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Principio y fin

en Orgías

Acelero el paso a medida que me acerco al punto de encuentro. Hay mucho escéptico, pero en el fondo todos sabemos que hoy es el día. Cuando la radio y la televisión difundieron la noticia, la mayoría de la gente pareció darle poca importancia. Sin embargo, ahora que ha sonado la alarma, parece que les ha entrado la prisa y quieren apurar las últimas horas de sus insustanciales vidas.

Ya no hay remedio, no hay nada más que hacer. Los científicos perdieron la esperanza enseguida, así que emplearon sus energías en idear un medio de escape en lugar de un sistema de defensa. Quien sabe a dónde habrán huido, en qué tipo de transporte, y a quién se habrán llevado con ellos. Nadie sabe qué requisitos se exigían para crear la nueva sociedad, donde quiera que se instaure.

Yo, que soy del montón, vivo condenado como la mayoría de los demás humanos. El tiempo se agota, y no nos queda más remedio que apretar contra el pecho aquello que más queramos y rezar… lo que crean que eso de rezar sirve para algo. Mi madre rezó muchas horas por sus hijos y aquí estamos todos, en tierra firme esperando para verlo venir.

Mis pasos me acercan al mirador. Toda la ciudad parece haber salido de su casa, en un último y desesperado intento por sentirse vivos. Riadas de gente camina en mi misma dirección, y todos los rostros reflejan la frustración, el dolor y la agonía del muerto en vida. Esto no puede terminar bien de ninguna manera.

Giro en una esquina y oigo unos gritos ahogados. La curiosidad me hace inclinarme discretamente, para descubrir tres bultos oscuros que se ciernen sobre una jovencita que llora con desesperación. Tres buitres que se están alimentando de una carroña aún caliente, se podría decir. Ya nadie teme las represalias, y la ciudad parece sumida en el caos de la anarquía más absoluta. ¿Qué hacer cuando no existe el mañana? Todo.

El espectáculo me repugna, pero a fin de cuentas, el ser humano es morboso y me quedo a verlo. Las tres hienas no parecen molestarse por mi presencia, y continúan con afán el trabajo de romper las prendas que los separan de su comida. La joven se debate como puede, muerde las manos que encuentra, escupe e insulta. La verdad, me sorprende su valentía… no le echo más de 16 años…

Uno de los hombres ha conseguido bajarle los pantalones, librándose de ellos, mientras otro le muestra una navaja a la chica, que enmudece. Su llanto se vuelve sordo, resignado, como si por fin, tras largos minutos de forcejeo, comprendiera que sus últimas horas en este lugar las va a pasar abierta de piernas y follada por tres animales. Y eso, si tiene suerte y no se les une nadie más a la fiesta.

Lanzo una última y melancólica mirada a la chica, que sigue murmurando algo. Supongo que estará lanzando súplicas a sus verdugos, los cuales, parecen no sentirse muy afectados por ellas. Cuando me alejo todavía puedo escuchar el chapoteo de las embestidas que el primero de ellos le asestaba a la pobre criatura.

Al principio me cuesta eludir el sentimiento de culpa. Debería haber ayudado a la chiquilla, pero eso implicaría que, probablemente, me rajaran a mí también, y no quiero pasar mis últimos momentos desangrado en un callejón mientras me ensartan cualquier cosa por el culo. No es mi estilo.

Los comercios están siendo todos saqueados. En este momento el dinero no tiene ningún valor, así que los objetos más preciados son la comida y el alcohol, así como las prendas de vestir que siempre quisiste y nunca pudiste tener. Muchos pasean haciendo eses y luciendo sus trofeos. Es lo normal dadas las circunstancias, pero prefiero evitarlos y seguir mi camino.

Las calles empiezan a volverse cada vez más empinadas. Como mi polla, cada vez que pienso en la chica del rincón. Joder, estaré enfermo, pero no puedo dejar de pensar en cómo lloriqueaba mientras se entregaba a aquellos tres… Claro que para mi cabeza es más cómodo pensar en eso que no en mi propio destino.

Me saco estos pensamientos de la cabeza y sigo caminando. Quiero llegar al mirador antes de que todo empiece y termine, lo cual – sonrío al pensar lo ingenioso del asunto- técnicamente es lo mismo. Somos muchos los que subimos por la ladera… la mayoría parecen borrachos, y eso los más sanos. No creo que esta noche nadie tema coger una intoxicación o una sobredosis de cualquier cosa. Esto de no temer al mañana tiene su punto.

Un hombre cuarentón se tambalea y cae rodando. Todos nos reímos e, inmediatamente, sentimos que estamos metidos en esta misma mierda y que hay algo que nos une. Las miradas se vuelven cómplices entre todos, y de perdidos, al río. La fiesta promete.

Me siento con un grupo de gente joven. Sobran las presentaciones, no queda tiempo para esas cosas. La conversación es fluida con un chaval de mi edad, que se siente frustrado porque estaba a punto de terminar la carrera y había perdido muchos años para nada. Le reí la gracia, y brindamos por los días perdidos de nuestras vidas. Días perdidos pagando hipotecas, perdidos soñando con un futuro, tirados a la basura mientras luchabas por hacerte respetar y ser respetable. Teniendo cuidado con el coche, sin meterse mierda en el cuerpo, bailando al son de las absurdas leyes de un mundo agonizante. En definitiva, labrándonos un mañana que nunca existió.

Miramos alrededor y vemos el matiz que está cobrando la gran fiesta de despedida. La gente ha perdido la vergüenza, y unas mujeres entradas en años gritan que quieren un macho que las sepa domar. Mi nuevo amigo y yo nos descojonamos con la propuesta, por lo surrealista, pero nos tenemos que tragar la risa cuando otras mujeres más jóvenes, y algunas chicas, empiezan a gritar y a despelotarse en mitad del campo del mirador.

Nosotros seguimos sentados, boquiabiertos… la fiesta se a convertido en una gigantesca bacanal. Las drogas corren por todas partes, fiadas por camellos que saben que jamás cobrarán las deudas. Los hombres persiguen cualquier cosa que se mueva y donde puedan intentar meterla. Las mujeres se prestan a sus más bajos instintos y se dejan toquetear por una marabunta de salidos y enfermos mentales. Algunos buscan pelea para amortiguar la adrenalina que les llena las venas. Pero todos, todos, parecen dispuestos a quemar sus últimos cartuchos de la forma que siempre soñaron y que nunca se atrevieron a realizar.

No se cuanta gente habrá en la colina, pero parece que a nadie le extraña el matiz que está tomando el asunto. Muchos no colaboran, pero tampoco parecen escandalizarse. Eso si, todas las vergas apuntan bien alto, dado el panorama que se presenta.

Por mi mente pasa la chica del callejón, obligada a hacer lo que aquí hubiera hecho por puro placer. Pasan mis amigos, a los que no pude localizar porque los teléfonos están todos muertos, y no hay manera de contactar. También pasa mi familia, y por un momento, me viene la sensación de que si me vieran se avergonzarían de mi. Pero también pasa la certeza de que es mi última oportunidad para divertirme, para perder la cabeza, para existir. Y apurando la última copa de mi repelente vodka (probablemente saqueado en algún supermercado) le lanzo un gesto a mi nuevo amigo y gritando como una fiera rabiada me abalanzo sobre la joven que tengo más cerca.

Es una chica bastante mona que había visto mientras subía. Cuando le hice mi romántico placaje caminaba y saltaba entre los cuerpos que se convulsionaban en el suelo, con el pelo enredado entre las manos. Mi embestida parece sorprenderla, pero inmediatamente se adueña de ella una increíble euforia. Gime como una loca, me pide que me la folle, que no quiere irse con las ganas. Yo, que no necesitaba estos ánimos para nada, meto la mano por la cintura de sus pantalones desabrochándolos. La muy puta estaba empapada, cachonda como todos lo congregados, así que sin más preámbulos opto por quitarle los vaqueros. Ella, en vez de oponer resistencia hizo todo lo posible por ayudarme, y cuando me quise dar cuenta, mi perrita se había levantado la camiseta dejándome ver sus senos, alzados con dos pezones diminutos y sonrientes que pedían a gritos que me los comiera.

Busqué a tientas con la punta de mi falo la vagina de ella, ayudándome con las manos. El momento no requiere sutilezas, así que no me ando con rodeos. Se la meto hasta las entrañas, me importa una mierda hacerle daño. Pienso en la chica del callejón y me imagino lo que sería follarse a una puta como ésta brutalmente, me veo haciendo gritar y llorar a una mujer mientras la llamo zorra, mientras le escupo, mientras la humillo y le hago ver que no es más que un coño y un par de tetas… mis propios pensamientos me acojonan, pero estoy cachondo. Estoy muy cachondo.

Sigo fantaseando mientras meto y saco rítmicamente mi espada de la funda, sin muchos miramientos, hasta que siento una mano en mi espalda. Es mi nuevo amigo, que viendo que tenía mucha mujer para mi solo, decidió ayudarme. Giramos a la putilla para ponerla a cuatro patas, mientras ella se retuerce como una ninfómana que hubieran dejado a medias. Yo sigo penetrándola desde atrás, con los pantalones por las rodillas, mientras mi colega se pone de la misma guisa que yo frente a ella. No parece muy contenta con la idea, pero terminamos follándonosla los dos, yo desde la grupa y mi amigo por la boca. Hicieron falta muchos tirones de pelo y alguna ostia bien dada, pero al final, la muy puta acabó disfrutando como una campeona. Quizás, lamentando una vida sin los placeres que acababa de descubrir de la forma más extravagante posible.

Satisfecho por mi fantasía medio cumplida, miro alrededor y me aterroriza lo que veo. Toda la colina parece haberse puesto de acuerdo para celebrar una despedida por todo lo alto, todos con todos, todas con todas, y luego revueltos otra vez. Las últimas horas en este mundo tenían que ser así, supongo, una orgía de proporciones bíblicas.

Señoras enjoyadas chupan lo que encuentran, mientras sus respetables maridos acosan niñatas con la esperanza de desvirgar una lolita. Si lo han hecho antes cientos de veces es asunto suyo, hoy nadie piensa reprocharles nada. Los propietarios de los pocos coches que aún tienen algo de gasolina en sus depósitos hacen barbaridades entre la gente. Matarse diez minutos antes que después no parece preocuparles. En algunos puntos arden dos o tres hogueras, mientras en pleno delirio alcohólico las bacantes bailan retorciéndose alrededor del fuego.

La chica que nos acompañaba parece aburrirse con nosotros, que seguimos observando como la locura se adueña de la situación. Detrás de un arbusto, un respetable sacerdote se remanga los faldones mientras un chulito descubre al mundo su más vergonzoso secreto. En un banco de piedra, en vez de jubilados con palomas, hoy se encarama un espontáneo predicador del bien. Con la Biblia en ristre, llora y proclama las Bienaventuranzas, la perdición de Sodoma, el Apocalipsis y las tentaciones del Demonio.

Los demás, pasamos olímpicamente de su discurso, y continuamos con nuestro oficio de pecadores.

Una mujer madura es follada por un hombre joven mientras su marido se pajea con cara de enfermo. Cientos de parejas dan rienda suelta a sus instintos exhibicionistas y miles de solitarios, como yo, se ponen las botas con la secreta esperanza de que realmente, esto no tenga mañana.

Paseo entre los cuerpos, los gritos, y el sudor, poniendo mucho cuidado en ver dónde pongo las manos. Nadie parece tener vergüenza, y veo a la mojigata de mis años de escolar chupando a diestro y siniestro sin quitarse aquella coleta tan recatada que lleva desde hace veinte años.

Mis ojos pasean de una perversión a otra, buscando un plato que me satisfaga, escogiendo como en un buffet libre lo que mejor pinta tiene. Observo un improvisado concurso de culos en lo más alto de la colina, arbitrado por tres o cuatro graciosos que se hartan de sobar y comparar nalgas femeninas. Las concursantes, muertas de risa, se esmeran en sacar lo mejor de sus traseros, haciendo gala de un dominio de la pose que sólo las mujeres tienen.

Son muchos los que beben de los escotes ajenos mientras sus respectivas se pierden de vista, rodeadas y vitoreadas por pandillas de borrachos. Una parejita de lesbianas que parecía quererse mucho, terminan haciendo un numerito para los ansiosos espectadores. El cura de antes, sale del arbusto con las piernas zambas, mientras el niño bien y guaperas se escabulle todavía preocupado por guardar las apariencias.

Unos cuantos han formado un corrillo y se dan de ostias de dos en dos, guardando los turnos respetuosamente. Un listo se ha adueñado de un megáfono y anima a la gente a terminar la fiesta por todo lo alto.

Yo, le grito un "amén" y hundo mi cara en la entrepierna de una rubia simpática que se me ha puesto a tiro. Ella patalea como una loca mientras le hace el mismo favor a una amiga suya.

Pasan así las horas, hasta que los cuerpos caen derrotados y vuelve la sangre a la cabeza. Abro los ojos, debo de haberme quedado dormido, y me siento en la hierba. Me pesa todo, me duele la cabeza, tengo la boca seca, y me noto pringoso de arriba abajo. Malamente puedo girar la cabeza y ver que la colina está cubierta por los cuerpos de los festejantes. El silencio reina en el ambiente, casi fantasmagórico, y poco o nada queda de la locura de la víspera. A mi lado yace dormida la rubita, abrazada a su amiga. A mi otro lado, descubro un barbudo con el que no recuerdo haber hecho nada de lo que pudiera arrepentirme, por suerte.

Algunos más están levantados, tapados malamente con las ropas que han encontrado por el suelo. Todos parecen confundidos, y puedo ver que el dolor y el miedo han vuelto a sus rostros. La madre de todas las fiestas ha terminado, de acuerdo, y con ella todo lo demás, pero no se de que pueden quejarse. Han pasado la mejor noche de sus vidas, y nadie les va a poder echar en cara nada de lo que hayan hecho. Es más, ni siquiera les va a dar tiempo a arrepentirse.

Me arrastro unos metros, las agujetas no me dejan caminar. El cielo parece despejado, no hay una sola nube… nada parece enturbiar la calma excepto un hombrecillo nervioso que aprieta unos prismáticos contra su pecho… si, ahí llega. Y una ciudad entera abrió los ojos cuando alguien dio la voz de alarma:

 

- "¡¡¡¡Ahí viene!!!!"

 

 

En este momento, ¿Qué importa lo que ocurrió y no?