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El regalo del café

en Hetero: General

El regalo del café.

Capítulo 1.

Te sientas en la mesa de enfrente. Ella está sentada en la mesa de la esquina, rodeada de jardineras de ficus de plástico.

Dejas tu cazadora vaquera en la silla de al lado no sin antes sacar el paquete de tabaco de ella y te acomodas en la silla relajándote. El bochorno de la tarde parece remitir en aquel pedazo de sombra al que llega muy diluída la brisa de una ventilador  dentro del bar.

Clara María te mira de reojo  e intuyes un atisbo de sonrisa en sus labios. Te encanta su sonrisa. sus labios rosados. Vaya, piensas, así que era ésto. Ahora comprendes del todo la nota que encontraste hace media hora en un post-it en el marco de la puerta de la cocina.

Las campanas de la iglesia cercana tocan las siete y los envites del mus y los golpes de las piezas del dominó sobre las mesas de fornica cercanas se entremezclan con los chapoteos de unos críos en la fuente de la plaza mayor.

Lleva puestas unas gafas de sol, aquellas que la compraste en ese bazar de Tenerife. Son grandes, le ocultan parte de las mejillas, y el tinte verdoso de los cristales permite bajo un cierto ángulo ver completamente sus ojos. Un pañuelo azulado le sujeta la melena pelirroja en la frente y algunos rizos de su cabello se mecen con la brisa del ventilador acariciando su cuello.

El camarero se te acerca y le pides un güisqui con soda y un pincho de tortilla. Toma nota y seguida mente se acerca a tu mujer, recoge su copa y atendiendo a un gesto de su mano anota otra copa igual.

Sacas un cigarrillo y te das cuenta que el mechero aún está en el bolsillo de la cazadora. Dentro también está la nota que ella dejó.

“Baja dentro de media hora al bar de la plaza. Viste ropa cómoda (por ejemplo la camisa de color hueso que tienes en el armario pequeño junto con el pantalón amarillo) y vente guapo. Actúa como si no me conocieras. No me dirijas la palabra ni te sientes junto a mi. Seremos dos desconocidos. Disfruta del espectáculo. Este es mi regalo de cumpleaños. Clara.”

Ella parece adivinar que has traído la nota porque, ahora sí, sonríe cuando sacas la mano del bolsillo. Lo hace de una forma especial, picarona incluso, piensas. Se forma en la comisura de sus labios ese pequeño hoyuelo, que antaño te impulsaba a besarla de repente y ahora, cuando ya empiezan a aparecer las primeras arrugas junto a él, te hace asir sus caderas y juntar su cuerpo con el tuyo y  sentir sus pezones duros en tu pecho, y su barriguita y su mata de vello espeso y caliente en tu miembro. El beso se supone por descontado.

Te contuviste ante aquel gesto provocativo. Sonreíste, negando con la cabeza. Pensando que no. Que más tarde no se escaparía. No. La ibas a estrujar junto a ti y la ibas a besar salvajemente.

Encendiste el cigarrillo y notaste el aroma del tabaco invadir tu interior. Expulsaste el humo espeso hacia arriba, hacia el cielo surcado de pequeñas nubes casi trasparentes que parecían arremolinarse en un rincón del horizonte, como temiendo acercarse al sol.

Cruza las piernas y apoya el mentón en la mano mirando al interior del bar mientras con los dedos de la otra mano dibuja en la mesa circulos sobre las marcas de agua dejadas por la otra copa. Inclina la cabeza y por una fracción de segundo ves a través de sus gafas y notas sus ojos verdes clavados en los tuyos.

El vestido de falda larga que lleva tu mujer no lo habías visto antes. Estampado en él amapolas de color azul de diferentes tamaños y puntitos de color marrón claro lo cubren. La tela tiene una textura especial, como arpillera. Dos tirantes como de seda, dan el contrapunto de alegría, al ser de color verdes y también aparece ese color al final de la falda sobre las rodillas. Y al acercar el cigarrillo a tus labrios te das cuenta que el vestido no dejaba mucho a la imaginación, porque aquello que pensabas que eran puntos estampados son orificios en la tela, que permiten vislumbrar el cuerpo de Clara María. El vestido tiene un escote de botones delantero hasta casi la cintura que deja mostrar las innumerables pecas de su pecho. Está abotonado ahora, por fortuna, piensas, ya que la asusencia de sujetador es evidente y aquellos pezones que tanto te gustaba sentir en tu pecho arañaban ahora la tela del vestido formando plieges que permiten conocer la forma exacta de los pechos de tu mujer.

Qué putón, piensas. Das una calada al cigarrillo mirándola fíjamente, acusándola con los ojos de haber salido de casa así, medio desnuda. El regalo ya no te parece tal. Una cosa es provocar, piensas, y otra que tu mujer enseñe las tetas a medio pueblo con aquel vestido. Compartirías la belleza de su cuerpo con los demás en la playa, en bikini, no allí, en el pueblo de sus padres. Incluso te parece ver sus pezones sonrosados, destacándose sobre sus blancos pechos.

Y entonces notas como tu pene rebulle inquieto en los calzoncillos. Hacía tiempo que estaba erecto y ahora sientes el glande arañar la tela del slip. Con un gesto nada sutil que ella siempre te reprende porque no te importa hacerlo en público, como ahora, te metes dos dedos bajo el pantalón y ajustas el elástico de los slips para que tu sexo pueda estirarse a gusto.

Al mirarla de nuevo aparece sobre su comisura aquel hoyuelo tentador, junto a aquella sonrisa que te hacelatir desbocado el corazón y te estaba provocando unos sudores  que notas en forma de gotas resbalando por las axilas, recorriendo tu costado y humedeciendo la camisa junto al pantalón.

La madre que la parió, reconociste. La muy condenada sabe exactamente como ponerte caliente y estás seguro que tiene todos sus gestos medidos al milímetro, conociendo el grado exacto de excitación que te provocan y cuando te vas a fijar en los detalles que te estaban poco a poco obligando a abalanzarte sobre ella, desabotonarle el escote y chupar con fuerza sus botoncitos sonrosados y duritos y estrujar entre los dedos la carne de sus tetas y lamerlas hasta quedarte seco y después bajarla el vestido y ...

Y entonces caes en las bragas. No, piensas. Ella nunca lo ha hecho. Solo ves hasta su cintura porque la mesa tapaba el resto, pero no lo crees posible. Clara nunca sale a la calle así. Aspiras el humo del cigarro que ya casi está consumido, como si el final del pitillo te mostrase la respuesta. Aunque ya crees conocerla.

Joder, Clara, pensaste. Puta desorejada. Ya no sólo las tetas, ahora también los agujeros. ¿Qué coño te ha picado?. Además, tu mujer no es muy partidaria de depilarse el pubis, por lo que siempre luce una preciosa mata de vello del color del fuego, tupida y agreste, en la que te encanta hundir tus dedos muy adentro, y encontrar sus labios viscosos y calientes, protegiendo tu más preciado tesoro. Sexualmente hablando, claro.

Vas a tirar la colilla al suelo con un manotazo. Quieres que vea que esto debe terminar cuanto antes. Te has pasado, Clara. Eso quieres dar a entender. Entonces llega el camarero con las copas.