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Tres príncipes para una princesa

en Erotismo y Amor

Tres príncipes para una princesa

I

Érase una vez un reino con un castillo y en ese reino un rey con una hija casadera. La joven princesa, huérfana de madre desde su nacimiento, había heredado de sus antecesores aquellos atributos físicos que la convertían en una mujer bellísima ante la mirada de quien se ponía por delante. Su vida, a sabiendas del padre, estaba enteramente dedicada a los asuntos del amor libertino. Tres amantes tenía en este momento; tres príncipes herederos de tres reinos: el reino de levante, cálido en toda su amplitud cuyos árboles eran recortados y de gran perímetro; el reino del norte, frío territorio de árboles altísimos y muy delgados; y el reino de poniente, de temperatura templada y árboles sin nada en especial.

Tres citas dobles a la semana tenía la princesita con cada uno de los jóvenes herederos; a saber: lunes y jueves se veía con el príncipe de levante, bello como el renacer del día y cuya masculinidad destacaba por su ancha verga, aunque recortada como sus árboles; martes y viernes nuestra bella princesa se citaba con el príncipe del norte, algo frío en su actitud, pero de larguísimo miembro, aunque a decir verdad, delgadito como sus árboles; nuestro tercer príncipe acudía a palacio los miércoles y los sábados, siendo de talante bastante moderado, aunque a gusto de la princesa era la herramienta que poseía, ni grande ni pequeña, ni ancha ni delgada, en fin, como los árboles del oeste.

Ninguno de nuestros principitos sabía de los otros, sintiéndose como únicos y verdaderos amantes de la princesa. Todos tenían ya planes de casamiento y planificaban con esmero el día en que se mostrarían ante el rey del sur para pedir la mano de su hermosa hija, asegurándolo todo para unir ambos reinos. El rey sabía de las correrías de su hija y andaba algo preocupado por el futuro de su reino. Un día en la cena habló a su hija:

- Hijita mía, tienes ya edad para prometerte en casamiento y no veo el día en que me vas a dar tal satisfacción. ¿Acaso ninguno de los príncipes con los que sé que te citas te da el suficiente placer y bienestar como para compartir con él el resto de tu vida?

- Ay papi, tú y tus tradiciones. Claro que me satisfacen y a decir verdad todos tienen su encanto. Mi principito de levante tiene una polla bien gorda que deja llena toda mi vagina hasta reventar. Con él follo horas y horas y sólo paro para comer y beber. Mi principito del norte, aunque un poco sieso él, tiene una polla que se adapta muy bien a ese lindo culito que sabes que tengo. Él me llevó a los placeres del mundo anal y desde entonces no puedo pasar de esas maravillosas prácticas por lo menos un par de veces en la semana. Y en fin, mi principito de poniente no gusta tanto de usar mis agujeritos de abajo, por lo que yo aprovecho su mediana polla para darle gusto con esta boca con la cual te hablo en este momento.

- Pero hijita mía, el reino se debilita. No creo que sea posible mantener durante mucho tiempo el orden y la justicia en el pueblo si no buscamos alianzas con nuestros vecinos. Te pido que vayas considerando cuál de ellos te gusta más, cuál de ellos te dará el verdadero placer.

La princesita se quedó meditando. No creía ella que pudiera pasar sin ninguno de ellos. ¿Por qué tener que elegir? ¿Por qué se iba a quedar ella sin ser penetrada satisfactoriamente por alguno de sus tres agujeritos? No quería pensar más en el día en que se tuviera que decidir.

Llegó el primer domingo de primavera. Ese día ella no tenía citas... con ningún hombre. La princesa aprovechaba los domingos para verse más íntimamente con su doncella: una hermosa mujer de cabellos dorados y prominentes pechos. Desde pequeñas se habían hecho muy amigas para todo. No fue otra con la que sintió por primera vez la ternura de un beso femenino, ni fue otra con la que por primera vez saboreó los sabrosos jugos que emanan de la flor de una mujer; no fue otra, en fin, con la que desde hacía más de diez años compartía todos los domingos sus aposentos, desde la cama hasta el baño, desde el gran sillón hasta la alfombra persa.

Ese domingo a media mañana estaban tan ricamente tomando un baño espumoso. Ambas estaban sentadas una sobre la otra. A la princesita gustaba de situarse detrás y rodearle con sus brazos mientras masajeaba sus hermosos pechos. Pero tal placentero domingo iba a verse truncado por unas visitas muy inesperadas.

Por ser el primer domingo de primavera, cada uno de los príncipes había decidido aprovechar la hermosa mañana para pedir la mano de nuestra voluptuosa princesita. Justo cuando estaba jugando con el clítoris de su doncella llamaron a la puerta; era el rey.

- Hijita mía, ¿dónde estás? Mira qué buena noticia te vengo a dar. El joven heredero de levante está aquí y me ha pedido tu mano.

La princesa salió del baño, ofuscada por el mal momento, aunque intrigada por la situación. Sin apenas secarse se colocó un vestido de seda blanco que encontró cerca y se dirigió a la puerta. La abrió y encontrose con su padre y con su apuesto príncipe de levante. Éste llegaba con un enorme ramo de flores de muy cortos tallos. El príncipe, a pesar del profundo conocimiento que tenía de la princesa quedó boquiabierto ante lo que tenía ante sí: una joven morenita en el marco de una puerta vista al trasluz y cuyo vestido estaba totalmente empapado, dejando las transparencias hacer de las suyas sobre el nerviosito muchacho.

- Mi hermosa princesa – se atrevió a decir el principito al tiempo que le crecía un buen bulto en la entrepierna- te traigo estas hermosas flores de mi tierra, como símbolo de nuestra futura unión y la de nuestros reinos.

- Bien – dijo la princesa- no te quedes ahí y entra, dejando al rey al otro lado de la puerta.

A pesar de la situación, el rey no estaba molesto. El reino de levante le gustaba: cálido y acogedor, ideal para un posible retiro antes de su muerte, dejando la regencia en manos de la futura pareja. Se marchó frotándose las manos.

La princesa entró con el príncipe en su alcoba. Su doncella estaba sobre la cama, desnuda por completo, pero seca, al contrario que la princesa, que tuvo que ausentarse un momento para secarse. Cuando volvió vio a su príncipe en la cama con su amiguita -una hermosa estampa primaveral- se decía para sí. Ni corta ni perezosa acudió a ellos para completar un hermoso trío.

El príncipe se follaba a la doncella mientras que ésta era acariciada por su futura reina. Tiempo después cambiaron de posición. Nuestra princesita quería ser penetrada por la gorda polla. Una vez en acción el placer le pareció infinito -éste será mi rey- se decía para sí. Su doncella admiraba a la hermosa pareja desde el extremo de la cama mientras se tocaba rítmicamente su clítoris.

No habían llegado más que a un orgasmo cuando volvieron a llamar a la puerta:

- Hijita mía, ¿dónde estás? Mira qué buena noticia vengo a darte. El joven heredero del norte está aquí y adivina qué, me ha pedido tu mano.

No le dio tiempo al príncipe de levante a levantarse cuando recibió en la cabeza un impacto que le dejó totalmente inconsciente. La doncella le había propinado el golpe con un pequeño bastón de madera usado por ambas chicas para darse placer en muchos de los momentos íntimos que solían compartir.

- Gracias doncellita mía, tú si que eres lista. Ayúdame a colocarlo debajo de la cama. ¡Ya voy papi! –gritó sofocada.

La princesita se lió con una sábana y acudió algo ofuscada por el mal momento, aunque intrigada por la situación. Abrió la puerta y al príncipe le pareció que tenía ante él un ángel: al trasluz se veía una joven muchacha, hermosa como ninguna otra, rodeada con una gran sábana blanca y con un pecho sobresaliéndosele por momentos. El príncipe llegaba con un delgado ramo de flores de largos tallos.

- Mi hermosa princesita –dijo el frío pero correcto príncipe del norte-, te ruego que aceptes este presente de mis tierras, como prueba de mi amor por ti y de la futura unión de ambos reinos.

- Bien – dijo la princesa- no te quedes ahí y entra, dejando a su padre al otro lado de la puerta.

A pesar de repetirse la situación el rey no se sintió molesto. Con el rabillo del ojo había visto cómo la doncella le hacía señales de que no había ningún problema. Pensaba que el reino del norte tampoco estaba mal, más frío sí, pero poderoso como ningún otro. El rey se alejó nuevamente frotándose las manos.

La princesa condujo al nuevo príncipe a su alcoba. La masculinidad de su entrepierna estaba ya seriamente afectada y la princesa no le iba a hacer esperar. Lo desnudó ante la mirada de su doncella, mostrándole a ésta el maravilloso instrumento con el que a continuación iban a jugar juntas. Mientras la princesa masturbaba a su querido príncipe para alargarle el miembro a su máxima expresión, la doncella ya se había colocado a cuatro patas y pedía con insistencia ser penetrada por el más pequeño de sus agujeritos. La princesa lubricó con su propia saliva la entrada y ayudó a su príncipe a penetrarla con suavidad. La situación se le hizo a la princesita muy excitante y no pasaron más que unos minutos cuando ya se encontraba ella misma a cuatro patas para recibir las embestidas del príncipe por su oscuro agujerito -no hay en los cuatro reinos una polla más perfecta para el placer anal, éste será mi rey- se decía para sí.

No habían llegado más que al orgasmo cuando volvieron a llamar a la puerta:

- Hijita mía, ¿dónde estás? Mira qué buena noticia vengo a darte. El joven heredero de poniente está aquí y me ha pedido tu mano. ¿No es maravilloso?

No le dio tiempo al príncipe del norte a levantarse cuando recibió en la cabeza un impacto que le dejó totalmente inconsciente. La doncella había vuelto a propinar un nuevo golpe con el pequeño bastón de madera.

- Gracias doncellita mía, no sabría qué hacer sin ti. Ayúdame a colocarlo debajo de la cama, junto al otro. ¡Ya voy papi! –volvió a repetir nuestra amada libertina.

Ésta vez no llegó a alcanzar la sábana y acudió desnuda a la puerta, ofuscada por el mal momento, aunque intrigada por la situación. Abrió la puerta y de nuevo se encontró con su padre, aunque esta vez acompañado del príncipe de poniente. Llevaba igualmente un nuevo ramo de flores, aunque de tamaño medio podríamos decir. Al príncipe le fue difícil articular palabra alguna por lo inesperado de la situación, pero finalmente se atrevió a decir:

- Mi hermosa princesita, acepta estas flores, valioso presente de mis tierras, como prueba de nuestra futura unión y de nuestros reinos.

- Bien – dijo la princesa- no te quedes ahí y entra, dejando otra vez a su padre al otro lado de la puerta.

La situación le pareció al rey ya algo loca, pero no se sintió molesto. Su hija sabría qué hacer; él lo único que quería era que se casara, daba igual con quien. El rey se marchó nuevamente frotándose las manos y pensando en lo organizada que era la comarca de poniente. Sería una eficiente alianza la de ambos reinos.

La princesa acercó a su tercer príncipe a la cama de su alcoba. Se sentía algo cansada, por lo que pidió a su doncella que se fuera ocupando de él mientras ella dormía un poquito. La doncella, obediente para todo, sacó el mediano mango del príncipe y comenzó a lamerlo. Ya estaba advertida de las delicias de saborear esta hermosa herramienta de poniente. La princesita no llegó a conciliar el sueño. Demasiados problemas le venían a la cabeza. ¿Con quien se debería casar? Levante le gustaba por sus anchas características, el norte por las alargadas y poniente, en fin, porque se adaptaba a cualquier cosa. Se despertó cuando sus hermosos amantes hacían un perfecto sesenta y nueve, él abajo y ella arriba. Se acercó a la polla del príncipe; tenía hambre. Besó la mejilla de su doncella y ella comprendió inmediatamente que debía ofrecerle la polla. La princesa abrió la boca y comenzó a chupar, primero el prepucio y a continuación el hermoso tallo. Se encontraba en pleno éxtasis. Sin dejar un respiro al príncipe, su linda doncella se encargaba de comerle con verdadero fervor su hinchado clítoris al mismo tiempo que su húmeda vagina -esto sí que era placer, sí, éste será mi rey – se decía para sí.

Pero no había hecho más que llegar a su tercer orgasmo cuando comenzó a oír ruido de abajo de la cama. La princesa no sabía que hacer en ese momento. Llevada por el deseo y el placer se había olvidado de las responsabilidades que estaba contrayendo. En un gran momento de incertidumbre los dos primeros príncipes salieron afuera y se incorporaron algo desorientados. La princesa y la doncella se alejaron juntas hacia un extremo de la habitación, más por instinto conservador que por vergüenza.

Los tres príncipes se miraron estupefactos uno a uno. Los insultos y vituperios comenzaron a hacerse presentes. Los gritos fueron a más de forma que el rey acabó enterándose. Corriendo fue hacia la alcoba temiendo por lo peor: que su hija no se casara con ninguno. Cuando llegó le fue inútil abrir la puerta. Estaba cerrada bajo llave. Pero el ruido no cesaba y sus llamadas no eran contestadas. La situación fue tan alarmante que ante tal presión a la princesa pudo ocurrírsele una brillantísima idea:

- ¡Silencio! –gritó nuestra princesita- os ruego que calléis por unos minutos. A los tres os quiero, pero no sé con quien debería desposarme. La elección es verdaderamente difícil –decía mientras se paseaba junto a ellos tocando cada uno de los miembros viriles-, pero quiero que ahora os marchéis a tierras lejanas, citándoos a los tres aquí mismo dentro de tres meses. Aquel de vosotros que traiga el regalo que más me guste será mi esposo. ¡Y esta vez no me valen flores! –terminó gritando la princesita, un poco desilusionada por los regalos del día.

Una vez dicho esto todos se retiraron dejando a la princesa sola y desconsolada. Abrieron la puerta y el rey fue viendo cómo los tres príncipes se marchaban juntos y sin mediar palabras. La doncella le informó de la decisión de la princesa y concluyó que era justa la idea, ya que en ningún momento se le privaría a él de su mayor deseo.

... continuará