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Mis vecinos

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MIS VECINOS

Acabo de llegar a casa. Nada más entrar me he tirado sobre el sofá y cerrando los ojos he tratado de concentrarme en todo lo que me acaba de ocurrir. En mi mente guardo todavía hasta el más pequeño detalle y dudo mucho que se me pueda olvidar nunca, ya que no sé si alguna otra vez podré vivir un momento como este. Tras un largo rato echado reviviendo estas últimas horas, he decidido sentarme a escribir estas líneas, para tratar de describiros lo que siento. Tal vez a muchos de vosotros os parezca una tontería, pero para mí, que soy una persona acostumbrada a la monotonía y a la rutina diaria ha sido una cosa totalmente nueva y sorprendente. Si a esto unís mi aspecto físico tal vez lo entendáis mejor.

Tengo 43 años. Soy una persona bastante sedentaria, por lo que mi constitución es más bien blanda. Hace unos años estaba más delgado, pero últimamente me he descuidado bastante y una incipiente barriga asoma por encima de mi cinturón, a pesar de las varias dietas que he intentado seguir. No me considero una persona especialmente fea, sino más bien una persona normal y corriente, como esas otras tantas que abundan por todas partes. Recuerdo que mi ex-mujer me decía que me encontraba bastante atractivo gracias a mis ojos, de un color marrón con tonos de verde, que decía que tenían mucha expresividad. Si hay algo que no me gusta de mi cara destacaría la nariz, que para mi gusto es demasiado grande. Pero por el resto, ya os digo, una persona normal y corriente, ni guapa ni fea, solo uno más del montón.

Como os cuento, mi vida es bastante monótona. Vivo solo en un piso pequeño, en una gran ciudad. Mi familia está a varios cientos de kilómetros, y los pocos amigos que tengo, con el tiempo se han ido yendo cada uno para su lado, por lo que nos vemos solamente una o dos veces al año. Trabajo en una oficina con un montón de gente a la que prácticamente no conozco, y que la verdad sea dicha tampoco tengo ganas de conocer. No son más que una panda de chismosos.

Pues vaya de mierda de vida la mía, pensaréis. Y eso mismo es lo que pensaba yo ayer mismo mientras buscaba las llaves del portal pensando en lo que prepararía de cenar esa noche. Vaya plan para un viernes, pensaba mientras abría la puerta con desgana, imaginándome ya comiendo una triste ensalada frente al televisor y mi desesperada lucha junto al mando intentando encontrar algún programa bueno, desistiendo ya cuando comienzan las teletiendas. Luego vendría lo de todos los fines de semana, la peli porno y esa rápida paja, ya más por costumbre que por placer.

Mientras abría la vetusta puerta de entrada al vestíbulo de la escalera vi a una mujer esperando frente a la puerta del ascensor. Era una vecina que ya había visto alguna que otra vez y que ya había atraído mi atención. Una mujer impresionante, alta, delgada, negra como el ébano, vestida con un traje multicolor que destacaba sobre su oscura piel. La saludé con un tímido "buenas tardes" al que ella no me contestó, lo cual no me extrañó, puesto que nunca antes la había oído hablar en español, tan solo en una jerga incomprensible para mí con otra gente de color. Una vez trabajé con un chico de Nigeria que hablaba muy parecido a ella, por lo que creo que es nigeriana, pero mis conocimientos de los pueblos africanos no son tan extensos como para poder afirmarlo con seguridad. El caso es que me situé a su lado mirando fijamente a la pared, ya sabéis, esa situación tan incómoda de dos desconocidos esperando al ascensor.

Cuando finalmente llegó abrí la puerta y la invité a pasar primero. Luego entré yo y la puerta se cerró tras nosotros, enrareciendo todavía más el ambiente. Una vez pulsado el botón traté de no mirarla al mismo tiempo que ella hacía lo mismo conmigo. De todas formas no puede dejar de darme cuenta de lo alta que era. A pesar de que yo no soy bajo, me sacaba lo menos diez o doce centímetros, y eso que solo llevaba unas sandalias de colores en consonancia con el vestido sin apenas tacón. Cómo digo, su piel era negra como el ébano, por lo que cada vez que miraba al espejo veía sus ojos destacando sobre la mancha negra de su cara. Unos ojos enormes, con unas pupilas color azabache, rematados por unas largas pestañas. Su cabello, en un imposible peinado a base de trencitas caía justo hasta la altura de sus desnudos hombros, perfectamente torneados. En una fugaz mirada pude apreciar sus carnosos labios, grandes y gruesos, cubriendo una perfecta dentadura, blanca como la nieve.

Finalmente, tras un trayecto que me pareció eterno, el ascensor se detuvo en mi planta y las puertas se abrieron ante mí. Murmuré un adiós al que ella contestó esbozando una ligera sonrisa y saliendo del ascensor me dispuse a entrar en mi piso.

No debía de llevar más de media hora en el piso cuando empecé a oír los gritos. Eran dos mujeres y un hombre discutiendo en voz muy alta. No se entendía nada de lo que decían, por lo que supuse que era en el piso de la vecina que subió conmigo en el ascensor. La voz de una de las mujeres se escuchaba claramente por encima de las otras y por el tono de voz parecía bastante cabreada. Tras un rápido intercambio de gritos se escuchó un fuerte portazo que acalló de golpe la discusión. No habían transcurrido ni medio minuto desde el repentino silencio cuando escuché el timbre de mi puerta. Preguntándome quién podría ser a esa hora me dirigí hacia la entrada y antes de abrir la puerta eché un vistazo por la mirilla e imaginad cual sería mi sorpresa al ver a mi vecina en un estado bastante alterado. Mentiría si os negara que mi primera intención fue hacerme el loco y no abrir la puerta y evitar de esa manera cualquier posible complicación, pero luego pensé que tal vez ella necesitara ayuda y hubiese acudido a mi sabiendo que estaba en casa. Quizás no pudiese hacer nada por ayudarla, pero manteniendo la puerta cerrada evidentemente tampoco lo estaba haciendo, así que me armé de valor y la abrí.

Nada más abrir la puerta ella se lanzó a un acelerado monólogo en su lengua, gesticulando sin parar, mostrando ante mí la magnitud de su enfado del cual no entendía nada. Intenté tranquilizarla hablándole calmadamente pero ella no cesaba de manotear al aire con sus largos y esbeltos brazos. Evidentemente trataba de decirme algo, y cuando me cogió suavemente del brazo y tiró ligeramente hacia ella comprendí que lo me pedía era que la acompañara a su piso, lo cual la verdad sea dicha, después de escuchar la fuerte discusión que se había producido no era algo que me apeteciera demasiado. Pero ahora ya poco podía hacer, así que armándome de valor la acompañé dejándome llevar por ella escalera arriba.

La puerta de su casa estaba abierta y todas las luces estaban encendidas. Tomándome de la mano y sin dejar de parlotear en su incomprensible idioma me arrastró hacia dentro, a través de un comedor de paredes desnudas en el que el único mobiliario era un viejo sofá y una desvencijada mesa. Me guió hacia el dormitorio y poco a poco empecé a comprender lo que había sucedido. Sentado en la cama estaba el que debía ser su marido, un negro alto, fornido, de piel brillante como si se acabara de untar en aceite. Vestía unos ajustados calzoncillos tipo bóxer que destacaban claramente un enorme bulto en su entrepierna. Al otro lado de la cama, acabando de vestirse había una mujer, también de raza negra, aunque menos oscura que mi vecina, abrochándose el sujetador. Se levantó al oírnos entrar y se apresuró a ponerse la blusa que estaba sobre la cama.

Mi vecina cogió un pantalón que había tirado en el suelo y se abalanzó sobre ella sin dejar de gritar en ningún momento. La otra mujer, a la que la vio venir, en un ágil movimiento recogió los zapatos del suelo y saltando por encima de la cama se abalanzó hacia donde yo estaba, en el marco de la puerta. De un fuerte empujón me echó hacia atrás y se lanzó en una rápida carrera hacia la calle. Mi vecina no fue tan ágil y para cuando llegó hasta donde yo estaba la otra mujer ya había alcanzado la puerta de la escalera. Viendo que ya no podría alcanzarla se detuvo y se dirigió hacia el marido gritando sin parar. Menuda energía la de esta mujer, pensé.

Estaba bastante claro que ella había regresado a casa y había pillado al marido en la cama con la otra mujer. Lo que no acababa de comprender demasiado era qué pintaba yo en todo esto, el porqué había decidido bajar a buscarme a mi piso. Tal vez fuera que quería tener un testigo que pudiese afirmar que realmente había otra mujer en la habitación. O por humillar al marido. No lo sé. Ayer cuando subí a su piso no lo sabía, y hoy, mientras escribo esto continúo sin saberlo.

Su incesante parloteo no cesaba nunca y aunque había bajado el tono de su voz era un continuo alegato en contra de su marido. Él se limitaba a permanecer sentado en el borde de la cama, cabizbajo, sin decir nada mientras ella ante él le increpaba sin cesar. De repente, ella se giró y cogiéndome de la mano me atrajo hacia donde estaba ella frente a su marido. Sin soltar mi mano con la otra comenzó a desabrocharse los botones de la blusa, uno a uno con pericia. Una vez su blusa abierta guió su mano, con la mía en ella, hacia su pecho, y me invitó a introducir la mano por su escote, mientras le soltaba un golpe en la cabeza al cabizbajo hombre. Él miró e intenté sacar la mano del pecho de su mujer, pero ella me agarró con firmeza impidiéndomelo. De todas formas él rápidamente volvió a agachar la cabeza, cosa que a ella la enfureció todavía más.

Imaginaros la situación en la que me encontraba. El tío pasando de todo mientras yo le tocaba la teta a su mujer que no cesaba de alegar mientras se iba desabrochando los últimos botones de la blusa. Yo no me lo podía creer, eso no me podía estar pasando a mí, pensaba mientras ella se quitaba la blusa quedándose en sujetador delante de mí. De un rápido movimiento se desabrochó el sujetador que resbaló lentamente por su tersa piel hasta caer al suelo. Tomó entonces mis dos manos entre las suyas y las colocó sobre sus tetas para acto seguido restregarlas contra la palma de mi mano.

Creo que en mi vida nunca había tenido entre manos unos pechos tan perfectos como esos. Eran del tamaño justo, ni muy grandes ni muy pequeños, tersos y duros, desafiantes a la ley de la gravedad. Estaban coronados por un enorme pezón muy oscuro, rodeado de una pequeña aureola un poco más clara. Mis manos, que destacaban con fuerza contra la negrura de su piel, no pudieron evitar apretar ligeramente mientras me maravillaba ante semejante prodigio de la naturaleza. Cuando ella vio que ya no necesitaba sujetarme las manos para que le sobara las tetas me las soltó y se dedicó a soltarle lo que supuse una larga retahíla de insultos mientras le daba de vez en cuando un golpe obligándole a mirar cómo le sobaba las tetas. Yo creo que pensó que él no le hacía caso y decidió provocarlo más soltando el cinto de su pantalón de algodón, que trabándose momentáneamente en sus cintura cayó al fin al suelo en un lento movimiento. Si sobarle las tetas a esta belleza negra era lo mejor que me había pasado, contemplar el fantástico cuerpo casi desnudo superó todas mis expectativas.

Ya os dije antes que me sacaba al menos diez centímetros de altura. Era delgada, de piel tersa y brillante, sin un solo gramo de grasa de más. Tal vez demasiado flaca para su altura, pero evidentemente espectacular. Su cintura se estrechaba suavemente para volver a abrirse delicadamente hacia abajo haciendo destacar sus caderas, de las que nacían unas larguísimas y esbeltas piernas, perfectamente torneadas. Al día siguiente pude ver una foto enmarcada en la que se la veía a ella levantando un trofeo con una pista de atletismo al fondo, por lo que de ahí imagino la perfección de su cuerpo. Llevaba unas braguitas blancas con pequeños corazones rojos desplegándose por toda la tela, demasiado infantiles para semejante mujer, que se ajustaban a su cuerpo como una segunda piel. Ella no cesaba de hablar, aunque su tono poco a poco se iba calmando, y guiaba mis manos por su piel, como si mis manos fuesen las suyas. Yo no sabía bien que hacer. Ya os dije que soy una persona bastante tímida y reservada. Seguro que otro en mi lugar se hubiera lanzado sin contemplaciones sobre ella sin importarle la presencia del marido, pero a mí me cohibía mucho. Era una situación demasiado violenta.

De todas formas a él tampoco parecía importarle mucho que sobara a su mujer. Claro, pensaba yo, ¿con qué morro va este ahora a cabrearse si lo han pillado follando con otra? Ella bajó entonces nuestras manos hasta su cintura y se giró, dándome la espalda y colocándose de frente a su marido. Si la vista frontal era espectacular, la trasera no dejaba mucho que desear. Una espalda perfecta, musculada, graciosamente curvada en la cintura. Un culo de infarto, duro como una piedra, terso, tirante.

Mis nerviosos dedos que jugueteaban con la tirilla de la braga, indecisos comenzaron a bajarlas, temiendo que en cualquier momento se rompiera el hechizo que me mantenía ahí y me echaran a patadas de la casa. Pero no ocurrió nada parecido. Bastó deslizar las bragas por debajo de sus caderas para que cayeran al suelo y ella se las acabara de quitar con un grácil movimiento de pie. Al sentirse ella desnuda frente a él se endurecieron sus palabras y le soltaba algún que otro manotazo en la cabeza para obligarle a mirarla, cosa que él hacía de mala gana, con razón, pensaba yo. ¿A quien le gusta ver a su mujer ante él mientras es manoseada por un desconocido? A mí al menos no me gustaría. Si ella veía que él no la miraba le chillaba o le volvía a dar un manotazo. Otras veces creo que los gritos me los dirigía a mí, pidiéndome que la sobara más para que lo viera su marido. Estaba claro que quería humillarlo.

Como veía que tampoco le hacía todo el caso que ella esperaba se fue arrimando poco a poco a mí, hasta pegarse totalmente a mi cuerpo, restregando su espalda contra mi pecho. Mis manos rodeaban su cintura y acariciaba lentamente, con timidez, su bajo vientre, ahí donde se eleva suavemente en ese pequeño montículo que desciende luego hacia las ingles. Algunos pensaréis que como en todo relato erótico, tenía ya una tremenda erección y estaba a punto de reventar, pero nada más lejos de la realidad. Todavía no acababa de creerme lo que me estaba pasando y temía despertar en cualquier momento para darme cuenta de que no era más que un sueño.

Pero el tiempo pasaba y no me despertaba. Ella había guiado mis manos hacia arriba, en busca de sus pechos mientras se apretaba más contra mi. Sus duras nalgas se restregaban contra mi vientre y poco a poco iba sintiendo un calor que me invadía, me atacaba desde dentro haciéndome temblar las piernas. Él pareció entonces reaccionar algo. Levantó la cabeza, la miró y en lugar de volver a agachar la cabeza como había hecho las otras veces se quedó observando. La verdad es que como ahora le diera por cabrearse lo iba a tener yo bastante mal. Sus gestos denotaban dureza y me hacía pensar que estar delante de este hombre enfadado podría resultar peligroso. Pero se limitó a observar. Ella, viendo como él nos miraba se restregó más fuerte contra mí mientras le soltaba otra andanada de incomprensibles frases, esta vez un poco más calmadas pero todavía cargadas de una cierta furia. Ella se giró entre mis brazos y me rodeó con los suyos, apretando sus pechos contra el mío. Sentí la dureza de sus pezones taladrando mi camisa, como dos bolas de fuego que quemaban mi piel. Mis manos descendieron hasta sus nalgas y se cerraron sobre ellas haciendo que ella se arrimara todavía más a mí. Fue entonces cuando comenzó a besarme. Primero fueron unos ligeros besos sobre mi frente, que fueron bajando hacia mis mejillas, haciéndose cada vez más seguidos. Sus negros labios se deslizaron hacia mi cuello dónde se entretuvieron ligeramente, para pasar luego hacia mi pecho.

A medida que sus labios descendían iba desabrochando con mucha suavidad los botones de mi camisa. Fue un trayecto eterno que, esta vez sí, hizo que mi pene fuera endureciéndose dentro del pantalón. Cuando alcanzó el cinturón lo desabrochó con rapidez y antes de quitarlo me arrancó la camisa. Luego, desabrochó muy lentamente, uno a uno, los botones de la bragueta del pantalón, intentando alargar al máximo el momento en el que mi polla saltara ante ella. En una rápida mirada pude ver a su marido que se había quedado sentado contemplando la escena y rogué por que no le diera ahora por lanzarse sobre nosotros. Pero no hizo nada y se quedó ahí, mirando como ella comenzaba a bajar mi pantalón y mis calzoncillos juntos, muy lentamente, con mucha suavidad, haciendo de un acto tan sencillo un momento interminable. En un momento dado tuvo que introducir sus largos dedos entre mi vientre y el pantalón para evitar que este se quedara enganchado en mi ya totalmente erecta polla. Poco a poco los fue deslizando hasta que cayeron en un sordo movimiento hasta el suelo. Y allí estaba yo, totalmente desnudo con la polla tiesa y un pedazo de mujer que nunca me habría imaginado ni en mis mejores sueños arrodillada ante mi. Bueno, y con un tío sentado en la cama mirándolo todo. Eso tampoco lo había imaginado, pero no podía hacer nada para evitarlo. De un rápido vistazo aprecié que a él le empezaba a interesar algo de lo que pasaba en la habitación. Bastó una mirada a sus bóxer para darme cuenta de ello. Su entrepierna se había abultado de una forma alarmante y un sonrosado trozo de carne asomaba entre el bóxer y la cintura. No puede evitar pensar en el pedazo de rabo que debía tener ese tío para que se le saliera de esa manera, pero todo pensamiento se borró de mi cabeza en el mismo momento en el que ella agarró con delicadeza mi polla y comenzó a mover su mano en un perfecto sincronizado movimiento.

Ella me masturbaba con destreza, en lentos movimientos con mucha suavidad. Alguna que otra vez todavía le dirigía algún comentario a su compañero, pero el tono de su voz había cambiado radicalmente. Seguía sin entender nada de lo que decía, pero estaba claro que lo estaba haciendo era provocarle. Y lo hacía bien, porque en otra mirada, esta vez no tan breve, pude ver que se había bajado los bóxers y estaba sentado sobre la cama con la polla en su mano. Siempre se ha comentado sobre el tamaño de las pollas negras afirmando que son enormes. Pues bien, yo no sé si es verdad o mentira, pero lo que estaba claro es que o bien era verdad o bien este era la excepción que confirma la regla. Con semejante polla sería la delicia de cualquier productor de cine porno. Él me miró y me vio contemplando semejante pollón. Yo no sabía hacia donde mirar, pero es que no podía apartar la vista de ahí. Él se limitó a mirarme y en el momento en el que nuestras miradas se cruzaron me sonrió guiñando un ojo.

Ahí estaba yo, viviendo el más increíble momento de mi vida mientras pensaba en lo afortunado que era de que no hubiera ni un solo espejo en la habitación. No sé si lo habría soportado. Imaginad, mi cuerpo pálido y rechoncho, lleno de pelos por todas partes, de pie en la habitación mientras una escultural muchacha negra me masturba y un atlético negro, todo músculo, con una polla enorme, se masturba sentado en la cama. Intentando apartar esos pensamientos de mi mente me limité a concentrarme en el movimiento de vaivén de la negra mano sobre mi polla. Creedme si os digo que fue una de las mejores pajas que me han hecho en la vida. Ella controlaba el ritmo en todo momento y si notaba que comenzaba a excitarme demasiado ralentizaba el movimiento de su mano, deteniéndose y acariciando el glande con un dedo humedecido en su lengua. Jugueteaba un poco con mis testículos hasta que notaba que me había tranquilizado un poco, momento en el que aprovechaba para regresar a mi polla. Arriba, abajo, muy lentamente, como si tuviese toda su vida para hacerme una paja, arriba, abajo..Un par de lentos movimientos que volvían a ponerme a punto de explotar. Otras veces no era más que el leve roce de sus dedos recorriendo mi polla desde la base hasta el capullo lo que me hacía revolverme de placer. En algún momento incluso llegar a deslizar sus carnosos labios por mi polla, haciéndome imaginar que la metería en su boca. La simple idea de sentir la humedad de su lengua contra mi verga me llevaba hasta unos límites de placer insospechados para mí. Pero ella no tenía intención de darme ese gusto. Prefería controlarme con sus hábiles manos, llevarme hasta donde ella quisiera y tenerme a su merced haciéndome explotar solo en el momento que ella decidiera.

Mis piernas estaban empezando a flaquear y a duras penas conseguía mantenerme en pie sin apoyarme en la pared. Durante unos momentos quería explotar de una vez, soltar todo mi semen y aliviar ese dolor que me oprimía los testículos. Luego, deseaba que este momento fuese eterno, una paja eterna, toda una vida de placer sintiendo esas manos en mi polla. Pero estaba en sus manos y me daba la impresión que solo me correría en el momento que ella decidiera. Yo la miraba arrodillada frente a mi, esperando ver sus enormes ojos mirándome desde abajo. No hay cosa que me guste más que el que me miren mientras me masturban o me la chupan. Pero ella, concentrada en mi polla, no apartaba la vista de ella salvo contadas ocasiones que aprovechaba para mirar a su marido. Éste ahora se estaba masturbando con lentitud. Ya sé de quien ha aprendido esta a masturbar, pensé. Miré hacia abajo y vi que una de las negras manos había desaparecido de mi polla y se había deslizado hacia los muslos de ella, buscando su sexo con avidez, con ansia. No pude evitar pensar lo curioso de la situación. A mí me masturba con una lentitud pasmosa, a veces casi irritante, y ella busca su propio placer con nerviosismo, con un ansia desesperada.

Con la mano entre sus piernas no tardó en comenzar a gemir, pequeños jadeos que iban haciéndose más fuertes, más seguidos. Desde arriba veía sus pezones, que habían alcanzado un tamaño inimaginable para mi. De repente vi como él se levantaba y se dirigía hacia ella. Si me había sorprendido verle aquel pedazo de polla, verlo de pie, con aquel pedazo de carne apuntando en horizontal era algo increíble. Intentó acercarse a ella por detrás, pero ella le rechazó con un grito e incorporándose de repente lo lanzó hacia atrás de un empujón. Entonces se giró hacia mi y dándome la vuelta me puso de espaldas a la cama, donde me tiró de un solo empujón. Me quedé ahí tirado, con la polla apuntando al techo viendo como ella se acercaba al borde de la cama. Hasta entonces todavía no había podido contemplar su sexo, por lo que me gustó verla en esa manera. Estaba totalmente depilada. Tan solo una fina tira de pelo subía en vertical desde la raja de su sexo durante unos pocos centímetros. El resto, totalmente depilado.

Se subió a horcajadas encima de mi y su sexo buscó el mío con ansiedad. Bastó un ligero movimiento de su cintura para que mi polla se ensartara en su coño. Estaba muy húmeda. Su coño era estrecho y apretaba con fuerza el tronco de mi pene. Apoyó las manos en mi pecho y comenzó a moverse encima de mí, ora en círculos que se cerraban cada vez más, ora de arriba abajo en una frenética cabalgada. Me montó con furia, como si no lo hubiese hecho desde hacía mucho tiempo. Sus jadeos se habían convertido ya en una serie de pequeños gritos, que se acentuaban cada vez que mis manos buscaban sus pechos. Sus pezones quemaban mi piel, duros como dos piedras. Vi como el negro intentó acercarse de nuevo a ella por detrás, pero ella le volvió a rechazar apartándolo con sus manos.

Sentía que estaba a punto de correrme y así se lo susurré a ella aun sabiendo que posiblemente no me entendiera, pero ella lo captó y aceleró sus movimientos. La agarré fuerte por las nalgas y con dos fuertes embestidas hasta el fondo de su coño comencé a derramarme dentro de ella. Seguí moviéndome con fuerza hasta que comenzó a emitir un fuerte jadeo, casi como si se estuviera ahogando, al mismo tiempo que se movía encima de mí con una furia desbocada. El jadeo se convirtió lentamente en un suspiro al mismo tiempo que se derrumbaba contra mi, casi desmayada.

Me quedé un largo rato así, intentando recobrar la respiración. Ella había caído totalmente rendida. Como otras muchas cosas de esa noche, era la primera vez que veía a una mujer correrse con tal intensidad. Su marido se acercó a nosotros y con una pasmosa facilidad la levantó en vilo y la depositó sobre la cama. Le dio entonces la vuelta, tumbándola sobre la espalda y se colocó a su lado. Sus grandes manos comenzaron a acariciar sus tetas y rápidamente vi de reojo, tumbado a su lado, como sus pezones volvían a crecer de una forma prodigiosa. Estaba claro que el negro no iba a quedarse así. Se arrodilló al lado de la cabeza y con cierta brusquedad metió una de sus manazas bajo ella y se la levantó acercándola a su gruesa polla. Pensé que ella le rechazaría, pero bastó un roce del glande sobre sus carnosos labios para que estos se abrieran y lo engulleran con avidez. Ella cerró los ojos y comenzó a chupársela con lentitud, pero él no estaba dispuesto a eso. Con sus manos comenzó a acelerar los movimientos de ella, con brusquedad y sin ninguna delicadeza. Habían intercambiado los papeles y ahora era él el que parecía dominar la situación. Pero a ella tampoco le disgustaba, puesto que tras un par de movimientos vi cómo deslizaba la mano hacia su sexo, buscando con el dedo sus abultados labios.

Era increíble la rapidez con la que se reponía esta mujer. No hacía ni medio minuto que había caído como muerta sobre la cama tras explotar en un intenso orgasmo y su mano ya estaba buscando de nuevo su sexo. Ojalá tuviese yo esa capacidad de recuperación, pensé yo. Me habría encantado poder seguir follándola sin parar una y otra vez, pero sabía que como mínimo tendría que esperar un cuarto de hora para poder volver a empalmarme. Pero no estaba dispuesto a quedarme ahí cruzado de brazos viendo como se la chupaba al negro, así que me deslicé en la cama y me acomodé entre sus rodillas. La besé suavemente en los muslos, y escuché un leve gemido ahogado por la polla en su boca. Mi lengua se deslizó lentamente recorriendo la cara interna de sus muslos hacia el centro de ella. Percibía el olor de su sexo, mezclado con el olor de mi semen. Me gustó como olía esa combinación y me zambullí de lleno entre sus piernas. Ella al notarlo las separó para dejarme hacer, cosa que hice con verdadero placer. ¿Acaso existe mayor placer que comer un buen chochito? Sentir como se abre bajo la presión de tu lengua y saborear ese aroma, lamer el clítoris notando como el cuerpo entero se sacude ante cada roce.

Me apliqué de lleno en la tarea, intentando darle el máximo placer posible. Quería agradecerle de alguna manera lo que ella había hecho por mí, y la verdad es que no se me ocurría mejor manera. Creo que no lo hice mal, porque los gritos escapaban de su boca de una forma descontrolada. La enorme polla que se tragaba entre grito no le impedía jadear y soltar alguna que otra frase incomprensible entre chupada y chupada. Yo notaba como poco a poco se iba poniendo en tensión, agitándose ante el más leve roce de mi lengua en sus labios. De repente escuché como se atragantaba, y levantando ligeramente la cabeza vi como un grueso reguero de leche salía por la comisura de su boca. Él se había corrido dentro, y ni siquiera la había avisado, aunque tampoco parecía que a ella le importara mucho ya que se agarró con las manos a la polla y comenzó a chupar con más fuerza, intentando arrancar hasta la última gota de leche de semejante nabo. Yo aproveché entonces para acelerar el movimiento de mi lengua en su clítoris. Al igual que antes, comenzó a gritar de una forma descontrolada, agitándose sin parar y jadeando de forma precipitada hasta que sus piernas apretaron con fuerza mi cabeza para relajarse a continuación mientras se corría entre fuertes gritos. Estaba visto que siempre se corría así.

Me incorporé y vi a su marido mirándome, me sonrió, me guiñó un ojo y levantando su mano con el pulgar hacia arriba se echó a su lado en la cama. Yo me eché al otro lado de ella y no tardamos mucho tiempo en dormirnos, los dos abrazados a esa diosa de ébano.

Esta mañana al despertar la primera imagen que me ha venido a la cabeza es la de una mujer negra cabalgándome y me ha sorprendido la claridad con la que he recordado el sueño. He abierto los ojos y también me ha sorprendido darme cuenta de lo cambiada que parecía mi habitación. He vuelto a cerrar los ojos, tratando de recordar más detalles del sueño. Me ha llevado un rato largo darme cuenta que la habitación me ha parecido tan cambiada porque la mía es de color marrón clarito, y la que he visto al abrir los ojos era de color blanco. En el momento en que mi adormecido cerebro ha conseguido llegar a esta conclusión he vuelto a abrir los ojos esperando encontrar mi acogedora habitación. Pero no, ahí estaba, una pared de un blanco puro. He girado un poco la cabeza y he visto un armario que no era el mío.

No puede ser, pensé, que lo de la negra no haya sido un sueño. Ahora mismo debo estar todavía soñando, seguro que cierro los ojos, los vuelvo a abrir y regreso a mi habitación. Pero no, ahí continuaba la blanca pared y el desconocido armario. Lentamente me he girado hacia el otro lado hasta ver el cuerpo de mi diosa negra, tumbado junto a mi. Dormía plácidamente echada boca abajo, totalmente desnuda tal como la dejamos por la noche…¿dejamos?...Me he incorporado un poco y al otro lado le he visto efectivamente a él. Pues no ha sido ningún sueño, me he dicho todavía incrédulo, mirando como él dormía boca arriba emitiendo un suave ronquido. Su polla relajada no parecía ahora tan amenazante como anoche pero aun así era impresionante ver semejante trozo de carne colgando.

Mi vista ha vuelto al cuerpo de la hermosa negra. Ojalá mis palabras fueran capaces de describiros la escena. Ojalá supiese pintar y pudiera reflejar en una imagen la belleza de esta increíble mujer. Pero desgraciadamente ni sé pintar ni mis palabras creo que sean capaces de plasmar una imagen en letras. Estaba amaneciendo y la luz del naciente sol se filtraba a través de la entreabierta persiana, iluminando la espalda de ella. Su negra piel creaba cientos de reflejos y sombras que le conferían una inusitada belleza. Su espalda ascendía y descendía rítmicamente al compás de su relajada respiración. Mis ojos recorrieron toda su piel desde el largo cuello hasta sus nalgas, la suave curvatura de su espalda, la perfección de sus hombros. Sus largas piernas entrelazadas casi se salían de la cama. Qué bello espectáculo, ver a una mujer tan hermosa durmiendo. Transmite una sensación de paz y de sosiego increíbles. No sé el rato que he estado mirándola antes de volver a caer en un profundo sueño.

He vuelto a despertar y el sol ya iluminaba claramente la habitación. Ella se ha agitado a mi lado y al darme la vuelta la he visto abrazada a su marido, sus piernas entrelazadas en un intrincado nudo. Ambos dormían plácidamente. Él estaba girado hacia ella y una de sus manos descansaba sobre su cintura y la nalga. Con el otro brazo la rodeaba por debajo de la almohada. Ella había dejado caer una mano sobre la polla de él, que lucía una poderosa erección. Sus dedos rodeaban la gruesa polla y con dificultad lograban rodearla toda a pesar de sus largos dedos. Yo me limité a permanecer mirando sin dejar de maravillarme del tamaño de aquel pene. Os aseguro que en muy pocas películas porno (y eso que he visto unas cuantas) he visto algo así.

Poco a poco se iban despertando lo cual noté en el ligero movimiento de la mano de ella, que se deslizaba arriba y abajo muy lentamente haciendo que él se agitara levemente. Al cabo de no demasiado rato ese suave roce se había convertido ya en una auténtica masturbación y aunque los dos todavía permanecían con los ojos cerrados estaba totalmente claro que ninguno dormía. Yo me limité a permanecer tumbado al lado de ella observando sin atreverme a tocarla por miedo a romper el encanto, porque la verdad es que ver como le meneaba la polla a ese pedazo de negro me estaba poniendo enfermo. Tanto que yo mismo me estaba masturbando, muy lentamente, al igual que ella hizo la noche anterior.

Entonces ella se apartó un poco de él y se tumbó sobre la espalda, abriendo bien sus estilizadas piernas. Él rápidamente se situó sobre ella y sin más preámbulos acercó la punta de su polla a la depilada rajita y de un certero movimiento de cintura se la metió, no voy a decir que toda, porque es imposible que una polla así entre entera en el coño de una mujer normal, pero sí al menos la mitad. Bastó ese simple movimiento para arrancarle a ella un grito de placer e inmediatamente levantó sus piernas en el aire y rodeó el cuerpo de su marido con ellas en un estrecho abrazo. Me giré un poco en la cama para intentar tener un mejor plano de esa polla entrando y saliendo de ella. Como os digo, era algo impresionante y yo creo que no le metía ni la mitad de lo que tenía. Recuerdo que hasta pensé que era un desperdicio de polla, porque para qué quieres tanta si luego no tienes donde meterla.

Él empezó entonces a moverse con fuertes golpes. Cada vez que se la metía temblaba toda la cama. Desde luego la delicadeza no era para este hombre, eso estaba claro. Cada vez la follaba más y más fuerte y los gritos de ella se encadenaban uno tras otro, embestida tras embestida. La cama crujía y parecía que se fuera a desmontar, no lograba entender como era capaz de aguantar semejante ataque.

Mientras ella gritaba y gemía él gruñía como un animal, cada vez con más violencia y de vez en cuando soltaba alguna frase en su idioma. Ella se retorcía y daba manotazos en la cama mientras su cuerpo se arqueaba en fuertes espasmos que la hacían gritar cada vez de una forma más descontrolada. Los dos se corrieron al unísono de tal forma que creo que lo tuvo que escuchar todo el vecindario, tales eran los gritos que daban los dos. Yo permanecía tumbado a su lado con la polla en la mano machacándomela insistentemente, y cuando sus gritos comenzaban a apagarse alcanzaba yo el orgasmo. Mientras me corría derramando toda mi leche sobre mi vientre gemía sin control, lo que no impidió que viera como ellos dos se giraban al mismo tiempo y viendo como salía mi leche me dedicaron una gran sonrisa.

Me quedé tumbado en la cama respirando agitadamente con la polla todavía dura y pringosa de semen en mi mano mirándola a los ojos. Qué ojos más bonitos, es que no había forma de apartar la mirada de ellos. Ella le dijo algo a él que permanecía todavía encima de ella y ambos soltaron una risita, a la que yo respondí con una gran sonrisa. No tenía ni idea de lo que habían dicho, pero creedme si os digo que en ese momento las palabras sobraban. Entonces el negro se quitó de encima de ella y la cama crujió bajo su peso. Ella, al verse libre del peso de él se giró contra mi y me abrazó. Su mano se deslizó por mi vientre pasando por encima del semen derramado sobre mi abdomen, hasta alcanzar mi mano, la que sostenía todavía la polla, y me dio un suave apretón. Con delicadeza apartó mi mano del ahora semierecto pene y soltando mi mano me lo agarró con suavidad. Lo mantuvo entre sus dedos presionándolo ligeramente al mismo tiempo que los movía de arriba a bajo sin ninguna dificultad ya que estaba toda llena de semen. Poco a poco la polla iba cayendo, haciéndose pequeña entre sus dedos. Podría mentiros y contaros que estaba otra vez empalmado, que me corrí diez veces en una noche o cualquier cosa así, pero ya os dije que soy una persona normal con las limitaciones de una persona normal. Acababa de correrme y sabía que tardaría un rato en alcanzar otra buena erección.

Ella comenzó a besarme en el pecho, besos largos y suaves. Sus carnosos labios recorrieron cada centímetro de piel, lentamente, sin ninguna prisa. Poco a poco fueron deslizándose hacia el abdomen, hacia los calientes charcos de semen que todavía permanecían ahí. Su boca besó cada gota de leche y cada vez que ella levantaba la cabeza y me miraba veía cómo sus labios brillaban. Muy lentamente fue bajando hacia mi pene, que ahora sí que había perdido completamente la erección y reposaba fláccido contra mi piel. Lo tomó en su mano y sus labios se deslizaron desde la base hasta la punta con dulzura. Cuando alcanzaron la punta se entreabrieron ligeramente y colocó el glande entre ellos y muy lentamente comenzó a meterse el blando trozo de carne en la boca.

Su lengua era suave y frotaba con fuerza toda la superficie de mi polla mientras sus labios abrazaban con firmeza la base. Paladeaba el sabor de mi verga como si fuese un caramelo y no hizo falta mucho para sentir como poco a poco se iba haciendo grande dentro de ella. Lo que al principio había sido un colgajo de carne se había convertido gracias a ella en una dura polla.

Yo me limité a cerrar los ojos y disfrutar del momento, sintiendo un placer enorme al notar como su boca se movía con destreza a lo largo de mi pene. Unas veces me besaba la punta, echando un poco de su propia saliva con lo cual quedaba un hilillo entre mi glande y sus labios, otras veces en un movimiento pausado se la iba metiendo dentro hasta que alcanzaba el fondo de su garganta. No es que mi polla sea muy grande, tamaño estándar imagino, pero nunca había encontrado una tía que se la metiera tanto en la boca como ella sin atragantarse ni nada. Claro, pensé, si está acostumbrada al pollón de su marido lo mío tiene que parecerle una menudencia.

Su marido permanecía mirando a nuestro lado y por el ruido deduje que se estaba masturbando. Que haga lo que quiera, pensé, pero por favor, que ella no pare de chuparla. Giré la cabeza y abrí los ojos. Efectivamente, él estaba arrodillado a mi lado con su gigantesca polla en la mano meneándosela. Lo que ocurrió a continuación es algo que todavía estoy tratando de averiguar por qué pasó. No sé por qué lo hice, fue algo instintivo que salió de lo más profundo de mi ser, algo que jamás hubiera imaginado que fuera capaz de hacer. El caso es que alargué el brazo y cogí su polla en la mano. A duras penas conseguí abrazarla entre mis dedos. Estaba dura, muy dura, y muy caliente. Esa era la primera vez que tenía una polla que no fuera la mía entre las manos y la situación era curiosa. Curiosa y excitante. Porque en lugar de sentir repulsión como siempre había imaginado que sentiría de producirse el caso, sentí una enorme excitación que me hizo comenzar a masturbarle.

Ella continuaba inclinada sobre mi polla, pero al ver mi mano agarrar la verga de su marido se había girado de tal forma que ella también podía verlo, y continuó chupando y mirando al mismo tiempo. Mi mano se deslizaba con cierta brusquedad sobre la enorme verga mientras él se echaba hacia atrás y se arrimaba un poco más a mi para facilitarme el trabajo. Comencé a mover la mano de arriba abajo con timidez, sin estar muy seguro de lo que hacía, pero los movimientos de los labios de ella sobre mi propia polla me animaban a menear la verga en mi mano. Yo estaba alcanzando un punto de excitación como nunca antes había tenido, a excepción tal vez de mi primera relación, ni aun en mis más calientes fantasías. No podía dejar de mover mi mano sobre aquella enorme polla y al parecer no lo debía de hacer mal, porque él estaba soltando fuertes gruñidos y no cesaba de agitarse en la cama. De repente, de una forma bastante brusca como ya había visto que era típico en aquel pedazo de negro, me apartó la mano y acercándose pasó una de sus manazas bajo mi cabeza y levantándomela sin ninguna dificultad acercó amenazante la punta de su polla a mi boca. Adivinando lo que deseaba intenté apartar la cabeza pero él me lo impidió y con fuerza arrimó mi cabeza a la tiesa verga. Qué le vamos a hacer, pensé. Si he llegado hasta aquí no me voy a echar atrás ahora, y de todas maneras no creo tenga forma de resistirme a este tío. Así que armándome de valor abrí mi boca y mis labios rodearon aquella monstruosidad.

Bueno, no es tan malo como parecía, pensé mientras mis labios se cerraban y comenzaba a engullir poco a poco. Escuché como su mujer decía algo y soltaba una risa antes de volver a tragarse mi tieso pene, ya a punto de reventar. Cerré los ojos y comencé a chupar lo mejor que pude. Era una sensación extraña, sentir ese trozo de carne, duro, suave, caliente, con vida propia dentro de mi boca. Él empujaba con fuerza intentando meterla hasta el fondo con su habitual delicadeza, mientras yo con las manos intentaba frenarle un poco sin conseguir nada. Al final la única forma que tuve de conseguirlo fue agarrar su polla con las manos y chupar solo el trozo que sobraba, que aun así era enorme. De esa forma mis manos frenaban un poco sus movimientos.

De repente me di cuenta que la mamada que me estaba haciendo ella se había convertido en algo secundario y que el centro de mi excitación se hallaba ahora en ¡una polla en mi boca! No me lo podía creer, era imposible. Esto tenía que ser un sueño aunque desde luego una pesadilla no era.

Me concentré de lleno en chupar la polla como si me fuera la vida en ello mientras él empujaba y empujaba. Ella, viéndome chupar se había contagiado de mis ansias y engullía con fiereza acariciando mis pelotas con la mano, presionándomelas con fuerza. Yo sentía como aquel pedazo de carne entraba y salía de mi boca y lo saboreaba con fruición sintiendo como una oleada de placer me invadía. Mi cuerpo se crispaba y notaba la inminencia de mi propio orgasmo, que se acercaba lentamente.

Él también lo debía de notar, porque de repente noté como su pene se endurecía si cabe aun más dentro de mi boca y antes de que me diera cuenta sentí un ardiente chorro que quemaba el fondo de mi garganta haciéndome atragantar. Intenté apartarme pero él me lo impedía agarrándome con fuerza la cabeza. El chorro parecía que no acababa nunca e inundó mi boca con rapidez hasta que no pudo más y desbordó por las comisuras de mis labios. Sentí como un gran chorro se deslizaba por mi mejilla, quemándome la piel. En el mismo momento en el que cesó el torrente él sacó la polla de mi boca y cayó sobre la cama, dejándome ahí con la boca llena de semen, que resbalaba por mis labios y mi mejilla.

De repente exploté como nunca antes recordaba haberlo hecho. Mi polla soltó un chorro de esperma dentro de su boca con tanta fuerza que ella sorprendida se apartó de repente un momento, justo el necesario para que una gruesa gota cayera sobre su cara, antes de volver a metérsela en la boca hasta el fondo. Engulló el resto de mi corrida con ganas, arrancándome el orgasmo más largo que recuerde.

Quedé rendido sobre la cama, con el sabor del esperma en mi boca. Ella se incorporó y se tumbó encima de mí. Me besó en la boca y noté mi propio semen en los labios de ella, que rápidamente se mezcló con el de mi propia boca. Entonces, nos miramos los tres y sin saber porqué estallamos al unísono en una sonora carcajada.

Tras esto nos hemos levantado y hemos desayunado los tres juntos, sentados desnudos alrededor de la mesa. Es increíble lo que une un buen polvo. Allí estábamos los tres con una naturalidad increíble, sin ningún tipo de vergüenza ni pudor, sin entendernos mutuamente aunque ellos me hablaran a mí y yo les hablara a ellos. He pasado la mañana con ellos, sin hacer nada, simplemente ahí escuchando música en una antigua radio y medio dormitando en el sofá. Luego me he dado una ducha, he recogido mis ropas que permanecían todavía tiradas en el mismo sitio donde ayer noche me las quitaron, y tras vestirme me he despedido de ellos con una sonrisa y he bajado a mi piso.

Ahora, mientras escribo esto me parece mentira que hoy sea sábado y que tan solo hace 24 horas yo fuera un personaje gris, trabajando en una oficina gris y viviendo en una ciudad gris. A partir de hoy creo que me tomaré la vida de otra manera. Vale la pena.