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Clases de verano

en Jovencit@s

Aquel verano, como en los últimos años, aproveché para impartir clases particulares, para así poder financiarme medianamente la carrera y pagarme algún que otro capricho.

Supongo que no era demasiado malo como profesor, porque no me faltaban alumnos en el barrio, y de hecho, de un año para otro solían llamarme mis alumnos habituales y algún alumno nuevo, de parte de algún padre que me había recomendado...

Así es como empezé a dar clases a Cristina y a Elena, dos estudiantes de último año de bachillerato, que tenían serios problemas con las asignaturas de ciencias.

Cristina era una chica rubia, de grandes ojos marrones, un poco nerviosa generalmente. Elena, por su parte, era una chica realmente preciosa: morena, con el pelo lacio hasta los hombros y unos ojos azules para perderse en ellos. La verdad es que costaba no quedarse embobado mirándola.

Yo entonces contaba con 24 años, lo cual no me incluía en el catálogo de chicos "disponibles" para dos criaturas de 17 años...

Pasaron las semanas y la relación con mis alumnas era bastante buena, progresaban a buen ritmo y parecía claro que iban dominando el tema.

A finales de julio, Cristina me comentó que se iba de vacaciones en agosto. La verdad es que me hizo un poco polvo económicamente, pero tampoco podía hacer nada. Al menos, conservaba a una de mis alumnas, y seguía sacándome un dinerillo.

Indistintamente, yo daba clase en mi propia casa o a domicilio, así que durante los primeros días de Agosto Elena siguió viniendo a casa como habitualmente. Aquel verano hacía bastante calor, y en mi casa no disponía de aire acondicionado, así que en más de una ocasión me encontré a mí mismo mirándo su escote ligeramente empapado en sudor, ella con una camiseta sin sujetador, ajustada, y una falda corta, con toda su sensualidad de adolescente a flor de piel.

A la segunda semana, Elena me ofreció dar clases en su casa. Tenía aire acondicionado y la verdad es que vivía muy cerca de mi casa, así que no tenía nada que objetar.

Cuando me presenté allí, el primer día, me comentó que sus padres estaban de vacaciones, que ella se quedaba sola allí prácticamente todos los días, aunque su hermana mayor pasaba de vez en cuando a ver que tal estaba, y a llevarle alguna cosilla y asegurarse de que la casa seguía teniendose en pie.

Se notaba que la chica estaba acostumbrada a vivir de manera independiente, y durante aquellos días, además, ganamos más confianza. Cada vez me hablaba con más grado de intimidad y algún que otro día nos quedabamos charlando un rato después de la clase, hablando de novios, amigos, conquistas, etc. Elena tenía mucho éxito con sus compañeros pero parece que no acababa de encontrar nadie que le atrajera más allá de tres días seguidos.

Ella también me preguntaba a mí, y yo satisfacía su curiosidad contándole algún detalle sobre mis - escasas - conquistas.

Así llegamos a finales de agosto, y acordamos dar unas cuantas clases de repaso, por lo que quedamos algo más pronto de lo habitual, a eso de las 5 de la tarde. Cuando llegué a su casa ella me recibió en albornoz, disculpándose, ya que no se había acordado de que habíamos quedado antes y le había cogido por sorpresa en la ducha.

Yo le dije que no se preocupara, y me pidió un par de minutos para vestirse. Lo cierto es que la vista de semejante criatura en albornoz me había excitado bastante, hasta el punto de tener que tapar mi erección con mi carpeta de apuntes para que no fuera evidente....

Al poco volvió ella, con unos short ajustadísimos y una camiseta de cuello abierto, el pelo aún húmedo por sus hombros, que humedecía ligeramente la camiseta, y que, a cuenta de la humedad y del propio aire acondicionado, sugería unos pezones duros y deseables bajo la misma...

Aquello la verdad es que estaba empezando a resultar un poco embarazoso, pero haciendo gala de mi profesionalidad, comencé la clase. De cuando en cuando, yo me levantaba mientras ella hacía los ejercicios, y miraba por encima de su hombro, comprobando que tal lo hacía, comentándole algún detalle... Una de esas veces, me acerqué por su espalda, y cuando ella se volvió para mirarme, me ofreció unas preciosas vistas de sus preciosas tetas, aún húmedas de la ducha, con unos pezones oscuros, duros, que pedían a gritos ser acariciados, lamidos, besados, mordidos... Elena tuvo que notar mi erección, que fué instantánea, pero no hizo nada, salvo ofrecerme una leve sonrisa y continuar como si aquello no hubiera pasado...

Al fín, conseguimos acabar y le dije que no creía que fuera necesario dar ninguna clase más, al fin y al cabo, estaba más que preparada para aprobar la asignatura en septiembre y no tenía duda de que lo haría bien. Ella me ofreció pasar al salón y tomar algo para celebrarlo, y ya de paso, despedirnos oficialmente.

Me senté en un sillón en mitad del salón, mientras ella abría el mueble bar y preparaba unas copas, whisky con hielo para mí y una crema de licor de cacao para ella. Cuando me tendió la copa, frente a mí, acercándose mucho más de lo necesario, me la ofreció agachándose lo suficiente como para asegurarse de que no me perdía aquellas vistas, diciéndome "aquí tienes, profe" , remarcando esa palabra con un deje de picardía que me confundió y me excitó. Yo, ya decidido a todo, y tomando la copa de su mano, le dí las gracias a la vez que con la otra mano la cogía de la cintura y la sentaba en mis rodillas. No sabía lo que podría pasar, pero estaba dispuesto a comprobarlo.

Ella no oponía resistencia, al contrario, se quedó sentada en mis rodillas, mirándome fijamente con carita de niña buena y dando pequeños sorbos a su copa. Acariciándo sus muslos con el vaso helado, fuí recorriendo desde su rodilla hasta su cintura, notando como se le iba poniendo la piel de gallina, para luego retirar su camiseta lo suficiente como para pasar el vaso helado por su ombligo. Elena se dejaba hacer y emitía leves gemiditos de satisfacción.

Tomé un hielo de la copa, y seguí jugando, esta vez por su cuello, viendo como las gotas caían por su cuello y se perdían por su escote. De su cuello, pasé el hielo a su boca, en el mismo momento en el que ella ponía la mano sobre mi pantalón, y se rió, lamiendo el hielo con un gesto que era puro deseo. Cogí el hielo, y sin acabar de sacarlo de su boca, fuí atrayéndola hacia mí, hasta que los dos teníamos cogido el hielo con la boca, cada uno por un extremo. Yo me lo introduje en la boca y detrás fue su lengua, luchando con la mía por aquel hielo, con una agradable sensación de frío y calor, hasta que ya no hubo hielo con el que jugar, y nuestras lenguas se fundieron en un largo beso.

Sin poder contenerme más le quité la camiseta y la senté a horcajadas sobre mí. Después de haberlas imaginado tantas veces, tenía ante mí sus tetas perfectas, deseando ser lamidas. Me tomé mi tiempo, acariciándolas, y pasando mi lengua por el canalillo, y luego en círculos cada vez más cerrados alrededor de sus pezones mientras ella jugaba con otro hielo de su copa sobre ellos. En el momento en que me metí su pezón en la boca, Elena echó la cabeza hacia atrás agarrándose de la mía, atrayéndome hacia ella, susurrándome un "siiii" que me la puso aún más dura... En esa postura, sintiendo perfectamente el roze de sus shorts contra mi paquete, la cogí de su culo atrayéndola aún más hacia mí, restregandome contra ese coñito que se adivinaba tan apetecible... Al poco, ella se levantó y me tomó de la mano, conduciéndome a la habitación de sus padres.

En mitad de la habitación había una enorme cama de matrimonio, y a un lado, un armario empotrado con espejos en las puertas. Elena me quitó la ropa a tirones dejándome solo con mi slip y me tumbó boca arriba. Como una gata en celo, y ya solo con sus braguitas puestas, empezó a pasar la boca por encima de mis calzoncillos, metiéndose mi polla en la boca, separada de su lengua solo por un trozo de tela. Poco a poco, fue dejando asomar mi polla, tiesa como un palo, lamiendo cada centímetro de piel a medida que iba asomando. Mientras lamía mi falo, iba preguntándome, sonriente, ¿te gusta? ¿lo hago bien, profe?, mirandome a los ojos mientras su boca iba moviéndose cada vez con más intensidad, mientras yo no dejaba de contemplar su boca y todo su cuerpo a través del espejo de la pared.

Poco después ya tenía toda mi polla en su boca, y acariciaba mis huevos al tiempo que me lamía. Me estaba dando la mejor mamada que me habían hecho en la vida. Estaba a punto de correme, y se lo dije. Ella paró, y mirándome muy fijamente, me dijo : "Ni se te ocurra, profe. Acabamos de empezar".

Quitándose las braguitas, se sentó sobre mi cara, apoyándose en la pared. Me plantó su coño en la boca, casi sin darme tiempo a respirar, y empezó a restregarlo por mi cara. Abrí mi boca saboreando aquel coño húmedo, ardiente y apenas sin vello, saboreando sus jugos y paseando mi lengua por aquellos labios calientes, que poco a poco fueron abriéndose, dejando pasar mi lengua, follándola cada vez más dentro, mientras mis manos sujetaban su culo, jugando con un dedo en la entrada de su agujerito. Podía notar en su respiración, y en la manera en que se pellizcaba los pezones y los retorcía, que estaba a punto de correrse en mi cara. Se vino en un orgasmo tremendo, que me llenó la boca con sus flujos, que lamí tan vorazmente como pude. Ella se restregaba los restos de su flujo por sus muslos, hasta llegar a su culito, que acariciaba con el dedo.

Así como estaba, me incorporé, y poniendola a cuatro patas, me metí su dedo en la boca, y lo dirigí hacia su culo, obligándolo a entrar mientras lamía la entrada de su ano, mientras con mis dedos acariciaba su clítoris, completamente hinchado.

Continué un rato más y por fín acerqué mi polla al coño de Elena, restregándome contra sus labios mientras continuaba jugando con su dedo en su culo. Me sujeté a su cadera y de un solo golpe mi polla entró hasta el fondo, con tanto gusto que creí que me iba a correr en aquel mismo momento,  así que me contuve por un par de segundos antes de empezar a moverme. Lentamente, primero en su interior, luego saliendo poco a poco de su coño, comencé a embestirla con mis dedos clavados en su cadera, mientras ella, completamente ida, me gritaba y gemía pidiendo que la follara más fuerte.

Continuamos así un rato, pero yo necesitaba más, quería mas de su cuerpo. La tumbé boca arriba, y después de restregar mi polla contra todo su cuerpo, desde su boca, pasando por sus tetas, empapadas de sudor, hasta su coño abierto y húmedo, comencé a follarla sujetándola de las piernas primero, luego tomándola de su culo, empujándola contra la cama en un movimiento cada vez más rápido. Ella me cogía de los huevos mientras nos besábamos y lamíamos, sin parar de decirme cuanto le estaba gustando mi polla.

Al borde del climax, la miré y le pregunté, sonriente, si se portaría como una buena alumna, a lo que ella me respondió "si, profe, quiero ser tu mejor alumna". Entonces yo le dije que quería correrme en su boca.

Ella me miró un tanto confundida, y me dijo que nunca dejaba que se corrieran en su boca. A mí, tan cachondo como estaba en ese momento, poco me importaba aquel comentario, así que le dije "este es el precio, cielo, y lo vas a pagar, quieras o no...". La tomé de la cabeza, y poniendome de rodillas frente a ella, la hice incorporarse mientras introducía literalmente mi polla en su boca. La poca resistencia inicial se hizo nula después de unas cuantas embestidas, y al cabo de poco tiempo estaba tragándose entera mi polla, hasta la base, acariciándome al tiempo los huevos hasta llegar a mi culo, por el que introdujo un dedo bien ensalivado.

Aquello fue el colmo, y entre gemidos, le dije "me corro", mientras sujetaba su cabeza contra mi polla. Apenas pudo apartarse un poco, así que el chorro caliente de mi polla aterrizó primero en su boca y luego toda su cara, pero ella siguió chupando y chupando hasta dejarme completamente seco. Lo estaba disfrutando. Ella se relamía y recogió cada gota que quedaba por su cuerpo, restregándose mi leche por su cara, sus tetas, hasta dejarme completamente seco.

Con su cara de niña buena, aún arrodillada frente a mí, me preguntó, sonriéndose, "¿te ha gustado, profe? ". Yo casi no podía moverme, estaba aún disfrutando de aquel polvazo que me había proporcionado mi alumna, así que apenas pude si no sonreir, y tumbarme a su lado, muerto de placer.

Al cabo del rato, me sacó de la cama, diciéndome que su hermana iba a llegar, y que no debería vernos aquí, así que recogí mis cosas y me marché. Concertamos seguir dando "clase" en los siguientes días, con lo que aquella aventura se repitió hasta finales de mes, cuando Cristina volvió de sus vacaciones y volvimos a ser tres en clase. Pero eso ya es otra historia...