miprimita.com

Amor de playa

en Erotismo y Amor

No habían planeado nada de antemano como es costumbre en él. Estaba esperándola a la salida del trabajo y le dijo con carne de gallina que por una vez no había hecho caso al sentido común y que allí estaba. Ella no lo pensó, le plantó dos besos y le dijo que ya era hora ¡coño!. Yo , todavía un poco tembloroso, le propuse pasar el fin de semana en una casita acogedora junto al mar.

Así fue, no se lo pensaron dos veces y allá que se fueron, riendo, cantando, disfrutando.

De siempre habían deseado ese momento mágico de cogerse la mano y caminar juntos, descalzos, sintiendo la suavidad de la arena bajo sus pies, escuchar el ruido de las olas abrazados, tumbarse y contemplar las luces de los barcos a la luz de la luna.

Quizá fue el repentino viento lo que hizo que ella se estremeciera mientras paseaban y que yo me atreviera a abrazarla por detrás acariciando su tripa con las manos. Quizá fue la cercanía, el perfume de su cuello, quizá el suave roce de ambos cuerpos, quién podría decirlo!. Se miraron a los ojos, sabían que ese día la tierra temblaría bajo sus pies. La luna acompañaba aquel fuego de amor y de pasión.

Sus labios se buscaron en la penumbra, se acercaron lentamente. Mis dedos temblorosos acariciaron los suyos, ella los míos, con ternura, suavemente y mordisqueaban su pulgar como en un rito no previsto pero deseado largamente. Sus manos se agarraron con fuerza, con el deseo quien quiere retener cada instante y no soltarlo, mientras sus labios seguían acercándose, alargando el deseo de rozarse con la suavidad de un pétalo de rosa. Hubo un roce y un relámpago de placer recorrió sus cuerpos. Con dulzura se fueron besando cada milímetro de sus labios húmedos, tiernos, sonrosados y deseosos de dar la vida al otro. Sus cuerpos se acercaban, querían sentir el latir de sus corazones, abrazarse como si alguien intentara separarlos. El labio superior, el inferior, todo el contorno era fuego y dulzura al mismo tiempo.

Humedecían sus lenguas para mitigar ese ardor y al mismo tiempo mezclar la saliva, compartir el placer que eso les producía. Sus lenguas comenzaron a rozarse, a enzarzarse en un baile frenético, en un deseo de decirse un te quiero sin fin con su lenguaje mudo pero tan expresivo. Jadeaban de placer y ella detuvo un instante el tiempo para sacar algo del bolso, metérselo en la boca, chuparlo y pasárselo a él. Lo chupé yo también, mientras su lengua buscaba ese tesoro con sabor a chocolate, lo encontraba, jugaba con él, se refregaba los labios esperando a los míos que se juntaron en un beso largo, suave, profundo para luego relamerse de placer mutuamente, dándose un placer intenso, profundo. ¿Cuánto duró aquello? No sabría decirlo, el tiempo no importaba, no había urgencias ni prisas. El gozo era tan intenso que el reloj no contaba los minutos ni las horas.

Se miraron de nuevo, se dijeron te amo, te deseo, se buscaron las manos, las juntaron y jugaron con ellas acariciando cada palma, cada dedo con un roce suave que trasmitía calor por todo el cuerpo.

Se levantaron de ese lecho improvisado, se abrazaron primero de frente sin decir palabra, luego él se abrazó de nuevo a ella por detrás y contemplaron las olas un buen rato, escuchando el sonido sordo, regular del agua estrellándose contra las rocas y llegando en oleadas hasta cerca de sus cuerpos.

Decidieron caminar hacia la casa, el frío de la noche empezaba a notarse, cogidos de la mano, abrazados luego, caminando despacio, hundiendo sus pies en la arena deseando que el tiempo se detuviera.

La casa era pequeña, acogedora. Sólo se habían fijado en una chimenea que encendieron y que pronto iluminó la estancia, alargando las sombras de sus cuerpos arrodillados, acurrucados uno junto al otro observando las llamas, deseando entrelazarse como ellas en un juego sin fin. Había una mesita, un sofá, una alfombra roja, suave extendida en el suelo. Ella rompió la magia de ese instante y se fue unos minutos. Cuando oí sus pasos volví la cara me saltó el corazón: la luz de la chimenea dejaba vislumbrar un cuerpo hermoso, descalza, cubierto por un camisón negro que dejaba entrever otras prendas arrebatadoras. Yo me acerqué despacio. La suavidad del raso de su ropa me hizo temblar de emoción. La besé, me besó, repetimos la escena de la playa, la cogí en mis brazos y la acerqué al fuego. Allí nos miramos cara a cara, arrodillados, cogidos con las dos manos, transmitiendo ternura, un amor que sólo conoce la palabra dar.

Esta pareja de tontucios, por si no lo sabes, se lo pasan en grande riéndose con las cosas más inverosímiles, juegan como dos niños y se ríen como dos niños. Y eso es lo que hicieron, reírse de su sombra durante un buen rato. Se abrazaron con ternura, rodaron por la alfombra, se hicieron cosquillas, se miraban con cara de placer, de deseos de estar juntos, vibrar juntos con las mismas sensaciones. Fue durante ese juego cuando algún roce imperceptible, o quizá su ropa de raso que dejaba entrever otros tesoros por debajo o quién sabe qué, empezaron a besarse de nuevo, con ternura, sin prisa. Primero fueron sus ojos, oscuros, brillantes a la luz de las llamas. Los cerró, los besé mientras mis manos agarraban su cabeza, su pelo. Le besé la frente, las mejillas, la barbilla, sus orejas, un poco el cuello.

Y me fui hacia su boca, sus labios rosa. No voy a repetir lo que sentimos, fue un sinfín de caricias, de labios , de lenguas entrelazadas, húmedas, sensuales, entregándonos el cuerpo y el alma, excitados por la cercanía de nuestros cuerpos, el perfume suave de su cuerpo. Fue el cuello lo que ya desató más si cabe el deseo, la pasión las ganas de gozar de nuestros cuerpos. Sentía su corazón y el mío latir con fuerza, besaba cada poro de su cuello, mis manos agarrando su cintura, su espalda. Solté despacito su bata de raso y ante mi se descubrió un cuerpo que me hizo estremecer. Cayó sobre la alfombra. Un camisón de raso, negro, de tirantes dejaba ver sus hombros, dejaba entrever su pecho. La abracé, la rodeé con mis brazos y apoyamos nuestras cabezas en el hombro del otro, disfrutando del cuello, de la suavidad de la piel.

Se tumbó boca abajo. La espalda descubierta era una verdadera tentación para mis manos y mis labios que la acariciaron, la besaron. La giré, nos miramos, los ojos dicen tanto de lo que se siente!! Sentí deseos de tenerla en mis brazos toda la noche, me senté sobre sus piernas, me acerqué a sus labios, a su cuello, a su pecho. Mis manos y mis labios se pasearon por todos los contornos de su camisón, sus hombros, su pecho. Se levantó, aparté los tirantes de sus hombros y cayó suavemente a un lado de la alfombra. Ella hizo lo mismo. Me besó, me abrazó, quitó mi ropa con una suavidad que mi cuerpo vibraba ante la ternura de sus manos, de sus labios y me hacía estremecer de gozo.

Nos quedamos así, casi desnudos, buscando con los ojos el placer. Nos besamos, nos sentamos uno frente al otro, la besé en ese valle que separa sus pechos mientras mis manos acariciaban los bordes de un sujetador que encendía mis labios. Me besó, la besé. Mis manos sujetaron su espalda, soltaron esa cinta que sujeta los pechos y cayó suavemente. Mis labios buscaron, mi boca se metió entre sus pechos mientras mis manos los abrazaban. Su corazón latía con más fuerza , sus suspiros ocultaban el bum bum de nuestros corazones. Rodeé sus pezones con mi lengua, los metí en mi boca, me excitaba más y más, se excitaba más y más. Sentía cómo deseábamos transmitir el placer al otro cuerpo. La besé largo tiempo, sus pechos, sus pezones se endurecían, deseaban más, se estremecían. Nuestros cuerpos se fundieron en un abrazo, rodaron por el suelo, nos besamos el pecho, los pezones, la tripa. No puede resistirme, le besé su ombligo con pasión mientras mis manos acariciaban sus pechos.

Poco a poco, con suavidad, mis manos y mi boca bajaron a sus piernas, besaron sus muslos, por dentro, por fuera. Parecía un volcán de fuego y de pasión lo que sentíamos, gemidos, te quieros entrecortados. Mis labios rodearon su tanga, negro, transparente que dejaba traslucir un sexo deseoso, ansioso por sentir el roce de mi lengua. Mi cara, mi boca mis labios disfrutaban rodeando esa prenda que esconde los secretos más íntimos del cuerpo. La acaricié por fuera, le fui bajando lentamente con la lengua ese tanga excitante, embriagador. Mi cara se metió entre sus muslos, la besé, fui a su boca, mi sexo sobre el suyo, fui a su pecho. Mi boca bajó de nuevo, paseando la lengua desde atrás, sintiendo esa montaña en la penumbra, descubriendo el encanto de su cuerpo, sus nalgas, su tripa, su sexo.

Tampoco pude resistirme, mordisqueé sus nalgas con cariño, con suavidad. Ella quería darme su cuerpo entero, yo deseaba darle el mío. No es la pasión que ciega a los insulsos, que desean gozar en un momento porque no recerdan que el placer no es orgasmo, que el orgasmo es el cúlmen, pero también el fin del gozo.

Seguí recreándome en su sexo, besando cada poro de su piel, sintiendo la humedad que la empapaba, chupando, lamiendo ese maravilloso líquido que colma de deseo al que lo mete en su boca. Ella quería darme, yo le quería dar, nos tumbamos el uno sobre el otro, mi cara en su sexo, la suya en el mío. Los gemidos, las ansias, los deseos salían de su boca y de la mía mientras acariciábamos esa parte del cuerpo, queríamos sacar el deseo del uno para dárselo al otro. Yo deseaba hacerlo, quería que su cuerpo vibrara, gritara, deseara ,porque mi cuerpo, mi alma, mi corazón disfrutaba tanto sintiendo su excitación, que la mía se quedaba en un segundo plano. Quería que supiera que yo disfruto viendo disfrutar, compartiendo el deseo que aflora por sus poros.

Y sucedió. Se estremeció de pronto, se quedó tensa un segundo hasta que explotó en movimientos, gritos, gemidos jadeantes mientras mi boca seguía deleitándose, disfrutando con ella ese momento. Se detuvo, me detuve, sin retirar mi boca, dejando mi cabeza entre sus piernas, besando con dulzura su sexo húmedo, sintiendo un cariño inmenso, mis brazos abrazados a su tripa. Mi cuerpo se movió, nos besamos, entrelazados en un eterno abrazo, cuerpo contra cuerpo sin que pasara el aire entre los dos. Apoyó su cabeza en mi hombro, me miró con dulzura. La mía se apoyó en su cuello deseando que aquello no se acabara nunca. No lo sé, no me importa cuánto tiempo estuvimos así dándonos el calor de nuestros cuerpos, recibiendo el calor de las llamas ya lánguidas. Nos tapamos. Una manta suave que compartimos tanto tiempo en silencio, en la distancia, nos cubrió.

Me levanté, puse un cojín debajo de su cabeza. Mi cuerpo se ajustó al suyo, por detrás. No quedaba resquicio entre ellos. Mi mano izquierda se metió por debajo de su cuello. La derecha sobre su tripa. Las suyas sujetando la mía, acariciándola. La dulzura, la ternura de entonces no puede describirse, se siente y no se expresa. Así nos quedamos hasta que las luces del amanecer nos encontraron fundidos, encogidos, protegiendo el cariño que sentimos.

Te preguntarás qué sucedió después. No lo sé. El amor y el cariño se inventan cada día. Lo del día siguiente está aún en blanco.