Cualquiera que hubiera visto a Marta pasear por las calles de la ciudad no hubiera podido evitar volverse para mirarla. Era realmente bellísima, lo que los chavales llaman un bombón, y los hombres no eran ajenos a su extraordinario aspecto. Tendría unos veinticinco años, y un cuerpo de curvas vertiginosas asombrosamente bien formado. Su cabello era rubio tirando a cobrizo, acompañado de unos atractivos ojos verdes. Junto a sus larguisimas y esbeltas piernas destacaban en su figura unos bien torneados senos y un trasero apetitoso.
Como ya he dicho, a los hombres no les pasaba desapercibido, y a ella no parecía importarle, ya que su vestuario era todo menos recatado; gustaba de faldas cortísimas y camisetas exuberantes, o esos pantalones vaqueros tan ajustados que dejan ver toda la forma de las nalgas y adivinar el recorrido de la ropa interior.
Por ello no era extraño que la población masculina de la ciudad la piropeara por la calle, especialmente los obreros de la construcción, que se caracterizaban por lo soez de sus improperios. Y no paraba ahí la cosa. Frecuentemente algún varón no había podido reprimir sus impulsos naturales y le había cogido el culo por sorpresa, o se había frotado contra ella en la entrada del metro. Sin embargo ella, lejos de molestarse por esta actitud primitivamente hormonal de los hombres, no solamente le agradaba excitarlos sexualmente, o ser ocasionalmente manoseada por ellos, sino que con frecuencia era ella la que los provocaba. Porque, para ser sinceros, Marta era una auténtica viciosa.
En cierto modo, podía decirse que la vida de Marta estaba dominada por el sexo, que perseguía a todas horas y en todas sus manifestaciones. Su relativamente flexible trabajo, bibliotecaria en la Universidad, le permitía dedicarse a su hobby favorito, que no era otro que buscar el sexo fortuito. Podría decirse que esta afición le venía de lejos, ya que desde la adolescencia había sido muy resuelta y extrovertida y había tenido relaciones íntimas ininterrumpidas casi desde los dieciséis años. Su primer novio, Alex, como ocurre siempre en estos casos, no era la persona que le convenía, pero Marta se había encaprichado con él.
Tenía dos años más que ella, y había conocido a fondo el sexo antes de salir con ella, frecuentando a menudo a prostitutas. Era por ello que desde el primer día que estuvieron juntos, Alex poco menos que le exigió que le pajeara. Ella no era ciertamente un ángel, pues en sus escarceos anteriores se había frotado vestida con sus ligues y a veces les había palpado los genitales; además, hacía casi un año que ella misma se masturbaba. Pero un contacto tan directo con los órganos sexuales masculinos, nunca. Alex jamás mostró gran consideración por Marta, a la que trató más bien como un trapo, y en aquella primera paja no la avisó de la corrida, dejándole la mano perdida de semen, por lo que ella tuvo que limpiarse con repugnancia. Unas semanas después, ya le parecía rutinario aquel ejercicio íntimo del que, lógicamente, sólo él disfrutaba. En público, gustaba de humillarla presentándola como una autentica puta, por lo que ella lo fue asumiendo poco a poco. La relación no duró mucho, ya que a él le cogieron robando y lo enchironaron, pero alcanzó lo suficiente para que la desvirgara. Tampoco fué muy placentero para Marta, ya que se limitó a tumbarla de espaldas, levantarle la falda, bajarle las bragas y ensartarla como a un pinchito moruno. El acople duró apenas unos pocos minutos y, una vez hubo eyaculado en su interior, le sacó su miembro obligándola a limpiárselo de la sangre y el esperma.
En tal ambiente de amistades, Marta no tardó en rodearse de nuevos y peligrosos chicos. En un principio ella tenía grandes sentimientos hacia ellos que, como se puede suponer, sólo buscaban unas tetas sabrosas, un buen culo y marcarse unos polvos como Dios manda. Todos sin excepción la obligaban a pajearlos casi a diario, a menudo varias veces, y la magreaban todo lo que podían. Algunos duraban tan poco que ni siquiera llegaban a tirársela, pero lo normal es que todos lo hicieran. Gradualmente, sin tener verdadera conciencia, Marta dejó de buscar un compañero que la complementara como persona y comenzó a considerarse simplemente como un buen cuerpo, el cual estaba dispuesta a utilizar. En efecto, no tardó en disfrutar del sexo y comenzó a elegir ella a sus parejas.
No siempre su elección era acertada. Marcos gozaba con las pajas, y follarse a Marta era mucho más de lo que él se había imaginado, pero desde pequeño había aprendido a no conformarse con lo que tenía y quería más. Tampoco estaba muy acostumbrado a pedir, y decidió simplemente tomar. En su última paja, Marcos agarró a Marta con un puño por su precioso cabello y tiró hacia atrás, esperando que abriera la boca. Ella, que no se esperaba esa acción violenta, pues era muy solícita siempre a menearle la polla, abrió los ojos ampliamente, lo mismo que sus labios, lo que aprovechó Marcos para empujarle la cabeza hacia su verga, que encajó en su garganta. Sin embargo la situación no duró mucho ya que Marta, necesitando respirar le mordió con fuerza el miembro logrando liberarse. Salió corriendo de allí y no volvieron a verse en un tiempo...
Desde aquel día, chuparle la poya a sus ocasionales ligues se convirtió en otra de sus habituales ocupaciones. Ellos estaban francamente encantados, pues podía perfectamente ver la final de la copa de fútbol en la tele mientras ella, arrodillada a sus pies, llenaba la totalidad de su cavidad bucal con el nabo, proporcionándoles gran placer. Si su equipo ganaba, además, había premio, ya que podían arrancarle las bragas de un manotazo y montarla hasta correrse en lo más hondo de su lubricadísimo coño. No obstante, siempre había con ella quien quería dar otra vuelta de tuerca, aprovechando la enorme zorra en que la habían convertido.
Luis llevaba quince días jodiéndola, y Marta estaba muy contenta por que no era especialmente violento, lo cual no era muy habitual entre sus compañías. Sin embargo un día el hermano de Luis, Ramiro, entró en su cuarto mientras los dos follaban encima de la cama. Marta, algo avergonzada trató de taparse con la sábana, ya que se encontraba encima de Luis con toda su polla metida en el coño y desde esa postura no era difícil que Ramiro lo viera absolutamente todo. Sin embargo, su novio no parecía tener tales melindres y separó la sabana, reteniéndola, pues ella quería soltarse. "¿Qué te pasa, coño?, sólo es mi hermado Ramiro." Ella trató de convencerle de que lo dejaran, pero Luis se negó y comenzó a embestirle el coño con su miembro. Poco a poco se fué tranquilizando, y acomodó su ritmo al de él, pero no podía dejar de mirar a Ramiro, que leyendo una revista quedó sentado a su lado.
Ella juraría que de vez en cuando, los miraba, y le parecía que lo ponía cachondo. Tras aquella tarde, raro era el día que Luis no se la tiraba con su hermano delante, así que ella se acostumbró a lo anormal de la situación, y no tardó en hacerle pajas, e incluso chupársela delante de Ramiro. Una tarde, Luis estaba echado en la cama mientras que Marta, de rodillas, le comía la polla con entusiasmo. Ramiro, como siempre, estaba sentado detrás, leyendo una revista, de forma que podía ver todo su coño abierto sin apartar la mirada. Llevaba ya varios días dándole vueltas en la cabeza a una idea y ahora parecía ser el momento ideal, ya que la novia de su hermano no podía verle. La verdad es que le ponía a cien ver el suculento trasero de Marta, brillante y sudoroso mientras Luis le embestía con firmeza la boca. En esos mismos momentos, no podía dejar de mirar su coño abriéndose y cerrándose con cada nueva acometida, los labios goteantes de sus jugos internos y el rítmico bamboleo de sus nalgas. Su polla estaba completamente tiesa y le bailaba dentro del calzoncillo.
Ella se dió cuenta de repente que algo se movía a sus espaldas; trató de volver la cabeza, pero Luis se la agarró con las manos y comenzó a follarle la boca tirando de ella hacia arriba y hacia abajo. En ese momento, unas manazas se posaron sobre sus costados y una enorme polla le atravesó el coño. Marta trató de quejarse, pero Luis no le dejaba separar la cabeza de su polla y el hermano la penetraba con todas sus fuerzas. Así debieron estar más de diez minutos hasta que, con un profundo suspiro, Ramiro se corrió largamente. Instantes después, Luis echaba su chorro de semen en la garganta de ella. Y la soltaron. "Que, estarás satisfecha, ¿eh?. Dos pollas para ti sola.", dijo Luis, pero ella no dijo ni si ni no. No volvió a verlos.
Por si alguien creyó que esa experiencia tendría algún efecto moderador sobre Marta, deberemos decir que no fué así, y que antes de cuatro días ya había probado de nuevo la dulce fruta del sexo, esta vez con uno de los que ella llamaba "los provisionales". Lo que propiamente se dice sexo ocasional. Había ido esa noche a la discoteca esperando encontrar alguno de sus cada vez más escasos amigos para tomar unas copas, pero no encontró a nadie. Lo que sí vió fué un tío muy bien plantado bailando en el centro de la pista que la cautivó. Y quince minutos más tarde le estaba chupando la polla. Así era Marta. El chico resultó ser uno de los barman del local, y como tenía que seguir trabajando, se la tuvo que chupar detrás de la barra, mientras él servía copas a los clientes. Al final, en uno de sus descansos, la llevó al almacén que había en la trasera y le pidió que se echara sobre unas cajas de cartón que en un tiempo habían contenido tabaco y que ahora guardaban restos de ropa. La puso de espaldas y le subió su vestido corto hasta las tetas, bajándole las bragas.
Y así, sin más preámbulo, le endiñó su rabo y la estuvo jodiendo un poco; a penas ocho o diez empujoncitos y el barman, que estaba colocadísimo, se corrió. Ella comprobó con decepción que aún no había tenido tiempo de ponerse en situación cuando el tío ya le había dejado el recadito y se había soltado, dándole una palmadita en el culo y diciéndole: "Hala, ya tienes lo que querías. Si otro día quieres polla ya sabes donde estoy." Se dió la vuelta sin esperar a que ella se levantara y volvió a la disco. Cuando Marta después lo pensó, se dió cuenta que había follado con un tipo sin siquiera saber su nombre.