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James

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James

"El agente secreto tan mujeriego encontrará una sorpresa en la atractiva joven que está conquistando. ¿Cazador cazado?"

Cenaron en un sitio rústico y agradable, con boleros sonando al fondo. Él escuchando embelesado la dulce voz de ella, hipnotizado por sus preciosos ojos mientras la escuchaba. Se tomaban las manos con ternura, se acariciaban los brazos, mientras se miraban a los ojos, desatinando las palabras. Y todo un poco a propósito, un poco dejándose ir. Fallándoles la respiración, desconcentrados.

Él se dio cuenta de que por varias horas había llegado a descansar la cabeza, olvidándose de la misión.

Fueron a bailar salsa suave entrada la noche, en un sitio íntimo y tranquilo. Bailando lentito y calentito, muy pegados. Calentándose hasta quemarse. Él, apretando el culo de ella mientras se meneaban, moviendose embriagado, dominado por la danza de sus caderas. Dando vueltas y más vueltas, despacio. Despacio. Nervioso con el roce de sus labios contra los de él, recibiendo sus besitos entre risas, como pequeños picotazos. Perdido contemplando su sonrisa radiante, seductora y arrebatadoramente atractiva. Atontado mirando cómo se apartaba ella, con un gesto de cabeza, el pelo de la cara. Respirando deprisa cuando entre paso y paso le hablaba al oido, con susurros que le acariciaban la livido. Embriagado oyéndola decir que le apetecía ...

Se retiraron a un rinconcillo, porque no podían ya resistir el deseo de abrazarse y besarse, en un sofá, sin prisa, sin detenerse. Embelesados al besarse penetrando con las lenguas, tragando su saliva, mordiéndole ella, chupándola él...

Con el hormigueo en el cuello de los dientes de ella, él volvía a sentirse embriagado, a gusto, derivando en sensaciones. ¿Podía estar realmente seguro de que ella no era una agente del enemigo, de que todo estaba preparado desde el principio? Todos los detalles en que se había fijado desde el primer día revelaban todo lo contrario: su despiste en el ascensor, la intervención del botones, el grito en el yate por la caída.

¡Qué diablos, demasiado rebuscado! Llevaba muchas semanas sin apenas rozar a una mujer, y ahora que podía pasarlo bien con una increíble y delicada dama, empezaba a dudar. Abandonó el pensamiento.

En la habitación del hotel, la abrazó por detras, acariciándola con manos fuertes, con delicadeza. Quitándole la ropa, despacio. Ella dejaba que la mano de él empezara a errar por su cuerpo mientras la desnudaba. Desnuda. Desnudo. La depositó suavemente sobre la cama. La cubría de besos, deslizaba su lengua por todo su cuerpo, saboreándolo.

Todo le llevaba a sentir un control absoluto. Las yemas de sus dedos recorrían cada centimetro de su piel, dando placer lenta y suavemente, llenándola de sensaciones poco a poco, haciéndola jadear, haciéndola suspirar profundamente. Llenando poco a poco las lívidos de deseo irrefrenable.

Tranquilo y seguro de ser el dueño de la situación, sin darse cuenta, las sensaciones le inundaban y se dejaba llevar. Sintió el regocijo inmenso cuando ella lo montaba y cabalgaba sobre él, acariciando su pecho, dominándolo con sus caderas, haciéndole moverse a su apetencia, manejando su cuerpo con pericia; pero ella siempre dejando que él pensara al revés: que era él el que la manejaba a ella.

Al penetrarla y oir cambiar el ritmo de sus suspiros, le subió aún más la tensión. Notando el latido acelerado de los corazones, sobrebordado por las sensaciones. El contacto húmedo y cálido, recíproco. Sus caricias internas, naturales, arrolladoras. Sucumbía ante la explosión de estímulos, perdió el control, y parecía que iba a eyacular con desenfreno. Pero no pudo eyacular ni un poquito, porque ella, por dentro, sabía estrangular el miembro de él sin mover las manos ni las piernas. Fascinante habilidad, ya la conocía, y le gustaba. Después ella, sin perder el control, siguió cabalgando sobre él; sin perder el control pero vibrando con fuerza, gimiendo, gritando, arañando. La locura.

Y sin detenerse, al rato, él sucumbía de nuevo ante los estímulos, perdía el control, yendo a eyacular otra vez, desenfrenadamente. Y de nuevo no vaciaba ni un poquito, porque ella volvía a estrangularlo por dentro. Y así, con su secreta habilidad, iba cortando sus eyaculaciones, permitiéndole casi alcanzar el orgasmo, pero sin dejarle llegar, dominandolo con su cuerpo, manejando el de él a su antojo, haciendole perder la razon con sus encantos y sus delicias... Y así durante lo que parecieron horas, dándole placer, dejándole abandonarse a su delirio, dejándole liberarse de todas sus tensiones, dándole confianza.

A la cuarta cabalgadura, él se sentía agotado. No esperaba ya nada peligroso de ella, sucumbiendo una vez más ante la deliciosa suavidad de su piel, ante su anatomía prodigiosa. Ella sabía perfectamente que él estaba tranquilo, y sabía que era el momento de empezar con su plan.

Él estaba tumbado sobre ella en la cama, jadeando. Ella lo acogía entre sus piernas, acariciando con sus muslos los costados de él, pellizacando su cuello con las manos. Mientras lo deleitaba, su brazo se alargó sigilosamente, alcanzando un objeto casi invisible pegado por detrás al cabecero de la cama. Con una mano lo acariciaba en el cuello, a modo de distracción. La otra mano portaba una microjeringilla con suero hipnótico de alto rendimiento. Él no sospechaba ya nada, no sospechaba que los pellizcos sensuales que recibía en el cuello tenían un fin muy concreto. Ella lo hacía enloquecer con estos pellizcos, conocía sus zonas erógenas a la perfección, y era capaz de doblegar la voluntad de cualquier hombre entre sus caderas.

Era el momento de conducirlo al orgasmo. Sus caricias aumentaron, aceleró el ritmo de sus caderas, notando cómo él empezaba a perder el control, sin dejar de pellizcarlo en el cuello. Entre un pellizco y otro, él no notó una punta finísima y corta que se introducía entre dos de sus cervicales, buscando una pequeña arteria con precisión perfecta. Ella sincronizó la maniobra con el acercamiento al orgasmo de él. Sabía lo que tenía que hacer con su miembro para hacerle perder el control, para hacerlo eyacular con desenfreno.

Lo apretó fuerte entre sus caderas, friccionando su miembro hasta la locura de atar, pellizcándolo con voluptuosidad enloquecedora. Esta vez ella no lo iba a detener, no lo iba a estrangular, al revés, friccionaba rápidamente para provocar el brutal vaciado de sus genitales. Él eyaculó con la fuerza de un búfalo. Y justo al tiempo, ella vació el contenido completo de la pequeña jeringa en la arteria de él. Increíble, una maniobra de espía profesional conocedora de sus capacidades. Él estaba extasiado en su orgasmo, no notó la dosis de suero que corría por sus venas vertiginosamente, y que ya estaban llegando a su cerebro.

Ella lo volteó confuerza, para cabalgarlo encima, con ímpetu lujurioso, quizá no estuvo disimulando todo el rato al fin y al cabo. Agarrando las manos de él, lo sujetó con fuerza contra la cama. Había contado hasta diez, y sabía que el suero ya estaba haciendo efecto, por otro lado fulminante. Él notó repentinamente que se le iba la cabeza, una sensación de debilidad, y también de bienestar. Su experiencia le hizo alarmarse, en una décima de segundo supo lo que ocurría, pero ya era tarde.

De todos modos lo intentó. Un impetuoso empuje de brazos y de tronco hacia delante, para intentar zafarse de ella. Pero su cuerpo no respondía, fue incapaz de zafarse de aquella mujer joven, delgadísima. Ella lo dominaba con facilidad, mantuvo sus brazos pegados a la cama, y un leve bote del cuerpo que controló con su pelvis. Ella sabía que prácticamente había concluído toda lucha, tenía a su merced al espía.

Él nada podía hacer ya, notaba el peso de ella encima, dominándolo, sonriente. En seguida empezarían las preguntas sobre la localización de los submarinos y... Tenía que mantenerse consciente... Pero sólo oía la voz de ella, apenas un susurro, que le decía "Puedo vencerte, James, y te he vencido, te he vencido...". Su deliciosa voz se iba alejando, poco a poco...