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Un Paso Palante (01: Llegando tarde)

en Parodias

Exteriores de la Escuela de Artes Escénicas de Carmen Arranz, noche del jueves al viernes, sobre la una de la madrugada.

Mientras Íngrid Muñoz intenta trepar hasta la ventana del primer piso que acostumbra a quedar abierta, va recordando como ha ido la noche. Siempre que queda con esos chicos de último curso de medicina pasa lo mismo. Primero son las copas y algún porro, después las bromas, las tonterías. Empiezan a jugar a médicos, las clases de anatomía, las prácticas de ginecología y al final, invariablemente, acaba siendo follada por todos ellos. Ahora las piernas le flaquean y se siente asquerosa, pringada; la gran cantidad de semen que han eyaculado en su vagina ha ido escurriendo en el camino de vuelta a la escuela y ha empapado totalmente el salvaslip que llevaba y ha desbordado mojando la entrepierna de sus ajustados leotardos rojos. Deberá lavarlos si piensa usarlos el fin de semana.

Antonio espera pacientemente sentado en una silla frente a la ventana, mientras ve como empiezan a aparecer primero las manos de la muchacha y luego su la cabeza pelirroja.

- Buenas noches, Íngrid. ¿Se puede saber de donde vienes?

La chica se queda sorprendida y empieza a pensar rápidamente una excusa mientras se esfuerza en elevarse los últimos centímetros para entrar en el edificio.

- ¡Antonio! ¿Qué haces levantado?

- Eso no te importa. El caso es que estas no son horas de que andes fuera de la escuela. Sabes que tenías un ultimátum y a Carmen no le va a gustar saber que te has vuelto a ir... ¡Y menos a la Jáuregui! Con las ganas que te tiene...

- No, no, por favor, no se lo cuentes. No lo volveré a hacer...

- Lo siento, me pones en un compromiso. Esta vez ya no puede pasar.

- Es que había ido a ver a mi madre al sanatorio y...

- Sí, y caperucita fue a ver a su abuela y el lobo le comió el conejo. ¡No me vengas con cuentos!

- Por favor, Antonio, por favor - imploró la pecosa - Haré lo que sea, pero no se lo cuentes a la directora.

- ¿Lo que sea? - pregunto retóricamente el conserje con su habitual parsimonia - Bueno, entonces te lo voy a poner fácil.

Sin incorporarse de su silla, el anciano bedel se bajo la cremallera del pantalón y de sus calzoncillos de algodón blanco extrajo una polla pequeña y arrugada.

- ¡Pero Antonio! ¿Te has vuelto loco?

- Mira, niña, o lo tomas o lo dejas. No te pido nada que no sepas hacer muy bien.

- ¡Eres un viejo verde asqueroso!

- No te equivoques... No eres precisamente mi tipo, pero estoy seguro que tu sacarás algo de esto - dijo señalando su miembro - tienes fama de ser muy buena y yo hace años que no consigo una erección.

Íngrid pensó por unos instantes. La verdad es que le daba rabia que la tomaran por una puta, pero por otra parte pensó que tampoco le costaba nada hacerle una mamadita rápida al viejo e irse a dormir y descansar, ya que al día siguiente tenía una prueba con Alicia y necesitaba estar fresca y evitar problemas.

- Está bien, pero una chupada rápida y ya está. Y si no se te levanta, no es problema mío.

- No nena, no. Tu pasaporte es conseguir que trempe y que me corra, no sólo ponerte mi polla en la boca.

La chica se arrodilló ante el anciano y empezó a acariciar aquel pene fláccido y arrugado. Se sentía humillada, pero estaba segura que lo conseguiría. Por la abertura del calzoncillo se adivinaban los pelos púbicos del hombre. Había visto infinidad de pollas, de todos colores, sabores y tamaños, pero Íngrid nunca había visto pelos canosos en una ingle.

- Antonio, esto es asqueroso, tu huele a meados.

- Bueno, se me habrán escapado algunas gotas en los calzoncillos. Son cosas de la edad, la próstata, ya sabes.

- Pues te los podrías quitar, ¿no?

- Tú calla y haz tu trabajo. Cuanto antes acabes, antes nos vamos a dormir los dos.

Empezó a lamer con dedicación ese miembro, a masturbarlo, a acariciarlo, pero al cabo de cinco minutos aquello seguía igual, blando, arrugado e inánime.

- Sabes, incluso Puri lo ha intentado, y eso que ella era una profesional, pero no ha habido manera. En mis tiempos...

- ¡Oye! - le interrumpió la pelirroja - No me cuentes tu vida y concéntrate en la labor. Intenta pensar cosas que te calienten.

- Joder, ya lo intento, pero no me acuerdo de nada que me excite... ¡Hace tanto tiempo!

La chica continuó intentando levantar el miembro muerto de Antonio con todas las artimañas que conocía y las que se le iban ocurriendo: succionaba, masturbaba con la mano mientras le hablaba cariñosamente o le decía obscenidades, lamía la punta, mordisqueaba el glande... Nada. Debía pensar algo rápido.

 

 

Mientras tanto, Pedro entraba por la puerta con las llaves que le había prestado Antonio. Favor por favor. Había hecho bien chivándose de las salidas nocturnas de Íngrid. Estaba harto de que se beneficiara a todo el mundo menos a él; así aprendería esa zorra.

Con sigilo se dirigió a su habitación, abrió la puerta sin hacer ruido y se empezó a desvestir. Debía evitar que Rober se despertara, pero no lo consiguió.

- Joder, paleto, ¿de donde coño vienes a estas horas?

- Estaba trabajando...

- ¿Trabajando? ¿Otra vez con el rollo de sexy boy?

- No, no, estaba en la estación de trenes...

- ¿En la estación?

- Sí... Trabajo... De segurata...

- ¿Al final trabajas de gorila? Desde luego, te buscas unos curros más raros...

Parecía que la mentira había colado. Pedro respiró tranquilo. Pero al agacharse a sacarse los zapatos se le escapó un sonoro y húmedo pedo.

- ¡Joder, que guarro que eres! - dijo Rober con cara de asco - Pero, oye... esto no huele a mierda. Esto... huele... ¡a leche! Huele a semen, tío.

- ¿Pero que dices?

- La estación... Tu no trabajas de segurata, tu estás haciendo de chapero en los lavabos de la Renfe, ¿no?

- ¡Déjame en paz!

- Cómo que te deje en paz. ¿Será posible? ¡Tú eres un maricón asqueroso!

- ¡Oye, oye! De eso nada. Pero de alguna forma tengo que conseguir dinero.

- Pero paleto... dejarte dar por el culo...

- Sí, vale, me dejo sodomizar, chupo pollas, me la chupan y doy por el culo, lo que tú quieras. De acuerdo, es caer bastante bajo, pero es la única forma de que saque pasta para pagarme la escuela y ahorrar para que mi padre pueda comprar la barca.

- Como si se compra un buque, me parece denigrante.

- Además, uno de mis clientes de hoy ha sido un famoso director de cine.

- ¿Quién?

- No te lo puedo decir, entiéndelo...

- Un director de cine, de Madrid... ¡No jodas! No me digas quien es, vale, pero ¿tiene un Oscar de Hollywood?

- ¡Que no te lo puedo decir!

- ¿Y cuanto dices que pagan? Esto puede ser interesante a nivel de contactos...

- Tu estás loco, Rober.

- ¿Me enseñarás lo que se tiene que hacer? Mañana quiero venir contigo.

- Ya hablaremos, venga, a dormir, que mañana tenemos la prueba con Alicia.

- Es verdad... ¡Pero mañana me llevas contigo!

- Venga, buenas noches.

- Buenas noches paleto. ¡Eh! Pero ni se te ocurra acercarte a mi cama mientras duermo.

- Eres un imbécil.

Pedro mientras se acomodaba en su cama, notaba el escozor en su ano y recordaba el alcalino sabor del semen que había tenido que tragar esa noche. La primera vez pensó que sería menos asqueroso este trabajo: los primeros días la mayoría de clientes sólo le querían sobar, hacerse pajas mutuas, chupársela i sólo alguno deseaba que él le penetrara. Pero después de coger fama en el mundillo de los chaperos empezaron a llegar los que deseaban penetrarle o que él les hiciera felaciones, y hoy había sido un día especialmente duro. Pero también económicamente rentable. Por un lado se sentía fatal por lo que estaba haciendo, pero por otro estaba contento de no pasar ya apuros para estirar el dinero. Incluso podría empezar a darse algunos caprichitos.

 

 

Ante la imposibilidad de levantar con la boca y las manos la fláccida polla de Antonio, Íngrid decidió probar otra técnica. Se incorporó y se quito los leotardos y el tanga, se levantó el jersey que llevaba y el sujetador, dejando a la vista sus pechos, no muy grandes pero hermosos y erguidos. Se puso a horcajadas sobre la entrepierna del bedel y, tomando el arrugado pene con su mano derecha, lo llevo bajo su falda a su coño empapado de semen.

- Mira, Antonio, como me pones, - decía restregando el miembro del conserje por su vulva - estoy toda mojada de pensar que me vas a soltar tu lechecita.

- ¡Dios! Es verdad, estas mojada como una cerda. ¡Sabía que eras una calentorra, niña!

- Por favor, no me defraudes, me pone tan cachonda tu pelo canoso y pensar que voy a ser la primera después de tanto tiempo. Dale de beber tu néctar a esta zorrita sedienta.

Ahora ya era una cuestión de orgullo, la pelirroja necesitaba conseguirlo, no podía ser que un tío no se calentara con ella. Y no se equivocaba, imperceptiblemente notaba como aquel trozo de carne cerúlea empezaba a cobrar vida.

- Cariño, ¿quieres metérmela y llenarme el chochito con tu carne y tu jugo o prefieres mi boca? ¿O mi mano? ¿O mis tetas? O...

- ¡Calla, zorra, calla! Cómo me estás poniendo... ¡Eres una auténtica puta! Te podrías ganar la vida en esto... ¡Chúpamela, guarra, quiero tu boca! Y quiero verte la leche por toda la cara.

- Sí, mi amor, verás como gozas...

Dicho esto Íngrid volvió a su posición de rodillas y engulló magistralmente la polla del anciano conserje. La erección no era completa pero daba lo suficiente como para acabar el trabajo. Continuó todavía unos buenos cinco minutos mamando rabo antes de sentir como el miembro se hinchaba, logrando finalmente la erección completa, y empezaba a palpitar, anunciando la inminente eyaculación. Se la sacó de la boca, quedando su cara a solo unos centímetros de la punta del glande y empezó un concienzudo movimiento masturbatorio, dirigiendo el pene hacia ella.

- ¡Sí! ¡Me corrooooooo! Cuánto tiempo... ¡Ya, ya, ya me viene!

El viejo ni siquiera se paraba a pensar en si le podían oír, sus gritos, gemidos y resoplidos se podían escuchar por toda la Escuela de Artes Escénicas Carmen Arranz. Íngrid cerró los ojos justo antes de que un grueso y espeso goterón de semen impactara sobre su párpado izquierdo. Continuó masturbando esa polla senil mientras un segundo lechazo era eyaculado sobre su nariz, un tercero y un cuarto entraban en su boca, que mantenía abierta y con la lengua fuera, y el resto iba cayendo sobre su jersey de punto. Antes que acabara el orgasmo del viejo, la pelirroja se tragó de nuevo la polla, saboreando las últimas gotas de esperma.

Pero algo la hizo detener. Antonio estaba jadeando de una forma descompasada y extraña. Íngrid se limpió la leche del párpado con el dorso de la mano izquierda y se incorporó para mirar al anciano. Parecía que no podía respirar, estaba pálido, se ahogaba y tenía las manos agarradas a su chaqueta, a la altura del pecho. Le estaba dando un ataque al corazón. La chica, presa del pánico, empezó a pedir ayuda a gritos, corriendo por los pasillos. Enseguida montones de caras soñolientas empezaron a emerger de las habitaciones.

La escena con la que se encontraron era grotesca. La joven alumna aparecía con la cara descompuesta por el terror, restos de semen en su cara y su desarreglado jersey. Antonio, sentado en una silla, estaba intentando tomar aliento como un pez fuera del agua, con su fláccido miembro fuera de sus pantalones, manchados a su vez de esperma, y a su lado unos leotardos y un empapado tanga que a nadie le costó adivinar a quien pertenecían.

Por suerte Rubén, el negrito de las rastas, tenía el curso de socorrismo y atendió al conserje mientras venía una ambulancia medicalizada.

A los dos días todo volvía a la normalidad. Antonio con unas pastillas que tomar dos veces al día y la recomendación de no cometer excesos e Íngrid con un poco más de fama de putón verbenero. En fin, todo quedó en un susto y una anécdota más.

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Esta es mi primera incursión en el mundo de la parodia; si os ha gustado, votad el relato o escribidme con vuestros comentarios a osonh0@hotmail.com y escribiré más capítulos. También se aceptan sugerencias para el guión de nuevos capítulos, que mi imaginación es limitada.