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Tarde de tormenta

en Transexuales

Título: "Tarde de tormenta"

Autora: Cristina Aroa Valle

E-mail: cristina_aroa@Arkania.org

 

Sucedió en una de esas pegajosas tardes de tormenta a finales del verano, en las que el aire parece volverse pesado y la ropa se pega al cuerpo. En la atmósfera podía sentirse esa extraña sensación eléctrica que denota la inminente descarga de una abrumadora sesión de relámpagos, truenos y rayos por doquier.

Cuando llegué a casa de Ana, aparqué el coche en el espacio de césped de la parte delantera y caminé hacia el porche con cierta dificultad. Los zapatos de tacón me estaban matando aquella tarde y la gravilla del sendero que conducía a la entrada no ayudaba en absoluto…

Cuando pisé los primeros escalones de acceso al porche, un relámpago rasgó el cielo gris. La estampida del trueno no se hizo esperar demasiado. Llamé al timbre y al cabo de un rato el rostro sonriente de Ana apareció en el quicio de la puerta.

Nos saludamos con un beso en la mejilla y penetré en el interior de la casa. Fuera, comenzó a llover con fuerza. Tomé asiento en uno de los sofás del hall y me quité los zapatos, obteniendo un inmediato y momentáneo alivio. Aquel calor infernal hacía que caminar fuese un suplicio. La televisión estaba encendida y las cortinas se movían al vaivén del escaso viento que entraba por las ventanas abiertas. La luz era tenue y la estancia, aunque caldeada, estaba más fresca que el exterior.

Ana sirvió un par de refrescos en sendos vasos con hielo y se sentó a mi lado en el sofá. Entonces me percaté de que ella también estaba descalza. Sus piernas morenas -tras todo el verano en la playa- contrastaban con las mías, que aún bajo las medias negras con liga denotaban la claridad de mi piel.

Sobre la mesa vi los libros que había venido a buscar. Mientras apurábamos los refrescos, charlamos animadamente, aunque no recuerdo el tema de la conversación, seguramente trivialidades… Al cabo de un rato Ana -apoyándose para alcanzar de la mesa el mando a distancia- apoyó su mano en mi muslo. Entonces apagó el televisor, pero no retiró su mano. A pesar del calor, un escalofrío recorrió mi espalda mojada por el sudor. Recordé otros encuentros con ella, momentos que como una película pasaron prestos por mi mente…

Ana estaba preciosa, con su pelo corto y rubio que dejaba al descubierto su sensual cuello de cisne. Un top color rosa chicle bajo el cual se marcaban sus erizados pezones cubría su torso y un short tejano completaba su desenfadado atuendo.

Dándome cuenta de lo que estaba a punto de suceder, intenté disculparme diciendo que llevaba prisa y que debería regresar a casa… pero Ana sabía lo que quería y estaba resuelta a conseguirlo. Siempre lo había sabido. Y yo también debería saber que ella siempre conseguía lo que quería, de una forma o de otra…

Entonces deslizó la mano hacia la cara interior de mis muslos, acariciándolos bajo mi faldita escocesa, llegando hasta la liga de las medias. Luego rozó con sus dedos el trozo de piel desnudo entre mis medias y las bragas. Comprendí que mis excusas eran inútiles, habíamos llegado a un punto en el que ya no había vuelta atrás y ambas lo sabíamos. Así que me dejé hacer… Mientras en el exterior la lluvia caía con fuerza y se sucedían los relámpagos y los truenos, Ana me besó en los labios buscando mi lengua con la suya. Su mano decidida acarició mi colita sobre las bragas, que comenzó a ponerse dura. Estaba muy excitada.

Me abrí un poco de piernas para facilitarle la labor y comencé a sobar sus generosas tetas sobre la ropa. Ana me tomó de la mano y la seguí descalza escaleras arriba, dejando mis zapatos en el salón. Entramos en su alcoba. Ana cerró la puerta y aún de pié me besó de nuevo con pasión mientras me sobaba el culo con sus dos manos. Fuera, la tormenta parecía ya un pequeño huracán. Bajo mis bragas comenzaba a desatarse otro… aún peor. Ana desabrochó mi faldita escocesa que cayó a mis pies y con una mano comenzó a sobar mis incipientes pechitos mientras con la otra seguía tocándome provocadoramente el culo, ahora directamente sobre la braga, volviéndome loca de placer.

Desabroché el botón de su short y bajando la cremallera lo hice descender por sus piernas hasta sus pies desnudos. Ana no llevaba bragas y su pubis rasurado quedó al aire. Ella misma se quitó el top, liberando sus generosas tetas -que siempre habían sido mi envidia- y ambas caímos abrazadas sobre la cama.

Me quitó la blusa y el sostén dejando al aire mis pechos. Las hormonas habían hecho su efecto y Ana supo apreciarlo lamiendo uno de mis pequeños pezones mientras metía una de sus juguetonas manos bajo mis bragas. Mi sexo -que tanto me avergonzaba- estaba duro y inflamado, completamente enrojecido. Ana lo acarició mientras yo metía una mano directamente entre sus piernas. Acaricié su almeja mojada por el sudor y su flujo, metiendo de vez en cuando mi dedo índice en el húmedo canal de su coño. Fue así como arranqué sus primeros gemidos.

Entonces Ana se dio la vuelta, abriéndose de piernas sobre mi cara y poniendo al alcance de mi boca los labios de su vulva. No hizo falta que me dijese lo que quería. La cogí por sus torneados muslos y comencé a comerle el conejo lamiéndolo y chupando su enhiesto clítoris. Comenzó a gemir al tiempo que bajaba mis bragas y se metía mi cola en la boca, comenzando a mamarla con deleite. Ambas gemíamos mientras nos entregábamos a aquel salvaje acto de sexo oral.

Metí mi lengua en el mojado chocho de Ana y seguí chupándolo hasta que su néctar se derramó por mi boca mientras ella meneaba el culo y gritaba de placer. Apenas unos minutos después fui yo quien me corrí en la suya mientras ella mamaba hasta el final…

Ana se tumbó a mi lado y me besó en la boca. Un espantoso trueno retumbó en el exterior, sobresaltándonos a ambas. Entonces abrió uno de los cajones de la mesita de noche, sacando un consolador de goma. Se lo cogí de la mano y lo chupé, lubricándolo con mi propia saliva. Luego lo llevé entre sus piernas y froté la punta de la verga de goma a lo largo de su empapada raja, haciendo una ligera presión en su clítoris. Ana me quitó por completo las bragas -que tenía a la altura de los muslos- dejándome el liguero y las medias como única vestimenta. No tuve que empujar demasiado para hacer que la polla de plástico la penetrase tras lo que giré el mando de la base. El motorcito comenzó a vibrar y Ana se abrió aún más de patas, para sentir con más intensidad aquello que tenía dentro de su sexo.

Mientras la penetraba con el consolador, la besé chupando su lengua y mordisqueando sus labios, acariciando sus tetas y sus inflamados y duros pezones… Entonces Ana puso su mano sobre la mía y se extrajo el vibrador del coño. Supe perfectamente lo que quería y no me hice de rogar, pues lo estaba deseando. Me puse a cuatro patas sobre la cama, dejando mi culo bien alzado, con mis tetas apoyadas sobre el edredón. Mi cola, ahora flácida, era apenas un colgajo entre mis piernas.

Ana me abrió las nalgas y me lamió de arriba abajo, lubricando mi ano con su saliva. Sus lametones me excitaron enormemente y mi dilatado culo se abrió en parte a su lengua húmeda y lasciva. Apoyó la punta del consolador en mi ano y empujó fuerte. Di un grito de dolor y placer -amortiguado por otro pavoroso trueno- cuando la mitad de la polla de caucho entró en mí. Entonces comenzó a penetrarme metiendo y sacando el falo al tiempo que yo gemía y me retorcía de placer. Cada vez que lo sacaba lo empujaba hacia dentro un poco más, más, más… hasta que me penetró por completo como yo había hecho con ella.

Yo gemía, gritaba y pronunciaba su nombre mientras le pedía que me penetrase más rápido. El colgajo de mi entrepierna comenzó a endurecerse de nuevo y Ana lo acarició con su otra mano al tiempo que seguía la follada con el miembro de látex. Aunque yo tenía la cola completamente dura, Ana sabía de sobra que no la usaría con ella dada mi feminidad y lo pasivo de mi naturaleza. Se levantó y -diciéndome que la esperase un momento- entró desnuda en el baño anexo. Cuando salió, me volvió loca la visión de su cuerpo. Atado a su cintura portaba un consolador de correas, una enorme polla de látex de agradable tacto y gran volumen. En el extremo opuesto, un falo de menor tamaño se introducía en su vagina. No era la primera vez que ella lo empleaba conmigo, por lo que ya sabía lo que me esperaba. Me tumbé sobre la cama mientras ella se quedaba en pie al lado de la misma.

Ana me ordenó que le comiera la polla y no me hice de rogar. Comencé a mamar sin pausa aquel pollón, cuyo tamaño me impedía el meterlo cómodamente en la boca. Me conformé con mamar el capullo y ensalivarlo a conciencia. Luego Ana se tumbó a mi lado y comenzó a acariciar mi entrepierna mientras nos besábamos. Le sobé las tetas y chupé sus pezones con fruición, arrancándole de nuevo varios gemidos de placer.

Poco a poco fue poniéndose encima de mí y me abrí de piernas para ella. Una vez más, Ana se había convertido en mi macho y yo en su hembra solícita y sumisa. Loca de placer y de deseo le pedí que me follase y ella sin pensárselo dos veces, se cogió el miembro y lo frotó por mi raja, buscando mi abertura anal.

Yo estaba completamente abierta de piernas, ofrecida a ella y no le costó penetrarme. El primer empellón hizo que se me clavase la mitad de la verga y di un verdadero grito de dolor. Pero Ana no cesó en su empeño y siguió dentro de mí. Se retiró y empujó de nuevo, aún con más fuerza, haciéndome gritar de nuevo y clavándome la enorme polla hasta que sentí los cojones de plástico rozando mis nalgas. Ana comenzó a follarme con fuerza y a gemir de placer, pues a cada empujón que daba no solo se me clavaba a mí la enorme verga, sino que el trozo que ella tenía dentro también se enterraba más profundamente en su higo.

Las dos gritamos y gemimos mientras en el exterior la tormenta cobraba más fuerza. El repiquetear de la lluvia sobre el tejado y los continuos relámpagos y truenos ahogaban nuestros gritos y gemidos. Mi ano estaba totalmente dilatado y la enorme polla entraba en mí tan brutalmente que creí que iba a partirme por la mitad. Ana me estaba follando sin piedad, como ya lo había hecho en otras ocasiones y en sus ojos pude percibir un brillo extraño, hipnótico, como si estuviese poseída por algún extraño ser demoníaco y perverso…

Había conseguido someterme de nuevo, hacer de mí su mujercita para llenar su ego de macho posesivo y dominante. Y yo me sentía muy mujer con ella sobre mí, clavando aquella tremenda verga entre mis piernas.

Entonces se salió de mí. Mi culo quedó completamente abierto. Me ordenó ponerme a cuatro patas y la obedecí sin poner objeción alguna. Ana se cogió de nuevo la polla y apuntó a mi abierto y enrojecido ano. Y así, a cuatro patas, volvió a penetrarme con furia salvaje. De nuevo comenzamos a gemir y a gritar como posesas. Cada golpe de caderas de Ana, hacía que el enorme pollón de látex se me clavara hasta sentir los redondeados y blandos cojones de goma chocar contra mi lascivo y vicioso culo.

Y de repente lo sentí: ¡me estaba corriendo!. Ana me agarró del pelo con una mano mientras con la otra me sobaba las tetas y siguió enculándome de forma febril. Pronto, sentí brotar un chorro viscoso y caliente entre mis piernas, mojando mis muslos y la cama. Gemí y grité como una cerda mientras ella no paraba de joderme aún si cabe con más furia. El líquido viscoso resbalaba por mis muslos, manchando las medias y la cama. Creí que mi corrida no tendría fin. Ana se apiadó de mí y me sacó la polla. Seguí a cuatro patas, incapaz de moverme y aún gimiendo mientras ella lamía los regueros viscosos de mis muslos. Se desató el consolador de correas y lo dejó caer sobre la alfombra, al lado de la cama.

Su chocho estaba completamente empapado y un hilito de flujo resbaló por sus muslos al arrodillarse sobre la cama. Ana comenzó a meterse los dedos y a acariciarse el clítoris mientras con otra mano se masajeaba sus bien formadas tetas y me miraba lascivamente. Y así, al cabo de unos minutos, pude contemplar como se corría entre gritos y gemidos de placer.

Como si estuviésemos sincronizadas con la naturaleza, la tormenta comenzó a amainar poco después de que la tormenta interior que había gobernado nuestros cuerpos tiempo antes, también se hubiese desvanecido. Nos acariciamos, nos besamos y nos reímos juntas y desnudas sobre la cama. Con Ana -y por unos momentos- había dejado de ser una travestí deseable para convertirme en una mujer completa. Ella había satisfecho mis deseos femeninos, al tiempo que yo le había permitido sacar a la luz su lado andrógino y posesivo.

Volvimos a vestirnos y bajamos al salón. Aún tiempo después me molestaba el roce de la braga sobre mi ano irritado y abierto. Me puse los zapatos, recogí los libros y como si nada hubiese pasado nos despedimos con un beso en la mejilla.

Al salir el aire olía a ozono. La puerta se cerró a mis espaldas y me dirigí a mi coche por el sendero de grava, ahora completamente mojada. Un escalofrío recorrió de nuevo mi cuerpo, pero yo sabía que no se debía al frescor de la lluvia tras la tormenta. Conduje de nuevo a casa y por el camino rememoré el polvazo que Ana me había echado. Y al llegar a casa me di cuenta… ¡me había dejado uno de los tres libros!. Que cabeza la mía. En fin, ya volvería a buscarlo otro día. Inconscientemente, me sorprendí a mí misma pensando que ojalá… mañana hiciese tarde de tormenta.