Lo que el oído se espera o más palos que una estera
¡Qué faena puñetera,
vaya profunda emoción
si al cerrar tu cremallera
te pellizcas un padrastro!
Con eso tienes bastante,
con eso llevas lo tuyo,
pero es más emocionante
si te pillas el pulgar.
Mi mujer, en el ropero,
tras colgar una chaqueta,
cerró con golpe tan fiero
que se magulló una uña.
Reculó como un resorte
contra la puerta, ya digo,
y el jodido picaporte
fue a incrustársele en el vientre.
La cosa no acaba ahí,
el dolor llegó de nuevo,
pues al agarrarse a mí
por poco me arranca un brazo.
Aullando como una fiera,
no vi en el suelo sus rulos,
me comí las escaleras
rebotando con el hombro.
Mi abuela vino en socorro
con el alcohol en la mano,
pero me endiñó tal chorro
que me quemó todo el pecho.
Mi mujer corrió otra suerte:
tuvo que darse de baja,
pues no vio que era agua fuerte
lo que se puso en la herida.
¡Vaya dos con menos vista!
Yo quedé hecho unos zorros
(mas como soy masoquista,
del dolor casi me río).
Y aunque mi mujer lloraba
retorcida como un ocho,
cierto humor le goteaba
por el mismísimo oído.
Y no nos echamos flores:
así nos gusta la vida;
así son nuestros amores
y así son nuestras anécdotas.