A dos semanas de licenciarme, aprovechando el aislamiento del edificio, el sueño de mis colegas y la fuerza de su venganza, el sargento Don Celio me cobró con creces.
Por fin mis hinchados huevos encontraron la manera más dulce que hubiera podido imaginar de desahogar tan contenida presión.
Desnudo boca abajo entre la arena y el sol, rezaba para que los que se acercaban no fueran mandos de la Armada.
Fregar platos en la mili puede ayudarte a conocer a tus superiores: sobre todo si lo haces en pijama transparente y se te acercan por detrás.
La mesa le llegaba justo a la altura del paquete y contra ella se frotaba ante mis narices aprovechando que estábamos solos en la sala común.
Yo quería ser él cuando se follaba a mi mujer, pero luego quise que él fuera ella...
La medalla de la Virgen del Rocío, medio escondida en la maraña negra de su pecho, hizo el milagro de hacer saltar la chispa que acabó incendiando mis orificios.
El espejo de los vestuarios me enseñó que las calzonas de gimnasia aprietan mucho más que las sotanas, aunque puede que sea al revés.
La faceta sadomasoquista de Jehová.
El jefe era todo un oso; el secretario un aguililla que le bailaba el agua y qué sé yo, que sólo era un ratón de biblioteca tras el queso de Don Benedicto.
o más palos que una estera.
El primer día de trabajo, la primera cara que encuentro: el conserje: el primer hombre que me penetró.
Nunca pensé que mi recto pudiera darme placer.
De cómo nuestro caballero / con puntería certera / acertó a la posadera / y de paso al posadero.
Fui relleno de sandwich en aquel cuarto oscuro.
Era un buen trabajador: su cuerpo lo demostraba. Emigraba a Barcelona y tuve la fortuna de llevarlo en mi coche, aunque sus gruesos muslos me dificultaban el cambio de marcha.
El hijo del herrero se había convertido en todo un hércules cuando lo descubrí podando la palmera con sus shorts sobre los ojos chispeantes de mi esposa.
De cómo un viril caballero / sufrió de oprobioso infortunio / un buen día de verano / (pongamos que fuera Junio)