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Sara (01: La propuesta)

en Sadomaso

Esta no es mi historia... pero podría serlo. Esta historia no es real... pero también podría serlo. Solamente es mi fantasía más soñada... pero si encontrara un Amo con las características del que describo, me gustaría probar a realizarla. Espero que os guste.

 

Estaba tirada en el sofá, fumando el enésimo cigarrillo del día. Acababa de ducharse y estaba relajada y fresca, todo lo fresca que se puede estar en un caluroso día de agosto. El calor la adormilaba pero su cabeza no permitía que llegara a dormirse. ¡Tenía tantas cosas que solucionar! Había llegado el momento que tanto había temido y deseado a la vez.

La próxima semana empezaba a trabajar en su nuevo puesto, un trabajo por el que había suspirado durante mucho tiempo. Por fin podría poner en práctica tantas horas de estudio. Además, este trabajo llegaba en el mejor momento. Acababa de quedarse "sola" en el mundo; su padre había fallecido y después de 5 años de dedicar todo su tiempo a él y a sus hermanos más jóvenes, ahora no tenía obligaciones que le impidieran trabajar fuera de su hogar.

Recordó todo lo sucedido hacía apenas dos meses. La repentina muerte de su padre, renunciando por fin a seguir viviendo sin su esposa, fallecida tan joven 5 años antes. Desde entonces, Sara había dedicado su tiempo a cuidar de su casa. Sus hermanos eran aún muy jóvenes y ella, al ser la mayor, tuvo que tomar las riendas del hogar común.

A pesar de ello, no había vivido exclusivamente para ellos. Gracias a su grupo de amigos, pudo disfrutar de las actividades normales de alguien de su edad. Y de otras no tan "normales", recordó con una sonrisa. La verdad es que ella era la "rarita" del grupo, sobre todo entre las chicas. Nunca tuvo demasiados reparos en disfrutar del sexo, donde, cuando y con quien le apetecía y eso era algo que sus amigas no veían como "normal". A Sara, la verdad, le traían al pairo sus opiniones; ella se lo pasaba bien, no hacía daño a nadie y si ellas no disfrutaban de sus cuerpos, ese era su problema.

Sara siempre se había llevado mejor con el sexo opuesto que con el suyo. Tenía un modo de pensar más parecido al masculino que al femenino, sobre todo en cuestiones sexuales, lo que la llevaba a tener mejores relaciones con ellos. Y en el terreno sexual, sus amantes, tanto los ocasionales como los que duraban más de una relación, acababan con la impresión de haber disfrutado con una mujer, por una vez, sin necesidad de representar el papel de "comprensivo-amable-protector". Tanto Sara como ellos sabían que era puro sexo, a veces acompañado de amor, es cierto, pero sexo sin tapujos.

Al hilo de estos pensamientos, Sara recordó la entrevista mantenida apenas unos días atrás con el que iba a ser su nuevo jefe. Se conocían anteriormente, ambos acudían al mismo gimnasio y mantenían una relación superficial, el tipo de relación de dos personas que se ven tres días a la semana en un recinto cerrado y rodeados de más compañeros. Enterado por los comentarios de los habituales del gimnasio de que Sara buscaba un trabajo de secretaria, para poder empezar su nueva vida, Juan la había parado cuando ambos salían de su sesión y se dirigían a los vestuarios.

Sara, ¿puedo hablar contigo un momento?

Sí, claro, Juan...

Sara se quedó mirando a su compañero. Sentía cierta vergüenza cada vez que hablaba con él, que miraba sus ojos verde azulados, de un color que le recordaba al mar un día de verano. Se sentía muy atraída por Juan, pero nunca había pasado de ser una fantasía para ella. Había algo peligroso en él, algo que parecía decir "Alto, no sabes quien soy en realidad". Además, sabía que no era su tipo de mujer. Siempre le había visto acompañado de la típica mujer "Barbie" y ella era la mujer más alejada del mundo de ese estereotipo. Distraída por estos pensamientos, casi no escuchó sus siguientes palabras:

Lo primero que quiero decirte es que siento mucho la muerte de tu padre. Supongo que habrá sido duro para todos.

Gracias Juan, si que lo ha sido. Pero al menos no ha sufrido.

Tengo entendido que buscas trabajo ¿no es as?

Sí. Aunque mis hermanos y yo hemos recibido una pequeña herencia, no da para mucho. Ellos tienen su trabajo y pueden vivir con holgura. Pero yo necesito trabajar, no inmediatamente pero sí en un futuro próximo. El dinero no durará siempre y no voy a vivir a su costa.

¿Estudiaste Administración, verdad? ¿Has trabajado alguna vez en ello?

Pues la verdad es que, aparte de las prácticas que hice tras los estudios y un contrato de 4 meses en el ayuntamiento, no he trabajado fuera de casa. Mi madre murió al poco tiempo y ya sabes que fui yo la que la "sustituí".

Si, lo sé. También sé que te gusta mucho leer y, si no recuerdo mal, en la última cena que hicimos los compañeros de gimnasio, presumiste de tener una ortografía y gramática excelentes.

Bueno, es cierto que no cometo faltas de ortografía y que las pillo enseguida. Aquel día me pasé un poco con la bebida y quizá presumí demasiado... de eso y de otras cosas.

Sara enrojeció al recordar las "burradas" que salieron por su boca aquella noche. Además de aquellas habilidades, había manifestado su espíritu liberal en materia de sexo y presumido de ser una excelente amante. Recordó la sonrisa burlona de Juan al escucharla y la mirada que clavó en sus ojos. Una mirada que la hizo estremecer y sentir una advertencia silenciosa.

Verás Sara, yo necesito una asistente personal, alguien a quien no tenga que corregir constantemente por sus faltas de ortografía y que sepa de qué va el trabajo en una oficina. Y creo que tú eres perfecta para ese puesto. No tienes deformaciones profesionales adquiridas, pues tu experiencia es corta y yo te moldearía a mi gusto.

Bueno, me encantaría trabajar para ti. Me caes bien y creo que serías un jefe justo.

Sí, Sara. Sería un jefe justo pero exigente, muy exigente me temo. Mira, este no es lugar para hablar de esto. ¿Qué te parece si te pasas por mi oficina mañana, después de acabar la jornada laboral y hablamos más despacio sobre esto?

De acuerdo, Juan. Me interesa mucho tu oferta y creo que sería una buena secretaria para ti. ¿Mañana a las 5 y media en tu oficina?

Si, es buena hora. ¿Sabes dónde está, no?

Si, sé dónde está. Vivo a sólo dos manzanas de allí.

Estupendo entonces. Hasta mañana, voy a ducharme y quitarme este olor a "tigre". –Una sonrisa socarrona iluminaba el rostro de Juan al decir estas palabras.

Sí que hueles un poquito, sí. Aunque supongo que yo no tendré mejor olor... – Sara se reía mientras decía esto. Ambos estaban sudados después del ejercicio realizado.

No, por favor. Tú no hueles, tú despides un cierto "aroma"...

Ambos soltaron la carcajada tras la salida socarrona de Juan y se despidieron dirigiéndose a sus respectivos vestuarios.

Sara estaba sorprendida e intentando asimilar la conversación, mientras se duchaba. La propuesta de Juan parecía caída del cielo; sería estupendo trabajar para él y el trabajo le parecía perfecto para sus habilidades. A ello había de añadir que apreciaba a Juan y aunque se sentía atraída por él, suponía que el roce diario en la oficina le quitaría esos pajaritos de la cabeza.

Juan, por su parte, estaba profundamente agradecido al inventor de los pantalones de deporte. Durante la conversación con Sara, su pene se había ido endureciendo cada vez más, solo al contemplar aquellos ojos color café, tremendamente profundos y penetrantes. Esos ojos lo habían vuelto loco desde la primera vez que se fijó en ellos y conseguían que su pene se pusiera erecto con la más inocente mirada. Gracias a la holgura de los pantalones, Sara no había sospechado el efecto que tenían sus ojos sobre su libido.

Juan sospechaba que Sara se sentía atraída por él pero conociendo su personalidad tremendamente realista, sabía que Sara reprimía esa atracción. Durante la cena que había mencionado, sus miradas se habían quedado prendidas una de la otra durante un, para él, corto espacio de tiempo. Sospechaba que había sido un rato lo suficientemente largo para que el resto de comensales miraran a ambos con cierta sorna, pero para él, había sido muy corto. Solamente la parte de su anatomía más rebelde había acusado el paso del tiempo, recordó con pesar, pues le había costado muchísimo disimular su erección y el deseo había abrasado sus entrañas.

Solamente Luis, su monitor de musculación y anfitrión de aquella cena, se había dado cuenta de lo sucedido. Miró a Juan con una sonrisa en los labios y le preguntó en voz baja:

¿Qué, Juan, el "rebelde" se ha puesto en acción?

Juan miró a Luis con su mirada más fría. Ambos se conocían desde el colegio y eran, además de amigos, socios en el gimnasio que regentaba Luis. También eran los miembros fundadores de cierta sociedad dedicada al sexo sadomasoquista. Esta sociedad estaba formada por amigos y socios en los negocios de Juan y se dedicaban a la práctica de la dominación sexual de mujeres así como a su entrenamiento previo en sumisión. Era su entretenimiento favorito y les había unido aún mucho más que su antigua amistad

Luis ni se inmutó ante su mirada. Juan sabía que le conocía muy bien y que esa mirada dirigida a él sólo mostraba su irritación por haber sido sorprendido. Luis llamaba el "rebelde" al pene de Juan, porque este era capaz de dominar su excitación completamente y prolongar su duración casi a voluntad. Pillar a Juan con una erección involuntaria era, además de infrecuente, una ocasión perfecta para tomar el pelo a su amigo, después de que Juan siempre se metiera con él por su incapacidad para dominar sus erecciones, aunque si fuera capaz de controlar su duración tan bien como Juan.

Luis sabía que Sara sentía atracción por Juan pero no se había percatado de que su amigo correspondía a esa atracción. Sara no era en absoluto el tipo de mujer que Juan prefería para saciar su libido. Sara era pequeñita, morena, con un cuerpo al que le sobraban algunos kilos e inteligente, tremendamente inteligente. Esa inteligencia se reflejaba perfectamente en sus ojos oscuros.

No habrá sido Sara la causante, ¿verdad? No encaja en tu tipo ni de lejos...

Pues si, Luis, ha sido Sara. ¿Te has fijado en sus ojos? Me vuelven loco, cuando la miro me pierdo en ellos.

Si, tiene unos ojos impresionantes. Pero el resto...

El resto se puede mejorar, ahora hay muchos métodos para conseguir el cuerpo que desees. Ya ves que ella misma se esfuerza en mejorar el suyo, acude a tu gimnasio y es una alumna aplicada. Pero esos ojos... no se consiguen en ningún gimnasio y menos en un quirófano. Con esos ojos se nace... y la vida les añade carácter. Y la vida de Sara no ha sido precisamente fácil.

¡Dios mío, Juan! Dime una cosa, ¿te has enamorado de Sara?

No Luis, aún no estoy enamorado. Pero me atrae profundamente esa mujer. Ya sé que apenas me llega al hombro y que su cuerpo no es perfecto... pero esos ojos y la mente que hay tras ellos... Me tiene loco, Luis y cada vez que la miro no puedo evitar excitarme.

Juan, ya la has oído. No tiene prejuicios sexuales y es sexualmente todo lo activa que puede. Pero dudo mucho que ella esté dispuesta a ser la clase de mujer que a ti te satisface en la cama.... o fuera de ella.

La he oído, la he mirado, la he observado... y me he dado cuenta de una cosa. Cuando nos estábamos mirando he visto en sus ojos un destello de deseo, deseo por mí. Y también he visto temor... Creo que mi mirada reflejaba mi deseo por ella... y lo peligroso que puede llegar a ser para ella dejarse llevar. Tengo la sensación de que ha intuido todo lo que hay detrás de la fachada de hombre de éxito que tengo... y de que está dispuesta a caer en mi deseo y a satisfacer el suyo.

Luis miró a su amigo y se dio cuenta de que hablaba en serio, completamente en serio. Una idea empezó a brillar en su mente y rápidamente decidió que aquellos dos necesitaban un empujoncito para encontrarse. Además, si su amigo conseguía que Sara accediera a ser la clase de mujer que él necesitaba, Luis se llevaría también su recompensa, no en vano parte del entrenamiento para llegar a ser una de las sumisas de su sociedad pasaba por sus manos.

Así que le contó a Juan la situación por la que Sara atravesaba. Su amigo se hizo cargo inmediatamente del problema y alcanzó la misma conclusión que él: Sara podía ser perfecta para el puesto y también para ser sumisa en su sociedad. Solamente tendrían que despertar su curiosidad, someter su posible rechazo e introducirla poco a poco en el mundo de placer y dolor que a ambos les llenaba la vida. Su cuerpo no entraba en los cánones habituales de sus sumisas, pero como había dicho su amigo, había muchos métodos para conseguir que fuera lo más perfecto posible. Y él iba a ayudar a Juan y a Sara a unir sus vidas. Porque su amigo estaba enamorado, hasta lo más hondo, pero aún no lo sabía. Y Luis sabía aún mejor que Juan, que una vez que este se enamorara, sería para toda la vida.

(Continuará)