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Tortugas

en Textos de risa

Titina, guapa, debes pasarlo horrible, ¡mira que no poder hablar en tres o cuatro días! Seguro que esa faringitis te ha venido por estar en la cama con el culo al aire, que tú y yo en eso no tenemos remedio, pero no hay mal que por bien no venga; tú me contabas ayer que, en tu última escapada de compras a New York, coincidiste con la tonta de Victoria que lo único que tiene que valga la pena es el Beckham, y ahora es mi turno: voy a aprovechar tu mudez para contarte mis aventuras en Fernando Noronya, no con Fernando Noronya, porque, a pesar del nombre, el tal Fernando es una isla y no un señor.

Sabes que no soy partidaria de viajar por ahí con un chico joven por muy dotado que esté, porque los hombres aburren en cuanto aflojan polla. Mi táctica es otra y creo que mejor. Viajo con Cristinita que es un sol, y tiene unos dedos y una lengua que me llevan al cielo cuando la chica me da marcha, y encima, al tener veinte años y unos pechos sin operar que son teta pura - yo lo sé bien -, liga con los hombres solo con mirarles la bragueta. Luego le digo que me los meta en la cama…y lo demás es cosa mía, aunque a veces la invito a ella a acostarse también y organizamos unos tríos que suelen dejarnos el cuerpo glorioso. Pienso que es lo ideal y además los paparazzi no se enteran de la película, le atribuyen el ligue a Cris y ni sospechan lo golfa que soy, que me la juego con la numerera de la Paris Hilton o con las tontitas de Mónaco. A los cuarenta y cinco años se pasa el arroz, hay que disfrutar a tope antes, bueno, Titina, no pongas esa cara, ya sé que a ti no puedo engañarte, que somos amigas desde el parvulario, pero nadie nos echaría a ti y a mí los cuarenta y nueve que hemos cumplido, nos harían cuarenta y dos todo lo más, nuestros cirujanos hacen milagros y no hay mejor crema rejuvenecedora que el quirófano. Pero a lo que iba.

El mes pasado helaba en Madrid y decidí largarme un par de semanas a una playa de postal de palmeras y mojitos. Total, que le digo a Cris "Organiza un viaje con un buen paquete turístico". Ella ya sabe lo que me gusta y a qué me refiero con lo del paquete, algo bueno de veras, nada de ir a Cuba a ponérsela dura a los mulatos, que una tiene su clase y su estilo y no está dispuesta a competir con españolitas insatisfechas de medio pelo que se creen que la Habana es una inmensa polla. Cris sabe que me gusta lo exclusivo, valga lo que valga, que el dinero está para ganarlo cuando una se está divorciando y para gastarlo antes de volver a casarse. En un par de días Cris me dio la solución: Fernando Noronya. Son unas islas pequeñitas que están a trescientos kilómetros de las costas del Brasil, con playas magníficas y mar calmo en el que es difícil nadar, porque una se pasa el tiempo chocando con delfines y con tortugas. Encima, me dijo Cris, había donde elegir en materia de tíos: se podía catar lo típico y tumbarse con lugareños de hombros anchos como puertas o decantarse por lo más "in" y darse el revolcón con cualquiera de los biólogos que votan verde. "Pues allá que nos vamos" le dije a Cristinita. Compramos un millón de preservativos, pusimos cuatro cosas en las maletas y a la marcha, que para luego es tarde.

Nos costó llegar. Tuvimos que ir primero a Rio de Janeiro y desde allí volamos a Fernando Noronya haciendo escala en Recife. Nos aguardaba a pie de avión el coche de la "pousada" en que habíamos reservado bungalow, y hora y media después cenábamos unos suculentos filetes de barracuda asados en hojas de plátano, y comenzábamos a explorar el terreno. A primera vista había poco que rascar. Mucha propaganda de snorkel, que es una pasada la de corales que hay por allá, pero ya me conoces, Titina: si me pongo un tubo en la boca ha de ser un tubo de tío, calentito y bueno, y de eso había poco al alcance. Preguntamos qué se podía hacer en la isla y nos dijeron que lo típico era asistir a las charlas de los biólogos. Pensé lo que pensé, le dije a Cris que se pusiera braguita blanca y minifalda y nos acercamos adonde daban las charlas. Bueno, la cosa empezaba a tomar mejor aspecto. Había dos biólogos, dos, y no les faltaba de nada. Tenían el pelo largo, barbas aparentemente descuidadas, las camisas abiertas, brazos fuertes, pantaloncillos cortos marcando paquete turístico y piernas morenas de las que dan escalofríos de gusto solo al verlas e imaginar que una las tiene entre las suyas. Los biólogos se presentaron –Joao y Nelson- y luego comenzaron a hablar de las tortugas verdes, que, fíjate Titina, la gente se las come y se queda tan ancha y eso no puede ser. Asistíamos a la charla Cris y yo, un matrimonio mayor y dos americanas que parecían ir a lo mismo que nosotras, porque se comían a Nelson y Joao con los ojos. Si querían guerra la iban a tener, vaya que sí, pensé. Le hice un gesto a Cris –estábamos en primera fila- y ella, que es una lagarta, estudió ángulos de visión, se arrellanó en la silla, abrió los mulos como al descuido …e hizo pleno. Al momento tenía las miradas de los biólogos enganchadas en su braguita blanca, y los maromos se habían olvidado de las americanas y casi, casi de las tortugas verdes. Espléndido: quedaba descartado que fueran gay, que es lo primero que hay que mirar hoy en día. Ellos, aunque pendientes de la braguita de Cris, continuaron hablando porque se lo sabían de memoria, y dijeron que las playas de la isla no tenían iluminación para que las tortugas camparan a sus anchas y que si alguien deseaba presenciar el desove de esos bichos, que se apuntara, porque solo podían observar el fenómeno cuatro personas por noche, acompañadas por los biólogos, claro.

Las americanas y nosotras nos apuntamos a la carrera. Todavía no me había formado opinión sobre la dichosa pareja. La más alta tendría cincuenta años bien llevados y vestía con estilo. La otra desentonaba: Veintipocos, melenaza rubia que se echaba constantemente hacia atrás con un estudiado movimiento de cabeza, rostro salpicado de pecas, pechos descarados, y caderas que llenaban el jean. Con una espiga de trigo ente los dientes hubiera sido la perfecta Miss Feria Agrícola de Arkansas, tú ya me entiendes. Coincidimos con ellas al ir a despedirnos de los biólogos.

- Mañana saldremos a las nueve de la noche desde aquí mismo – nos sonrió Joao.

Nosotras también le sonreímos. Luego afilamos las uñas, nos medimos las unas a las otras con la mirada y, sin decirnos palabra, seguimos nuestros caminos por parejas.

A la vuelta al bungalow comprendí, al pasar por un lugar verdaderamente oscuro y preparado para que las tortugas fueran felices y nosotras nos descrismáramos, por qué no se veían estrellas en Madrid, Londres o New York. La razón era bien sencilla. Habían huido de allí y estaban todas en Fernando Noronya. Había una verdadera convención de estrellas. No solo estaban todas, sino también sus amigas y conocidas. Una pasada. Nunca en mi vida había visto una noche tan pecosa.

Siguió un rato agradable en que Cris y yo nos ejercitamos en el sesenta y nueve –siempre es bueno hacer prácticas- y luego nos sumergimos en un sueño reparador. La sorpresa saltó a media tarde del día siguiente. Llamaron a la puerta del bungalow, Cris abrió, y eran las americanas.

- Oye, yo a ti te conozco – me dijo la más alta-, hemos coincidido en algún evento. ¿Fue cuando Imelda enseñó su colección de zapatos? ¿O en la boda de los Príncipes de España?

Imagínate, Titina. La americana era de las nuestras. Nos presentamos –ella se llamaba Pat y su amiga Karen- comenzamos a charlar y resulta que teníamos amigas comunes. Conocía a Tita Cervera y a Nati Abascal y era pariente lejana de los Kennedy. De inmediato olvidé la guerra a muerte. ¿No había dos biólogos? Pues nos los repartiríamos como buenas hermanas. Me hizo un gesto que pillé al vuelo y les dijimos a las nenas que dieran una vuelta. Entonces, cuando Cris y Karen se fueron, me dice: "¿Tú también prefieres viajar con una chica que te allane el camino?" Nos hablamos clarito, clarito y era de ley, te lo juro, me preguntó si Cayetana se casa o no se casa para si es que sí, ir pensando en el regalo, buena chica como puedes ver, de la rama americana de la gente bien, inglés de Boston y además golfa a tope, no desentona con nosotras ni con nuestro inglés de Dublín, Titina, ¿pues no me dijo que si me gustaba su Karen podíamos cambiarnos las chicas por una noche, porque Cris le daba morbo? Me tiré a la piscina de cabeza, le contesté que de acuerdo y cada una de nosotras preparó el terreno para que la noche fuera un verdadero éxito.

Las cuatro estábamos a las nueve en punto en el lugar señalado. Los biólogos llegaron en seguida y nos fuimos en un bugie a las inmediaciones de la playa del Leao. Nos informaron que podíamos, bien volver a las pousadas a medianoche, bien quedarnos en la cabaña de los biólogos hasta el día siguiente. Optamos por lo segundo, claro. Las chicas de la pousada se ahorrarían hacer nuestras camas.

Saltamos del coche y los chicos nos dijeron que su trabajo era marcar a las tortugas que vinieran a desovar a la playa, que mira que es ocupación absurda. Estábamos todavía a cierta distancia de la orilla, pero el bugie no podía acercarse más para no contaminar el ambiente, así que fuimos un rato caminando a oscuras y tropezando con todo, y todavía no sé si el refregón con repaso incluido que me dieron en el culo en un momento dado fue cosa de Joao o de Karen, que iba entrando en calor y tomando confianza.

Por fin llegamos a la orilla del mar y Nelson nos explicó que no era seguro que pudiéramos ver un desove, pero sí muy probable. El plan era caminar por la playa en silencio hasta la cabaña, que estaba a cosa de un kilómetro, y luego hacer excursiones desde allí, cada hora, buscando rastros de tortugas.

El camino hasta la cabaña fue de película. ¿Te imaginas, Titina, andar a oscuras, con todas las estrellas del mundo por techo, envolviéndonos el sonido del mar y con dos paquetes turísticos al alcance? Casi tan bueno –tampoco conviene exagerar- como darse un paseo por Tiffany´s con una Visa platino gastadora, no te digo más. Intenté arrimarme a alguno de los paquetes, pero sin fortuna. Bueno, me dije, tiempo habría.

El interior de la cabaña no era muy allá: una iluminación muy tenue, unos sacos de dormir y poco más. En un momento dado, Joao nos dijo que saliéramos, nos dividiéramos en dos grupos y nos diéramos un garbeo por la playa. Karen se me colgó del brazo y yo atiné, en plena oscuridad, a palpar con la mano libre el muslazo del biólogo que nos había tocado en suerte, que no rehuyó el contacto, sino que acomodó su paso al nuestro de modo que seguí explorando el pantaloncillo del tío en tanto él me buscaba una teta. Imagínate la estampa, Tinita: Los tres caminábamos por la orilla, yo en medio, Karen iba a mi derecha y refregaba su pecho izquierdo contra mi costado, un biólogo, no sé cuál de los dos, estaba a mi izquierda, muy pegadito, y me estrujaba la teta de su lado, y yo le agarraba la polla, ya dura, por encima del pantalón, ¡y todo eso mientras seguíamos andando y hablando de tortugas verdes!

Si no hubiera sido por la tortuga…¿Por qué tuvo que venir la tortuga a fastidiar aquel momento? "Mirad el rastro" exclamó el biólogo rompiendo el encanto. Yo no veía nada porque estaba oscuro de veras, pero él se olvidó de mis pechos, me apartó la mano de la polla y se puso en plan profesional:

- Una tortuga está haciendo el agujero a un par de metros de nosotros –cuchicheó con un hilo de voz-. Ahora no podemos molestarla hasta que empiece el desove. Fijaos: la arena llega hasta aquí.

Era cierto. Llegaba. La tortuga echaba la arena hacia atrás con sus extremidades delanteras agrandando más y más el agujero y nos llegaba.

- Tendremos que aguardar en completo silencio. El desove comenzará en cosa de una hora- .murmuró el biólogo.

Titina, mira que hemos hecho locuras y cosas raras en esta vida, pero la de esa noche fue de record Guiness: Nos montamos un trío en la playa sin permitirnos un solo suspiro. ¿A que es nuevo eso de disimular que se está de marcha por no molestar a una tortuga verde que está desovando?

Nos tumbamos en la arena. Me puse boca arriba, arrimé el coño a la lengua de Karen que he de reconocer que sabía lo que se hacía, y busqué la polla del biólogo -¿cuál de los dos sería?- con la boca. Me sentía la reina del baile. Encontraba manos por todos lados y yo contribuía con las mías, que igual palpaban los glúteos del chico como exploraban la entrepierna de Karen y hallaban el clítoris, prominente y casi del grosor de mi dedo meñique. Y, mientras, la tortuga seguía trabaja, que trabaja. Está visto que siempre habrá ricos y pobres.

Estaba dando lengüetazos al paquete turístico del chico con especial dedicación a la zona del frenillo, cuando el biólogo envaró el cuerpo, se dejó de silencios y gritó: "¡Ya!" Me dejó de piedra porque yo no había notado que se corriera. "¡Ya!" repitió él. Y, cuando desconcertada por su actitud dejé de chupar su caramelo, se explicó: "Ya ha empezado el desove y podemos encender luz y hablar. Las tortugas caen en trance cuando desovan y no se enteran de nada. Ahora podéis hacerle fotos, tocarla, acariciarla, besarla, lo que queráis, mientras ella está a lo suyo y yo la mido y la marco."

Te lo juro, Titina. Fue la primera vez en mi vida que un tío al que estoy chupándole la polla me corta el ritmo y me sugiere que bese a una tortuga. Fue algo muy fuerte ¿no? Lo que ocurre en Fernando Noronya no pasa en otro lugar del mundo.

Encendió una linterna y sí, allá estaba la tortuga, grandísima, esforzándose sobre un agujero, y eso es muy poco entretenido para quien mira; será muy National Geographic, pero es un muermo, y si encima a una le cortan la inspiración, cuando está tocando un solo de flauta, para invitarla a que contemple el show, pues qué quieres que te diga, más bien repatea el hígado que otra cosa. Menos mal que Miss Feria Agrícola de Arkansas seguía a lo suyo, en tanto Joao –ahora veía que era Joao-, con el culo en pompa y la polla fuera, marcaba a la tortuga.

La muy puta se pasó una hora larga ahora pongo huevo, ahora no, y el Joao pendiente de ella, sin atizarme ni siquiera un achuchón. Al cabo de un buen rato el biólogo apagó la linterna y volvió a hablar bajito:

- Ahora la tortuga cubrirá de arena el agujero donde ha puesto los huevos y luego hará dos agujeros más, cerca del primero, para desorientar a los depredadores.

Joao estaba totalmente absorto en lo que los redichos llaman el milagro del ciclo de la vida. Ya es duro, ya, estar con el coño al aire y que el tipo que una tiene al lado se quede embobado mirando a las tortugas verdes. Una verdadera cura de humildad, palabra.

A todo esto el bicho había terminado la faena y regresaba al mar. Le costó una eternidad, pero lo logró.

- Ya podemos volver a la cabaña – anunció Joao.

Perfecto –recuperé mi sentido del humor, un poco maltrecho un momento antes-. Ahora que le hemos viso los huevos a la tortuga, puedes enseñarnos los tuyos con tranquilidad, Joao.

Regresamos. Los otros ya habían vuelto y no estaban perdiendo el tiempo. Cris y Nelson se revolcaban entre los sacos de dormir y mi nueva amiga Pat solo llevaba medio puesto el tanga, y digo medio puesto porque se lo estaba quitando en aquel instante.

Decidí imitarla y me desnudé en un abrir y cerrar de ojos. Mira que me di aire, pero Karen y Joao se me adelantaron y cuando quise darme cuenta ya estaban los dos dale que te pego conmigo de paisaje. Pat y yo nos miramos y nos encogimos de hombros. Karen y Cris eran, valga el símil taurino, nuestros sobresalientes, valían para darles a los animalotes dos capotazos y ponerlos en suerte. Luego la faena sería cosa nuestra, pero no una faena cualquiera, no, sino de agarrar a los berrendos por las orejas y darles buena ocupación a sus rabos, tú ya me entiendes.

Me acerqué a Pat y me quedé maravillada con sus pechos. Perfectos.

- Me los operaron en la mejor clínica de Los Ángeles – comentó-. Tócalos y verás que tacto tan agradable tienen.

Oye, que sí. Una delicia. Todavía estaba yo en plena comprobación, cuando me echó mano al trasero.

- ¿Dónde te has hecho los glúteos? Tienen un tacto divino – me daba pellizquitos la muy golfa, y yo, en correspondencia, seguía manoseando sus pechos.

- Me operaron en la clínica que un gran amigo mío ha montado en la Costa del Sol – le informé.

- ¿Y los labios? ¿También te los hicieron en la Costa del Sol?

- No, eso fue en Barcelona, cuando la segunda liposucción.

- ¡No me hables de liposucciones, mujer, que ni sé cuantas llevo! Volvamos a los labios. ¿Tienes buena sensibilidad en los labios?

- Creo que sí.

- Eso vamos a verlo enseguida.

Aproximó su boca y me besó.

Estoy convencida de que los cirujanos de Los Ángeles y los de Barcelona aprovecharon el beso para intercambiarse ideas y técnicas quirúrgicas de labio a labio con el mismo entusiasmo con el que nosotras intercambiábamos saliva.

Titina, ¿quieres creerte que no echaba de menos el paquete turístico? Pat besaba de ensueño. Me vino a la cabeza la escena final de "Casablanca": "Este puede ser el principio de una hermosa amistad". Seguro que Pat me seguiría besando por muchas tortugas verdes que se empeñaran en desovar. Y ¿qué habían dicho antes los biólogos? ¿Que también se podía hacer una excursión a ver delfines, golfinhos los llaman allí? Conmigo que no contaran. No estaba dispuesta a que aquellos chicos dejaran de darme gusto en cuanto un par de delfines se dedicaran a hacer cabriolas. Mejor engolfarnos en el beso y…¿qué hora sería? ¿Medianoche tan solo?

- ¿Por qué –aparté por un instante mi boca de la de Pat para hablar- no dejamos a los biólogos con sus tortugas, volvemos a la "pousada" y organizamos en mi habitación una fiesta solo de chicas, pero sin pijama?

Pat me masajeó la vulva.

- Me parece una idea estupenda – sonrió.

- Pues para luego es tarde. ¡Cris, Karen, vestíos que nos vamos!

Justicia poética. Los biólogos se quedaron con la misma cara que yo puse cuando apareció la tortuga. ¡Que las besaran a ellas ya que tanto les gustaban! O mejor, que se machacaran las pollas con sendas conchas de carey. Hay ofensas que las mujeres no perdonamos nunca.

Media hora después estábamos las cuatro en plena fiesta. Ninguna echaba de menos el paquete turístico, que es tonto pensar en paquetes cuando a una le va tanto seguir con lo que tiene entre las manos…e incluso en la punta de la lengua, porque ¿sabes Titina? yo disfrutaba el sabor de los jugos de Pat, y era el suyo un sabor de mar ancho y luminoso, un fiel reflejo de mí misma en caricia total y compartida, sin delfines, sin paquetes, sin tortugas