miprimita.com

Maestros de la Perversión: 2 El depravado arte

en Control Mental

Aunque a Oscar le irritara lo riguroso de su método, debía admitir que David siempre estaba en lo cierto. No habían pasado ni dos días y Oscar volvía a tener noticias de Victoria. "Cuanta razón tiene el condenado" pensó Oscar después de leer el contenido del mensaje enviado por Victoria. El mensaje era bastante explícito, en el cual Victoria invitaba a cenar en su apartamento a Oscar y David esa precisa noche, mencionando, oportunamente, que su amiga no estaría esa noche en el apartamento. Se le hacía la boca agua solo de pensarlo, pero no le gustaba la idea de compartir a la chica con su socio, así que decidió callárselo y disfrutar él solito de la velada con Victoria. Ya habría tiempo de poner al corriente a David, primeramente Oscar gozaría de ella.

Habitualmente Oscar vestía con elegancia, gustaba de ostentar y para ello no escatimaba en gastos. Para la ocasión había elegido una vestimenta informal aunque estilosa, y para acompañar la cena traía una botella de caro champagne. Pulsó el telefonillo, accedió al portal. Era la primera vez que visitaba el bloque de apartamentos así que tardó en encontrar el apartamento de Victoria. Golpeó la puerta, pero ya estaba abierta. En el interior reinaba la penumbra, cerró la puerta tras de sí. Entre que no conocía el lugar y que apenas podía vislumbrar por la falta de luz, avanzaba a tientas como podía. Alguien había abierto la puerta del apartamento, y sin embargo, el piso parecía desierto. Cuando Oscar ya se daba por vencido, el tacto de unos dedos sobre su hombro le hicieron girarse. Tenía la intención de saludar, pero Victoria le atrajo violentamente hacia su boca sin mediar palabra. La joven le recibió con un fogoso lametón, luego hizo una pausa y obsequió con una mirada de hambrienta loba al boquiabierto Oscar, tras lo cual, ella le atizó un apasionado beso con lengua.

Ese brutal comienzo había conseguido enderezar su miembro, y Victoria notando el bulto, considerada ella, desabrochándole el pantalón y deshaciéndose del slip, liberó de su confinamiento al palpitante órgano. No le debió parecer en su plenitud, pues la joven comenzó a estimularle el hinchado miembro con rítmicos meneos de su mano, mientras que terminaba de desnudarle por completo. Oscar no sabía como había llegado a parar a la cama, un torbellino le había arrastrado hacia allí; entonces se fijó en ella, solamente llevaba una braguita negra de rejilla y un sujetador negro a juego. La breve contemplación se interrumpió cuando Victoria se abalanzó, otra vez, sobre Oscar. Él estaba tumbado sobre la cama, ella se colocó a la altura de su cintura y clavó su coño, con un grito, sobre la dura polla de Oscar. Estaba cabalgando sobre él, y con cada movimiento de su pelvis, Oscar creía desfallecer de placer. Justo antes de sobrevenirle el orgasmo, Oscar recordó a la antigua y cándida Victoria, y al abrir los ojos se topó con la imagen de una auténtica y desbocada fiera que le invitaba a degustar sus apetecibles pechos; no pudo contenerse más y descargó.

La libidinosa actividad se prolongó indefinidas horas. Oscar había perdido toda noción del tiempo durante la maratoniana sesión, transportado por una diosa del sexo a la cima del placer. Si Lucía, compañera de piso de Victoria, no se hubiera presentado en el apartamento, quizá la maratón carnal se hubiera dilatado aun más. En cualquier caso, exhausto pero infinitamente satisfecho, Oscar se marchó del apartamento, no sin antes asegurar a Victoria que, lo más pronto posible, volvería para repetir la experiencia. Lucía lanzó una mirada de desprecio a Oscar cuando le vió abandonar el piso. Conduciendo al encuentro de su socio, Oscar esbozaba una sutil sonrisa de satisfacción.

Un trimestre, ese era el espacio de tiempo en el cual Lucía no había vuelto a saber de Victoria. Había desaparecido justo antes de comenzar el período de éxamenes, sin explicación alguna y repentinamente. Siendo su mejor amiga, Lucía, trató de contactar con ella y localizarla. Sus esfuerzos fueron en balde. Al principio llamaba a su móvil cada día pero sin resultados; con el transcurso de las semanas se puso en contacto con su familia que tampoco sabía nada al respecto; por último decidió denunciar su desaparición. No tenía pruebas, solo se podía basar en especulaciones, pero sospechaba que Oscar tenía mucho que ver en la desaparición de su amiga. No obstante, un día de Agosto, Lucía recibió un mensaje de texto de su amiga Victoria. La citaba en un local a una determinada hora sin más señas.

Lucía llegó al local con cierto retraso, desconocía por completo la zona. Buscó entre los rostros de las personas sentadas en la terraza, no la vió. Penetró en el interior del local y allí tampoco la encontró. Volvió a salir al exterior, y entonces, reparó en una mano cuya dueña gesticulaba para llamar su atención. Escrutó su rostro, era Victoria, aunque algo cambiada de como la recordaba. Se aproximó hasta la mesa en donde Victoria se adelantó a saludarla, más que afectuosamente, con dos besos en las mejillas. Las dos amigas no podían contrastar más. Por un lado, Victoria vestía una minifalda vaquera y un ajustado top rojo que no cubría su terso vientre; calzaba unos botines negros que estilizaban su figura; lucía un maquillaje con tonos oscuros y unos labios pintados de un intenso morado. Por el otro, Lucía portaba un largo blusón de estética hippie que le llegaba hasta las rodillas; llevaba unas cómodas sandalias y no exhibía maquillaje alguno; dorados mechones de su pelo le caían sobre el rostro de una forma muy natural.

- ¿Dónde demonios has estado estos últimos meses?, ¿porqué no me dijiste nada? -preguntó Lucía a chorro tras tomar asiento.

- He estado muy liada -contestó con simpleza Victoria.

- ¿Eso es todo? -dijo Lucía fijando su nerviosa mirada en los ojos de su amiga, como tratando de descifrarla- Te marchas un día por las buenas, sin avisar, dejándome tirada con el alquiler a pagar, desapareces durante tres meses, y todo lo que se te ocurre decir es que estabas liada -recriminó Lucía con un crescendo en su tono según avanzaba en sus reproches.

- Ya, bueno... ¿Sabes que ahora trabajo? -repuso Victoria sin inmutarse, con esa bobalicona sonrisa que se había instalado en su cara.

- ¿Cómo que trabajas! ¿Y los estudios?

- ¿Estudios...? -vaciló Victoria mientras posaba su dedo meñique en su labio inferior- Ah, sí, eso..., no lo necesito para trabajar.

- Estás bromeando, ¿no?, dime que sí. Nos conocemos desde hace diez años, tu sueño siempre ha sido estudiar medicina, igual que el mío, ¿cómo puedes decir eso ahora?

- Verás, he conocido a unos chicos estupendos, y trabajo para ellos -reveló Victoria gesticulando con emoción.

- Estás tan cambiada... -dijo Lucía al mismo tiempo que miraba las abultadas protuberancias de su amiga.

- ¿Te gustan?, son un regalo de Oscar. Me encantan, ¿quieres tocarlas? -dijo Victoria estrujando sus nuevas y hermosas tetas.

- ¡No! -exclamó ofendida y retrocedió- Tú no puedes ser Victoria, ella nunca se comportaría como tú -vituperó entremezclando odio y pánico en su mímica.

- Cálmate, chica, claro que soy yo. Bueno, ya que no estuve en tu cumpleaños, en compensación, tengo una sorpresa preparada, pero te la daré luego -anunció con intriga- Ahora pidamos algo de beber.

Las palabras conciliadoras de Victoria sofocaron ligeramente la tensión coyuntural. Más tarde, la conversación pasó a ser un juego de preguntas, y respuestas evasivas, que tenían como protagonistas a Oscar y David. Aunque Lucía se empeñaba en sonsacar información acerca de ellos dos, su amiga no le facilitaba la tarea, y la estaba exasperando. Lucía fue un momento al servicio y volvió para continuar el interrogatorio; su amiga realizó un movimiento extraño justo al verla de vuelta. Pasaban los minutos y el diálogo parecía divagar de las intenciones de Lucía. La hippie no tenía un aspecto muy lucido, hacía tiempo que había comenzado a desvariar como lo hace un borracho. Literalmente estaba flipando, sus sentidos la engañaban, aunque pudo ver como Victoria hablaba con alguien por el teléfono móvil. Minutos después, dos hombres se presenciaron en la terraza. Con la poca consciencia que le quedaba, Lucía pudo distinguir unas palabras: "Menos mal que habéis venido, mi amiga no tolera bien el alcohol", "Nosotros te ayudaremos a llevarla hasta su casa".

Cuando recobró la consciencia comprobó que no se hallaba, precisamente, en su apartamento. En su lugar, estaba en una sala desconocida. Pero lo peor no era aquello, lo peor es que su cuerpo no le respondía, era incapaz de moverse. Al menos, su vista y audición no le habían abandonado. Creía estar sobre una camilla, aunque no podría asegurarlo ya que solo podía ver un alto techo. Se sentía indefensa y tenía ganas ganas de llorar. El sonido de pasos la alertó. Identificó el caminar de varias personas, el sonido se intensificaba, en esos instantes el terror de Lucía era inmenso. De pronto, la cara de un hombre entró en su limitado campo de visión. El hombre la analizó, y al pasar su mirada por los ojos de Lucía sonrió.

- Ha recuperado la consciencia -anunció una voz grave.

- Pues... comencemos el espéctaculo -dijo otra voz de hombre que le resultaba vagamente familiar a Lucía.

- Sé que puedes oírnos, aunque en esa posición no creo que vernos. Vicky, inclina la camilla para que pueda vernos -dijo el hombre que había hablado en primer lugar.

Según la parte superior de la camilla se elevaba, Lucía ganaba perspectiva, y se encontró con la siguiente estampa: dos hombres, uno bastante alto con una media melena de color castaño, y el otro era Oscar que ya conocía; luego se percató de la presencia de una tercera persona que resultó ser Victoria. Como no podía mover un solo músculo, su mayúscula impresión no fue patente para nadie más que para ella misma. El prominente hombre dió una orden a Victoria y acto seguido Lucía notó un pinchanzo en su brazo.

- Perdona que no me haya presentado antes, soy David -dijo cínicamente- Creo que ya conoces a Oscar, y por supuesto a Victoria, o como prefiere que la llamen ahora, Vicky. Mientras la droga hace efecto, te comentaré algunos detalles. Supongo que habrás llegado a la conclusión de que tu mejor amiga, Vicky, ha cambiado radicalmente y tal asombrosa transformación, digamos, no es natural. Yo y mi socio somos los artífices de la zorrita que es ahora tu amiga, ¿no Vicky? -y magreó a la mencionada que emitió una ligera risita- Ya ves que no tiene ningún reparo con su nuevo "estatus". No somos ninguna clase de monstruos, es más, nos consideramos una especie de terapeutas. De hecho, hemos liberado a Vicky de toda inhibición ya que iba camino de convertirse en una frígida, en buena medida por tu culpa, sí Lucía, tu culpa. Te conozco más de lo que desearías, conozco tu reprimida atracción por tu amiga y conozco la pérfida influencia que has ejercido sobre ella durante años. Pero, ¡basta de reproches!, te ayudaremos a aceptarte, a revelarte tu intrínseca condición. Con Vicky trabajamos a nivel subconsciente, lo cual nos llevó bastante tiempo; contigo lo haremos en una sola sesión. Deberías sentirte orgullosa por ser la primera en probar mi perfeccionada técnica, además contarás con la ventaja de estar consciente en el proceso. Te aseguro que no te forzaremos a hacer nada que tú no quieras. Créeme, vas a disfrutar mucho con el bombardeo de serotonina que, según mis cálculos, comenzará en breve.

En el transcurso del discurso, Lucía experimentó una creciente sensación de pánico. No podía dar crédito a lo que estaba escuchando, o no quería. De todos modos, estaba a merced de aquellos hombres ayudados por su mejor amiga. La escena era delirante, pero aun lo fue más para Lucía cuando la droga inyectada causó la producción masiva de serotonina en su sistema nervioso. Envuelta en un frenesí indescriptible de placer, la consciencia de Lucía se hallaba desprotegida, su "yo" estaba sumergido en una cascada de infinito bienestar. Los espasmos en el cuerpo de Lucía se sucedían, aquella era la señal que David estaba esperando.

- ¿Lucía puedes oírme? -preguntó David.

- Sí, puedo oírte -respondió Lucía, como hablando en sueños con los ojos cerrados.

- En primer lugar, quiero que sepas que puedes confiar en mí y en mi compañero Oscar.

- ¡Mentira!, sois los culpables de lo que le ha sucedido a Victoria -contestó con furia Lucía, aun con voz somnolienta.

- No, Lucía. Nosotros ayudamos a Victoria, ¿no quieres que te ayudemos a ti también?

- ¿Ayuda? -preguntó Lucía demostrando algo de flaqueza.

- Sí, ayuda, eso es lo que te ofrecemos ¿Es cierto que sientes algo más que amistad por Victoria?

- Sí -reconoció Lucía quitándose una losa de encima.

- Ves..., si aceptas tus propios sentimientos, te sentirás mucho mejor -dijo David con más intención de la aparente.

- Tienes razón -concordó Lucía en su estado de semiinconsciencia.

- ¿Sientes atracción sexual por las mujeres?

- Sí -respondió y experimentó, otra vez, una sensación de alivio.

- ¿Y por los hombres?

- Sí, también.

- ¿Amas a Victoria?

- Sí, la amo.

- Entonces, amas a la nueva Victoria -argumentó David tratando de confundirla.

- Amo a la nueva Victoria -se encontró diciendo Lucía.

- Por lo tanto, ¿puedes confiar en nosotros?, ¿no has podido comprobar cómo solamente tratamos de ayudarte? -dijo cambiando su tono hasta convertirlo en una súplica.

- Tratáis de ayudarme, puedo confiar en vosotros -cedió Lucía.

- ¿Te gusta el nuevo aspecto y personalidad de Victoria?

- Sí, no... no sé -dudó Lucía.

- Pero si la amas, ¿cómo no vas a quererla con lo coqueta que está?

- Sí, pero... parece una estúpida puta -contestó Lucía.

- ¿Y que tiene de malo parecer una puta estúpida?, ¿y si eso es lo que siempre quiso ser?

- No, ella era decente...

- Te equivocas, estaba reprimida, igual que tú lo estás ahora. Dime, ¿cómo te definirías?

- Soy una persona íntegra, independiente, sincera, decente...

- Vuelves a relacionar decencia con virtud, estás reprimiendo tu pulsión sexual. Admítelo, te gusta la nueva Vicky más que la antigua Victoria. Te excita su nueva imagen y reprimes tu deseo.

- ¿Me excita Vicky? -se preguntó Lucía- Sí, la antigua Victoria era una aburrida a su lado.

- Así me gusta, deja aflorar lo que sientes. Te gusta tanto Vicky que tú misma quieres ser como ella, quieres librarte de tus inhibiciones.

- Oh, sí, deseo liberarme.

- Quieres ser una putilla estúpida como ella, feliz y despreocupada, hambrienta de sexo.

- Umm, quiero ser una putilla estúpida hambrienta de sexo, feliz y despreocupada.

- Anhelas librarte de toda responsabilidad.

- Sí... no quiero responsabilidades.

- Ojalá alguien pudiera librarte del peso de decidir por ti misma.

- Ojalá alguien pudiera librarme de ese peso.

- Nosotros podemos hacerlo, yo y Oscar, puedes confiar en nuestro criterio ciegamente.

- Oh, sí eso sería fabuloso, me habéis ayudado tanto..., por favor, decidir por mí, os necesito.

- Por supuesto. Una última cosa, tu amiga Vicky quiere decirte algo -avisó David.

- ¿Me oyes Lucía? -preguntó entre risitas Vicky.

- Te escucho -dijo con voz estremecida Lucía.

- He pensado que Lucía es un nombre muy soso, qué tal si a partir de ahora te llamas "Lucy", ¿no suena divertido?

- Lucy, jijiji, me gusta.

David había disfrutado cada segundo de la sublime experiencia, no había sensación comparable a la que le embargaba en aquellos momentos después de corromperla. En cuanto a Oscar, sus sensaciones se manifestaron en una descomunal erección, que la solícita Vicky se encargó de azuzar con una primorosa felación. Como todavía restaban horas para que Lucy se recobrará de su ensueño, los hombres se marcharon dejando al cargo de la situación a Vicky. Antes de irse, David le dijo a Vicky: "En la libreta tienes escrito lo que debes decirle a tu amiga mientras permanezca drogada, límitate a lo que pone. Ah, y nada más despertar Lucy, regálala una buena sesión de sexo, te lo agradecerá".

Al día siguiente, temprano como de costumbre, David irrumpió en su sala de trabajo. Encontró los desnudos cuerpos de dos mujeres, uno delgado pero voluptuoso (el de Vicky) y otro más entrado en carnes con pronunciadas curvas (el de Lucy). Las jóvenes estaban enfrascadas en un juego de tiernas y sensuales caricias. David no quería interrumpirlas, pero ellas se percataron de su presencia. Entonces, unos oscuros ojos, por primera vez, le miraron con una devoción tal, que solo tenía parangón con la que le profesaba Vicky. Obviamente, se trataba de la mirada de Lucy, quien se levantó y se lanzó a correr en dirección a David.

- Tranquila -dijo David interponiendo su mano entre él y Lucy.

- Quiero agradecértelo -rogó Lucy con una mirada suplicante.

- No es el momento -dijo el siempre frío David- Tengo que atender negocios más urgentes, solo venía para recoger unos documentos.

- No es justo -repuso Lucy infantilmente.

- En unas horas vendrá David a recogeros. Él se encargará de llevaros de compras y pasearos un poco. Mientras tanto, entreteneros como gustéis.

(Varias semanas después)

- Oscar, de verdad, tienes una curiosa fijación con las operaciones de estética.

- ¿Y...? Además las hace tan felices, ¿quién soy yo para negarles un capricho? -adujo Oscar con socarronería.

- No trates de disimularlo. Quien más disfruta de ello eres tú.

- Es posible. Pero no me negarás que tengo buen gusto ¿Has tenido la oportunidad de saborear los flamantes morros de Lucy?

- La verdad es que no.

- Pues deberías. Sé que casi siempre estás muy ocupado investigando, pero deberías dedicar más tiempo a nuestras pequeñas putitas, las tienes tan desatendidas...

- Simplemente, al contrario que tú, entre mis prioridades no destaca el follármelas día tras día.

- Tú mismo. Por cierto, esta mañana, Vicky y Lucy me han pedido que fuese con ellas a una discoteca de moda, y me imploraron que tú vinieses también. ¿Qué me dices?

- No me apetece, detesto esa clase de ambientes.

El disco solar emitía los últimos rayos de luz, que bañaban de un matiz rojizo la habitación donde David trabajaba infatigablemente. El crepúsculo claudicó a la oscuridad. Sumergido en la penumbra continuó con su tarea. Dos sinuosas formas penetraron en el dominio del esforzado trabajador. David sorprendió a las fisgonas, Lucy y Vicky, conjuntadas, de idéntica forma, con una suerte de uniforme de enfermera bastante escueto.

- ¿Qué queréis? -preguntó David sin deferencia.

- Pensamos que necesitabas relajarte -dijo Lucy con su tono más sugerente.

- Estoy ocupado.

- Vamos, tómate un respiro -dijo Vicky que había comenzado a dar un masaje en el cuello a David.

Aquellas manos diestras habían conseguido lo que las palabras no habían podido, relajar a David. No tenía elección, así que se dejó llevar. En cuestión de segundos, Lucy lamía amorosamente el aun flacido miembro de David que no tardaría en robustecer. Mientras tanto, Vicky desnudó el torso de David, y comenzó a acariciarlo con deseo. En un determinado momento, Lucy se postró a cuatro patas, ofreciendo sus aberturas y gritando: "Embísteme". Semejante reclamo hizo enloquecer a David, que poseído, la penetró violentamente. Después de quedar más que saciado, David escuchó decir a Vicky: "Y bien, ¿querrás acompañarnos esta noche a la discoteca?". David no pudo evitar reír con estrépito y afirmó con la cabeza.

La puerta del local estaba tomada por la muchedumbre, se trataba de la discoteca de moda, desde luego. Tras soportar una ingente cola, los cuatro se dispusieron a entrar, aunque los porteros con aspecto de gorila se cruzaron en el camino de los dos hombres. Oscar solucionó el problema con una generosa propina. La discoteca era amplia, con una estética chic y moderna. A diferencia del exterior, allí dentro no había demasiada gente. Los chicos escogieron una mesa y enviaron a las chicas a por las bebidas. Pronto apreciaron que, en el interior del local, había bastantes más féminas que varones. Un grupo de ellas fijó su atención en dos atractivos hombres, aunque sus ilusiones se desbarataron cuando dos jóvenes hembras se arrojaron sobre ellos. Lucy y Vicky no tenían la intención de compartirlos con nadie, y tras ahuyentar a sus competidoras, salieron a la pista de baile. Desde la posición elevada en que se encontraba su mesa, los hombres observaban el erótico baile con el que se deleitaban Vicky y Lucy. No obstante, en otro lugar de la pista se formó un algarabío. El espéctaculo consistía en un descocado trío de bellezas que parecían divertirse captando las miradas de todo el personal. Oscar y David intercambiaron una mirada cargada de complicidad, las palabras estaban de más.

Después de un largo cuchicheo entre los cuatro, Vicky y Lucy se aproximaron al citado trío con el propósito de entablar conversación. En un corto espacio de tiempo, David, Oscar, Lucy, Vicky y las tres bellezas charlaban animadamente en torno a una mesa. La más alta de ellas se llamaba Ana, tenía veinticinco años y trabajaba de azafata; físicamente era esbelta, con unos pómulos marcados, ojos color miel y una espléndida melena castaña. A su lado izquierdo se hallaba una de sus amigas, Rosa se llamaba, menuda y con una sobresaliente delantera; confesó ser una estudiante de periodismo. Situada en un extremo de la mesa, Carmen, la más joven, parecía haber conectado con Vicky y Lucy. La noche se desarrolló entre risas y alcohol. Entrada ya la madrugada, a excepción del sobrio David, en todos los demás el alcohol había hecho mella. Ni siquiera se tuvo que ofrecer, llegado el momento del cierre, las tres mujeres pidieron al único sereno que las llevase hasta sus respectivas casas. Como un bizarro caballero, David aceptó ayudar a las damiselas.

A pesar del espacioso interior del lujoso coche de Oscar, no fue fácil acomodar a las cinco mujeres que se ubicaron en los asientos posteriores. David conducía el coche y Oscar estaba a su lado, a sus espaldas un jolgorio acontecía, causado por las alcoholizadas jóvenes. Antes de arrancar, David anunció: "Antes de llevaros hasta vuestras casas, tengo que ir a recoger unos documentos al lugar donde trabajo". No estaba seguro de si sus invitadas se habían enterado de lo dicho porque siguieron jugueteando entre ellas sin prestar atención, así que puso rumbo al polígono industrial. Aparcó el coche, los hombres bajaron. Las invitaron a pasar dentro con el pretexto de ofrecerlas un café bien cargado. Con un andar cómico, las chicas recorrieron las instalaciones hasta que David les dijo que esperasen sentadas en una sala con tres grandes sillones de piel. Los hombres volvieron con los prometidos cafés que prestas ingerieron Ana y Carmen, mientras que Rosa rechazó beber el suyo. Después de eso, David propuso enseñar a sus invitadas la totalidad del recinto. Llegaron a una gran sala cuadrangular que inspeccionaba con avidez la curiosa Rosa, sus amigas estaban en un estado deplorable. Rosa comenzó a curiosear por la habitación sin percatarse de que sus amigas habían caído inconscientes segundos antes. Preguntó a David acerca de su trabajo, no obtuvo respuesta, unas manos sujetaron sus brazos y seguidamente un trapo impregnado de un fuerte olor a cloro la hizo perder el conocimiento.

Se despertó sumamente aletargada, débil, escasa de fuerzas siquiera para incorporarse. Estaba tendida sobre la camilla que había visto antes en aquella enorme habitación. No sabía el tiempo que había permanecido dormida, podrían ser minutos, horas o incluso días. Sus nebulosos sentidos no la ayudaban en absoluto, de pronto veía borrosas siluetas de pesadilla que oía agudas y distantes voces. Era como una resaca pero multiplicada por cien. Gradualmente recuperó el dominio de sus sentidos y advirtió la presencia de dos cuerpos maniatados e inconscientes, sus dos amigas. Aun estaba demasiado debilitada como para levantarse, menos para huir, pero temía que su vida y la de sus amigas estuviesen en peligro. Realizó un patético intento para levantarse pero le fallaron las fuerzas.

- Buen intento -dijo David mientras aplaudía- Chicas, sujetadla los brazos -ordenó a sus ayudantes- Esta joven tiene ímpetu -añadió.

- ¡Soltadme! -gritó con todas sus fuerzas Rosa quedando extenuada.

- Cálmate, no te vamos a hacer ningún daño -declaró David tratando de apaciguar al basilisco que resollaba estertoreamente- Ni a ti, ni a tus amigas, os va a pasar nada malo -siguió explicando a la vez que preparaba una jeringuilla- Quiero que sepas que esto es todo un reto para mí, ¡tres de una tacada!, en cuanto os ví supe que estabáis predestinadas para mí -confesó medio en broma, medio en serio- Aunque me habéis costado un persistente dolor de cabeza con vuestra aburrida cháchara pueril, y encima tuve que fingir interés en vuestros chismes. Detesto fingir -David estaba peligrosamente cerca de ella amenazándola con la jeringuilla- Empezaré con el plato fuerte, en fin, no me dejaste otra opción al rechazar el café -inyectó la droga en la joven.

Tras unos minutos de espera llegaron los espamos. Vicky y Lucy soltaron a Rosa, ya no iba a oponer resistencia. Rosa, involuntariamente, cerró los párpados, se sumió en un estado de semiinconsciencia. David, pacientemente, esperó un poco más a que las hormonas actuasen.

- Rosa, ¿me escuchas? -preguntó protocolariamente David.

- Te escucho -respondió mansamente la veinteañera.

- (Bien, no parece hostil, la mejorada droga ha dado el resultado que esperaba) -reflexionó David- Es muy importante que cooperes, ¿vale? -tanteó David.

- Vale -respondió Rosa.

- Estudias periodismo así que supongo que eres una chica inteligente, ¿no? -la elogió David.

- Sí -respondió sucintamenta al mismo que una sonrisa de complacencia se perfilaba en su rostro.

- ¿Te consideras guapa? -preguntó David.

- Sí, mucho -respondió con sinceridad Rosa.

- De veras que lo eres -reafirmó su ego con un cumplido- Y te gusta sentirte deseada, ¿no?

- Sí, jiji -reconoció con una breve risita nerviosa.

- No te avergüences. Eres una belleza y estás en tu derecho de exhibirte -bramó con pasión David.

- ¡Sí!, estoy en mi derecho -manifestó con pleno convencimiento.

- Debes tener muchos admiradores... -insinuó David.

- Unos cuantos, pero todos son una panda de patanes -confesó con desaire la muchacha.

- ¿Porqué no los consideras dignos de ti? -interrogó con franco interés David.

- Simplemente, no están a mi altura intelectual, me aburren -desveló Rosa.

- En cambio disfrutas captando su atención, ¿no es eso una pequeña contradicción? -la aguijoneó David.

- ¿Porqué iba a serlo?

- No te engañes ¿Crees que tu belleza serviría de algo si no fuese adulada por aquellos a quienes llamas patanes? Admítelo, necesitas sus halagos.

- No..., me niego a aceptarlo -dijo algo quebrada la joven.

- Te refugias en tus excusas. No eres especial, ni más inteligente. Tú único valor es tu belleza -la desarmó David.

- ¿No soy nada especial?, entonces mi belleza es lo único que me queda -se consoló Rosa.

- Eso es, aférrate a tu belleza, explótala, gózala sin inhibiciones, es todo lo que tú eres -la guió David.

- Sí, mi belleza lo es todo para mí.

- Pero no olvides que te debes a los hombres, a quienes te admiran, sin ellos no eres nada.

- No soy nada si no me admiran.

- Por lo tanto, tienes que hacer todo lo posible para complacerles y llamar su atención.

- Tengo que complacerles y hacer todo lo posible por atraer su atención.

- Porque esa es tu razón de ser, la que siempre negaste, agasajar a los hombres.

- Ya lo entiendo, mi belleza sólo es un instrumento para mi verdarera vocación, complacer a los hombres.

- Eso es mi adorable guarrilla.

- Tu adorable guarrilla... -repitió como fascinada.

Había acabado con ella, la que, en un principio, presumía ser la más complicada de persuadir. El proceso de deconstrucción había sido todo un éxito. Con un regusto de satisfacción, David peinaba con sus largos dedos el sedoso pelo de la adormilada joven, observando su armoniosa tez. No disponía de mucho tiempo para distracciones, por lo que, acto seguido, ordenó a Vicky y Lucy que trasladasen el cuerpo de Rosa a una habitación próxima donde seguiría asimilando "conceptos" a través de una grabación sonora. Las dos restantes estaban sedadas y lo seguirían estando durante largo rato. Eligió a la más joven y ligera, en buena parte porque no quería cargar un gran peso ya que Oscar no le podía ayudar a causa de que estaba durmiendo la mona. La posó sobre la camilla, ella no aparentaba superar la veintena, todavia poseía rasgos de niña aunque sus curvas indicaran una cierta madurez. Primero la inyectó un estimulante para despertarla y posteriormente procedió con su experimental droga. Una vez más, la sintomatología revelaba la eficacia del fármaco. Era el turno de la jovencita.

- Carmen, ¿me escuchas? Te voy a hacer unas preguntas y quiero que colabores -dijo David en un tono amable.

- Sí -respondió lacónicamente con su dulce voz.

- Has congeniado un montón con Vicky y Lucy, ¿no es cierto? -dijo David tratando de mostrarse cercano.

- Sí.

- ¿Qué tienes en común con ellas?

- Tenemos la misma edad, somos bonitas, nos encanta bailar, presumir de nuestro físico y... -se paró dubitativa.

- Adelante, no te reprimas -la incitó David.

- Y... nos masturbarnos -confesó atropelladamente.

- ¿Tanto revuelo para eso?, si es un acto muy natural.

- Pero pocas mujeres admiten hacerlo.

- Tabús sociales. La cuestión es que has conocido a dos chicas, Lucy y Vicky, que disfrutan tanto como tú de su sexualidad, y eso te alivia y reconforta.

- Me alivia y reconforta -repitió en un suspiro.

- Y además de masturbarte, ¿has mantenido relaciones sexuales con otras personas?

- Sí, con mi ex novio, pero nunca fue capaz de producirme un orgasmo.

- Es una lástima porque... con lo que disfrutas del sexo...

- Con lo que disfruto del sexo...

- Que no puedes dejar de pensar en follar -la encauzó David.

- Que no puedo dejar de pensar en follar -repitió Carmen.

- Y anhelas descubrir el placer de una buena follada.

- Anhelo descubrir el placer de una buena follada.

- Por eso eres una zorra insaciable anhelante de placer, te consume el deseo de follar.

- Soy una zorra insaciable anhelante de placer, me consume el deseo de follar -dijo lascivamente Carmen.

Concentrado en la chiquilla, no reparó en el bulto que se revolvía histéricamente a ras de suelo. Precisamente después de finalizar con Carmen, hizo acto de presencia Oscar con evidentes signos de resaca. "Vaya, me he perdido buena parte del espéctaculo" se lamentó Oscar. David señalo a una cámara de vídeo y dijo: "Ya sabes que me gusta repasar las sesiones, luego lo veremos juntos". David pidió a Oscar que llevase a Carmen a la sala de adiestramiento y, solo entonces, advirtió el lento reptar de la maniatada y amordazada joven.

- Te has despertado antes de lo previsto. Mea culpa, eres más corpulenta que tus amigas, necesitabas una dosis mayor de sedante -explicó con suficiencia- No sé lo que habrás visto u oído, pero tus ojos delatan tu pánico -decía mientras Ana se había quedado paralizada mirándole con horror.

- Sólo queda ésta, ¿no? -dijo Oscar que había vuelto tras realizar el traslado.

- Inmovilízala -ordenó David a Oscar.

- Mmm... -Ana luchaba con denuedo aunque inútilmente.

- Dudo que sepas qué es la serotonina, pero, para que te hagas una idea, te diré que se conoce como la hormona del placer -dijo después de inyectarla la droga- Lo interesante de esa sustancia es que, en grandes cantidades y junto a otros neurotransmisores, provoca un estado de placer y tranquilidad amén de facilitarme el acceso y manipulación de tu conciencia -se jactó David- No te abrumes por lo que te he dicho, preocúpate solo de disfrutar.

Lo último que quería, tras escuchar esas palabras, era ceder y dar la razón a aquel despreciable hombre. Sin embargo, ella no ejercía ningún control sobre su metabolismo y, en cuestión de minutos, una implacable sensación de bienestar la inundó por completo, sustrayéndola de toda realidad. Cerró los párpados y las contracciones musculares sobrevinieron al rato. David tuvo una ocurrencia, en lugar de colocarla sobre la camilla, decidió tumbarla sobre el diván (intencionadamente decorativo) mientras él se sentaba en un sillón próximo, todo esto con la idea de simular una sesión de psicoanálisis.

- Ana, ¿puedes escucharme? -preguntó David metido en su papel.

- Sí, te escucho.

- ¿Querrás responder a unas preguntas?

- Sí.

- Eres la mayor de tus amigas, Rosa y Carmen, ¿no?

- Cierto.

- ¿Podrías resumirme tu relación con ellas? ¿Porqué sois amigas? -curioseó David

- Rosa es una amiga de la infancia, siempre nos hemos compenetrado bien. Y Carmen es una prima mía, buena chica y divertida -explicó sin entrar en detalles.

- Pareces la líder de tus amigas, ¿me equivoco?

- No, soy la líder.

- Hmm -pensativo rascaba su perilla- Eres auxiliar de vuelo, supongo que habrás viajado mucho, ¿disfrutas con tu trabajo?

- Lo detesto, es insufrible -admitió sin tapujos.

- ¿Porqué ejerces de azafata entonces?

- Trato de pescar a algún piloto -reveló sin pudor.

- ¿Porqué pretendes "pescar" precisamente a un piloto?

- Porque gana mucho dinero, yo dejaría de trabajar, podría pagarme mis caprichos y además pasaría largas temporadas fuera de casa -relató con detalle como si lo hubiera planeado todo maquiavélicamente.

- ¿No te avergüenza reconocer que eres una materialista?

- No, para nada.

- ¿Y cuáles son tus medios para conseguir tu propósito? -indagó David.

- Mi encanto femenino -repuso tranquilamente.

- Menudo eufemismo, encanto dice...  -perdió por un momento el hilo- Es muy hipócrita ocultar bajo eufemismos tu auténtica idiosincrasia -la reprendió David.

- ¿Idiosincrasia? -preguntó como si no supiera el significado del término.

- Sí, idiosincrasia, tu singular carácter, lo que te diferencia del resto -le aclaró David- Entonces, ¿afirmas valerte de tus "encantos" para conseguir tus objetivos?

- Así es.

- No me negarás, pues, que comercias con tu cuerpo -razonó David.

- Yo, no... -trató de justificarse sin encontrar las palabras.

- Sí, tú, sí... Acéptalo y libérate, no te engañes con evasivas o eufemismos, eres igual que una vulgar prostituta.

- Soy como una vulgar prostituta -afirmó como dogma de fe.

- Que vende su cuerpo y disfruta de ello.

- Vendo mi cuerpo disfrutando con ello.

- Porque eres una furcia cuyo único valor es su disponible coñito.

- Soy una furcia cuyo único valor es mi disponible coñito.

El artista estaba exultante con el resultado de su última pincelada, había completado su pequeña obra maestra. Como las demás, Ana, fue traslada a una habitación próxima, donde las custodiaban Vicky y Lucy. En realidad, su labor era algo más que una mera vigilancia, ellas amenizaban la estancia a las semidormidas jóvenes estimulándolas frecuentemente el clítoris. Por supuesto, tales prácticas eran promovidas por David, que sabía que combinando orgasmos e instrucción, el subconsciente asociaría ambos sucesos y, por lo tanto, las nuevas verdades arraigarían profundamente en la estructura psicológica de las jóvenes. Supervisó la situación, levantó los párpados de Rosa y Carmen, y salió de la habitación junto con Oscar.

Oscar y David se tomaron una pequeña siesta, el primero para recuperarse un poco de la resaca y el segundo para descansar tras pasar demasiadas horas despierto. Era completamente de noche cuando despertaron. Los dos se fueron a una habitación con un enorme sofá, televisión y vídeo como único mobiliario. David introdujo la cinta con la grabación de la sesión, se acomodó en el sofá y con una libreta en sus manos se preparó para anotar las observaciones pertinentes. Oscar, por su parte, no tenía más que un interés morboso en aquella grabación, y frecuentemente consultaba su reloj preguntándose en cuánto tiempo estarían listas las chicas.

Como una respuesta a sus plegarias, a las de Oscar, así fue la irrupción en la habitación de una transmutada Rosa. Con los ojos como platos recibió Oscar a la tremendísima muchacha, cubierta con un mínimo vestido de chacha, que prácticamente desatendía la sujeción de un par de increíbles tetas que parecían ir a desbordarse de su cautiverio de tela al más mínimo vaivén. Iba descalza, no llevaba sujetador y, justo donde la tela del exiguo traje acababa, asomoba un tanguita. Como si quisiera presentarse, Rosa se colocó delante del televisor y dijo: "¿Os gusta? (posando con su traje de pornochacha), me lo han regalado Vicky y Lucy". "No sé..., ¿en qué podría serviros?" dijo y puso morritos. Oscar tenía la respuesta a aquella pregunta y se lo hizo saber a la entregada sirviente. David no se inmutó en demasía, prosiguió tomando notas, aunque, al echar un vistazo a su derecha, vió como el palpitante miembro de su amigo estaba siendo meneado entre los exuberantes pechos de Rosa, quien estaba dedicando unos mimos a su coñito. Esa visión le descentró un poco, pero continuó con lo suyo.

Era muy difícil concentrarse en la pantalla con aquel espectáculo pornógrafico desarrollándose en la misma habitación. Se obligaba a no mirarlos, pero entre los gemidos y alaridos, y que estaban arrastrándose por el suelo como dos animales en celo, la labor se iba complicando. Una nueva persona, no advertida por nadie, entró en la habitación. David estaba tomando notas acerca de las reacciones de Camen en ese momento. "Esa soy yo, ¿verdad?, jiji" sorprendió a David una dulce voz que susurraba a sus espaldas. Ella se colocó delante de él, ella de pie y él sentado. Se trataba de la jovencita, de Carmen, desnuda excepto por un culotte negro semitransparente. Con un movimiento de su pie lanzó lejos la libreta que descansaba en los muslos de David. Éste intentó levantarse con la intención de recogerla, pero un empujón de Carmen le devolvió al sofá. "Fóllame ahora" dijo y se subió sobre el regazo de David. La jovencita se enroscó a la cintura de David enlazando sus piernas a las espaldas de él mientras le comía a besos y mordisquitos la cara. Carmen le bajó la cara hasta sus pechos, entonces descubrió unos erectos pezones que estaban pidiendo a gritos una buena lametada. Se recreó en recorrer con su lengua cada centímetro de esos apetitosos senos, dedicándole especial atención a los pezones. Unas manos le tiraron del sofá y con él a Carmen, eso le dolió, pero pronto lo olvidaría. Carmen ayudó a que el erecto falo se introdujese en su húmeda cavidad y tras pocos segundos gemía como nunca lo había hecho, se estaba corriendo. David no quería eyacular aun, así que precisó de todas sus habilidades de autocontrol para no hacerlo mientras Carmen se agitaba de placer. Carmen dejó el puesto a Rosa, y ésta gozó sobremanera sientiendo el frote del grosor de la polla dentro de su vagina. De imprevisto, una empapada rajita se situó sobre el rostro de David, quien no dudó en darle el tratamiento adecuado. A David esos jugos le sabían a gloria, el aroma a sexo que desprendía semejante néctar le enajenó. Fue apoteósico comprobar el origen de aquel delicioso elixir, provenía del húmedo coñito de Ana.