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La apuesta en la playa (3)

en Voyerismo

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Finalmente llegamos a la playa. Para los que conozcáis la isla, estábamos en Sant Tomàs, y aparcamos muy cerca de la orilla, la cual se encontraba rodeada de hoteles y chiringuitos. Es un lugar precioso para pasar las vacaciones, pero Alberto nos indicó que la playa que estábamos buscando estaba a unos 15 minutos andando por la orilla, en la cual estaríamos más tranquilos y era todavía más bonita. Así que sin dudarlo, nos dispusimos a andar hacía esa playa soñada.

 

Poco a poco comenzamos a ver como el paisaje iba cambiando, y como cada vez se veía menos gente y menos bañadores, incluso había una zona con socorrista y todo, donde ya prácticamente todo el mundo estaba desnudo. Seguimos andando, porque según nos decía Alberto, al final habían unas pequeñas calitas, donde podríamos estar más tranquilos. Y allí estaba. Yo no entendía como podía conocer todas las playas de la isla, y como sabía donde teníamos que ir en cada momento, pero nos llevó a un playa no más larga de 10 metros, rodeada de rocas y con arena blanca. El agua se veía transparente y dado el calor que hacía al ser poco más del mediodía, invitaba a meterse de cabeza. En esos 10 metros de playa, ya habían otras 3 parejas, entre las cuales destacaba una pareja de gays, que más tarde descubrí que eran franceses, y que tenían los rabos más largos que había visto yo en mi vida. Las otras dos parejas, eran de avanzada edad y parecía que también eran extranjeros.


Extendimos nuestras toallas, colocándolas las cinco una al lado de la otra, de tal forma que nos asegurábamos que no nos entrara arena. Además nos colocamos justo delante de donde rompían las olas, dado el ancho de la playa que no permitía colocarlas más alejadas. Una vez extendidas, llegó el momento de quitarse la ropa. Me acordé que no llevaba bikini debajo, así que en el momento me quitara el vestido, ya estaría totalmente desnuda. No me dio apenas tiempo para pensarlo, porque en cuanto me quise dar cuenta, Alberto y Mario ya estaban totalmente desnudos y corriendo hacia el agua.


Elena, Mónica y yo, nos miramos, nos sonreímos y nos quitamos nuestros vestidos, pero tanto Elena como Mónica llevaban el mismo bikini que les vi por la mañana, y tan sólo se animaron a quitarse el sujetador, así que Elena se quedó con su bikini blanco semitanga, que mostraba una buena parte de su culito, y Mónica con su tanguita rojo que de cerca, todavía se le veía más espectacular.

Nos metimos en el agua con los chicos, y comenzamos a jugar a echarnos agua, perseguirnos y en el caso de Mario, a aprovechar cualquier ocasión para rozarme una teta, o lo que me ponía todavía más nerviosa, cogerme de mi cintura totalmente desnuda, aproximando su mano en alguna ocasión más de lo debido a mi culo.


Alberto no le iba a la zaga. Se dedicaba a perseguir a los dos chicas, y sus manos también parecían muy activas. Tal era la actividad de Alberto, que en una de sus carreras, se tiró al agua, metió la cabeza entre las piernas de Elena y la levantó fuera del agua sobre sus hombros. ¡A por ellos! - nos gritaba mientras se aproximaba hacía nosotros. Mario me miró y se agachó para hacer lo mismo conmigo, aunque se encontró con una reacción inicial mía de cerrar las piernas. ¿Cómo pretendía poner mi coñito todo húmedo por los juegos que me estaba haciendo, en su nuca? Además... dentro del agua, las rocas ya no nos protegían y nos podían ver del resto de la playa, y mientras estuviera dentro del agua tan apenas se me veían las tetas, pero allí arriba ¡Me vería toda la playa!


No pude negarme por mucho tiempo, así que abrí las piernas y le permití que me subiera. Allí estaba yo, nuevamente totalmente desnuda, en esta ocasión a casi dos metros de altura, rozándome sobre la espalda de Mario y rebotando sobre él a cada paso que daba.

La batalla duró unos divertidos minutos. Mónica hacía de árbitro, e iba indicando quien ganaba cada punto. En algunas ocasiones, Elena me derribaba, lo cual hacía que me cayera al agua, con Mario buceando entre mis piernas. Alberto parecía no importarle, más bien al contrario, estaba feliz de verme, y todavía parecía más feliz de tener a Elena encima de él. 

Cuando ya nos empezábamos a encontrar cansados, y según Mónica íbamos empatados a 3 derribos, Alberto propuso que nos apostáramos algo, y que la pareja que perdiera, tendría que hacer. 

- ¡Otra apuesta! – pensé - pero bueno, ¿qué más podía pasar?

Mónica, sugirió que la pareja que perdiera, tendría que untar de protector solar a la otra pareja y ¡por supuesto al juez! Todos nos reímos y dado el calor que estaba haciendo nos pareció muy buena idea y aceptamos.


¡Ganamos! Realmente no fue demasiado complicado. Antes de comenzar el último combate, me di cuenta que la polla de Alberto no se encontraba precisamente relajada, así que a la más mínima ocasión que tuvo, se dejó caer y se quedó dentro del agua disimulando su erección.

Mario y yo nos abrazamos celebrando la victoria, pegando saltos de alegría y organizando un escándalo todavía mayor. Cuando terminamos, me cogió en brazos y para "evitar que me manchara con la arena de la orilla", se sacó fuera del agua y me dejó encima de mi toalla. ¡Qué bien que estaba! Después de tanta pelea me encontraba cansada, y allí tumbada, con el único sonido de las olas del mar, sintiendo el Sol por todo mi cuerpo, y una ligera brisa marina que transformaba esos rayos, en una sensación todavía más agradable.


Ya ni me acordaba de nuestra recompensa por haber ganado. Me quedé tumbada boca arriba y disfrutando del momento, hasta que de repente, comencé a sentir dos manos que me comenzaban a poner el protector solar en una pierna. Pensé que sería Alberto, pero noté como otras manos comenzaban a realizar la acción en la otra pierna. ¡Alberto es algo pulpo, pero 4 manos no tiene!


Me incorporé un poco, y vi como Alberto estaba con una pierna, y Elena con la otra. Habían tomado la decisión de que entre los dos, ponían el protector a los 3, y yo había sido elegida como la primera. Me giré a mi alrededor y una pareja ya se había ido, otra estaba pegándose un baño, y la pareja de gays estaban tumbados y parecían dormidos. ¡Parece ser que nuestros gritos no les habían molestado!


Alberto y Elena continuaron deslizando sus manos repletas de crema por mis piernas. Poco a poco iban subiendo de forma simétrica. También habían quedado de acuerdo, que lo que hiciera uno en un lado, el otro lo tendría que replicar, de tal forma que cada uno pondría la crema en una mitad del cuerpo. Llegaron a los muslos y enseguida a las ingles. Cerré los ojos y me mordí el labio inferior, dado que me estaba comenzando a excitar aquel masaje a cuatro manos. Bordearon mi coñito, poniendo crema alrededor del mismo, provocando que por segundos, yo fuera necesitando cada vez más que una mano lo rozara. Y lo rozaron. Se aproximó una mano por cada lado, comenzando a jugar con los labios superiores, cada uno por su lado, asegurándose que no se fueran a quemar por el Sol. Mientras hacían esto, la otra mano ya comenzaba a "proteger" del Sol, mis caderas así como mi tripa.


Dejaron de tocarme, para seguir subiendo. Y menos mal que lo hicieron, porque estaba a punto a tener un orgasmo en mitad de toda aquella gente. Subieron hasta mis pechos que los untaron bien, masajearon y dejaron listos con un ligero pellizco en el pezón. Pasaron a los hombros, cara, terminando por los brazos.


Me di la vuelta, y continuaron su tarea por detrás. En esta ocasión comenzaron por los brazos, bajando por la espalda, hasta que llegaron al culito. Ahí yo esperaba que terminaran la tarea que habían dejado a mitad con anterioridad, así que abrí ligeramente las piernas para permitir su visita. Y vaya si visitaron. Después de un ligero masaje por mis nalgas, que me volvieron a poner a punto, note como una mano por cada lado, se iba aproximando a culito. 

Un dedo por cada lado, luchaban por ser el primero que se introdujera dentro de mí. Finalmente parece que se pusieron de acuerdo, para acabar uno en mi culito, y el otro en mi coñito. No pude más, y me corrí por enésima vez en ese mismo día. Me estremecí como si fuera la primera vez en meses, y tuve que apagar mis gemidos sobre la arena, para no dar todavía más espectáculo del que estábamos dando.


Me dormí. No podía más. Demasiadas sensaciones fuertes en un sólo día.

 

Al despertarme, lo primero que vi fue a Alberto, que estaba mirándome con una sonrisa que no le cabía en la cara. Me explicó que una vez que me había dormido, siguieron pagando el premio a Mario y a Mónica. Giré mi cabeza, y vi que tanto Elena como Mónica ya estaban sin su tanga, tomando el Sol en la misma orilla de la playa, mientras las olas las golpeaba suavemente.

 

Terminamos el día en la playa, totalmente desnudos, lo cual ya se convirtió en algo normal. Tal fue así, que nos volvimos al coche tal cual, y hasta que no llegamos a la zona de los "textiles", no nos dimos cuenta de que nos faltaba algo.

Con Mario, Elena y Mónica hicimos buena amistad. De hecho seguimos juntos los días que nos quedaban por la isla, cumpliendo alguna que otra fantasía que habíamos imaginado en alguna ocasión, pero que nunca nos habíamos atrevido ni a comentar con nuestra pareja. ¡Qué aburridos éramos antes!

 

Ese día cambiaron muchas cosas en mi vida. Hasta entonces, yo era muy tímida, y todo me avergonzaba. De hecho, apenas disfrutaba del sexo como lo hago ahora. Pero lo que nunca me podía imaginar, es que podía disfrutar de las fantasías de mi pareja y de las mías propias, hasta límites que ni pensaba que podían existir.