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De la piscina del hotel a su habitación

en Erotismo y Amor

Hola, me presento. Me llamo Jose, vivo en Madrid, España. Soy de tez morena, mis ojos son verdes, 1,75 de altura y complexión normal. Mi edad es 29 años. Esta historia empezó en la piscina de mi hotel y acabó en la habitación. Por motivos de mi trabajo como ingeniero electrónico en una importante consultora he de hacer frecuentes idas y venidas a una fábrica de tecnología situada en el sur de la península. Siempre me muevo al mismo hotel por comodidad ya que me reservan la misma habitación en cada una de mis visitas. Mi estancia nunca baja de tres días así que como solo he de permanecer en mi lugar de trabajo en horario de mañana las tardes las aprovecho para ir a la piscina del hotel a bañarme si es época.

En mi última visita me pasó algo sorprendente. Era un jueves, sobre las cinco de la tarde, acababa de bajar apenas hacía media hora a la piscina del hotel cuando apareció una chica morena preciosa de aproximadamente 25 años. No era muy alta, apenas llegaría al 1,65. Sus ojos eran marrones y su mirada helaba el corazón. Me fijé en su cuerpo echando un vistazo atrevido sin llegar a ser descarado. No me demoraré en detalles, todo normal, ni exagerado ni escaso. No era 90 60 90 ni mucho menos, pero tenía algo que hacía que me fijara en ella. Fui bajando la mirada hasta posarla sobre sus pies, la uñas las tenía perfectamente pintadas de color rojo, sus pies rozaban la perfección, ni una sola dureza, parecían ser suaves y se veían muy cuidados. Pasó por delante de mí y se paró a aproximadamente a un metro a mi derecha, extendió cuidadosamente la toalla y me miró preguntándome: -¿Molesto?- Me quedé unos segundos sin reacción, mi mente estaba en blanco. Al final conseguí sacar un fino hilillo de voz que dijo algo así como -¿Eeh? ¿Qué? ¡Aaaah! No, no, que va, todo lo contrario.- Me sonrió, sacó un libro titulado "El ocho" y se puso a leer.

Estuve un rato tomando el sol boca arriba, cuando me aburrí de esa postura me di la vuelta, ella seguía leyendo, me armé de valor y le dije: -Un libro muy interesante, una autentica obra maestra.- Giró su cabeza y me miró a los ojos. Con una calida voz suave me respondió: -Sí es muy interesante, la verdad es que se agradece tener un libro entre manos cuando se pasa tanto tiempo sola de aquí para allá.- Le pregunté que como es que pasaba tanto tiempo sola y me respondió que se debía a que trabajaba como ejecutiva de una multinacional y se pasaba el día de viaje. Poco a poco la conversación se fue animando. Me dijo que se llamaba Laura. Mientras hablábamos no podía evitar que mi mirada se dirigiera de continuo a sus pies, eran preciosos. Nos levantamos y nos dirigimos al bar de la piscina. Seguimos nuestra conversación, ella se dio cuenta de que me fijaba en sus pies. En un momento dado me miró a los ojos fijamente y cruzó las piernas sobre la banqueta del bar de tal manera que su pie descalzo pegaba sobre mi muslo interior. Seguí la conversación como si nada, intentando evitar su mirada porque me dejaba el alma congelada. Estuvimos toda la tarde hablando, cogimos confianza. Nos caímos tan bien que decidimos quedar para ir a cenar por la noche. Le dije que iríamos a un restaurante que conocía de cuando tenía reuniones de negocios, era del estilo de la nueva cocina, pertenecía a un destacado alumno de la escuela de Ferrán Adriá. Quedamos a las nueve y cada uno se retiró a su habitación a ducharse y vestirse.

Eran las nueve y cinco. Me encontraba en el hall del hotel, esperando pacientemente. Iba vestido con un traje de chaqueta de lino, el más cómodo y fresco que tengo. Bajando por las escaleras vi a mi acompañante. Lo primero que vi fueron sus pies, engarzados en dos zapatos abiertos de color rojo, apenas un leve tacón, talón desprotegido y tres finas tiras, una que bordeaba el tobillo y otras dos cerca de los dedos que servían de sujeción del pie al empeine. Seguí mi recorrido por las piernas de la que sería mi acompañante. Llevaba una falda corta, roja como los zapatos. Remataba su vestimenta una blusa del mismo color que el resto del conjunto, con un escote ni tímido ni desbocado. Movía sus caderas en dirección a mi y sentía una arritmia desorbitaba en mi pecho. Se acercó y me dio dos besos, pude oler un perfume que me resultaba excitante, más tarde pude saber que se trataba de "amor amor" de Cacharel.

Llegamos al restaurante sobre las nueve y media. Nos sentaron en una zona discreta, apartada casi del resto del restaurante, una zona íntima y romántica. Nos pusieron en una mesa con un bonito mantel blanco que colgaba a media altura y sobre la que se posaba un candelabro con dos velas. Nos trajeron la carta, ella pidió de primero gazpacho de bogavante y yo parrillada de verduras. De segundo una dorada a la espalda y yo un entrecot de solomillo. Para beber pedimos cava. Comíamos tranquilos, charlábamos amigablemente y el efecto de la segunda botella de cava se iba dejando caer en nuestras palabras. Insisto en que su mirada me hipnotizaba, me paralizaba. De repente clavó sus ojos en mi, se hizo el silencio y sentí un pie descalzo subir por mi entrepierna. Sólo fui capaz de decir -¡Laura!- Me miro con una sonrisa. –Me duelen algo los pies por las tiras de los zapatos y como vi que te fijabas mucho esta tarde en ellos pensé que antes de que nos sirvan el postre no te importaría hacerme un masaje.- Bajé mis manos y tomé uno de sus pies. Le cogí suavemente el talón con una mano mientras que con el pulgar de la otra masajeaba la planta del pie. No me equivocaba, tenía unos pies muy suaves, estaban muy fresquitos, seguí masajeando unos minutos. Subió el otro pie, el izquierdo, hasta ponerlo junto al otro. –Creo que este otro pie tiene envidia.- lo dijo con un tono de niña ingenua, tenía una cara preciosa que mezclaba términos tan contradictorios como la inocencia y la perversidad. Dejé su pie derecho y le agarré el izquierdo dispuesto a hacer lo mismo que con su hermano. Pero no podía concentrarme porque tan pronto como solté su extremidad alargó esta hacia mí posándola suavemente sobre mi ya abultado miembro. Comenzó a moverlo hacia arriba frotando a fondo, yo no podía aguantar apenas. Era de lejos la situación más morbosa de mi vida.

Mi gozo se vio truncado cuando se acercó el camarero. Me dio un susto de muerte. Me recompuse como pude y pude ver en sus labios como se dibujaba en su comisura una mueca maligna que dejaba ver que sabía lo que hacíamos. Laura pidió de postre fresas bañadas en champán y yo pétalos de flor bañados en chocolate blanco. Terminamos lo más rápido que pudimos porque a ambos las ganas de sexo nos podían. Pagué con mi tarjeta de crédito. Salimos a la calle y a apenas dos metros de la puerta del restaurante la agarré por la cintura acercando su cuerpo al mío y besando sus rojos labios. Estuvimos mucho tiempo besándonos, pasaron muchos taxis por delante de la puerta del restaurante. Paramos a uno y nos dirigimos al hotel aguantando las ganas de besarnos y tocarnos por aquello de mantener la corrección.

Llegamos a la recepción del hotel, pedimos las llaves de su habitación porque era la que quedaba más cerca. Volamos por las escaleras con tal de no esperar el ascensor, al fin y al cabo era la primera planta. Entrar por la puerta y fundirnos en un abrazo y beso apasionado fue todo uno. La cogí entre mis brazos y me la llevé hasta la cama, allí la tumbé quedándome yo al final del lecho. Levantó las piernas ofreciéndome un pie, lo cogí y acerqué mis labios. Respiré y me vino un imperceptible aroma fresco procedente de ellos. Besé brevemente los pies pasando a meter sus dedos en mi boca. Lamí todos y cada uno de sus diez deditos, los tuve en mi boca el tiempo que quise mientras observaba la cara de satisfacción que tenía Laura. Empecé a subir por el empeine muy lentamente recorriendo con mi lengua cada recoveco de su piel, llegué a su muslo interior pasando por su rodilla. Ella estaba abierta de piernas con las rodillas dobladas y yo tenía mi boca junto a su ingle, podía oler su sexo a escasos centímetros. Subí mi cabeza para ver su cara y buscar su consentimiento. Ella se terminó de subir la falda que estaba ya casi subida y levantó la cadera invitándome a quitarle las preciosas braguitas negras que llevaba. Se las quité poco a poco, deleitándome en la visión su pubis, no se depilaba pero tenía su coñito arreglado perfectamente. Le bajé hasta los tobillos y sacó uno de los pies para poder abrir las piernas. Nada más hacerlo me abalancé con ansia sobre su vagina. Chupé con voracidad sus labios mayores buscando con mi lengua la entrada de la vagina. Ella de mientras se quitó la parte de arriba quedando completamente desnuda, yo lo intentaba pero con mi cara hundida entre sus piernas no podía apenas quitarme una sola prenda. Casi me asfixiaba pero me moría de placer, solo escuchar como suspiraba Laura me llevaba a empujar mi lengua lo más dentro posible, separé mi cara para tomar aire y me desnudé como pude.

La miré y me volvió a invitar a perderme entre sus piernas separando las rodillas levemente. Me volví a acercar a su preciosa fuente de placer para beber de ella. Esta vez busque su clítoris con ansia y lo encontré, jugué con él poniéndolo entre mis labios, sintiendo su dureza mientras le metía dos dedos por su vagina. A Laura se le ahogo un pequeño grito, se estaba viniendo sobre mi. Su raja estaba húmeda, sus fluidos se repartían entre la cama, mi boca y mis manos. Me separé de ella y subí mis labios hacia sus pezones. Sus pechos eran firmes y turgentes con forma de perita, tenía las aureolas claras y los pezones duros como piedras. Me metí uno de ellos en la boca y lo chupé con fuerza. Succione fuerte como si fuera un bebé hambriento. Ella cogió mi miembro que estaba ya que no podía más y me lo agarró con firmeza. Movía su mano arriba y abajo con fuerza masturbándome con ritmo pausado pero electrizante. Subí mis besos hacia su cuello, le besé la cara y la boca. –Sabes a mí- me dijo. Estuvimos un rato así, nos besábamos mientras ella me masturbaba. Me coloqué encima de ella y con la punta de mi pene empezó a masturbarse, se lo frotaba contra el clítoris. Estuvimos mucho tiempo así, estaba a punto de correrme y como si lo hubiera intuido me soltó.

Me empujó para dejarme boca arriba. Se sentó sobre mí, dejando su culo contra mi boca. Agarró con su boca mi miembro y empezó a lamerlo. Introdujo el glande mientras con la mano me masturbaba. Yo tenía su ano frente a mí, pasaba mi lengua entre el final de sus labios mayores y su precioso agujero, iba y venía con mi lengua, metí un dedo en su culito y noté como se contraía. –Por favor no, sólo con la lengua.- le hice caso, para mi primaba su disfrute. Me olvidé de mis dedos y use mi lengua para acariciarlo. Ella me estaba proporcionado un placer inmenso. Notada como su pelo caía sobre mis piernas alrededor de su cabeza que estaba hundida sobre mi pene erecto. Al poco se levantó y alejó su culo de mi cara mientras decía: -Penétrame.- Dicho esto se sentó sobre mí, dándome la espalda, clavándome en su ser. Su vagina se amoldaba a mi miembro. Lo envolvía dándole cobijo y protección, haciendo que mis piernas empezaran a temblar de placer. Cabalgó sobre mí, notaba como sus músculos se tensaban. Se movía con rapidez moviendo su cadera mientras yo lo único que hacía era intentar concentrarme para no venirme. Mientras le acariciaba sus pies que habían quedado a ambos lados de mi, los sujeté fuerte y los apreté. Me estaba llegando un torrente de placer y no era el único. Su vagina se aferraba con numerosas contracciones que delataban que ambos estábamos en un orgasmo conjunto. Me vacié dentro de ella, la habitación olía a sexo.

Cayó sobre mí. Su espalda contra mi pecho. Se desplazó dándome la espalda y se dejó caer sobre un costado. El silencio invadía la habitación del hotel. Alcancé a coger la sábana para tapar nuestros cuerpos desnudos. Ella seguía dándome su espalda, la abracé por detrás y le besé tiernamente en el cuello y la nuca. Mi mano se desplazó por su vientre hacia arriba hasta coger un pecho. Ella besó mi otro brazo que le ejercía de almohada. Nos dormimos.

A la mañana siguiente desperté junto a ella tal cual nos habíamos acostado. Era tarde, mi reunión de la mañana estaba echada a perder. Cogí mi teléfono móvil y llamé a la empresa diciendo que me encontraba mal y que aplazaría la reunión para el lunes siguiente. Ella despertó. Me miró marcando una sonrisa en su preciosa boca. –Me has despertado.- lo pronunció con un tono suave y melodioso, no de reproche. Alargó la mano hasta su teléfono móvil y se dispuso a poner la misma excusa a su compañía. Después de cinco minutos de charla con su secretaria colgó el teléfono. Para entonces yo me encontraba a su lado dispuesto a pasar el mejor fin de semana que jamás haya tenido persona alguna.

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