Él la tomó de la cintura y se la acercó con furia. Ella debía
entender que solo él sería su dueño. Ese era su deseo.
Ella deseaba tocarlo, rozar su miembro enardecido con la punta de su dedo,
enredar su lengua en su zona mas sensible. Pero él dijo NO.
Ella obedeció. Nunca obedecía, pero esa noche decidió
obedecer.
Dejó caer su cabeza hacía atras. Dejó amarrar sus finas muñecas, y quieta e
inmutable, se entregó a un palcer silencioso.
Un par de dulces gemidos le brotaron de la comisura de los
labios. La garganta se le abrió involuntariamente y un grito de placer deseó
salir de su perversa prisión.
Pero él ordenó. SILENCIO.
Sus dedos delinearon el límite de su ropa interior. Un
cullotte rojo, cabado y suave.
Acarició su sexo por encima de la tela, lo rozó con suavidad sientiendo como la
prenda se humedecía ligeramente.
Ella abrió los ojos y quiso desamarrarse. Pero él mucitó QUIETA.
Pellizcó suavemente sus pezones. Su mano bajó por su abdomen
y se perdió dentro de aquel cullotte empapado con un néctar deliciosamente
blancusco y espaso.
Sus dedos juguetearon con los vellos de una pelvis caliente y deseosa. Estaban
cortos y dejaban al descubiertoun clitoris rosado y latente. Él lo rozó
levementecon con la punta de su dedo índice y ella nuevamente deseo librarse de
ese pañuelo que sujetaba sus muñecas.
Quiso masturbarse delante de los ojos libidonosos de él.
Tubo el atrevimiento de hablar, de suplicar, de solicitar un único deseo.
Él nuevamente dijo No.
Se le acercó lento y la tomó fuertemente de la cabeza. Sólo su aliento los
separaba. Sonrió maliciosamente y volvió a ordenar. LAMEME.