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El encuentro

en Erotismo y Amor

I

Nubes grises cubrían el cielo hasta el horizonte. El sol no podía traspasar el manto de nubes y el ambiente estaba a media luz. Una ligera llovizna humedecía todo lo que estaba a la vista. Cuando salí del coche noté como el agua caía suavemente sobre mí. El ligero frío calaba entre la ropa y me obligó a acurrucarme y meter las manos en los bolsillos. El aliento se condensaba delante de mi rostro creando una pequeña neblina que se disipaba en un segundo.

Al mirar a la puerta de la verja me di cuenta de que ella ya estaba allí. Saqué las tiriteantes manos, ella sonrió y yo exageré el tiriteo en un gesto cómico bastante patético. Con sus manos cogió las mías ligeramente siguiendo la broma. Las tenía suaves y frías, mas frías que las mías. Me extrañó, esperaba que las tuviera calientes... No sé si era por su aspecto risueño y alegre, o por el moreno de su piel y de sus cabellos, o por esos ojos negros. Sostenía el paraguas en una de sus manos y el agua ya había comenzado a calar en su ropa. Aquella cara que jamás había logrado olvidar asomaba tímidamente debajo de aquel sombrero marrón que llevaba calado hasta las orejas y el jersey de cuello alto que rozaba la comisura de sus labios.

No sabía como había llegado ella hasta allí. La casa estaba bastante alejada del pueblo y a muchos kilómetros de la capital. Pero ella me tenía acostumbrado a aquellas sorpresas. Abrí la puerta y entramos a lo que hacía tiempo había sido un jardín. Donde recordaba que en primavera florecían multitud de flores de las más diversas clases ahora estaba tomado por rastrojos, matorrales y hojarasca.

Caminamos hasta la casa y abrí no sin dificultad la puerta de esta. El tiempo había tintando de oxido muchos de sus bordes y hacía difícil apreciar su color negro original. Antes de entrar, allí parado en la terraza, me arrimé a la baranda de escayola y observe el paso del tiempo en aquella casa. El agua resbalaba por el tejado y caía por los arcos. Una gota cayó en mi rostro y en ese momento, saliendo de ese periodo de ensimismamiento, volví a recordar que ella estaba allí. Me miraba con sus grandes ojos. Con esos ojos negros donde yo siempre me perdía. No dejaba de sonreír. Una sonrisa melancólica pero alegre. Una sonrisa que me hechizaba y que hacía demasiado tiempo que no veía.

Entramos en la casa, en un salón sucio y maloliente. En el interior, el aire era asfixiante; humedad, polvo, y aquel olor ha cerrado que no te deja respirar... Abrimos de par en par la puerta y las ventanas. Al cabo de unos minutos desapareció aquel hedor. El polvo y la suciedad se acumulaban en cada centímetro cuadrado de la casa. Las paredes mugrientas estaban totalmente desconchadas. El cuarto de baño y la cocina se habían convertido en hábitat permanente para toda clase de parásitos e insectos en general. El mobiliario era escaso, por no decir inexistente. El panorama era desalentador. Por suerte no se veían goteras ni humedades preocupantes en las paredes. Las instalaciones de luz y de agua parecían funcionar perfectamente.

El frío había inundado todas las habitaciones. La lluvia caía más fuerte. Cerramos la puerta y las ventanas y nos quedamos allí dentro, en silencio, acurrucados junto a una ventana del salón. Justo al lado había una gran chimenea. No había leña. La dejé un momento junto a la ventana y bajé a la parte de debajo de la casa. Salí a la terraza y baje por unas escaleras al bancal que había en la parte baja. Allí lo que había sido una pequeña huerta había sido tomada por el monte; carrascas y otros arbustos crecían por todas partes. Debajo de la casa estaba el inacabado garaje, lleno de muebles viejos y algunos trastos. Anduve unos metros hasta un rincón, tal y como recordaba, se acumulaban viejos tocones de leña casi podridos y algunos maderos de pinos algo más finos. Valdrían. Cogí unos cuantos bajó los brazos y volví al salón.

Ella ya no estaba allí. Dejé los leños juntó a la chimenea y fui hacia las habitaciones. Estaba en la última de ellas. Junto a la ventana observaba el bosque de pinos de la pequeña colina a la que daba la habitación. Era la mejor vista de la casa, era preciosa; Ella junto al maravilloso paisaje de la ventana.

En la habitación no había absolutamente nada. Solo un viejo armario donde no había nada. Pese a todo, aquella habitación era especial. Habían pasado unos cuantos años y todo había cambiado mucho. Pero ni ella ni yo lo habíamos olvidado. Aquella había sido mi habitación, y allí estuvimos los dos hacía años.

Me acerqué muy despacio a ella. Parecía tener la mirada perdida en el horizonte. Absorta de cualquier realidad. Me situé justo detrás. La cogí por la cintura abrazándola lentamente. No pareció sorprenderle. Podía sentir como latían nuestros corazones. Latían fuerte aunque sosegadamente. Fui acercando mi rostro al suyo. Podía apreciar perfectamente, mezclado con el olor a lluvia que mojaba su cabello y su ropa, aquel perfume que afloraba de su cuerpo y que los años no habían borrado de mi memoria. Pasé una mano por debajo de su jersey posando mi mano en su vientre y le di un beso en la mejilla. En esos momentos noté como brotaba una sonrisa de su boca. Apoyó su cabeza en mí y así permanecimos casi toda la tarde.

II

Había caído ya la noche cuando empecé a encender la chimenea. De reojo podía ver como rebuscaba en la única mochila que había traído como equipaje. Se había cambiado de ropa dejando la empapada en una silla cerca del fuego. No podía evitar mirarla mientras se acababa de subir los jeans y se abrochaba los botones de la blusa. Mi mirada furtiva no había podido evitar sus ojos negros. Mi indiscreción había provocado en ella tan solo una ligera risa que me acabó por contagiar. Se acercó a mí, paso una mano por mi rostro haciéndome cerrar los ojos y note como sus labios se acercaban ligeramente a los míos. Cuando quise abrir los ojos después de saborear viejos recuerdos ella ya no estaba frente a mí.

Otra vez. Cuando menos me lo esperaba desaparecía de mi lado para volverla a encontrar en cuanto daba la vuelta en cualquier esquina. Una y otra vez me había pasado lo mismo con ella desde el primer día que apareció en mi vida. La puerta que daba fuera estaba abierta. Fui hacia ella y pude verla apoyada en la baranda de la terraza.

- Estás aquí... – Señalé de forma obvia- ¿Qué haces?.

- Mírala – me dijo señalando el cielo-.

Habían desaparecido las nubes que por la tarde habían mojado todo. El cielo estaba totalmente raso y el frío era intenso. Miles de estrellas formaban un manto que mi larga temporada en la gran ciudad me había hecho olvidar. Y allí en medio, más grande que nunca, estaba la Luna. Una Luna que siempre me había hechizado. Que siempre nos había hechizado.

- Muchas veces te he visto en ella – empezó a decir-. Me acuerdo todavía cuales fueron tus palabras: "Al menos mira la Luna cuando te acuerdes de mí. Allí podré seguir viendo tus ojos"

Y entonces volví a mirar al cielo y vi otra vez aquellos ojos envueltos en lágrimas que me abandonaron hacía tantos años. Recordé como noche tras noche esperé una llamada que nunca llegó. Y una noche de luna nueva, una noche totalmente oscura, donde ni las estrellas ni la Luna podían iluminar el cielo la acabé arrinconando en mi memoria. Y ahora estaba otra vez junto a ella mirando la Luna. Una pequeña nube en aquel cielo tan limpio empezó a acercarse a la luna. Una luna llena que brillaba demasiado para que fuera ocultada por una simple neblina. Así, los bordes de esta se perfilaban con la blanca luz pasando rápidamente por debajo del blanco astro.

Bajé la vista. Ella seguía inmóvil, con los brazos cruzados en su pecho por el frío y la mirada fija en el cielo. Tenía su pelo suelto y la ligera brisa hacía que algunos cabellos le cayeran por el rostro. Sus ojos negros, inmóviles, se perdían en la blanca luz lunar. Le brillaban de una forma extraordinaria. Eran reflejo de multitud de emociones indescifrables que solo ella conocía. Sus mofletes rojos que contrastaban con su piel morena. Aquellos labios tan dulces como su voz. No había cambiado nada. En aquellos años su aspecto físico no había variado respecto a aquella que se fue. Pero algo en su interior había cambiado y se veía en sus ojos. Algo bueno que la había hecho regresar y que había borrado las lágrimas y el desánimo de ellos.

Cuando más fijos tenía mis ojos en los suyos se giró y los clavo en los míos. Casi podía verme reflejado en sus pupilas. Pasaban los minutos y seguíamos mirándonos tan fijamente que resultaba agotador. Sin dejar de mirarnos noté como había estirado sus manos hasta las mías y un instinto nos llevaba a entrelazar los dedos. En aquel momento comenzamos a acercarnos el uno al otro, sin desviar la mirada lo más mínimo. Ya notaba su cuerpo pegado al mío, su respiración en mi cuello, incluso el latir de nuestros corazones. Entonces cerramos los ojos. Mientras los cerraba sabía que ella también los estaba cerrando, y aún así su imagen seguía grabada en mi cabeza como si no hubiera cerrado los ojos. Y sentí sus labios otra vez. Esta vez no se fueron. Esta vez pude volver a saborear aquellos labios. Con los ojos cerrados cada ligero contacto entre nuestras bocas era electrizante. El juego de tira y afloja consistía en encontrárnoslas. Y cuando lo hicimos ya no se separaron.

Con los ojos cerrados sentía cada tramo de su piel. El mínimo contacto entre su cuerpo y el mío representaba para mí el más intenso de los placeres. Como quien toca algo sagrado mis manos la recorrieron despacio, tanteando centímetro a centímetro por miedo a dar un mal paso, disfrutando cada poro de piel que mis dedos tenían la posibilidad de acariciar. Sin darme apenas cuenta nuestros cuerpos se habían fundido en uno solo. La ropa que separaba nuestros cuerpos había desaparecido no sé bien como. Y en mi mente no existía otra cosa que fuese ella.

III

A la mañana siguiente desperté junto a ella. Estábamos muy próximos a la chimenea, sobre una vieja manta de un azul oscuro descolorido y cubiertos también por un par de sabanas y mantas palidecidas por el tiempo. No me cansaba de mirarla. Estaba dormida apoyada en mí. Apenas salía por fuera de la manta su rostro y sus hombros desnudos. Su pelo negro alborotado caía sobre mi hombro y mi pecho. Nos habíamos quedado durmiendo en un mutuo abrazo. No sentía mi brazo; ella estaba sobre él. Sentía su cuerpo desnudo debajo de las sabanas. Era uno de los momentos más felices de mi vida.

Intenté sacar el brazo con cuidado. No quería despertarla. En su rostro se reflejaba un cansancio acumulado de varios días. Yo tampoco había podido dormir desde que había conocido que la iba a volver a ver. Muy lentamente pude liberar el brazo izquierdo y suavemente la deje durmiendo mientras me levantaba. Se agitó por un momento. Creí que la había despertado. Giro un par de veces sobre si misma y quedó boca arriba. Los movimientos habían desplazado las sabanas hacía abajo y dejaba al descubierto parte de su cuerpo desnudo. Me acerqué y la arropé. Le retiré el pelo del rostro y le di un beso en la frente. "Te quiero".

- Yo también te quiero. – Me susurro mientras se daba la vuelta y se quedaba dormida acurrucada sobre sí misma -.

No pude evitar una ligera sonrisa. Siempre me sorprendía. La luz entraba ligeramente a través de las persianas a medio bajar. La ropa estaba desperdigada por todo el comedor. Me vestí y salí lo más silenciosamente que pude afuera. Había pasado la tormenta. Un sol de finales de invierno iluminaba esas primeras horas de la mañana. Pese a que el frío todavía se hacía de notar el sol iluminaba con fuerza. Bajé los dos escalones de la arcada y comencé a dar unos pasos por el jardín de arriba. Me acerqué a la fuente que se situaba en el medio. Las ultimas lluvias la habían llenado. Un ligero tono verdoso oscurecía su interior. La vegetación se había hecho tan espesa que apenas si se podían intuir los antiguos pasillos que cruzaban el jardín.

Me senté en el borde de la fuente. Clavé la mirada al suelo. Ella volvía a estar conmigo. Habían pasado los años y esta vez no pensaba dejarla escapar pasara lo que pasara. Durante tres años ella fue el centro de toda mi vida... pero lo había descubierto demasiado tarde. Después ella se fue y ya nada fue lo mismo. La olvidé y eso me dolía profundamente. Durante unos años, en mi vida había faltado algo y ahora había descubierto que lo que faltaba era ella.

Me levanté y bajé las escaleras que llevaban abajo. Pasé por al lado de la piscina, seca y verdosa, la cual tenía el fondo cubierto por una ligera capa de agua de lluvia. Nos habíamos conocido lejos de allí. Pero allí vivimos los mejores momentos. Allí habíamos llegado a vivir casi como una pareja normal, aunque con ella nada podía ser normal. ¿Cuántos años hacía? Ella tenía 18 años y yo 20 más o menos cuando nos conocimos. Habían pasado muchos años. Ahora ella tenía 25 y yo 27 recién cumplidos. Casi cuatro años sin saber el uno del otro. Demasiado tiempo.

Sin darme cuenta había recorrido toda la parte de abajo, lo que antes había sido un pequeño huerto. Subí por la rampa que bajaba hasta el garaje. Las persianas del comedor estaban subidas y las ventanas ligeramente abiertas. Ya se había levantado. Habían pasado más o menos dos horas desde que me levanté. El tiempo pasa demasiado deprisa. Caminé hacia el porche y entré dentro.

- Buenos días. – Me dio un beso y me brindó su magnifica sonrisa. Llevaba una camisa mía que le llegaba casi hasta las rodillas -. ¿Has comido algo? Tengo aquí unas galletas...

Tonto de mí. Desde que había llegado el día anterior no había comido bocado, y ella hasta ahora tampoco. Tenía el coche cargado de comida y de equipaje que ni siquiera había descargado.

- Un momento... – le dije – Tengo comida en el coche. Voy a por algo más sustancial. Llevamos sin comer desde ayer.

- Jajaja – me encantaba verla reír – Tranquilo, sabes que yo nunca tengo hambre, pero tú...

No pude evitar una carcajada. Tenía razón. Pero no había tenido hambre hasta en esos momentos. Mi estomago echaba de menos algo sólido. Salí a todo correr hacía el coche y pasé para adentro unas cuantas bolsas. Muchas más se quedaron en el maletero. Me dirigí a una y saqué una tarta de queso, eso no se me había olvidado.

- Mira lo que tengo para ti. – le dije con una sonrisa de complicidad-.

- ¡Eh! Te has acordado... – La cara de sorpresa y su sonrisa no tenían precio. – Sigues siendo un encanto. ¿Lo sabías?

Me dio otro beso que saboreé como el mejor de los manjares. Cogió la tarta y se sentó al lado de la chimenea. Cortó dos trozos y nos los comimos con un hambre que hasta hacía escasos minutos no tenía. Era curioso. Había pasado mucho tiempo y muchas cosas. El día anterior casi no habíamos cruzado palabra y todo era complicidad. Sabíamos que queríamos volver a estar juntos pero también teníamos dentro todo lo que pasó. Pero esa mañana, sentados en el suelo delante de una simple tarta, volvíamos a revivir nuestros momentos más felices. Y así quería que fuese durante el resto de nuestra vida.

IV

Aquel día pasó plácidamente. Era como un sueño. Todo era perfecto. Aquella casa iba a ser nuestro nuevo hogar así que empezamos a convertirlo en un lugar habitable. Siempre había sido muy activa, pero no dejaba de sorprenderme verla moverse de arriba para abajo poniendo orden en aquella cueva. De su boca no desaparecía aquella sonrisa.

No descansamos en todo el día. El polvo y la porquería se habían acumulado de forma espectacular. Pero lo hacíamos con toda la ilusión. Con una ilusión que en pocas cosas había puesto yo en mi vida en los últimos años. Aprovechábamos cualquier ocasión para cruzarnos y tener contacto entre nuestros cuerpos. Era una necesidad casi tan grande como el comer. Necesitaba sentir que ella estaba allí.

Cuando llegó la tarde teníamos prácticamente limpia la casa. Exhaustos pero contentos nos sentamos en el comedor a contemplar lo que nos había llevado todo el día. Las paredes seguían teniendo el color ocre que dan los años y la falta de pintura. Por lo demás, y pese a la escasez de muebles, la casa tenía un aspecto totalmente renovado.

Subimos los pocos muebles que había en el garaje y los concentramos en un par de habitaciones. Las demás las cerramos y por el momento las dejaríamos vacías. Así, aparte de la cocina y el baño, el comedor y una habitación serían donde desde aquel día intentaríamos poner en marcha una nueva vida. El comedor era demasiado grande. Demasiado grande para dos personas. Demasiado grande para los pocos muebles que teníamos y que nos hacían falta. Acumulamos lo poco que teníamos cerca de la chimenea. Uno sofá, una pequeña mesa, unas cuantas sillas y un armario bastante estropeado era todo el mobiliario del que disponíamos. Para la habitación pudimos salvar una cama de matrimonio en sorprendente buen estado que pusimos en nuestra antigua habitación.

Estaba ya cayendo la noche. Salimos al jardín y nos sentamos en los escalones que subían al porche. Ella se sentó en el escalón de arriba justo detrás de mí, quedando yo entre sus piernas. Me abrazó con sus brazos. Notaba su aliento en mi cuello. Aquello debía ser la felicidad. "Te quiero, te quiero, te quiero..." era el susurro que continuamente oía salir de su boca, tan cerca de mi oído que más lo notaba que lo escuchaba. Me giré y me acerqué también a su oído.

- Te amo, te amo, te amo...

- Jajaja, estás loco...

- Sí, por ti.

Habían pasado muchos años y seguíamos diciéndonos las mismas cosas. Tantos años sin saber nada de ella. Pero me daba igual. No quería saber que había hecho durante aquellos años. Solo quería estar con ella y mirar hacia delante. Mirar hacia atrás nos volvería a hacer daño.

Nos abrazamos fuerte, como si temiéramos separarnos el uno del otro. Se sentó encima de mis piernas rodeándome con las suyas. La cogí de la cintura, introduciendo mis manos por el interior de su camiseta, sintiendo el contacto de su piel. No recuerdo cuanto tiempo estuvimos así... un segundo, un minuto, una hora. Solo recuerdo que nos besábamos y que mis manos, al igual que las suyas, recorrían su cuerpo hasta el último rincón. La cogí por los muslos y me levanté con sus piernas entrelazadas a mi cintura.

- ¡Ah! Jajaja - Se le escapó un chillido y una carcajada. - Estás loco.

- Jajaja, sí, por ti...

Mientras caminaba hacía la habitación con ella enganchada a mí nos mirábamos a los ojos y nuestros labios se lanzaban los unos a los otros jugando, con contactos fugaces, casi como si nos fuéramos a comer el uno al otro. Llegamos a la altura de la cama y la deje caer sobre ella con suavidad. Allí estaba tumbada delante de mí, con una blusa ya medio desabrochada y unos jeans que estilizaban sus preciosas piernas. Me miraba profundamente mientras yo estaba arrodillado frente a ella en medio de sus piernas.

Me cogió de la camiseta y tiro de mí hasta hacerme caer sobre ella. Continuamos con los besos que habíamos interrumpido escasos segundos atrás. Entre risas y juegos empecé a desabrochar los pocos botones que todavía permanecían abrochados de su blusa. Mientras lo hacía pasaba sus manos por mi cuello y acercaba mi cabeza a la suya aprovechando para volverme a besar.

Volvía a tener su cuerpo medio desnudo frente a mí. Ella misma acabó de quitarse la blusa y me cogió las manos para que le acariciara desde el borde de sus pantalones hasta el comienzo de sus senos. Se giró de repente y se puso boca abajo. Se desabrocho el sostén.

- Echo mucho de menos tus masajes

Me puse sobre ella y empecé a pasar mis manos suavemente por toda su espalda. Era una sensación que me encantaba. Aparte el pelo hacía un lado dejando totalmente libre su cuello y sus hombros. Pasaba mis dedos muy lentamente. En algunos casos tan solo pasaba ligeramente mi dedo por su piel; podía sentir como se estremecía pasando un cosquilleo por todo su cuerpo. Acerque mi cara y empecé a besarla desde el final de la espalda, poco a poco subiendo, hasta llegar a sus hombros y su cuello. Mientras acariciaba toda su cintura llegando a la altura de sus pechos.

Nuestra respiración iba acelerándose con el paso de los minutos. Ella se giró ligeramente quedándose de costado y yo tumbado justo detrás de ella. Estaba totalmente pegado a su espalda. Mientras le susurraba palabras que ya no recuerdo al oído, mis manos se perdían por todo su cuerpo acompañadas de las suyas. Volvía a empezar en aquel estomago terso y suave donde tantas veces me había servido de almohada descansando allí mi cabeza. Poco a poco seguí subiendo hasta sus senos, los cuales ya estaban al descubierto. No eran ni pequeños ni grandes, perfectos y firmes. Pasaba mis dedos entre los dos rodeándolos completamente, como temiendo "subir" a ellos. Me cogió de las manos y me los puso sobre ellos mientras me besaba en las manos. Durante un instante permanecimos así... tan solo con el contacto de su piel me sentía como nunca.

Después de eso todo sucedió muy deprisa, y al mismo tiempo como si lo viviera a cámara lenta. Pasaba mis dedos alrededor de los pezones de sus senos, después mi lengua y más tarde eran mis labios los que estaban allí. Bajé por todo su estomago mientras ella me quitaba la camiseta. A la altura de su ombligo ya sentía claramente su respiración y la mía. Entrelazaba sus dedos en mi pelo y levantaba su cadera hacía mí. No recuerdo exactamente cuando desabroche sus pantalones pero si como los iba sacando por sus largas piernas mientras las iba acariciando muy despacio. Pasaba mis manos por sus piernas subiendo hasta su cintura hasta llegar a borde de su tanga. Recorría sus extremos en un juego interminable mientras poco a poco se escurrían mis dedos al interior.

Me ayudó a desprenderla de la única prenda que tapaba ya su cuerpo y comenzó a despojarme de la mía. En pocos minutos estábamos enredados. No recuerdo si yo sobre su cuerpo o ella sobre el mío porque ya nos habíamos fundido en uno. La excitación hacía que no midiéramos ni posturas ni momentos. Tan solo queríamos estar juntos, tan juntos que entre nuestra piel solo pasaba el sudor de nuestros cuerpos.

Quería estar dentro de ella, quería dormir sobre sus pechos y sobre su cadera. Aspiraba a sentir sus manos en mi pelo. Deseaba levantarme por la mañana y seguir con lo que habíamos hecho durante toda la noche.

A la mañana siguiente desperté con la cabeza apoyada en su vientre y mis manos sobre su estomago. Sus piernas estaban entrelazadas a mi cuerpo y sus manos en mi cabeza. Me deslicé por todo su cuerpo hasta poder besar sus labios.

- Prométeme que el resto de mi vida va a ser así – Me dijo con los ojos cerrados mientras me besaba –.

- Te lo prometo.