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Aprendizaje virtual, con sorpresa al final

en Sexo Anal

La primera vez que tuve conciencia de que el ojete de mi culito también podía participar en un acto sexual, fue en una de mis pocas relaciones estables, sentimentalmente hablando. Tenía 21 añitos, y llevaba saliendo con Carlos sólo cinco meses cuando lo hizo por primera vez. Mis padres habían salido esa tarde, y él se había venido a mi casa, según decía para estudiar, pero yo ya sabía que quería echar un polvo conmigo. Efectivamente, poco después de llegar, ya nos revolcábamos salvajemente por las sábanas de la cama de mis padres (grandísima), gozando de una intimidad que pocas veces disfrutábamos.

Precisamente cuando yo me encontraba encima de él, cabalgando su verga con brío, noté que una de sus manos se escurría de una de las nalgas hacia la raja que hay entre las dos, y pasando el dedo corazón de arriba abajo, terminó apoyándolo en la entrada de mi culo. Yo estaba tan excitada que no acerté a decir nada. Y poco a poco, fue empujando su dedo hacia adentro, y al rato ya lo metía y sacaba rítmicamente.

Fue una cogida estupenda. No me dolió para nada el dedo de Carlos, y más que nada sentía miedo de que se lo hubiera podido manchar… ya sabéis, con la mierdita (perdón). Sin embargo, cuando me preguntó qué me había parecido, yo le contesté que había estado muy bien, pero que no quería repetir lo del dedo en el culo. Tonta de mi, no sabía lo que me deparaba mi destino.

Mi relación con Carlos no duró mucho. Pocos meses después habíamos roto. Pero aquello del dedo en el culito me había dejado huella, y me pasaba las noches preguntándome porqué le había dicho que no quería repetirlo, y cuánto tardaría en volverlo a hacer. Lo cierto es que, un par de veces que me masturbé desde entonces, en la cama y en la oscuridad de mi dormitorio, a la vez que me frotaba el clítoris, me metía un dedito en el ano. Y una vez dentro, lo movía hacia arriba y hacia abajo, y disfrutaba mucho; a veces me sentía un poco culpable, pero pronto lo hice sin pudor.

Por aquel entonces comencé a aficionarme a los chats de internet. Era muy divertido, hablaba con mucha gente, y cuando ponías en el perfil que eras chica y tenías 21 años, te llovían los privados. Algunos eran decididamente obscenos, y no siempre los contestaba todos, pero en general me reía y disfrutaba mucho. Comencé a aficionarme a chatear con un chico de mi misma ciudad, que decía llamarse Poseidón en su nick. Era algo corto en palabras, pero muy firme en sus comentarios, y parecía algo dominador. Aquello me fascinaba, porque otra de mis fantasías recurrentes era que me poseyeran con fuerza y sin piedad, clavándome la polla hasta lo más hondo de mi ser. Y Poseidón prometía precisamente eso.

Un día me preguntó a bocajarro si me habían dado alguna vez por el culo. Le dije que no. Pero cuando él me contestó "venga, perra, no me mientas, a ti te la han clavado por detrás y te gustó", me sinceré con él y le conté mi experiencia con Carlos, y lo que había disfrutado entonces, y después, masturbándome con el dedo. Me dijo si nunca había intentado meterme nada más gordo que un dedo. Le contesté que no, y me preguntó que si me gustaría intentarlo. Tras dudarlo unos momentos, excitada de placer, le contesté que sí, pero tenía miedo del dolor. Se rió, y me dijo que podía hacerse sin dolor, pero que tendría que preparar mi culito para lo que se le iba a venir encima.

Y así comenzó mi aprendizaje y preparación anal con Poseidón. Duró varias semanas, durante las cuales por el chat me iba dando instrucciones de lo que me tenía que meter y cómo. Probé primero con un lápiz, que luego removía en mi trasero. Más tarde con una barra de pintalabios. Luego con el mango redondo de un cucharón de cocina. Para descubrir finalmente toda la serie de botes del cuarto de baño. Las primeras veces sólo me aconsejó que relajara mucho el esfínter, y fuera acostumbrando el ojete a la penetración de los dedos, empapados en mi saliva. Cuando fui a meterme el primer bote de desodorante, me dijo que antes mojara los dedos en aceite y me los metiera en el culo, metiendo y sacando. Siempre la operación duraba más de media hora, en la que mi agujerito pasaba de una cerrazón casi absoluta, a una distensión increíble, en la que hubiera cabido de todo. Y esto todos los días, porque dejó muy claro que si no me penetraba analmente con algo todos los días, el culito se iría cerrando poco a poco.

Cuando estuvo seguro de que lo tenía bien abierto, me ordenó que fuera a un sex-shop y comprara un consolador bien gordo. Me dio mucha vergüenza, porque nunca había hecho algo así, pero terminé llendo; y compré uno hermosísimo y tan gordo como la pata de una cama, negro y con lo que parecía ser imitación de gruesas venas. El dependiente me miró con una sonrisa, y se ofreció a enseñarme como utilizarlo, aunque decliné la invitación.

Ni que decir cabe que, con la preparación que tenía, y un poco de lubricante, el consolador entró suavemente, abriéndome las nalgas con su grosor, y dejándome absolutamente necesitada de una polla real. La misma tarde que lo probé, conectada en línea con Poseidón, éste aprovechó para citarme esa noche en un pub de mi ciudad por si yo quería que él me la metiese en el culo. Imaginaos, cuando lo leí en la pantalla, tenía la respiración agitadísima, estaba bañada en sudor, excitada hasta el delirio, y con una verga de plástico de 5 cm de grosor metida en el culo. Le dije que cuando quisiera.

Pero tenía que ser con sus condiciones. Tenía que ir sola. Y así lo hice. Tomarme un cubata junto a la columna de la barra. Y así lo hice. Ir al servicio a las 1:30 horas. Y así lo hice. Entrar en el de caballeros. Y así lo hice. Y una vez dentro, llamar a la puerta del último WC y ponerme de espaldas. Y así lo hice. Una voz grave sonó desde dentro "¿eres Mesalina235?" (era mi nick). Le dije que sí. Me dijo muy suavemente que me bajara las bragas y los pantalones, lo que hice. Noté como abría la puerta del WC y me decía que estaba sentado en la taza con la verga dispuesta para penetrarme, que diera dos pasos hacia atrás. Así lo hice, y noté como dos manos poderosas me tomaban de las caderas, conduciéndome el culo hacia abajo. Noté como de repente el capullo de una polla se apoyaba en mi agujero, que después de cuatro semanas de penetraciones anales, estaba rojo y ardiente, y de un empujón hacia abajo, me clavó en su verga hasta los cojones. Fue una cabalgada impresionante, al final de la cual se corrió en mi culo, mientras yo notaba como los chorros de su semen se perdían en las profundidades de mis intestinos.

Con sus manos me izó en vilo, me dio una palmadita en una d las nalgas, y me dijo "hala, servida Paloma". Me quedé helada, porque era mi nombre real, así que me giré como un resorte; y allí estaba mi ex Carlos, sonriente y con la polla aún palpitando de placer. Completamente abochornada me subí las bragas, sintiendo como se manchaban del semen que salía suave pero constante de mi ano, me subí los pantalones, y salí de allí, Nunca volví a verlo.