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Enfermero

en Voyerismo

Estoy nervioso, francamente molesto...

Pero la Dra Alonso ya ha dado por zanjada el asunto, ese es su sistema para no discutir y para mantener cierta disciplina entre los que somos sus subordinados.

Decir cosas como esta;

Serrano; No hay otro enfermero disponible y no hay ninguna mujer, es usted el único de servicio y yo lo necesito; Así que queda zanjada esta discusión...

Y yo, claro, opté por callarme, al fin y al cabo es mi trabajo.

Pero esta inspección...

Llegamos al corredor, yo más nervioso todavía, allí, apoyadas en la pared, aguardan casi una docena de chicas, miro bien, me armo de valor, yo soy el sanitario y ellas deben asumir que ahora, con ni bata blanca, no soy un hombre más de la calle, sino uno de los profesionales con los que van a efectuarse aquella revisión médica.

La Dra Alonso es de pocos miramientos, más bien tirando a antipática, seca en sus frases y en sus miradas, como haciendo un alarde continuo de excesiva profesionalidad.

-¿Son ustedes las candidatas de la empresa LODER-Ibérica?. –Pregunta a la chica que tiene más cerca-

La muchacha dice que sí, después, dándose prisa en hacer la pregunta ( El ceño fruncido de la Dra, dejaba claro que no se habían topado con la facultativa más amable del mundo ), añadió...

- ¿Sabe cuanto tiempo, más o menos, nos va a llevar esto?... Tengo clase más tarde y...

No pudo terminar la explicación, la Alonso giró con brusquedad el pomo de la puerta de la consulta con una mano a la vez que levantaba la otra para interrumpir a la osada.

- Señorita... –Dijo- Usted ha venido a hacerse la revisión que la empresa en la que pretende trabajar le exige; ¿No?...

Y antes de que la chica llegase a contestar, una vez más, zanjó con su frase el asunto.

Por lo tanto tendrá que esperar el tiempo que haga falta. Supongo, a usted le interesa el puesto de trabajo, dejemos zanjado el tema del tiempo entonces...

Después entró en la consulta, no sin antes, hacerme una indicación con la cabeza para que iniciase el proceso...

¿Qué tipo de puesto de trabajo es para el que optan?... – Pregunté en voz alta-

Puff¡... – Contestó haciendo una mueca una chica muy teñida que estaba atrás mío - Es para trabajar de peón en una cadena de montaje...

La miré, se trataba de una chica más bien vulgar, después miré un poco más detenidamente a las demás y comprobé que, salvo alguna un poquito más veterana, todas eran del estilo.

Chicas de barrio – Pensé- Un puesto de trabajo para gente no cualificada, seguramente con escasa cultura, por eso la tal LODER ha contratado una revisión de las de tipo "ganado".

Y las chicas no eran angelitas ingenuas, ni mucho menos, así que no me sorprendió escuchar una risita cuando, una vez hice pasar a las tres primeras, les dije la frase de rigor;

Por favor, desnúdense y dejen ahí la ropa.

Un par de minutos después, tenía frente a mí a tres chicas completamente desnudas, una alta, otra gordita y la tercera de piel muy oscura, quizá centroamericana, las medí y pesé, como se hacía siempre en todos los exámenes para empresas.

Sin bien, cada vez que mi trabajo consistía en esto mismo, venía a mi cabeza el mismo pensamiento...

La verdad es que las pobres chicas se veían sometidas a algo bastante vergonzoso, pasaba lo mismo con los varones, pero, en el fondo, estos no parecían afectarse tanto.

Siempre se trataba de exámenes previos a contrataciones para trabajos pésimos, fábricas grandes, almacenes o cadenas de montaje.

Cuando se trataba de exámenes médicos para personal más cualificado se utilizaban otras oficinas, todo era mucho más limpio y, por supuesto, menos violento...

Los pacientes entraban de uno en uno y a todos se les facilitaba un batín para que, a no ser en los momentos en los que era estrictamente necesario, su intimidad no sufriera en absoluto.

Sin embargo, para las pruebas de peones o puestos parecidos, hacíamos entrar a los pacientes en grupos.

Después, descalzos y desnudos, eran sometidos al examen, incluso rellenábamos entonces la ficha con sus datos, algo que podría haberse hecho antes de que se desvistieran, por lo que uno estaba sentado en una mesa escribiendo y haciéndole preguntas sobre su salud a una persona en pié y en cueros frente a ti.

Pero era mi trabajo y, por lo general, nadie protestaba...

Es más, ya he dicho que solía tratarse de gente sencilla y añadiría que personas que necesitaba con bastante urgencia el trabajo, por lo que, en todo caso, harían de tripas corazón y aguantarían la vergüenza de verse tratados así.

"Una clínica era una empresa como otra cualquiera". Solía decir el director...

Por lo tanto ha de optar por lo que le resulta más rentable, y para esa "tal empresa", emplear batas y patucos limpios en aquella gente, supongo que era algo estúpido y caro.

¿Será que creen que un pobre se avergüenza menos que un rico de estar desnudo?...

El asunto es que la revisión transcurría con normalidad.

Siempre de tres en tres, las chicas pasaban, yo las llevaba a la báscula, después las tallaba, les rellenaba la ficha, tomaba la tensión y alguna que otra prueba correspondiente a mi categoría profesional.

Luego pasaban al despacho de la Dra Alonso, ella les hacía un examen más profundo y, como yo me negué desde un principio a hacerlo, era ella la encargada de pedir a los o a las pacientes que hiciesen varias flexiones de rodillas y de cintura.

Tanto en el caso de los hombres como en el de las mujeres, era impresionante ver a aquella pobre persona, como Dios la trajo al mundo, agacharse en inclinarse ante la soberbia estampa de la Alonso, que era una mujer grande y preciosa, siempre con elegantes zapatos de tacón y una melena muy bien cuidada.

Parecía una diosa perdonándole la vida a sus esclavos.

Pero ese día, mi trabajo rutinario, me deparaba una sorpresa...

Habían pasado ya tres grupos de chicas, en el pasillo quedaban las dos o tres últimas pero, para estar más seguro, esta vez en vez de llamar a las tres siguientes por el altavoz, salí yo mismo al pasillo para comprobarlo.

Antes estaba escondida, por eso no la había visto...

-Susana...

- Hola... –Me contestó con su dulce sonrisa de siempre-.

Cuántas cosas habría hecho yo por Susana, de eso hacían casi veinte años...

Mis malas notas, mis desastrosas notas, y mi padre amenazando con ponerme a trabajar en el verano y, un mes más tarde, cumpliéndolo.

Era una fábrica de confección, pilas y pilas de cajas de cartón y de enormes rollos de tela que tuve que desempolvar y ordenar, aparte de copiar a máquina larguísimas listas de facturas y albaranes...

El dueño, un hombre alto, vestido con la máxima elegancia y seguido a todas partes por el par de secretarias más sexys del mundo, tenía una hija.

Susana venía por las tardes, era más joven que yo y no se porqué razón, a pesar de que estábamos en periodo de vacaciones escolares, algún día venía vestida con el uniforme de las monjas.

No reparaba en mí, qué va.

Era sin duda una adolescente preciosa, muy rubia y con todas esas características difíciles de definir que caracterizan a las niñas de papá...

Y vaya si lo era.

Raro era el día que no llegaba comiéndose un helado y también, más de un día salió su padre del despacho reclamando mi presencia para que fuese al bar de la esquina a buscar una coca-cola para su hija.

Me molestaba hacerlo, claro, sobre todo porque, cuando le entregaba la botella a la chica, no sólo no me daba las gracias...

Ni me miraba siquiera.

No sólo la vi en aquél verano...

Mi carrera me la pagué a base de trabajitos esporádicos, en casa no había para tanto.

Así que, un tiempo después, estaba yo atrás del mostrador de una pizzería...

Sudoroso y ataviado con la gorrita más ridícula que el jefe del franquiciado había podido encontrar.

Y allí llegaba ella, ahora ya una jovencita, siempre, bajo el brazo, el casco de moto del novio de turno, unas motos gigantescas, descomunales y carísimas que yo sólo podía mirar desde el escaparate.

Susana y sus amigos, tal repelentes como ella, solían quedar allí antes de irse a la discoteca o a esas fiestas que los niños ricos hacen en sus tremendas casas mientras su padres están de viaje...

Mis padres, como mucho, se iban al pueblo algún fin de semana y desde luego, en casa quedábamos un mínimo de tres hermanos, así que fiestas pocas.

En aquella pizzería pude ver como era achuchada por los hijos de papá más odiosos que he podido ver nunca.

Ella, que a estas alturas, era una rubia preciosa de eterna minifalda, ni qué decir tiene que, ni por asomo se acordaba de mí...

Sólo un día, me armé de valor y se lo dije;

¿En la empresa de mi padre?... ¿Si?... ¿Y cómo te llamas?...

Y apenas terminé de decir mi nombre, exactamente como hacía entonces, con la coca-cola que le acababa de servir y sin despedirse de mí, se dio la vuelta hacia su pandilla.

Pude oír perfectamente cómo, el novio de turno, le preguntó cerca de mí, que qué quería...

- Nada... –Le dijo ella- Es sólo un tío que trabajó para mi padre hace un par de años.

Esa misma Susana era la que, incomprensiblemente, estaba ahora ahí, en el pasillo, esperando junto a una negrita para ser examinada por la neo-nazi de la Dra Alonso.

Así que las hice pasar a las dos.

Mientras, le pregunté a ella...

¿Pero qué haces aquí?...

Nada, ya ves... -Su voz era sólo un hilito- vamos a ver si me contratan o no.

Mi mente hervía de preguntas, dudaba si hacerlas o no, pero, caray - me dije -, aquí soy yo el que manda... ¿O no?...

- Ya sé que es demasiada curiosidad... Pero es que me choca verte aquí...

Y ella captó al vuelo mi torbellino de dudas y, en tres frases, me resumió los tal vez más terribles cuatro o cinco años de su vida.

Su padre había tenido un problema grande, un incendio en la fábrica, un chanchullo y un dinero colocado donde no debía estar.

En fin, por lo visto aquél elegante señor de las dos secretarias pegadas a los faldones de su chaqueta, hoy era un infeliz que pretendía venderle botones y cremalleras a los que, años atrás, habían sido sus colegas en el mundo empresarial...

Perdió dinero, pero también credibilidad, así que ni siquiera pudo recomendar a su preciosa hijita.

Y la preciosa hijita, que amparada en sus larguísimos estudios de económicas vivía la más maravillosa de las juventudes, tuvo que abandonarlos, perdió a sus amigas y con ellas a sus yates en Mallorca y, como no, a sus novios estupendos con sus Kawasakis y sus papelinas de coca en el bolsillo.

Ella estaba ahora ahí...

Necesitando tanto o más que las demás aquél trabajo tedioso y mal pagado junto a muchachas a las que ella, en otra época, habría negado hasta el saludo.

Justo cuando entrábamos a la consulta la Alonso había terminado con la chica anterior.

En realidad, ya no era tan chica, pasaba de los treinta, una mujer con hijos seguramente, como bien se podía ver en las formas de su cuerpo que, totalmente expuesto, pasaba ahora casi rozando la melena angelical de mi ex jefa.

Susana se ruborizó ligeramente, se quedó sorprendida sin duda ante la desnudez de la que podría ser su compañera de trabajo, pero no dijo nada, fue eso sólo, un rubor.

Pero yo me percaté...

Y, de pronto, me encontré a mí mismo haciéndome preguntas extrañas, consultas de urgencia a mi conciencia...

De que si podía hacerlo, o de que no.

Y me dije que sí.

¿Podéis desnudaros?... Por favor.

La negrita dudó menos, tal vez no era la primera vez que pasaba por una prueba parecida, ya estaba casi con la blusa entera desabrochada cuando la detuve...

No... Mira... Si no te importa estaba ella en la lista antes que tú. –Y señalé a Susana-.

La africana volvió a abrocharse la fila de botones, la otra no levantaba la cabeza del suelo.

- Lo siento... –Dije sin mirarla- Pero es necesario...

Empecé a mover papeles encima de mi escritorio, hice como que rellenaba algo mientras que, lo que hacía en realidad, era observar de reojo a la titubeante mujer que, poco a poco, se iba quitando la ropa.

No supo muy bien qué hacer con esta ( no teníamos algo tan simple como colgadores ) terminó por doblarla un poco y dejarla sobre la misma silla en la que estaba sentada un minuto antes.

Como me imaginaba fue necesario que, aunque ella ya había visto a la anterior paciente, le aclarase que se lo tenía que quitar todo.

Fui cruel.

Claro que sí...

La hice aproximarse hasta la báscula.

Una vez estuvo encima de ella, fingí que se había atascado la pesa deslizante, por lo que le pedí que se bajase de nuevo y, durante medio minuto, tuvo que aguardar de pié, a escasos centímetros de la manga derecha de mi bata, hasta que le dije que podía volver a subirse.

Se cubría los senos con las manos...

Es lo que hacen casi todas.

Pero, para mi alegría, en un rápido vistazo descubrí una evidente cicatriz en su vientre, apendicitis supuse...

Así que le pregunté al respecto, y al hacerlo, fijé descaradamente mi vista en su pubis. Entonces estuvo a punto de colocar una de sus manos sobre este para cubrirlo, pero no estaba segura de qué hacer, así que terminó dejándolo a la vista y tapándose de nuevo los pechos .

Dejé a propósito que la otra chica permaneciese vestida mientras tanto.

Es más, me hubiese gustado comentarle a esta quien era la delicada rubita que en ese momento ponía un pie sobre otro, gesto que curiosamente hacen muchas mujeres al verse en esta misma situación...

La niña mimada de mi jefe, el que me mandaba limpiar la puerta de cristal de su despacho mientras escuchaba contar a su hijita cómo le había ganado esa tarde al tenis a la hija de los Álvarez-Sigüenza.

Pasar a la regla de medir debió resultarle todavía más humillante...

Quedaba de frente a la negrita y, mientras yo bajaba la escuadra del medidor hasta hacerla rozar con sus rizos dorados de princesa, noté su respiración agitada.

Tanto fue así que, al ir a tomarle la tensión, le tuve que recomendar que se relajase y en un alarde más de perversidad por mi parte, la dejé sentada en la camilla, siempre desnuda, mientras yo me senté enfrente, al lado de la otra chica, con el fin de rellenar la ficha médica de esta.

La ficha propia de Susana la rellené después, alargándola en todo lo posible...

Yo había acabado con ella, así que la acompañé hasta la puerta del despacho de la Dra contiguo al mío.

Ésta, como ya he dicho, hacía rato que había terminado con la paciente anterior.

Estaba distraída y al verme me preguntó;

¿Ésta es la última?...

"Ésta"...

Me quedé pensando en lo irrespetuoso de la expresión...

Dicho así, delante de la chica, como si ellas para nosotros no fuesen personas sino más bien una especie de animales a clasificar.

Le contesté que no, que todavía quedaba otra...

Mientras intercambiaba con la Alonso estas pocas palabras, observé a gusto, ahora con otra perspectiva, como una escena de cuadro, la figura blanca de aquella mujer que había sido tan inalcanzable para mí hacia unos años.

Indefensa...

Como empequeñecida...

Veía su trasero al descubierto, bonito por cierto, frente a la estilizada imagen de la Dra, siempre sobre sus tacones y bata inmaculadamente blanca.

Todavía más...

Mientras Susana era examinada en el otro cuarto, busqué varias excusas, tontas algunas, para entrar, justo cuando la Alonso estaba en la parte más íntima de los exámenes.

Entré tres veces...

En la primera de ellas me regocijé con la imagen de una Susanita con la boca abierta mientras la Dra le examinaba la garganta, ella entonces tenía los ojos cerrados, o miraba hacia el techo, así que yo no pude cumplir mi objetivo...

Para la segunda, esperé un poco, volví a entrar y le dije a mi actual jefa que le dejaba unos historiales sobre su mesa de despacho, entonces miré de nuevo hacia la chica.

No diré qué en qué parte del reconocimiento estaba en ese instante...

Pero sí que yo, muy a propósito, clavé mis ojos en los de aquella infeliz.

La misma a la que le servía pizzas los sábados por la tarde y tenía que contentarme con imaginarla en los brazos de aquél chico altísimo, peinado para atrás, siempre con vaqueros y camisas de marca.

Nuestras miradas, como digo, coincidieron por mi culpa.

Y ví toda su vergüenza...

Y me gustó verla.

Todavía, como dije, entré de nuevo y, aunque ella no me vio a mí, sí supo que era yo quien estaba a su espalda, mientras hacía las flexiones que la Alonso le había indicado.

Pude verla en cuclillas, levantarse después lentamente, varias veces...

Y luego, a través de la puerta entreabierta, la negrita y yo pudimos verla caminar con los ojos cerrados, en la prueba de equilibrio.

Por fin terminó con ella.

Entonces la Dra me llamó a su despacho, así que, en la puerta, me crucé con aquella Susana con los ojos y la cara enrojecidos por la humillación.

No nos despedimos.

Ya no la vi después, debió vestirse muy de prisa y marcharse, pobre.

Creo que la Alonso me iba a preguntar algo...

Ella es mujer, además lo es mucho, vosotras tenéis más antenas que nosotros, así que no dudo de que de algo se percatase en aquél día memorable para mí.

Pero no me preguntó nada...

Fingió que se le había olvidado la razón por la que me había reclamado, me dijo que, cuando lo recordase, me lo diría.

Y lo dicho, creo que sí lo notó.

Después pensé que tal vez se lo debiera de haber contado.

Hubiese sido algo así como la culminación de mi extraña y no buscada venganza sobre Susana...

Además, creo una cosa.

A la Alonso le gusta esto...

Ella disfruta.

¿Y la niña bien?...

¿Conseguiría el trabajo?...