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Habitación 214 (2)

en Sexo Anal

            Después de aquel espectacular orgasmo, Merche se incorporó con las rodillas temblorosas. Nos abrazamos con pasión, estrechándonos con fuerza entre los brazos, como nos gustaba hacerlo. Se me erizó el vello de todo el cuerpo cuando sentí en aquel abrazo su piel ardiente. Ella me miró y sonrió suspirando. Estaba inundada de una sensación de alivio muy intensa y sus párpados semicerrados lo demostraban. Yo estaba en un estado parecido, pero sin saber porqué, seguía sintiendo un hormigueo en el vientre, en los testículos. Ese cosquilleo no me abandonaba y hacía que mi polla no se relajara del todo. La tenía hinchada, casi empalmada, pero sin llegar a estarlo. Una gota transparente salía de la punta y colgaba en el vacío.

         Nos tumbamos los dos en la cama, desnudos, Mirando al techo y hablando de un sinfín de cosas. Nos reíamos, nos besábamos de vez en cuando y recordábamos viejos tiempos. Lié un porro y nos lo fumamos con tranquilidad, sin dejar de hablar. Hasta que la conversación derivó irremediablemente hacia el sexo. Yo tenía tanto deseo guardado hacia ella, que evitaba mirarla para no empalmarme como un caballo. Sólo tenerla a mi lado, rozándome, disparaba mis hormonas y mi polla latía con fuerza.

         -¿Es verdad eso de que cuando te masturbas te metes cosas? –Pregunté con algo de timidez

         -Sí, a veces. –Dijo ella también ruborizada.

         El polen que habíamos fumado hacía efecto en mi cerebro, y mi mente sólo podía ver sexo, obscenidad… ¡Joder, estaba enfermo!

Merche no estaba más lúcida que yo. Estaba nerviosa, agitada. Refrotaba sus muslos uno contra otro sin darse cuenta, y notaba su chocho húmedo y muy sensible.

         -Tengo una sorpresa –Dijo casi en un susurro. Casi fue un gemido.

         Yo la miré. Su cara era un poema.

 Lujuria.

Su cara era la lujuria más evidente. Jadeaba con suavidad, ligeramente acelerada; y miraba mi polla que ya estaba otra vez sólida como un madero.

         -¿Una sorpresa? –Pregunté con el corazón a cien.

         Ella asintió con la cabeza y se incorporó lentamente de la cama. Fue hacia la maleta y se detuvo.

         -Cierra los ojos –Me dijo girándose hacia mí –No abras los ojos hasta que yo te diga, ¿vale?

         -Vale –Contesté hecho un mar de nervios.

         Cerré los ojos y oí como ella abría la maleta y rebuscaba en su interior. Pasaron unos segundos en los que noté movimiento y el sonido de una silla, o algo parecido. Me estaba muriendo de impaciencia y notaba mi tranca dando cabezadas a cada latido del corazón.

         -Ya, ábrelos –Susurró Merche.

         Obedecí y abrí mis ojos lentamente, sin tener ni idea de lo que iba a ver. ¿Un nuevo vestido de putita, arreglado por ella para parecer una vulgar ramera? ¿algún conjunto desvergonzado de ropa interior que la hacía parecer una pervertida?

         Entonces casi me da un paro cardíaco.

         Merche se había recostado boca arriba en el pequeño silloncito de la habitación del hotel. Su culo se salía del asiento y estaba echada hacia atrás con las piernas tan abiertas como era capaz. Su chocho abultado y mojadísimo se exponía ante mí, semiabierto y con aquella profunda raja emanando su delicioso flujo. También el agujero de su culo se encontraba totalmente expuesto, todavía con restos de mi anterior eyaculación. Pero lo que me dejó sin habla fue lo que tenía entre las manos…

 ¡Un gigantesco consolador!

Madre mía… Era impresionantemente real. Del color de la carne, con gruesas venas azuladas que lo cruzaban en todas direcciones y un descomunal glande rosado. Calculé que mediría 23 ó 24 centímetros y era muy ancho, casi como su muñeca. Merche lo sujetaba con la mano izquierda por la base, manteniéndolo de pie sobre su estómago. Con la otra mano, pajeaba con suavidad el resto de aquel pollón de látex. Lo hacía de forma obscena, sucia. Me miraba a los ojos mientras su mano subía y bajaba por el tronco con lentitud. Observé que sus dedos no abarcaban todo el grosor del consolador ni por asomo. Era como masturbar una lata de refresco.

         -Mira lo que me haces hacer –Me dijo entre jadeos. –Eres el único que ha sacado la marrana que hay en mí. –Continuó –Tú eres el culpable. Hace mucho que no nos vemos, así que un día me armé de valor y me compré esta “cosa”. ¿Te molesta que me la haya comprado?

         Yo estaba tan cachondo que casi no podía respirar. Verla ahí, toda despatarrada, mostrándome su gordo conejo afeitado y haciéndole una paja a ese enorme rabo, me hacía que todo me diera vueltas. Agarré mi polla y me la empezé a menear, sin poder apartar la vista de aquella imagen.

         -No se… -farfullé –No se… no. No me importa. Es lógico que quieras tener algo con lo que consolarte. ¡Vaya! Eres tan zorra que habrás elegido el más grande…

         Ella suspiró aliviada. Quizá esperaba que yo rechazara aquel juego, pero nada más lejos de la realidad. Me sorprendía lo puta que podía llegar a ser, sabiendo cómo me excitaba eso.

         Entonces Merche dejó de menearla y se acercó la mano abierta a su cara. Me miró a los ojos y escupió sobre su mano. Volvió a agarrar el miembro y extendió su saliva por toda la superficie. El monstruoso consolador brillaba, con sus babas bien repartidas por todo. Aquello hizo que su mano resbalara ahora con facilidad.

         -¿Quieres que me lo meta? –Me preguntó con la voz espesa.

         Hice un gesto afirmativo con la cabeza. No podía hablar. Me meneaba el nabo como un loco, alucinado, extasiado…

         Merche dirigió el consolador hacia su coño y lo paseó todo lo largo que era por toda la raja húmeda. Sintió un escalofrío al notarlo y empezó a refrotar la gorda cabeza sobre el clítoris. Gimió con desesperación y, sin dejar de mirarme, empezó a darse golpecitos con él.

         ¡Chap! ¡chap! ¡chap!

         -¡Oooooh, Fernando! –Merche se deshacía –Mira, mírame bien –continuó –Ésta cosa enorme me va a follar el chocho delante de ti, amor… Vas a ver como se me abre todo el coño, hijo de puta. ¿No lo vas a impedir, cabrón? ¿Vas a dejar que otra pija que no es la tuya me viole?

         Al oírla hablar así, no se como me pude contener. Me hubiera corrido ahí mismo.

         -No, no lo voy a impedir –Le seguí el juego. –Así veré lo puta que eres de verdad. Además sé que lo estás deseando. Reconócelo, puerca. Reconoce que te mueres por meterte bien adentro esa polla tan gorda.

         -Eres un cerdo… -Dijo ella borracha de placer –¿Vas a dejar que se me folle otro?

         Jadeaba como una perra en celo, sin dejar de golpearse el clítoris y dandose refrotones nerviosos de vez en cuando.

         -Está bien, está bien… -siguió Merche -¡Es tan gorda! Pero sólo la punta, por favor… sólo la punta.

         Y, diciendo esto, puso la gran cabeza del consolador entre sus labios depilados. Se quedó inmóvil unos segundos y la empujó hacia dentro. El fenomenal capullo entró con cierto esfuerzo, pero se alojó a la perfección dentro de su coño. Ella dio un gritito y me miró.

         -Ya… ya está… -Tartamudeó loca de placer. -¿Ves? Ya lo has conseguido. Has dejado que este cabrón me la haya metido… ¡Ooooooh, Dios! ¡Es gordísima… Sólo ha entrado la punta y tengo todo el chocho lleno!

         Yo me levanté y me puse de rodillas a los pies del sofá. Tenía su coño increíblemente dilatado a la altura de mis ojos. No la toqué. Sólo quería mirar lo que hacía. Entonces Merche empezó tímidamente a mover el nabo hacia dentro y hacia fuera. Chapoteaba de una forma deliciosa. Poco a poco, los movimientos se fueron haciendo más atrevidos y ahora, podía ver como el capullo entraba y salía de su raja por completo.

         -¡Aaaaaah! –gritaba ella –Mira Fernando, mira… No puedo hacer nada por evitarlo, cariño… ¡Oooooh, joder…! Va a meterse más, lo se. ¡Uuuuh, ooooooh! Se que éste cerdo me la quiere meter toda, Fernando. Y tú sin hacer nada … ¡Madre mía… que cacho tranca!

         Ella hablaba de un tío imaginario, como si no fuera capaz de reaccionar ante él, ante el desmedido tamaño de su rabo mientras yo miraba sin impedir que un desconocido se la estuviera metiendo. Esa fantasía la estaba poniendo muy cachonda. Se sentía humillada, desprotegida, vendida. Nadie apartaba de ella ese pedazo de carne que la iba a ensartar, y a la vez se consumía de placer pensando lo golfa que era, pues ella misma se moría por que aquel “imaginario superdotado” la follara sin miramientos.

         -Vamos –le dije yo sin poder apartar la vista de su chocho abierto –no te hagas la estrecha ahora, Merche. Deja que este “hijo de puta” te meta toda su asquerosa polla. Venga, guarra. Ahora mismo te dejarías follar por cualquiera, no te reprimas. Estás demasiado caliente para pensar. Además tienes un chocho enorme, como el de una vaca. Y te está chorreando. Entrará sin problemas… ¡Vamos, joder! –Le grité ido de placer.

         Merche cerró los ojos, y tomando aire brevemente, empujó el consolador, que, por increíble que pareciera, resbaló en su interior hasta la mitad. Se quedó sin respiración, como bloqueada. Con los ojos muy abiertos, miró hacia su entrepierna y vió todo el trozo que había entrado. La sacó completamente llena de flujo y la volvió a meter, desorbitada de placer. Me miró  con lágrimas en los ojos, con la boca abierta y la lengua casi fuera.

         -Me… me… -balbuceó –Me está follando, Fernando… ¡por Dioooooshhh! ¡Me está follando el chocho…! ¡Mira que puta soy, mira! ¡Mira como dejo que me abra el coño… Ooooooooooooohhhh, ooooooh, oooooooh , voy a…voy a……

         Y metiendo y sacando con furia la enorme polla, se corrió como una bestia, contorsionando el cuerpo y sujetando firmemente el consolador con las dos manos.

         Continuará