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Animalada

en Zoofilia

Era una noche lluviosa. Tres amigos y yo decidimos ir a mi casa a pasar un buen rato.

Les dije que vinieran a verme para ver si me podían dar placer y que se trajeran alguna mascota, algún animal para pasar también el rato practicando zoofilia.

Cuando llegaron traían unos cubos grandes llenos de sanguijuelas, gusanos y pequeños animales de ese tipo.

Me llevaron hasta la cama y me tumbaron. Comenzaron a desnudarme. Me fueron poniendo sanguijuelas en las tetas hasta que no quedó ni un milímetro a la vista. Estas empezaron a chupar. Me separaron las piernas y levantaron el culo para poder colocarme bien un embudo en el coño. Fueron echando gusanos por el embudo, que se iban moviendo dentro de mi vagina. Era muy excitante. Después me colocaron más sanguijuelas por el coño, hasta llenarlo entero, incluso el clítoris. Colocaron también en la entrada de la vagina, para que impidieran que los gusanos saliesen.

A continuación colocaron el embudo en el ano. Fueron vaciando un cubo que traían de hormigas aterciopeladas de los árboles, carpinteras y de fuego. Sus picaduras y mordeduras inundaron mi ano. Mis amigos colocaron un tapón en la abertura para que no pudieran salir. Noté que se iban moviendo dentro de mí, viajando por mis intestinos, picando donde podían.

Fue en ese momento cuando sentí los primeros vestigios de orgasmo. Lo sentía. El orgasmo llegaba. Los animalitos estaban haciendo su trabajo.

Mis amigos tiraron de mí y me arrastraron hasta la calle. Me costaba caminar a causa de la fiebre que me estaban dando las picaduras de las hormigas, pero me esforcé por continuar. La gente se volvía a mirarnos. Mi excitación iba creciendo, los orgasmos, aumentando. Mis gemidos se escuchaban por toda la calle.

De repente, me entraron arcadas. Me arrodillé en el suelo. Empecé a vomitar. De mi boca salían las hormigas que con anterioridad habían sido introducidas en mi ano. La gente comenzó a gritar, pues creía que estaba poseída.

Terminada la vomitera, pude levantarme y continuar caminando. El coño hinchado me impedía transitar con normalidad. Los gusanos se movían como locos. Las sanguijuelas aún me chupaban la sangre.

Llegamos a la casa de uno de mis amigos. No pude más. Caí rendida en el suelo, bocabajo. Dos de mis amigos me cogieron por las axilas para no aplastar las sanguijuelas de las tetas. El tercero me separó un poco las piernas. Me quitó el tapón del ano. Metió un par dedos. Comprobó que había pequeñas heridas sangrantes en mi interior. Se sacó la polla e introdujo la punta. Grité de dolor, pues tenía el ano hinchado de tantas picaduras que tenía. Escocía. Siguió empujando. Uno de los que me sujetaba se sentó en mi espalda para sujetarme mejor, mientras el otro se bajaba los pantalones y los calzoncillos. Me metió la verga de 30 cm en la boca. Me la tragué entera. La dejó dentro para que le lamiese. Terminó de entrar la polla en mi ano. Al intentar gritar, mordí sin querer la verga que me llegaba a la garganta. El chaval gritó, pero no la sacó de su cobijo. El mete-saca continuó en mi ano. Cada vez dolía más. Noté que un líquido caliente entraba en mi boca. No sabía si era semen o que le había hecho heridas en el pene a mi compañero. O lo mismo eran las dos cosas mezcladas. Tragué.

Cuando ambos sacaron sus pollas de mis agujeros, comprobé que los dos tenía tanto sangre como semen cubriéndoles sus magníficas vergas. Mi ano sangraba y chorreaba esperma.

Me tumbaron en el suelo, bocarriba. Empezaron a quitar sanguijuelas de las tetas. Cuando la última fue separada de mi pezón, pudimos comprobar cuan hinchadas estaban las tetas. Las tenía enormes, amoratadas. Los pezones eran del tamaño de monedas de un euro, respecto a diámetro, y de tres centímetros de largo. Mis amigos se quedaron asombrados por tamaños pezones. Acercaron sus bocas a ellos y mordieron durante largo rato. Ahora eran mis tetas las que sangraban. Me volvieron a colocar a cuatro patas. Cogieron unas botellas vacías y las colocaron cerca de mis puntas. Me ordeñaron. Mi sangre fue llenando las botellas, que eran de ocho litros. No sé de dónde sacaba yo tanta sangre, porque entre la que se habían llevado las sanguijuelas y la que llenaba las garrafas debía haberme quedado hacía rato seca.

Cuando hubieron conseguido llenar las botellas, me tumbaron bocarriba. Yo no tenía fuerzas para hacer nada. Despejaron entonces mi coño de sanguijuelas. Debía ocupar como cinco veces más lo que era antes. A pesar de que habían quitado ya todas las sanguijuelas, los gusanos seguían sin poder salir de su prisión, y se movían como locos, queriendo escapar. Me penetraron dos de mis acompañantes por la vagina, sin importarles los gusanos que dentro.