Mi nombre es Patricia, y me gustaría contaros algo que
me pasó este verano con mi novio Alberto, que cambió totalmente mi vida.
Como casi todos los años, durante el mes de agosto, intentamos irnos un par de
semanas a algún lugar tranquilo para descansar. El lugar elegido para este año
fue la isla de Menorca. Un sitio muy tranquilo donde tomar el Sol, y donde si te
apetece andar un poquito, puedes encontrarte en playas paradisiacas, y sin
apenas bañistas... si, si, ¡incluso en agosto!
Comentaros que tengo 29 años, soy una chica más bien alta, de 1,75m, con el pelo
moreno y largo, con mi cinturita y con unos buenos pechos. Alberto es más alto
que yo, mide sobre 1,85m, castaño y con un buen culito. La verdad da gusto verlo
de espaldas.
Aterrizamos a primera hora de la mañana en la isla, por lo que nos fuimos
rápidamente al hotel, dejamos nuestras maletas, nos pusimos los bañadores y nos
marchamos a la playa. En el aeropuerto, habíamos alquilado un coche, que nos
permitiera desplazarnos por la isla, y acercarnos lo más posible, a las playas
más escondidas.
La seleccionada para ese primer baño, fue la playa del Pilar. Es una playa
bastante complicada de llegar, puesto que después de 5km de una carretera muy
bacheada, hay que andar unos 30 minutos por acantilados, hasta llegar a la
misma. Eso sí, en cuanto llegas a la última montaña, y deslumbras la playa, te
das cuenta que ha merecido la pena todo el esfuerzo. Se trata de una playa de
arena fina, con el agua transparente, que además se encuentra envuelta de
montañas rojizas y con su propio manantial de agua. Además, al encontrarse al
norte de la isla, la navegación suele ser más complicada y no suelen haber
barcos delante de la misma.
Llegamos de los primeros. Apenas había algún hippie que había pasado la noche, y
un grupo de 3 personas. Se trata de una playa mixta, es decir, puede haber gente
desnuda como lo estaban los hippies, o gente con su bañador como este grupo de 3
personas, el cual estaba compuesto por un chico y dos chicas. Al chico se le
veía muy atlético, de unos 1,80m y con un bañador largo de estos que se llevan
ahora. Las chicas eran más o menos de mi altura, una rubia y la otra pelirroja.
La rubia llevaba un bikini blanco espectacular, con la braguita semitanga. La
otra chica, no le iba a la zaga, puesto que llevaba un bikini rojo, pero esta
vez sí que era tanga, además con los lacitos a los lados, que lo hacían de lo
más sugerente. Alberto no perdió detalle de las dos chicas, aunque al mirarlo
disimuló mirando hacia las montañas.
Llegamos y extendimos las toallas y nos quitamos la ropa, quedándose Alberto con
su bañador, similar al otro chico que había por la playa, y yo en topless, con
una braguita marrón. No suelo hacer topless, excepto cuando vamos de vacaciones
a este tipo de playas. La verdad, no me puedo quejar de mis pechos, Uso una 95,
y con unos pezones que nada más sentir el aire libre, se ponen duros como
piedras, y así se quedan hasta el momento que los vuelvo a tapar.
Poco a poco, fue llegando gente a la playa. A nuestros lados, se iban colocando
parejas de todo tipo, y la mayoría de ellas, ni siquiera hacían topless. La
verdad, empezaba a preguntarme si realmente aquella playa era nudista, pero es
lo que suele ocurrir en agosto y con la invasión de los turistas. Nos fijamos
que al final que había una especie de peregrinación hacía el final de la playa.
Me fijé al ver pasar los hippies, los cuales continuaban desnudos, llegaban a
aquella zona y se envolvían todo su cuerpo del barro que generaba el pequeño
manantial que había por aquella zona. El baño de barros en esta playa es muy
famoso, y casi todo el mundo que viene, acaba envuelto en barro.
- "Alberto, mira lo que hacen" - le dije a Alberto.
- "Vaya, de hecho aquí detrás hay otro pequeño manantial que también produce
esos barros. ¿Qué te parece si lo probamos?".
- "Ufff, no se... me han comentado que después no hay forma de quitarse el barro
de la ropa".
- "¡Pues nos la quitamos!", me dijo Alberto con cara sonriente.
Alberto, jamás había hecho nudismo en ninguno de nuestros viajes. De hecho, las
primeras veces que yo hice topless, no se encontraba nada cómodo, y le costó un
tiempo asimilarlo. ¡Era impensable que se desnudara delante de toda aquella
gente que estaban vestidos!
- "jajaja, ¿tú? ¡Pero si no te has quitado el bañador en ninguna playa, por
nudista que fuera!" - me reía de él
- Bueno, si estás tan segura, ¿por qué no apostamos algo?
- ¿Algo?, ¡lo que quieras! - le dije con voz burlona.
- "Esta bien, te propongo la siguiente apuesta. Si ganas tú, esta tarde iremos
de compras y podrás comprar todo lo que quieras. Te lo pagaré yo".
¡¡¡No me lo podía creer!!! ¡¡¡Todo lo que yo quiera!!! ¿Estaré soñando?
- ¿y si ganas tu? - le pregunté
- Si gano yo, tendrás que hacer todo lo que te pida, el resto del día. Me
contestó
¿Todo lo que me pida? ¿Qué me puede pedir? ¿Cenar en un restaurante que le
guste? ¿Beber unas copas? ¿Qué echemos un polvo esta noche? No parece nada
peligroso... además, ¡estoy segura que voy a ganar!
- "Acepto Alberto. ¡Trato hecho!".
Conforme acepté, le di la mano, me la estrechó y con la otra se bajó el bañador
de un golpe. ¡¡¡No podía creer lo que estaba viendo!!! ¡¡¡Se había quitado el
bañador!!!
Además, no sé si por la excitación del momento, no la tenía precisamente
pequeña, aunque tampoco lista para el "ataque". Se dio la vuelta y se fue
andando hacia ese supuesto manantial que teníamos detrás de nosotros, dejando
ver su culito que tanto me encanta. "mmm me está gustando esto de que se vuelva
nudista", pensé para mí. Mientras Alberto le alejaba, me di cuenta, como la
rubia del grupo de tres, se había percatado del "nuevo traje" de Alberto, y le
estaba dando codazos a la pelirroja. Cuando ambas ya estaban mirando, tenían una
sonrisa de aprobación de lo que estaban viendo.
Alberto comenzó a embadurnarse de arriba a abajo, y mientras lo hacía yo me
relajé un poco tumbada en la toalla. Cuando ya ni me acordaba de donde estaba
Alberto, de repente le escucho:
- "¡Patri! Mira cómo voy!". Estaba lleno de barro desde arriba hasta abajo.
Aunque lo que más llamaba la atención, era como la punta de su pene, luchaba por
salir entre todo el barro que tenía acumulado a sus lados... ¡¡¡me entraban
ganas de limpiársela!!!
Después de disfrutar con la imagen, me di cuenta que no era la única que
miraba... ¡¡¡toda la playa lo estaba mirando y estaba desnudo lleno de barro!!!
- Alberto, ¡siéntate! - prácticamente le ordené.
- ¿Por qué? - me dijo
- ¿No ves que te está mirando toda la playa? - le dije toda alterada.
- ¡Que más da! Vente conmigo y ponte tú también el barro.
¿Qué hago? ¿Sigo intentando convencerlo, o me voy con el, y lo quito del
objetivo de todas las miradas?
- Venga, vamos Alberto.
Y allá que nos fuimos. Una vez llegamos al manantial, Alberto se acachó y cogió
un buen puñado de barro. Comenzó a extenderlo por todo mi pecho, acariciando,
cada centímetro por el cual pasaba. La verdad, no sé si el barro sirve para
algo, pero esto me estaba empezando a gustar. Me dio la vuelta y comenzó a
extenderla por toda la espalda, momento que aproveché para darme cuenta, que ya
no sólo estaban las dos chicas mirando, sino también el chico que las
acompañaba. Me entró un impulso de taparme los pechos... pero ¿qué sentido
tenía? ¡Que disfrutara!
Una vez acabó Alberto por la espalda, comenzó a hacerme el contorno de la
braguita... ¡como me estaba poniendo! No perdía ocasión de pasar acariciándome
el clítoris, ¡a cada movimiento que hacía! Aquello comenzaba a escaparse de las
manos claramente. Terminó con la cintura, las piernas y la cara. Una vez que ya
estábamos los dos igual, bueno igual no, yo por lo menos llevaba la braga del
bikini, nos quedamos mirando y pensando, ¿y ahora qué hacemos?
Según habíamos oído alguna vez, hay que esperarse que el barro se seque en la
piel, para que haga un mayor efecto, y nos la deje suave como la de un bebé. Así
que decidimos apartarnos y poco, y situarnos por la parte trasera de la playa,
intentando evitar el mayor número de miradas posibles, algo que no conseguíamos
con nuestros "tres espías" que ya no se perdían ni uno sólo de nuestros
movimientos.
Una vez pasados unos 15 minutos, decidimos meternos al agua. Esquivando toallas
y pidiendo paso entre los "textiles" que se encontraban a esa hora en la playa,
llegamos a la orilla. Nos tiramos de cabeza y comenzamos a frotarnos con el fin
de quitarnos el barro.
Frotábamos y frotábamos pero aquello no había forma de irse. De hecho, menos mal
que el bikini era marrón, porque no había forma de que se desprendiera de todo
el barro que se había acumulado con las caricias de Alberto. Así pues, dado que
el agua me cubría hasta el cuello, decidí quitármela y frotarla con ambas manos.
Después de mucho frotar, parecía que ya no salía barro, por lo que se podía dar
por limpia.
- "¿Qué hacemos Alberto, nos salimos?" - le pregunté.
- "Si está bien, pero antes dame el bikini." - me contestó
- "¿Cómo?" -
- "¿No habíamos quedado que si ganaba harías lo que yo quisiera? ¡Pues dámelo!"
Me quedé un momento callada, no sabía que decir... pero al perder yo... ¿no me
iba a pedir cenar en un restaurante, o como mucho un polvo esta noche? ¿Qué está
pasando aquí?
Se lo di. No me quedaba otra. Conforme se lo di, Alberto salió corriendo del
agua. Yo lo miraba sin tener muy claro donde iba. Lo seguí con la mirada hasta
que llegó a la toalla, se sentó sobre ella, metió la mano en la mochila, ¡y sacó
la cámara de fotos! No tenía bastante con dejarme desnuda delante de toda
aquella gente, ¡sino que quería inmortalizar el momento!
Alberto abrió el objetivo y me hizo un gesto para que saliera del agua. En ese
momento, entendí que me esperaba un día, lleno de sorpresas.
Comencé a salir, doblando las rodillas. La profundidad era cada vez menor. De
hecho, ya iba rozando con los pechos en el fondo del mar, pero me resignaba a
salir.
Al lado mío, pasó un señor, que apenas le llegaba el agua a las rodillas y me
miraba extrañado por mi postura. En ese momento, comprendí que ya no podía
retrasarlo más, así que me puse de pie.
Allí estaba yo, completamente desnuda delante de multitud de personas, todas con
su bañador puesto y mirándome a mí, por lo menos esa impresión me daba. Salí lo
más deprisa posible, y llegué a la toalla con la intención de cogerla y
envolverme con ella como si fuera un rollito.
- Ni se te ocurra - me dijo Alberto - túmbate sobre ella y además boca arriba.
¡Está loco! ¿Qué me tumbe boca arriba? pero... ¿qué quiere? ¿qué me vea todo el
mundo?
Pues si. Me vio todo el mundo que quiso. Me tuvo allí tumbada, boca arriba el
tiempo que consideró oportuno, el cual para mi fue una eternidad, pero según su
reloj fueron 20 minutos.
Pasados esos minutos, me comentó que nos fuéramos y así podríamos comer en el
hotel. Me pareció buena idea, sobre todo porque ya me podía tapar, pero no...
Nuevamente estaba equivocada.
- ¿Qué haces? ¿Te he dicho que te pongas en bikini? Toma, ponte esto.
Me tiró el vestido con el cual había venido a la playa. Era un vestido, de
tirantes estilo ibicenco, que me venía bastante corto, y bastante trasparente.
Bueno, ¡por lo menos ya no iba desnuda del todo!
Me lo puse, él se puso el bañador, recogimos y nos fuimos. Al pasar por delante
de nuestros "espías particulares", es decir, de las dos chicas y el chico, no
perdieron ni un segundo de nuestro paseo. La verdad, es que me gustaba como me
miraba él, me hacía sentir atractiva. De hecho, al pasar justo por delante, en
un descuido, se me enganchó el vestido en la mochila dejándome todo mi coñito al
aire. Le miré, le sonreí y me lo bajé.
¿Qué estaba haciendo? No sólo iba medio desnuda, ¡sino que además me estaba
empezando a gustar!