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Jorge y Edith, el inicio

en Erotismo y Amor

Conocí a Jorge por Internet, al verlo en un directorio de participantes, desde un principio me agradó el aire de inocencia en su rostro, yo tenía 19 años, y buscaba a alguien joven. Le envié un correo electrónico, dudando que realmente funcionara. Pocos días después descubrí que me había respondido. Quería conocerme ya que vivimos en la misma ciudad, pero yo quise ir un poco más lento.

Nos hicimos buenos caber-amigos, nos compartimos los números telefónicos pero ninguno de los dos se atrevía a llamar. Una tarde me decidí y marqué su número…

-¿Bueno?

-¿Hola? ¿Jorge?

- Sí, ¿quien habla?

- Hola! Soy Edith! Del e-mail.

- ¡Ah! ¡Hola! ¡Qué sorpresa! No pensé que llamarías

Hablamos unos minutos, reímos nerviosos y quedamos de encontrarnos en un restaurante cercano, un jueves, a las 6:30 PM. Le dije que llevaría puesto un pantalón negro y un suéter morado, y el me dijo que me esperaría puntual.

El jueves llegué tarde, fue fatal. Hacía mucho calor y yo llevaba el dichoso suéter en el brazo. Al llegar a la entrada del restaurante vi a lo lejos a un hombre sentado en una banca de parque, que me sonreía. Lucía diferente en persona, un poco mayor, en ese tiempo tenía 22 años, y corría el año de 2003. Me acerqué temerosa, no quería hacer el ridículo confundiéndolo con otra persona. Se levantó cuando llegué frente a él y me sonrió, nos saludamos con un beso en la mejilla. Al escuchar su voz caí en la cuenta de que sí era él. Me invitó a pasar al restaurante y pedimos un café.

- Así que tú eres Edith.- Comenzó, con una enorme sonrisa que siempre lo ha caracterizado.

- Sí, así es…- Respondí, sonriendo.

Estuvimos tres horas en el restaurante, platicando de todo un poco y bromeando. Debo confesar que desde esa tarde me atrajo mucho. Dando las 9:30 PM salimos de ahí, mamá llegaría del trabajo y yo me había salido sin permiso. Me ofreció llevarme a casa, en el camino platicamos más y el tiempo pasó muy rápidamente. Al llegar recargó el brazo en la ventanilla y se apoyó la mejilla, lo que lo hizo ver muy atractivo.

- Me gustó nuestra plática, ¿te gustaría que nos viéramos de nuevo?

- Sí, pero mis papás son estrictos. Mejor te digo por mail cuando puedo ¿ok?

- Bueno.- Respondió él, un poco desilusionado

Pasaron unos días, por mail nos confesamos que nos gustábamos. Volvimos a salir una ocasión, ya no puede evitar la tentación y de cuando en cuando me rezagaba al caminar, bajaba la mirada y miraba ese hermoso par de nalgas, redondas, firmes, presas bajo el pantalón. Él volteaba y seguía bromeando, aún no sé si fingía o realmente no había descubierto mis travesuras.

La tercera vez que salimos, por fin nos hicimos novios, cada uno fingía inocencia (tiempo después descubrimos que ambos ya teníamos cierta experiencia sexual, aunque no muy buena), pasamos una hermosa tarde y al final del día me dejó frente a mi casa, platicamos dentro del auto, tomados de la mano, ninguno daba el paso siguiente. Comenzamos a despedirnos, y no se animaba, hasta que yo ya no pude más…

-¿Me das un beso?- Pedí

El se acercó, como esperando ya ese momento, nos besamos ardientemente, su mano se posó sobre mi vientre, y sus dedos se aventuraron unos centímetros bajo mi blusa ombliguera, fueron minutos muy silenciosos, sólo escuchábamos nuestras respiraciones. Mi corazón latía a mil, al mismo ritmo que mi sexo, pero claro, era demasiado pronto. El momento mágico terminó, y nos despedimos al fin.

A lo largo de tres meses salimos como cualquier pareja, besos y abrazos eran nuestras demostraciones de afecto, claro que dentro de un auto esas caricias son más atrevidas. Una que otra mirada se fugaba más allá de lo permitido, nos excitábamos mutuamente, sin tocar zonas clave, pero insinuando el deseo de hacerlo. Nos deteníamos en un momento, y nada más.

Llegó el día en que él decidió mostrarme su casa. Vive solo desde hace mucho tiempo, argumentaba que por independizarse de sus padres. Se trata de un apartamento modesto, pero tranquilo y sin interrupciones, ideal.

Cenamos sencillamente, galletas con atún, recuerdo. Y nos sentamos en el sofá. Al cabo de un rato comenzamos a besarnos, besos largos y apasionados, una de sus manos acariciaba mi cintura, por debajo de la blusa, y con el otro brazo me rodeaba, atrayéndome hacia él. La excitación subía, a cada momento, nuestras respiraciones se agitaban aún más. De momento se separaba un poco, me miraba, yo en silencio le daba luz verde con la mirada, y volvía a besarme con más intensidad, los labios, el rostro, el cuello. Nuestras lenguas jugaban deliciosamente en un compás de deseo y erotismo.

Nuestros encuentros furtivos en el auto habían llegado hasta ese límite, ya no más. Pero esa ocasión teníamos más espacio, y mejor aún, más tiempo. En un movimiento ágil y sorpresivo, se levantó y se montó sobre mí. Yo, sentada bajo de él, lo abracé aún más y su pecho rozó el mío. Entre besos largos y ardientes bajé mis manos a lo largo de su espalda, sentí como se estremecía con esa caricia, bajé hasta que por fin cumplí mi deseo, y acaricié largamente esas nalgas tan deliciosas que se antojaba morderlas.

Jorge se pegó aún más a mí, y de pronto sentí cómo un enorme bulto me aprisionaba el vientre, muy por debajo, encendiéndome inmediatamente. Ahogué un gemido y él se dio cuenta, comenzó a moverse de atrás hacia delante, frotándose con mi sexo, que latía húmedo y urgente por ser acariciado. Bajó sus labios a mi cuello, esa caricia siempre me agradó mucho, y sus manos se fugaron hasta mis pechos, completamente endurecidos, sintiendo cómo los pezones intentaban a toda costa salir de su prisión.

No fue brusco, al contrario, los trató con tanta delicadeza, como quien toca un par de palomas dormidas. Me besaba y acariciaba con adoración, con sutileza, en ese momento descubrí que no era tan inexperto después de todo, sabía perfectamente lo que provocaba en mí, y aún más cómo incrementarlo.

Se levantó, lo miré desconcertada, me tomó de las manos y me ayudó a levantarme. Yo no sabía exactamente qué buscaba. Se sentó en el sofá y me jaló para que ahora yo lo montara, comprendí que ahora era mi turno. Me puse de rodillas sobre él, posando completamente mi sexo sobre su miembro, completamente hinchado y duro bajo el pantalón; sentí la presión sobre mi vagina, de no ser por la ropa, me hubiese penetrado en ese preciso momento. La idea me encendió aún más y lo besé con pasión, el seguía acariciando mis senos, ahora bajo la blusa, y con sus dedos trataba de hacer a un lado el sostén que los tenía presos. Al cabo de unos minutos, decidí tomar la iniciativa y desabotoné mi blusa, el me miró, sonriendo, y cuando me hube desabrochado el sostén, tomó mis firmes tetas entre sus manos, y mamó magistralmente esos pezones duros y erectos que pedían a gritos ser besados. Me movía de atrás a adelante, y en círculos, sintiendo cómo latía desesperadamente su pene, ansioso de entrar en un lugar más húmedo y caliente. Pero…

Por ese día habíamos llegado muy lejos. Dulcemente nos detuvimos, casi al mismo tiempo; nos sonreímos con complicidad, y nos volvimos a besar, con ternura, suavemente, me bajé de esa deliciosa montura y abroché mis prendas superiores. Conversamos un rato, nos confiamos la atracción que nos unía. Y dejamos en entredicho que tal vez… tal vez… En otra ocasión podríamos continuar