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Algo más que una sirvienta (2)

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Nunca le conté a Pablo lo sucedido con su padre aquella noche. Él continuaba acudiendo cada noche a mi habitación, pidiendo ver mi cuerpo y acariciarlo. Yo disfrutaba de nuestros encuentros tanto como él.

Por su parte Don Manuel regresó a mi habitación la noche siguiente de la supuesta violación. Ese día no me tocó, solo me pidió que me desnudara y que me masturbara delante de él, y así lo hice. Empecé acariciándome los pechos, presionando la palma de mi mano sobre ellos, y moviéndolos circularmente. Mojé mis dedos con saliva y acaricié mis pezones humedeciéndolos con ella. Manuel veía mis pezones oscuros, mojados y brillantes, como se iban endureciendo entre mis dedos índices y pulgares. Los pellizcaba y tiraba de ellos, mientras encogía y abría mis piernas para ofrecerle una perfecta visión de mi zona más íntima. Y él disfrutaba de aquella visión.

De aquella piel que se iba oscureciendo, hasta adquirir en aquella zona que rodeaba sus agujeros, el mismo tono oscuro de los pezones. De los labios gruesos que ocultaba casi la totalidad de un clítoris que asomaba entre ellos su puntita. Me percaté de la mirada de él fija en ese pequeño botón, y mojando mis dedos con mi lengua, los llevé allí. Con mis dedos índice y anular, separé mis labios y coloqué el dedo corazón sobre él.

Le di varios golpecitos mojándolo de saliva, fijando después la yema del dedo sobre él y haciendo movimientos circulares. Aumentaba la presión y la velocidad del movimiento, y paraba para comenzar de nuevo. Cuando notaba la caricia seca, llevaba el dedo hasta mi vagina humedeciéndolo allí y regresando al botón prosiguiendo con el movimiento anterior. Don Manuel se relamía observando como aumentaba el brillo en mi vagina, como mi clítoris se hinchaba haciéndose más y más sensible, como mi pulgar y mi muñeca presionaban con fuerza mi pubis. Un pubis abultado y que él recordaba carnoso y mullido y se moría del deseo de morderlo.

Yo estaba aproximándome al orgasmo y movía mis caderas, presionando mi culo contra el colchón y con una mano estrujándome una teta. Aceleré mi dedo sobre el clítoris, cada vez más rápido. Hasta que notaba como recorría mi cuerpo una descarga eléctrica, que llegaba hasta la punta de mis pezones endureciéndolos al máximo, tensando mi cuerpo y que terminaba provocando contracciones en mi vientre. Llevando mi cabeza hacia atrás y arqueando mi espalda ofreciendo mis tetas. Para después elevar mis caderas e introducir mis dedos en la vagina y notar como se contraría presionando mis dedos dentro de ella. Hasta que estas contracciones iban disminuyendo en tiempo e intensidad y mi cuerpo iba quedando laxo. Tras esto, Don Manuel se levantó de la silla y con el miembro tan duro como su mirada, salió de la habitación.

Don Manuel tuvo que ausentarse por cuestiones de negocios. Negocios que le tuvieron fuera de casa cerca de un mes. Volvió la víspera del cumpleaños de Pablo, que iba a cumplir la mayoría de edad. Se presentó en casa con cuatro amigos, diciéndome que comunicara al resto del servicio que prepararan las habitaciones de invitados. Así lo hice, encargándome también de organizar la cena para esa noche. Pablo prefirió no bajar a cenar y permanecer solo en su habitación. Don Manuel lo hizo en el gran comedor, acompañado de sus cuatro amigos. Una vez lista la cena, pidió retirarse al resto del servicio salvo a la cocinera y ordenó que fuera yo la que les atendiera aquella noche. Aquello no era lo habitual, así que sospeché que Don Manuel se traía algo entre manos y que tenía relación directa conmigo.

Y mis sospechas se confirmaron después de que serví la sopa. Acudí al comedor bajo la llamada de la campanilla, suponiendo que debía retirar los platos de la sopa, para servir el siguiente plato. Al entrar en el comedor, vi que el único que había terminado era Don Manuel. Me situé de pie a su lado esperando alguna orden, pero prosiguió charlando de política con sus amigos, como sin percatarse de mi presencia. Yo sí fui consciente de la presencia de él, cuando sentí su mano sobre mis nalgas, a través del vestido. El comensal situado a mi otro lado, también tomó nota de esa mano sobándome las nalgas y acercándose al bajo de mi vestido para colarse bajo él, e ir subiendo por mis muslos arrastrando la tela y dejando a la vista una buena parte mis piernas. Y allí estaba Don Manuel, hablando de política, con sus manos subiendo y bajando por el interior de mis muslos, sin que aquello le afectara lo más mínimo. Pero a mi sí me estaba afectando.

Me sentía humillada por aquellos tocamientos en público, pero a la vez excitada. Cuando todos terminaron la sopa, fui retirando los platos, notando las miradas de todos ellos sobre mi, y al salir del comedor pude escuchar tras de mí sus risas y algún que otro comentario obsceno. Deduje que la intención de Don Manuel era exactamente eso, humillarme, y dejar bien claro que yo era de su pertenencia y que podía hacer de mi lo que quisiera. Lo que él no sabía es que la idea me parecía excitante, y que iba a participar en sus juegos muy gustosa. Al regresar al comedor, volvía a acercarme a él para servirle el primero, como anfitrión que era.

Mientras iba llenando su plato, el levantó y enrolló la falda de mi vestido, sujetándola con la cinta del delantal; quedando mis piernas cubiertas solo por unos pantys a medio muslo y mis nalgas con unas pequeñas braguitas, negras como todo el resto de mi uniforme, salvo la cofia y el delantal que eran blancos. Una vez terminé de servirle a él, proseguí con el resto de los comensales, con la falda tal y como la había colocado Don Manuel. Todos ellos sonrientes, intercambiando miradas de complicidad, y más atentos a mis nalgas y a mis muslos, que a la comida de sus platos. Cuando abandoné el comedor, coloqué la falda en su sitio, para que la cocinera no sospechara lo que estaba ocurriendo; pero cuando me disponía a regresar al comedor, se me ocurrió una idea que llevé a la práctica. Me quité las bragas, que guardé en el bolsillo de mi delantal y desabroché los botones delanteros del vestido hasta la cintura, dejando así que asomaran gran parte de mis senos.

Y así fue como entré en el comedor. Clavaron la vista en el gran escote, pero nadie se percató de mis nalgas desnudas, hasta que uno de ellos casi se atraganta con el vino ante el espectáculo, cuando comencé a retirar los platos. El último plato fue el de Don Manuel, que al llegar a su lado, no dudó ni un momento en acariciar descaradamente mis nalgas, pasando sus dedos entre ellas, entre mis labios, y presionando con sus dedos la entrada de mi vagina. Mi cara no reflejó ninguna emoción, a pesar de que estaba excitadísima tal y como él pudo comprobar. Fui a dejar los platos a la cocina, descansé unos segundos recostada en una pared, deseando que bajara algo mi excitación y regresé al comedor con el siguiente plato. Esta vez los comensales no se conformaron con ser meros observadores. A medida que les iba sirviendo uno por uno, ellos me acariciaban entre las piernas, metiendo bien la mano entre mis labios y frotando con lentitud pero mucha presión, ante la mirada inexpresiva de Don Manuel.

Incluso uno de ellos se atrevió a pellizcarme el clítoris, gesto que provocó que diera un respingo y que casi se me cayera la bandeja. Iba a retirarme a la cocina, cuando Don Manuel me ordenó acercarme a él, y antes de que me diera tiempo a preguntarle qué deseaba, había agarrado los bordes de mi escote, abriendo más este y dejando mis pechos completamente desnudos. Le había provocado al quitarme las braguitas, y por lo visto eso le enojo, haciendo que deseara humillarme mucho más.

No contento con eso, me acercó más a él y acercando su copa a mi pecho, derramó unas gotas de vino sobre mi pezón para luego acercar su boca a él y lamer el vino. Ofreció vino a los demás, haciendo que me acercara a servirlo. Todos realizaron la misma operación que Don Manuel. Derramaban vino sobre mi pecho y lo lamían. El mismo que había pellizcado mi clítoris, esta vez mordió mi pezón con sus dientes, provocando en mí deseos de romperle la botella en la cabeza. Mi gesto de dolor, provocó una sonrisa sarcástica en Don Manuel. Nadie quiso postre. Se pusieron todos en pie, dispuestos a pasar a la salita para tomar coñac y fumar sus puros, cuando Don Manuel me obligó a doblar la cintura apoyando el cuerpo sobre la mesa, quedando mis nalgas y mis labios abiertos, exponiendo así las entradas de mi ano y mi vagina, y mi clítoris.

Fue Don Manuel quien empezó a acariciarme toda la zona, provocando en mi interior una gran humedad. Pero después fueron muchas manos las que me tocaban, las que me frotaban, las que introducían sus dedos en mis agujeros, las que pellizcaban y palmeaban mis nalgas como si de una yegua se tratara. Caricias que se tornaban cada vez más enloquecidas, que hacían que mis piernas flaquearan amenazando con doblarse, que mi clítoris se inflamara, que mi vagina se lubricara más y más, y que alcanzara un brutal orgasmo, mientras ellos reían excitados y comentaban la jugada entre ellos, y se animaban a tocar aquí o allá.

Una vez alcanzado mi orgasmo, se apartaron de mi, felicitando a Don Manuel por la calidad y eficiencia de su servicio, riendo y palmeándose la espalda satisfechos de la gran cena con espectáculo a la que habían asistido, acompañando a Don Manuel a la salita a proseguir con los licores y la conversación. Antes de abandonar la estancia, Don Manuel me dirigió una última mirada y me ordenó retirarme a mi habitación. Me incorporé, acomodé mis prendas y desaparecí dirigiéndome a mi dormitorio.