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Habitación 214

en Sexo Anal

HABITACIÓN 214

Llamé a la puerta con cierta timidez. Merche me había citado en el hotel "Orús". Había venido a pasar un fin de semana a Zaragoza y los dos sabíamos lo que iba a ocurrir.

Habitación 214.

214. No veía ni el número de la puerta. Cuando por fin lo encontré, respiré hondo y golpeé la puerta con los nudillos. Estaba en un estado difícil de describir; nervioso, con el pulso por los cielos. Algo palpitaba en mi entrepierna, recordando otros momentos del pasado.

Me pareció que transcurrió una eternidad hasta que se abrió la puerta.

¡Joder! Allí estaba ella, muda, sólo mirándome a los ojos. La muy cochina se había vestido a propósito para la ocasión, como los dos sabíamos. La encontré con más kilos que la última vez, más rellenita… Estaba riquísima, espléndida. No dije ni una palabra. La miré de arriba abajo, con detenimiento, muy lentamente, comiéndomela con los ojos, devorándola. Ella se quedó inmóvil donde estaba, dejándome hacer. No sonreía. Se que estaba muy nerviosa, temblando como una hoja. Y se que en su interior corrían latigazos de corriente que le impedían mover un solo dedo.

-¿Puedo pasar? –le dije con una sonrisa

-¡Claro!, perdona –dijo ella. Se echó a un lado permitiéndome el paso. Yo entré y volví a mirarla. Llevaba un vestido tan corto que casi dejaba ver su chocho. Tenía las piernas muy bronceadas, brillantes, con los muslos redondeados y llenos de carne prieta.

Con la mano, le hice un gesto para que girara y se diera la vuelta. Ella obedeció y me dio la espalda. ¡Uf! Noté como mi polla se endurecía y luchaba por salir de su encierro. Tenía ante mis ojos a aquella mujer que tantos y tan buenos orgasmos me había regalado. Su culo, bastante más gordo de cómo lo recordaba, asomaba bajo el pequeñísimo vestido. Éste, semitransparente, dejaba ver que iba sin ropa interior, la muy marrana. Merche giró la cabeza y me miró por encima del hombro. Estaba excitadísima, y ello hacía que mi rabo creciera sin control, convirtiéndose en algo con vida propia. Ahora mi cerebro no tenía ningún poder. Era mi polla la que mandaba.

-¿Tenías ganas de volver a ver mi culo, eh? –Me dijo en voz muy baja, casi susurrando –Míralo bien, cerdo. ¿Te gusta así, más gordo, verdad?

La habitación me daba vueltas. Estoy seguro que en aquel momento mi corazón latía tan fuerte que Merche era capaz de oírlo.

-¿Lo has engordado para mí? –Dije –Muévelo –Le ordené –Mueve ese culazo como sabes hacerlo, puta.

Ella se empezó a contonear. Con suavidad, como a mí me gustaba. Arqueaba la espalda y sacaba el trasero hacia fuera, moviendo sus caderas en círculos. El vestido se iba subiendo a causa de sus movimientos; y cada vez, su culo iba quedando más al descubierto, hasta que estuvo completamente al aire. Entonces me vino una ligera ráfaga de su olor. ¡Dios mío, sí! Sentí ese exquisito olor a coño mezclado con el aroma dulzón del agujero de su culo. Estoy seguro que cualquier otra persona no lo hubiera notado, pero mi olfato de perro de presa atrapó aquel ligero perfume de forma implacable.

-Me encanta como huele tu culo –Le dije.

Me bajé los pantalones y los calzoncillos como un poseso, deseando de una vez por todas agarrar mi polla y meneármela mientras no dejaba de mirar a aquella golfa, que bailaba delante de mí. Se movía con lentitud, haciéndome disfrutar del momento. Ella lo sabía hacer muy bien. Sé que quería parecer lo más sucia posible. Sabía que eso me volvía loco, y a ella también. Le encantaba convertirse en una vulgar ramera, en una fulana viciosa que sólo pensaba en joder, en humillarse y sentirse como una perra loca por que la follaran.

Me acerqué un paso, quedando así a escasos centímetros de su cuerpo.

-¡Plaf!

Le dí una sonora bofetada en una de sus nalgas. Ella se retorció levemente, mientras un escalofrío recorría su vientre.

-¡Plaf!

En esta ocasión, un poco más fuerte.

Merche dejó escapar un gemido a la vez que volvió su cabeza para mirarme.

-No dejes de mirarme a los ojos –Le ordené.

-¡Plaf!

Ella abrió la boca y gimió de nuevo.

-¡Plaf! ¡Plaf! ¡Plaf! Merche aguantó mi mirada con la suya. Se sentía una depravada, dejándose abofetear el culo mientras nos mirábamos a los ojos, viendo la expresión de cada uno, dejando fluir un torrente de sinceridad. De sinceridad sexual. Era como dejarse caer por un precipicio, experimentando un formidable vértigo que nos hacía temblar. El gesto de ella con cada estallido de mi mano, salía de lo más profundo de su alma. Era real. Entrecerraba los ojos y dejaba salir de su boca medio abierta un jadeo, un "Oh" de puro placer animal.

Entonces dejó de mirarme a los ojos y bajó la vista para poder ver cómo me la estaba machacando. Yo me la meneaba velozmente, como queriéndome correr en ese momento. Y después, con lentitud deliberada. Para que ella pudiera observar a sus anchas mi mano, subiendo y bajando por el tronco de mi polla, que estaba en su máximo estado de dureza. Hinchada, rígida como una tabla.

Dejé de castigar su trasero y con un gesto de los ojos, le indiqué que caminara hasta la cama.

-Túmbate –Le dije -¡Date prisa, joder! No me digas que no estás deseando enseñarme el chocho. Vamos, se que te gusta enseñármelo todo, que lo pueda ver bien…

Merche obedeció al instante y se apoyó en el borde del colchón, dejando el culo fuera. Se echó hacia atrás y abrió sus piernas con una lentitud que casi me cuesta un infarto. Se las sujetó con las manos y tiró de ellas hacia atrás. Ahora sus rodillas tocaban sus hombros y pude ver por completo su coño, que había rasurado y el pequeño agujero oscuro, delicioso, hambriento de su culo.

-¿Lo ves todo bien, cabrón? –Dijo ella con una sonrisa de medio lado -¿Ves bien mi enorme chocho de puta? Mira cómo me lo has puesto, cerdo. Mira lo que me haces hacer.

Y paseó con mucha lentitud la yema de uno de sus dedos a lo largo de toda la raja de su coño. Luego, más lentamente aún, separó el dedo, mostrando un grueso hilo de baba que lo unía. Espeso, blanquecino. Volvió a hacer lo mismo varias veces, y entonces, volviendo a mirarme a los ojos, se metió dos dedos de un solo movimiento. Los dos oímos con claridad el ruido chapoteante que hicieron.

-¡Chop!

Merche cerró los ojos, sintiendo sus dedos bien metidos, hasta los nudillos. Allí los dejó unos segundos, hasta que los empezó a sacar, lentos, muy lentos. Ví que brillaban, empapados en su flujo viscoso.

Ella se fijó en ellos y sonrió nerviosa, asombrada de lo mojados que estaban.

Me podría haber corrido sin ningún problema en aquel mismo instante, pero me contuve como pude.

-¡Joder! –Exclamó Merche –Mira qué mojada estoy, Fernando. Mira lo puta que soy, como me escurre el chocho…

-¡Chop!

Volvió a meterse los dedos, esta vez con más fuerza. Y comenzó a meterlos y sacarlos con velocidad, provocando el ruido más obsceno que existe en el universo. Gemía con cada mete-saca y removía sus caderas, queriéndome enseñar lo guarra que podía ser.

-Vamos a corrernos así, Fernando –Me dijo jadeante. –Por favor. Quiero correrme mientras me lo echas todo encima. Por favor, por favor…

Comprendí que tanto deseo guardado tiempo atrás iba a estallar ahora. No se podía esperar más. Había que liberar aquel torrente que cada uno llevaba en su interior.

-Muy bien –Dije aumentando la velocidad de mi mano. –Tú ganas. Voy a correrme como nunca lo he hecho, lo presiento. Te voy a inundar de leche, hija de puta. Sabes mejor que nadie lo que me gusta, ¿verdad? Sabes que me pone a mil ver como te follas tú misma con los dedos… ¡Joder, eres una asquerosa marrana!

-Sí, Fernando, sí. –Gimió ella. Ahora estaba literalmente follándose el coño con sus dedos. Lo hacía con violencia, con furia. Metía y sacaba los dedos por completo, provocando lo más posible ese ruido que me enloquecía. Con la otra mano, frotaba su clítoris como si fuera una batidora, con una velocidad endiablada.

-¡Sí, siiiií! –Volvió a gemir -¡Voy a correrme Fernando! ¡Joder, joder, joder… Dios mío! ¡Voy a correrme como una fulana, me voy a mear de gusto…!

No pude más. Bajando el ritmo de mi mano un escalofrío terrible me recorrió el estómago y un gigantesco chorro de semen ardiendo salió disparado de mi polla. En cuanto ella notó el impacto justo en su cuello, se empezó a correr como una bestia. Gritaba y se retorcía sobre la cama, sin dejar de mirar mi polla que escupía un chorro detrás de otro. La puse perdida. Mi leche llegaba hasta su frente, dejando por todos lados goterones blancos.

Nos miramos enfebrecidos. Sonrientes.

Por supuesto allí no acabó todo.

Después me incorporé y comprobé que mi rabo, aún goteando, seguía tieso como un palo. Ella seguía en la misma postura, frotando mi semen por su cuerpo y recorrida de vez en cuando por un escalofrío que la hacía temblar.

-Ven –Le dije en voz baja. –Cómeme la polla, vamos. Acaba el trabajo y déjala bien limpia. ¡Vamos! –Grité jadeante.

Merche se arrodilló entre mis piernas y abrió lentamente la boca. Sabía que me gustaba verla chupando mi nabo sin tocarlo con las manos. Me volvía loco observar el movimiento de su cabeza, adelante y atrás. Ver como mi polla desaparecía dentro de su boca sin ninguna mano por el medio. Sin que nada impidiera esa exquisita visión. Y así lo hizo ella. Adelantó levemente la cabeza y avanzó hasta comerse mi capullo. Entonces yo, por sorpresa, di un golpe con las caderas y le follé la boca por completo. Noté como la punta topaba al final de su garganta. Ella retrocedió y sintió una arcada de inmediato. ¡Oh, Dios! Siempre me ha puesto muy cachondo ver como las tías sienten ganas de vomitar cuando una polla les llega hasta el fondo. Pareceré un loco, pero me pone a mil.

No le dejé casi respirar.

La agarré de la cabeza y la obligé a volver a mamármela. Esta vez con más suavidad, volví a penetrar su boca hasta que sentí su campanilla.

De nuevo otra arcada, pero la sujeté firmemente. Ella tosía e intentaba echarse hacia atrás, pero sin éxito. Sé que esto lleva unos segundos de adaptación. Cuando hay algo introducido muy adentro de la garganta, pasan unos segundos de angustia, cierto. Pero después, el cerebro reconoce el objeto y y acaba por permitir que aquello que tanto molesta, deje de molestar; convirtiéndose en algo cada vez más soportable, hasta que el placer sustituye por completo cualquier sensación de náuseas.

En efecto. Dejé mi polla entera dentro, sin moverme. Ella lo pasó muy mal, pero poco a poco, dejó de sentir ese ahogo y empezó a disfrutar de verdad, a disfrutar con algo desconocido para ella. Sentía la garganta a punto de reventar, llena de una cosa gruesa y caliente, y a la vez, esa sensación de violación se mezclaba con un placer extraño y el asombro de ver lo que es capaz de hacer un ser humano.

¡Santo Dios! –Pensaba Merche para sus adentros –Tengo toda esta cosa dentro de la boca ahogándome, pero cada vez me gusta más sentirla. ¡Joder!, soy una guarra, una puerca y sentirme así de humillada, obligándome a hacer esto, hace que se me moje el chocho. ¡Uf! Me está chorreando…

-Muy bien, puta –La felicité –Quieta, no te muevas. Voy a follarte la boca, ramera. Voy a follarte hasta el fondo. Sé que te gusta. Ahora sí. Ahora te voy a poder joder la garganta entera.

Empezé a moverme con suavidad, pero sin piedad. Yo veía como mi rabo se deslizaba dentro de su boca hasta el final, hasta que mi vientre tocaba su nariz.

Era como follarse un enorme coño. ¡Chop, chop, chop! Dentro, fuera… dentro, fuera… dentro, fuera. Toda. Toda entera entraba y salía. Cuando esto sucede, la saliva se vuelve espesa, muy espesa. Y mi polla brillaba, llena de babas. Parecía que estuviera barnizada. En ese instante la saqué y me quedé quieto. Merche se quedó con la boca abierta, esperando una nueva penetración. Varios hilos de saliva le escurrían del labio inferior. ¡Joder, qué imagen! Verla así, enloquecida de placer, ansiosa por recibir otra vez mi polla entera y con aquella cara de viciosa llena de su propia saliva, casi hizo que me corriera.

-Escupe –Murmuré –Escúpeme en la polla.

Ella me miró durante dos segundos, bajó la vista y mirando la punta de mi rabo, escupió.

Con su mano extendió el escupitajo por todo el miembro. Me dio dos o tres sacudidas y volvió a escupir. Esta vez lo hizo de una forma más sucia. Ya no existía vergüenza alguna. Merche cada vez se sentía más libre, como enloquecida ante tanta facilidad para poder hacer la cochinada más sucia que yo le pidiera. No importaba. Me obedecería en todo, estaba muy claro. Lo mejor es el placer que ella sentía dejándose arrastrar hasta donde fuera. Sin control. Sin miedo. Con ansia…

Yo iba a morirme de placer. Tenía ante mí a la única mujer que cumpliría mis deseos. Mis deseos más sucios y retorcidos.

La cogí de los brazos y la levanté. Acerqué mi rostro al de ella hasta que quedaron a dos centímetros uno del otro. Su aliento me llenaba entero. Ese olor dulce, caliente, impregnado de sexo subía por mi nariz y estallaba en mi cerebro inundándome. Ella no dejaba de jadear. Y estábamos tan cerca, que exhalaba sus jadeos directamente en mi boca. ¡Dios…! Sin pensarlo dos veces, escupí en su boca, en sus labios. Quería verlos mojados de mi saliva y ver cómo respondía ella.

No sólo le gustó, sino que dando un gemido dijo:

-Otra vez, hijo de puta, otra vez

Volví a hacerlo y ella gimió de nuevo, borracha de placer. Eso era lo que ella quería. Quería sentirse la golfa más vulgar que pudiera. Aquello era perfecto. Yo, como un chulo sin escrúpulos, sin educación, escupiendo en su boca. Era humillantemente obsceno. No pudo evitar frotarse el coño con los dedos, notando como resbalaban por tanta humedad.

De nuevo la obligué a arrodillarse para que continuara chupando. Ahora mi polla resbalaba con increíble facilidad por su garganta. La tenía bien lubricada, y entra y salía sin ningún esfuerzo.

-¡Oh, Merche! –Exclamé yo mareado de gusto –Sí, si, mójala bien, zorra. Déjala bien untada. Quiero que esté bien preparada. ¿Sabes para qué? Dime, ¿lo sabes?

Ella asintió con la cabeza, sin dejar de chupar.

-Dímelo –Le dije –Dímelo tú.

Echó atrás la cabeza y mirándome a los ojos murmuró:

-Para que me la metas por el culo.

Oír de sus labios la palabra culo, me enloquecía.

-¿Es eso, no? –Continuó ella –Tiene que estar bien mojada para que entre bien por el agujero de mi culo, ¿verdad? Eres un cerdo. Te vuelve loco follarme el trasero, ¿eh? Sé que te gusta más que mi chocho, guarro. A mí también, por Dios, a mí también. Quiero sentir esa cosa gorda dentro de mi culo de puta. ¡Por favor! ¡Encúlame, Fernando! Hazme sentir lo golfa que soy…

No me hice esperar. Le indiqué que se girara y me ofreciera su culo.

Ella misma lo abrió con sus manos, despacio, como a mí me gustaba. Al hacerlo, su delicioso ojete se presentó ante mis ojos en todo su esplendor. ¡Qué pequeño era, joder! Me volvía loco pensar como se lo iba a abrir con mi polla. Me agaché detrás de Merche, con la cabeza a la altura de su trasero. Miré unos segundos el pequeño agujero y escupí sobre el. Ella gimió al notarlo. Mi rabo estaba mojadísimo de sus anteriores chupadas y, apuntando con precisión, la punta de mi polla presionó en la entrada de su culo. Empujé suavemente hasta que el capullo entró. Sólo el capullo. Una vez dentro, me quedé inmóvil.

-¡Oooooh, siiii! –Gimió ella

Me moví casi imperceptiblemente, follando su culo de manera que el resto de mi mango no penetrara. Únicamente era mi glande el que entraba y salía. Tras pocos segundos, el esfínter de Merche comenzó a dilatarse de una forma indecente. ¡Dios santo, tenía el conducto anal empapado! Sin avisar, con un gesto certero de caderas, se la clavé entera, de una vez. Mi cacharro se se deslizó dentro de su culo con una falicidad asombrosa, resbalando obscenamente hasta que mis huevos hicieron tope en su coño.

-Hijo de puta…-Jadeó Merche –Me la has metido entera, ¿eh, cabrón? ¿Has visto como entra? –Últimamente –Continuó ella –cuando me masturbo me gusta meterme cosas por el culo… ¡Ooooh, soy tan puta! He entrenado bien mi cochino culo para ti, Fernando. Se que te gusta follarme por ahí…

-¿Ah si? –dije yo loco de placer, mientras metía y sacaba mi gruesa tranca con suavidad –Así que la zorrita ha estado haciendo cosas indecentes, ¿eh? Vaya, vaya… Resulta que eres más puerca de lo que yo pensaba… ¿Y en qué piensas cuando te estás metiendo esas cosas, marrana?

-En ti… Sólo en ti… -susurró ella casi sin poder hablar. Sentía su esfínter lleno de polla, y notaba como aquel cilindro ardiente de carne le raspaba las paredes del recto en cada mete-saca.

-No mientas –dije yo con voz autoritaria –seguro que piensas en otros.

-No, nooo, oooooh… -gemía Merche

-Dime la verdad o dejaré de follarte, ramera –Ahora yo hablaba con severidad –Vamos, dime en qué cosas piensas

Ella se retorcía de placer. Abrió más sus piernas y separó sus nalgas al máximo. Quería notar como su trasero era follado por completo.

-Ooooh, joder –suspiró –Me haces sentir tan sucia… Vale, sí. Pienso cosas que me avergüenzan, no me atrevo casi a decirlas…

-No vengas con cuentos –casi le grité. Le dí una sonora bofetada en sus nalgas -¿Piensas que soy imbécil?

-Mmmmmh, mierda, cabrón. Cada vez tengo el ojete más abiertooooh… me lo abres bien, cerdo… -Merche estaba en un estado que yo jamás había visto –Pienso… pienso a veces que me dejo dar por detrás por cualquier desconocido, por cualquier tío que pasa por la calle y me sodomiza como a una fulana, dejándome tirada luego como un desperdicio. A… a veces… ¡Ooooh, como me follaaaas…! A veces un viejo asqueroso me obliga a enseñarle el trasero y luego me refrota su sucia polla por la cara. Me da mucho asco, pero no puedo evitar manchar las bragas viendo como no me puedo resistir a ello. El viejo tiene la tranca como un caballo, el cerdo… Le huele a pescado podrido, y a mí me excita, Dios mío. Me excita saber que luego me va a meter ese gigantesco pollón hasta el fondo del culo… a veces son amigos tuyos, otras son los novios de mis amigas. Alguna vez también pienso en el padre de alguna de ellas…Pero la mayoría de las veces, imagino que tengo un hermano. Madre mía que degenerada soy… Sí. Mi propio hermano que tiene una polla enorme, monstruosa. El solo tiene dieciséis años, pero tiene entre las piernas un rabo desproporcionado; muy grueso, gordo, muy gordo… ¡No pares, no pares Fernando…! Un día mi hermano me obliga a mamársela. Toda. Casi no me cabe en la boca, joder. Es tan gorda como mi muñeca…Después me la mete toda entera por el culo. Me hace mucho daño, pero enseguida me corro como una bestia, con ese descomunal trasto bien adentro de mis entrañas, sabiendo que es mi propio hermano el que me humilla… Ooooh, Fernando, me voy a correr ya, por Dios. Me voy a correr por el culo… por el culo… por mi culazo abierto…

-Muy bien, cerda –dije yo, mareado de gusto. El interior resbaladizo de su trasero me frotaba la polla tan maravillosamente que yo también estaba a punto –Ya imaginaba todo eso que me has dicho, guarra. Córrete, vamos, córrete imaginando todo eso, imagina como todos se corren encima de tu cuerpo, por todo, por tu cara, tus tetas, encima de tu gordo chocho de puta. ¿Lo ves? ¿Notas como te inundan con sus corridas? Míralos a todos, mira tu hermano como te mira, con esa polla enorme apuntándote y echando toda su leche caliente sobre ti. Como yo ahora, zorra. Me voy a correr dentro de tu culo… ¡Dios, siii, siiii me corro, me corro en tu culoooohhh!

Con un sólo roce de sus dedos en su inflamado clítoris, Merche entró en una espiral sin fondo, en un éxtasis increíble que la precipitó fuera de la atmósfera terrestre. Se corrió entre sollozos, fuera de sí, como si alguien o algo la hubieran poseído. Sólo pudo gritar. Un sólo grito que nació de su vientre mismo, mientras terribles escalofríos recorrían su cuerpo como descargas de miles de voltios. Cayó sin sentido sobre la alfombra, sudorosa, sin dejar de temblar