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Algo más que una sirvienta

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Pablo tenia ya 17 años. Desde los doce años solía colarse en mi habitación para dormir conmigo. Y los primeros años, realmente se trataba solo de eso, de dormir. Pero al poco tiempo de cumplir los 13 empezó a cambiar. Una noche, cuando creía que yo dormía, cubrió un seno con su mano por encima del camisón y empezó a palparlo y acariciarlo, consiguiendo endurecer mis pezones. No quise violentarlo, así que continué haciéndome la dormida, hasta que él también se quedó dormido. Otra noche se atrevió a ir más allá.

Mientras yo dormía en posición fetal, él se colocó detrás de mi pegando su miembro a mis nalgas, metiendo las braguitas por la raja entre mis nalgas y colocando después su miembro y lo frotaba y se movía lentamente, hasta que emitía un gemido ahogado se daba la vuelta y continuaba él dándose placer con su mano. Un día pensé que aquello debía terminar, y cuando él había acercado su mano a mi entrepierna llegando a rozar con un dedo el centro entre mis piernas creyéndome dormida, le sujeté la mano y le pregunté que qué creía que estaba haciendo. Me dijo que no pretendía hacer nada que me molestase, que solo quería satisfacer la curiosidad que sentía por el cuerpo de las mujeres. Creí que era algo normal a su edad, y de la forma en que lo exponía, hasta parecía algo inocente. Le animé a que me dijera por qué partes sentía más curiosidad. Su respuesta fue que se moría por ver mis tetas.

Me rogó que se las mostrara. Encendí la lámpara de la mesita de noche y me quité el camisón por encima de la cabeza, quedando con mis tetas al aire. Me di cuenta de el bulto entre sus piernas, y de cómo iba creciendo por momentos. Me excitó ver aquello, al igual que me excitaba la forma en que me miraba embelesado las tetas. Entonces cogí una de sus manos y la llevé a mis tetas, guiándolo con mis manos para que las acariciara. Estuvo sobándolas, estrujándolas, amasándolas durante un buen rato, hasta que paró y me dijo si sería posible poder ver el resto de mi cuerpo. En un primer momento pensé en negarme, pero yo estaba tan excitada o más que Pablo y me gustaba ese juego. Salí de la cama, quedando de pie junto a ella. Llevé mis manos a mis braguitas y tiré de ellas hacia abajo para quitármelas lentamente. Pablo se recreaba en cada centímetro de piel que iba quedando desnuda. Y cuando pudo contemplar mi pubis en todo su esplendor, se quedó extasiado. Me tendí de espaldas sobre las sábanas, dejando mis piernas abiertas para que él tuviera una mejor visión. El se estiró también con la cabeza cerca de mi pubis, para verlo más de cerca. Preguntó si lo podía tocar, y yo sentía que me corría solo de imaginarlo.

Empezó acariciando mis labios tímidamente con el índice. Cuando rozaba sin querer mi clítoris, yo daba un respingo. Coloqué mi mano sobre la suya y le enseñé el modo de acariciarme. No tardó mucho en hacer que me corriera. Yo veía que él amenazaba con reventar por momentos, así que me coloqué en posición fetal y le invité a colocar su pene entre mis piernas, quedando su pene metido entre la raja de mi culo. Empecé a moverme de delante a atrás, hasta que él captó la intención, y prosiguió con esos movimientos como si me follara, pero sin penetrarme. Ese fue nuestro ritual de cada noche durante mucho tiempo. Le mostraba mi cuerpo, le dejaba acariciarlo, le dejaba masturbarse en él, pero estaban prohibidas las penetraciones y el que yo le acariciara a él. Disfrutaba con mi cuerpo, hasta que caía rendido con su boca rodeando un pezón, y se quedaba dormido como un bebé.

Y fue así como nos sorprendió el otro día Don Manuel, el padre de Pablo. No tiene por costumbre despertar al servicio si se las puede arreglar por su cuenta. Total, solo solía necesitar agua, o bien un vaso de leche. Pero esa noche el estómago le molestaba y no encontraba las infusiones, así que me necesitaba. Golpeó en la puerta, pero no oímos los golpes puesto que nos habíamos quedado dormidos. Entró, y con la luz encendida como estaba, tuvo una perfecta visión de nuestros cuerpos desnudos. Nos despertó con un grito, y mandó a su habitación a un sobresaltado Pablo que salió corriendo si detenerse a recoger su pijama. Yo fui a cubrirme con las sábanas, pero Don Manuel me ordenó que no lo hiciera, que bien podía disfrutar el padre, de lo que disfrutaba el hijo. Me volví a recostar, desafiante mostrando mi cuerpo completamente desnudo.

Debió encontrar en eso un gesto descarado, porque una sombra de rabia cruzó su mirada. Así que llevó sus manos a mis pechos, y empezó a acariciarlos sin delicadeza alguna, esperando ver en mi cara algún gesto de dolor. Viendo que no, pasó a torturar los pezones con violencia. Me estaban excitando esas caricias, nada que ver con la ternura de Pablo. Sin más preámbulos, pasó a quitarse los pantalones del pijama, quedando desnudo de cintura para abajo, y se colocó sobre mi entre mis piernas abiertas. Buscó la entrada de mi vagina con su miembro, y de una sola estocada me penetró hasta el fondo.

Aquello me dolió, pero era lo que él esperaba. Cada embestida era así de violenta o más. Notaba como se golpeaban nuestros huesos a cada movimiento de su pelvis. Empezaba a sentir dolorida toda la zona. Y aunque a la vez, aquello me estaba excitando sobremanera, me negué a mostrar gesto alguno de placer. Nos mirábamos a los ojos mientras él me follaba con violencia. Él pretendía hacer de aquello una violación, y yo debía dejar que así lo creyera, si quería que él disfrutara de aquello. Me folló con dureza, hasta que notó que se iba a correr, y salió de mi para correrse sobre mis tetas y repartir y untar su leche sobre ellas. Recogió una de las gotas con su dedo índice, y la acercó a mi labios, introduciendo la punta de su dedo entre ellos y depositando esa gota dentro de mi boca. Sin decir nada, se colocó su pijama, sin desviar la vista de mi cuerpo. Me miró fijamente a los ojos, y con voz dura me dijo: "Vete acostumbrando a esto".