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Manoli

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Manoli

Luis tocó el botón. El timbre sonó y Manoli acudió a la puerta. - ¡Hooolaaa! - ella le abrazó calurosamente. - ¡Holaaa! - risas. - ¿Que taaal? - Manoli se separó de él y mirándolo a los ojos, le dedicó su sonrisa radiante, de un atractivo arrebatador. - Bieeen - Luis se derretía para sus adentros. - Pasa.

Cerró la puerta y Luis la siguió por el pasillo iluminado. Manoli, la mujer de su amigo, lo recibía en camisón, con peligrosa confianza. Como tantas veces, pudo contemplar la figura de Manoli. El camino hacia la cocina duraba medio minuto, y Luis se deleitaba observando embelesado a Manoli andar. Delgadita pero bien dotada, muy femenina en sus andares. Llevaba puesto un camisón floreado y colorido, holgado, abierto por debajo de las axilas, le llegaba hasta un poquito por debajo del culo, lo que permitía admirar sus encantos, que apenas asomaban.

Maravillosa. De figura delgada. La piel blanca, de suavidad insoportable, seguro, pensaba Luis. Las piernas espectaculares, pantorrillas torneadas, muslos opulentos y fuertes. Caderas anchas, culo generoso. Cinturita de avispa, talle delgado, hombros estrechos. Pechos abundantes, pero no muy grandes. Cuello de cisne. Bellísima de cara, graciosa, sonriente, simpática. Ojos muy expresivos. Voz aguda, dulce, suave, de esas voces que embriagan.

Toda su figura la pudo admirar Luis en ese medio minuto. Los pies descalzos, la carne de los muslos rebotando ligeramente en cada zancada, el bamboleo de su culo y sus caderas a izquierda y derecha. Luis se dio cuenta de pronto de que ella había vuelto su cabeza y lo estaba mirando, mientras él había estado recreándose en su culo. Con una sonrisa pícara evidente, ella dio a entender que le había pillado. Ella era consciente de su cuerpo delicioso, y de que a él le gustaba hacía ya tiempo. Manoli era coqueta y, a caballo entre puritana y provocadora, jugaba a excitar a Luis de vez en cuando. - ¿Y tú que estás mirandooo? - Uh, nada, un cuerpecito serrano. - ¡Ja ja ja! - soltó una carcajada sibilina y siguió andando - Pues Paco no está, no viene hasta la hora de comer, y tú has venido taaan pronto...

El corazón de Luis latió con violencia. Paco era su amigo y Luis deseaba a Manoli desde hacía mucho, pero no se había atrevido a nada, a pesar de las provocaciones de ella. Esta ocasión insólita le hizo temblar, eran las once de la mañana y Paco no llegaría hasta la hora de comer. Hacía bastante calor, Manoli en camisón provocándolo, no sabía si podría aguantar.

Llegaron a la cocina. Ella se sentó un instante para ajustar la sintonía de la radio. Y se sentó lateralmente, a sabiendas, para cruzar las piernas y mostrar a Luis sus enloquecedores atributos. Luis pegaba sus ojos a esos muslos que asomaban bajo el camisón, casi hasta el culo, esas rodillas perfectas, esos ángulos visuales imposibles que vuelven loco a un hombre. Manoli lo sabía perfectamente, y se entretuvo un par de minutos, balanceando la pierna, acariciándose el muslo lentamente, mientras encontraba una sintonía con música. - Ya está - se levantó, sonriéndole, y se bajó el camisón, bajando la vista a sus muslos y volviéndola a subir, sin dejar de sonreírle. - Esa sintonía está muy bien - dijo él -. - Voy a terminar de fregar, que me has pillado casi al final. - Yo mientras me siento aquí. - Muy bien.

Manoli se apoyó en el fregadero y continuó la tarea en la que estaba. Luis se sentó y mientras charlaban de las últimas novedades, su mirada se paseaba por el cuerpo de Manoli, sin poder evitarlo. Bajo ese camisón se escondía mucho deseo contenido, esa piel que tanto ansiaba palpar, esas carnes, esa anatomía impresionante. Con los gestos enérgicos del fregado, su culo y sus pechos se bamboleaban suavemente, obsesivamente, perturbadoramente. Luis decidió entonces que tendría que aprovechar la ocasión. El riesgo era grande, pero ¿y si ella respondía? El plato era demasiado fuerte, tenía que arriesgar.

Luis se acercó por detrás y despacito, con el corazón a cien, posó una mano sobre el hombro de ella. ¡No se inmutó!. Se acercó más, apoyándose ligeramente sobre ella, y rodeándole la cintura, la fue abrazando, todo muy despacio. Ella no se inmutó, permitió el abrazo, complaciente al parecer. Increíble. Ella, sin volverse, susurró en voz muy baja, acariciante: - Mmm, me parece que tú lo que eres es un poco pillo... - y continuaba fregando, permisiva.

Empezó a besarla el cuello, despacito. Ella soltó una carcajada socarrona: - Definitivamente, ¡Tú lo que eres es un poco pillo! - y siguió fregando, ya casi estaba terminando. Él besaba su cuello, extasiado, nervioso, y pasó a acariciar su vientre, sus caderas. Sus manos se iban desplazando poco a poco hacia el pecho. Empezó a palpar un pecho por encima del camisón, abundante, blando, esponjoso. Un delirio de sensación.

Entonces ella terminó el fregado, y sin salirse del abrazo, se dio rápidamente la vuelta, enfrentándose a él. Agarrándolo con fuerza por los hombros y haciendo rodar su trasero sobre el fregadero, consiguio cambiar sus posiciones, poniéndose ella en el exterior, dejándolo a él en el interior, empujándolo ligeramente sobre la encimera. Bajó las manos sobre el pecho de él, separando los troncos, pero apoyando más sus caderas. Sonreía con lascivia. - ¿Te gusto, eeeeh? - él callaba, y ella, apretando los dientes, en tono irónico, repetía - ¿te guuusto, eeeeh?

Él, silenciosamente, agachó su cabeza para besarle los pechos, con un deseo lujurioso incontenible. Ella consintió unos arrumacos, él se perdía entre la opulencia de sus pechos y el contacto de su cuerpo. Pero después, entre carcajadas, ella empezó a empujar el tronco de él hacia atrás para separarlo, pero apoyando más las caderas. Notó la erección brutal de Luis y rió con más fuerza. - ¿Te apetece, eeeh? ¡Te apeteeece! - sacando la lengua entre risa y risa.

Él intentaba una y otra vez agachar el tronco para besarla los pechos, y ella se retorcía como una anguila, evitándolo, pero a la vez restregando bien sus caderas contra él. Las contorsiones de ese cuerpo delicioso bajo el camisón floreado, el contacto de sus carnes prietas y abundantes, las carcajadas embriagantes, enloquecían a Luis, que no conseguía su objetivo, y se excitaba cada vez más.

En una de las carcajadas, ella lo empujó más fuerte, liberándose del abrazo. Se quedó de pie a dos pasos, mirándolo con gesto burlón, le sacó la lengua como una colegiala, inclinando el tronco para delante, y corrió hacia el salón. Ese gesto burlón, esa provocación, encendieron en él aún más el deseo y el ansia. Corrió persiguiéndola. Ella, en la corta carrera, llenaba el pasillo de estridentes carcajadas, con el timbre agudo de su voz. Todas sus carnes se bamboleaban en la carrera. Atravesó la puerta del salón, dejándola abierta, parando la carrera, dejando que él la alcanzara.

Él llegó segundos después, agradeciendo que dejara la puerta abierta, obsesionado con ese contacto carnal, sin decir palabra, en una persecución tan primitiva como el propio deseo. Ella lo esperaba con la lengua sacada en gesto burlón, los brazos en jarras, de pie justo al borde del amplio sofá del salón. Luis se abalanzó sobre ella, abrazándola, enloquecido, besando sus pechos sin decir palabra. Ella no paraba de reír. - Dooonde vaaas, dooonde vaaas... - lo sujetaba por los hombros, subía la barbilla y seguía riendo.

Desplazando sus caderas un poco fuera de su abrazo, Manoli deslizó sigilosamente una pierna por detras de él, y con una llave natural, dobló las rodillas de Luis, que perdió el equilibrio, sorprendido en su locura. Manoli, con esa ventaja, lo empujó fácilmente tirándolo al sofá, entre carcajadas. - ¡Sorpresa! ¡Ja ja ja!

Y corrió detrás de la mesa del salón, sacándole otra vez la lengua. Él deliraba de confusión y excitación, pero ya veía claro que se trataba de un juego, y de que podía tener ciertas expectativas. - Ya verás - La persiguió, dando vueltas alrededor de la mesa, hipnotizado por las carnes que se bamboleaban arriba y abajo, en las cortas carreritas. Las carcajadas de ella no paraban.

Al fin, ella se detuvo junto al sofá y pèrmitió que la alcanzara. Se fundieron en un abrazo nervioso. Cayendo los dos al sofá, ella empezó a estar más permisiva, esta vez acariciándolo también. El sofá era enorme, amplio, y permitía bastantes movimientos, incluso con esa lujuria. Cuántas veces había soñado Luis en retozar con Manoli en ese sofá, gigante, amplio, confortable, oyendo sus risas estrepitosas.

En el meneo de caricias y apretones, Luis descubría que aunque ella era bastante puritana, tenía una habilidad natural para el sexo. Y se preguntaba para sus adentros si su amigo Paco podía disfrutar tanto como él ahora, en un mundo de rutina, siempre con la misma mujer, aunque fuera del calibre de Manoli. Porque Manoli era tremenda. Mientras se revolcaban, ella lo iba desvistiendo con pericia. Más ágil que él, más ligera, sus manos trabajaban rápidamente. Él también consiguió quitarle el camisón, y pudo contemplar, extasiado, aquel cuerpo delicioso. Ella se arrodilló a horcajadas sobre un extremo del sofá. - ¿Queeeé, te gusta? ¿me mantengo en forma? - abriendo los brazos, agitó su tronco en una ligera convulsión, que bamboleó sus pechos de izquierda a derecha. Abundantes, blandos, firmes. Y risas, ironía, carcajadas.

Él se abalanzó sobre ella, apretando todas sus carnes, gozando del contacto de esa piel deliciosa que tanto había deseado. Se hundía en esos senos acogedores. La besaba el cuello mientras ella subía la barbilla y lo abrazaba, riéndose a carcajadas, entre burla y lascivia. - Ay, Luis. Ay, Luis - sin dejar de acariciarlo entre arrumacos y apretones.

Y entre risas y carcajadas, él intentó besarla también en la boca, pero ella se retorcía como una anguila otra vez, esquivándolo, alejando su cabeza, sacando su lengua de víbora, excitándolo con esa mezcla de permisividad y prohibición. - No pueeedes. Mmmm. No pueeedes - más carcajadas.

Pero finalmente se lo permitió, y se fundieron en un beso salvaje, las lenguas agitándose. Ella no dejaba de sonreír y soltar risitas burlonas. Y continuaron las caricias, los besos, los apretones, y el deslizarse de cuerpos. Manoli, con las manos, manejaba el miembro de él, brutalmente erecto. Le hacía cosquillas en los testículos, bajaba y subía el capuchón, despacito, ligeramente.

Después de un rato de caricias, besos, y carcajadas, ella se sentó a horcajadas sobre él, para cabalgarlo, el talle enhiesto, mostrando prominetes sus pechos, con los pezones ahora firmes y duros. Tomando el miembro de él, lo paseaba por sus labios vaginales, dejando que su glande notara la humedad y calidez de ella. Poco a poco, lo introdujo, despacio, sin dificultad. - Mmmm, así, siiií! - Luis la penetraba, el pene tieso, disfrutando de la calidez de su cueva. Una vez que Manoli se sintió bien penetrada, posó las manos suavemente en el vientre de Luis y comenzó a cabalgarlo. Luis pudo descubrir las tremendas habilidades de la mujer de su amigo.

Apretaba con sus muslos los costados de Luis, acariciaba su vientre y su pecho despacito, reía, le sacaba la lengua. Y comenzó la danza enloquecedora de sus caderas. Moviéndolas lentamente, en círculos amplios, dosificaba la penetración. No paraba de reír, y Luis perdía la cabeza entre aquellas piernas, cabalgado por aquella amazona lujuriosa. La acariciaba enloquecido, los pechos, las caderas, los muslos. Aquel vientre amplio y suave, aquellas caderas espectaculares, lo encajaban en una presa de la que ningún hombre podía escapar.

Manoli, entre sus habilidades sexuales, gozaba de la más secreta, el masaje vaginal. Luis notaba que mientras lo cabalgaba risueñamente, con sus movimientos circulares de caderas, lo estaba ordeñando, mejor que si lo hiciera con una mano. Manejando el miembro de él a su antojo, lo apretaba y acariciaba despacito, deprisa, suave, fuerte, en ese interior cálido que vuelve loco.

En poco tiempo Luis empezó a perder el control, presa de tan excitante estimulación. Ese cuerpo exuberante y esa habilidad increíble, tocando todos sus puntos erógenos, eran demasiado para él. Manoli se dio cuenta, por su respiración acelerada y sus manos temblorosas, de que Luis no podría aguantar más tiempo la eyaculación.

Cuando él empezaba ya a gritar, ella frenó su danza y sus caricias, y con los músculos de la vagina, en un fuerte apretón, estranguló el pene de Luis justo a tiempo, impidiendo la eyaculación con pericia. - Todavía nooo, quieeetoooo, quieeetooo, fiera - lo miraba a los ojos, con sonrisa pícara, la voz suave, como en un susurro, acariciante, embriagante. - ¿...? - Luis la miraba sorprendido, como saliendo de un profundo trance, con expresión suplicante. - Ssshhh - con esa voz suave, los labios en forma de u, como si lo hiciera callar, lo amansaba. - Pero... - él notaba que no podría eyacular si ella no se lo permitía, y se sintió aún más dominado por aquella mujer que lo manejaba entre sus caderas como un títere, lo cual lo excitó más aún. - Hasta que yo no quiera nada, Luis, hasta que yo no quieeera, aaay Luis, aaay - meneaba la cabeza mirándolo como diciéndole que no, esa voz suave de agudo timbre lo embriagaba.

Luis se fue calmando, y Manoli fue notando que cesaban sus temblores. Así que empezó de nuevo con sus caricias. - Así, buen chico, así, aaay Luis. Él empezó otra vez a acaricarla, esta vez más lentamente, deleitándose de nuevo con esos senos abundantes, suaves, perturbadores.

Su erección había bajado ligeramente, pero Manoli sabía perfectamente cómo estimular a Luis para recuperarlo rápidamente. Siguió con sus caricias, con su lento movimiento circular de caderas, con los masajes de los músculos de su vagina. Y poco a poco, aumentaba el ritmo de la danza, moviendo las caderas más rápidamente, según notaba la respuesta en él. En seguida, Luis caía presa de la excitación, y participaba en la danza. Y al poco, volvía a perder el control. Manoli se detenía, estrangulaba el miembro con brío y amansaba a Luis con su susurro suave. - Ssshhh, quieeeto fieraaa, quieeetooo - se reía suavemente, sin levantar la voz. - ¡...! - Te tengo chico, te teeengo - le sacaba la lengua. - Otra vez ... - ¡Ja ja ja! - esta vez una carcajada estridente rompía la suavidad - Ay Luis, Luiiis - volvía a negar con la cabeza, una sonrisa burlona, dominando perfectamente la situación.

Luis se calmaba de nuevo, y se preguntaba si Manoli hacía sufrir y gozar de esta manera a Paco. Esta mujer irresistible podía volver loco a un hombre. Luis comenzó a gozar de nuevo, cabalgado por la ardiente Amazona. Cada vez que perdía el control Manoli lo volvía a estrangular y amansar, él se reponía y continuaba la danza. Entonces Manoli, en una de las cabalgaduras, comenzó a vibrar salvajemente, estaba alcanzando el orgasmo. - Ay Luis, ay Luis, ay Luis - risas. - ¡Siií! - ¡Aaay Luis!, uuuy... - sus risas estridentes se iban confundiendo con los gemidos, sus ojos se cerraban.

Se mordía los labios, se pasaba la lengua, gemía de placer. Movía las caderas cada vez más rápidamente, agarraba con las manos el pecho de Luis con fuerza. - ¡Uuuy, oooy, oooy! - su frenesí volvía loco a luis, el verla gozar de esa manera lo encendía. - ¡Siií! - él notaba las convulsiones internas, profundas, increíbles. - Oyoyoyoyoy, Ooooooyyyyyy - Manoli detenía poco a poco su trote y continuó el gemido, cadenciosamente, durante un rato largo, reclinándose lentamente, hasta que por fin quedó apoyada totalmente sobre él y se calló.

Quedaron en silencio, Manoli reclinada, apoyada sobre Luis. Después de unos minutos, ella rompió el silencio con una risa socarrona. - ¡Ja ja ja! - volvía su tono irónico - vaaaya, ésto no ha estado nada mal. - No - él se preguntaba cuántos orgasmos tendría ella en una sola sesión, tenía tanta capacidad... - Mmm, ji ji ji - ella, sin levantar el cuerpo, deslizó lentamente sus manos sobre los costados de él, acariciándole el vientre, pellizcándolo suavemente, notando cómo su erección, que había bajado ligeramente, aparecía de nuevo.

La danza iba a continuar, y Luis todavía tenía algo de fuerza. Ella se irguió de nuevo, sus muslos comenzaron a presionarlo, sus manos recorrían su vientre, sus caderas comenzaron los movimientos circulares. Luis perdía de nuevo el juicio acariciando aquel cuerpo que se retorcía divinamente. Volvió a perder el control, y nuevamente fue estrangulado por su amazona. - Quieeeto fieeera, quieeeto. - Pero... - ¿Qué te creías, que ya te tocaba? Ji ji ji... - Continuaron la danza, el sufrimiento, el placer y el dolor. Luis perdía la razón.

Durante un rato de locura delirante, Manoli alcanzó varios orgasmos, algunos frenéticos, otros más tranquilos. Y a la par estrangulaba las tentativas de eyaculación de Luis, que estaba descubriendo un placer sexual desconocido en esa prolongación del placer. Entonces Manoli notó que Luis empezaba a dar señales de agotamiento, y antes de que eso ocurriera, decidió conducirlo al orgasmo.

Sin dejar de acariciar su pecho y su vientre, sin dejar de presionarlo con sus muslos, aumentaba el bamboleo de sus caderas. Los movimientos circulares pasaron a ser de alante a atrás, aumentando el ritmo cada vez. Las caricias internas de su vagina pasaron a ser enérgicos apretones, con una fricción intensa sobre el miembro de él. - Vaaamos, chico, ahora te dejo, vaaamos, ahoooraaa, ¡ja ja ja! - la estridente carcajada remarcaba su poder sobre él. - ¡Oh, sí! - Luis palpitaba frenético, agarrándola fuerte por las caderas, presa de un salvaje frenesí. - ¡Ja ja ja! ¡Uuuhhh! - erguida, convulsionaba el tronco, de manera que sus senos se bamboleaban a derecha e izquierda, lo que aumentaba la locura de Luis.

Manoli cabalgaba exultante a aquel potrillo desbocado, que deliraba con sus encantos. Se regocijaba dominándolo, conduciéndolo a su antojo al orgasmo frenético. - ¡Vaaamos, chico, veeente! ¡Uuuh, uuuh, uuuh! - sus senos se bamboleaban. - ¡OOOooohhhhhh! - Luis, sin soltar esas caderas portentosas, perdió el control salvajemente, temblando todo el cuerpo.

Manoli notaba sus vibraciones internas, y acompasaba su masaje vaginal con ritmo. Esta vez le permitiría eyacular. - ¡Uuuuh, vaaamos fiera, vaaamos, eres mío, vaaamos!

Luis estalló, por fin, eyaculando desenfrenadamente, ríos de esperma, en el interior de su amazona. Todo su cuerpo se convulsionaba, arqueando la espalda y moviendo los brazos. Levantaba a Manoli con las convulsiones, pero ella, más ágil, mantenía su peso encima de él, sin perder la postura dominante. Luis, en su orgasmo, se sentía dominado y pletórico. - ¡OOOooouuuuuuoooooohhhhhh! - ¡UUUhhh, ja ja ja! - Manoli se regocijaba, bamboleando sus senos, alzando los brazos por detrás de la nuca, el talle erguido, cabalgando a su potrillo.

Manoli agarró a Luis por las muñecas, para parar el meneo de sus brazos, y reclinando su tronco, lo sujetó contra el sofá. El orgasmo de Luis declinaba ya, y sus convulsiones eran menos intensas. Manoli, en esta nueva postura dominante, susurraba a Luis con su voz suave, como acariciándolo. - Siií, así, chico, eres mío, vacíate del todo... - la sibilina voz acariciaba a Luis en su éxtasis, y las caricias vaginales, ya muy suaves y lentas, ordeñaban las últimas gotas. - Oooooohhhhhh... - en los últimos espasmos, Luis eyaculaba las pocas gotas que le quedaban. - Vaaamos, te puedo chico, te puedo, eres mío chico, te puedo... - esa voz irónica, embriagante, suave, ese cuerpo delicioso, aquella mujer había dominado su voluntad completamente, y él lo sabía.

Luis, completamente agotado, se quedó quieto, silencioso. Manoli, sentada sobre él, le cogió la barbilla con una mano, en un gesto cariñoso y condescendiente de dominio. Sonriéndole, soltó una nueva carcajada. - ¡Ja ja ja! Aaay Luis - meneaba la cabeza, condescendiente.

En ese momento, oyeron que se abría la puerta de la calle. - ¡Es Paco! - ¿Qué?