio empezó a intimar conmigo. Que le disculpara por los cinturonazos, que eso le excitaba mucho, me preguntó que si me había gustado un poco. Le dije que no. Me contestó que los disculpara que ya no me iban a hacer nada. Le creí.

Se quedaron con mi reloj y hasta después me di cuenta que se habían llevado mis zapatos.

Me dejaron en el lote baldío. Me dijeron que los esperara ahí, porque no me podían llevar de día. Mauricio me aseguró que el regresaría para llevarme a mi casa en la noche. Cerraron con candado la puerta del cuarto. Estaba encerrado. Me puse la falda.

Cuando se fueron descubrí que podía doblar la esquina de la puerta y salir. Estuve inspeccionando el lote. Me asome por los muros para ver que encontraba. De un lado estaba la calle, de otro lado, otra calle, de otro más estaba el muro de una fábrica y del último, era la azotea de una casa. Me fui a cagar a una orilla del lote.

El semen ya se había secado. Tenía manchas de el en la ropa. Regresé al cuarto Me quité las medias y el brasiere y me quedé dormido en el colchón. Habrá sido las dos cuando desperté. Doblé de nuevo una esquina de la puerta, salí y miré por un hoyo de la puerta de entrada del lote. Escuché voces de mujeres. Trepé por el muro y vi a dos mujeres caminar. Me escondí. Regresé al cuarto y comencé a masturbarme. Me corrí salpicándome a mi mismo.

De noche como a las ocho, estuve masturbándome de nuevo. Estuve fantaseando durante algunas horas, esperando a Andrés. Encontré una cuerda. Jugué a que me ataba en el carro oxidado, en la puerta de la entrada, me amordazaba con las medias y me masturbaba. Eran como las doce de la mañana, cuando me desnudé totalmente, me puse las medias rosas y salté a la azotea de la casa a un lado del lote. Había un tanque de gas, escuché unas voces y regresé corriendo. Fui del lado de la fábrica, trepé el muro y me fui deslizando por la pared de la fábrica hasta la esquina del edificio. Dí vuelta y encontré una ventana. Me asomé y la fábrica estaba abandonada, sólo había un velador dentro. Tenía una TV prendida. Regresé al lote.

Debieron ser las dos o tres de la madrugada cuando decidí salir a la calle. Salté el muro. No estaba muy alto, pero me raspé los costados. No había carros, ni gente. La calle estaba bien iluminada. Todo era cemento. Era una cuadra larga. Una fábrica de mi lado a la derecha, otra también a la derecha pero del otro lado de la calle y algunas casas. Es una zona industrial, pensé.

Caminé a lo largo de las fábricas. Iba totalmente desnudo, sólo con las medias rosas. Iba masturbándome y la adrenalina golpeaba mi corazón. Llevaba como 50 metros recorridos cuando un carro dio vuelta sobre la calle que me encontraba. Pero a esas alturas ya estaba curado de espanto y seguí adelante. El carro pasó a mi lado. El conductor bajó de velocidad y me miró, pero pasó de largo. Caminaba masturbándome. Sentía el semen seco en mi rostro y los bellos de mis brazos estaban pegados entre sí por el semen de Andrés y Mauricio.

Caminé más. 100 metros, llegué a la esquina. Miré a ambos lados, no parecía haber gente, parecía una ciudad desierta. Di vuelta en otra calle. Tenía camellón de tierra y no había lugar para esconderse. Algunos carros se aproximaban a mi por al avenida. Estaba llegando al clímax. Crucé la calle y me paré en el camellón. Noté que podían haber mas gente por ahí. No me importaba, me encontraba mareado de excitación. Me encontraba fuera de mi. Dejé que los autos pasaran a mi lado y fue entonces cuando me vine copiosamente sobre el asfalto. Fue un orgasmo de 15 segundos o más.

Todo terminó y volví en mi. Escuche algunos gritos y noté que en realidad había más gente en la calle de lo que había visto. Corrí de regreso. Cuando llegué a la entrada del lote, nadie me seguía, traté de trepar el muro, pero no pude. Lo intenté de nuevo, otra vez, otra y otra, y otra y otra. Intenté subirlo por otro lado varias veces pero era imposible. Comenzó a entrarme el pánico. Por fin perdí toda esperanza. Decidí esperar a Andrés afuera del lote.

Pensé con calma como podría subir el muro. De repente me di cuenta que era demasiado sencillo, apoyándome en la pared del edificio junto. Lo intenté y a la primera conseguí saltar el muro. Fui a esconderme al cuarto.

Sentía frio. Me vestí como había llegado ahí y esperé a Andrés.

Andrés llegó un rato después. Me llevó a mi casa. Pero me pidió una última chupada…

…estábamos cerca de mi casa. Durante todo el trayecto estuve masturbando y mamandole a Andrés el pene. Ahora estaba sobre mi masturbándose. Se corrió sobre las medias, vestido y blusa escocesa. Me dijo que no me limpiara y que regresara a la casa así. Me preguntó si podíamos vernos en otra ocasión. Le contesté que sí (me encontraba cansado y quería llegar a mi casa). Me pidió que no le contara a nadie sobre lo que había sucedido. Se lo prometí y me bajé del carro. Todavía faltaban cuatro cuadras más o menos y tuve que desviarme un poco para recoger las llaves de mi casa que había escondido en el restaurante. Las encontré por fortuna, pero la ropa no. Me encontraba a media cuadra de mi casa. Me daba miedo de que algún vecino me viera llegar vestido así. Abrí la puerta. Todo oscuro, nadie estaba en casa.

Me masturbé en la cama. Luego me quite toda la ropa y la metí en una bolsa de plástico. Me desmaquillé, me bañé y dormí como tronco. Al día siguiente me dolía todo el cuerpo.

Espero que les haya gustado. Espero sus comentarios.