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Otro adiós (La victoria de Sandra)

en Erotismo y Amor

- Sandra, ¿puedes pasar a mi despacho? Tengo lo que me pediste.

- Sí, Carlos, ahora mismo.

Los nervios se apoderan de Sandra. Sabe que si Carlos tiene lo que le pidió ya nada hará que ella se eche para atrás en su decisión. Por una parte está feliz: por fin se va a liberar de esa angustia que durante tanto tiempo lleva corroyendo su alma como si de una gangrena se tratara. Por otra parte le hubiera gustado oír un "lo siento Sandra, no he podido conseguir lo que me pediste".

Es una mezcla de euforia y tristeza lo que le invade en estos momentos. Quizá aún hubiera podido arreglar lo suyo con Daniel, quizá quedaba alguna posibilidad de hacerle cambiar y volver a ser tan felices como cuando se conocieron. Respira hondo, pone la mente en blanco y se dirige al despacho de Carlos. ¿Para qué volver a darle vueltas a todo otra vez? La decisión está tomada y, aunque será muy duro terminar una relación que comenzó hace 5 años, ya ni quiere ni puede cambiar de idea. La suerte está echada.

Llama a la puerta con los nudillos y Carlos, el jefe de personal de la empresa para la que trabaja, le indica que pase.

- Siéntate Sandra.

- Gracias.

Mientras se sienta no puede evitar mirar de reojo el papel que él sostiene en sus manos. No puede leer nada desde esa distancia salvo un "aceptado" atravesando el documento y piensa en lo que esa simple palabra estampada con un sello por una persona que ni siquiera conoce, va a suponer en el futuro de su vida.

- ¿Lo has pensado bien? ¿Puedo saber los motivos por los que quieres trasladarte de Madrid a Zaragoza?

- Es una historia muy larga, Carlos, y muy complicada de explicar. Y sí, lo he pensado bien. La relación con mi pareja no va como debería y quiero volverme a Zaragoza.

- Entiendo. Bueno, tus motivos tendrás y supongo que son dolorosos, perdona si te he incomodado con mi pregunta.

- No te preocupes. Gracias por entenderme y no insistir en el tema; los motivos son realmente muy dolorosos y ponerme a pensar otra vez en ellos me haría replantearme la decisión. Pero no puedo hacerlo. No quiero hacerlo. Si no me voy ahora de Madrid no lo haré nunca. Debo irme, debo irme para siempre.

Sandra baja la mirada y dos lágrimas brotan de sus ojos recorriendo sin freno sus mejillas. En los 4 años que lleva trabajando en la empresa nunca había hablado con Carlos sobre ningún tema que no fuera estrictamente profesional. Se siente incómoda y avergonzada por su llanto pero no es momento para disimular su tristeza; en realidad, necesita ahora más que nunca el consuelo de alguien.

- ¡Eh! Vamos, Sandra ... cálmate.

- ¿Calmarme? ¿Sabes lo que es querer a alguien con locura y descubrir al cabo de 5 años de estar juntos que se acuesta con montones de mujeres? ¿Qué es lo que me falta a mí para que haga eso? ¿Qué es lo que no he sabido darle? ¿Qué? ¿Qué? ¿Qué?

Sandra cubre su rostro con ambas manos pues su llanto ya es desesperado; Carlos se levanta, se acerca a ella y, suavemente, comienza a acariciar su pelo intentando consolarla.

- Vamos, vamos, no llores por favor, no llores ...

Sin pensarlo, ella se abraza a él; en tan sólo unos instantes siente a Carlos como un amigo. Quizá por la necesidad que tiene ahora de sentirse arropada se abraza a él con mucha fuerza hasta casi caer sobre la mesa. Él la deja llorar en silencio mientras le sigue acariciando el pelo y su llanto se va apagando con cada partícula del aroma de la colonia de Carlos que se va colando por su nariz. Confusa, siente que se está excitando. Sus pezones se están endureciendo y bajo su larga falda nota una humedad tan abundante que su tanga se empapa de forma casi instantánea. Asustada se separa de Carlos empujándole. Éste, sorprendido, vuelve a sentarse en su sillón mientras mira a Sandra nuevamente nerviosa y centra su mirada en la forma en que ella se muerde los labios. Casi al mismo tiempo, ambos se ponen en pie, cruzan sus miradas y sin decirse nada se abalanzan el uno sobre el otro fundiéndose en un beso impersonal, sin amor, sin sentimientos; un juego de lenguas, un intercambio de salivas, un choque de cuerpos excitados movidos únicamente por el deseo sexual.

Saben que ninguno de sus compañeros entraría en ese despacho sin antes llamar a la puerta y sin la consiguiente autorización de Carlos pero, la sola posibilidad de que pudieran ser sorprendidos, enciende aún más el deseo. Sin pausa, Sandra aparta su boca de la de Carlos y se pone de rodillas delante de él. Sólo piensa en el prominente bulto que hay en su pantalón, no quiere nada más, no necesita nada más; le baja la cremallera del pantalón y, con cierta dificultad, saca su pene ya en plena erección. Se lo introduce en la boca con ansia mientras lo acaricia con fuerza atrapado en su mano. Lo engulle una y otra vez absorbiéndolo con fuerza, apretándolo entre sus labios y envolviéndolo con su lengua hasta casi hacerle daño. El movimiento de su cabeza le recuerda al de una vulgar actriz de cine porno y continúa tragando ese pene echándose hacia atrás sólo en el instante en que lo nota al borde de rozar su campanilla. Carlos gira su cabeza hacia el techo al tiempo que de su garganta salen gemidos ahogados voluntariamente para no ser oídos. Sin pronunciar una sola palabra, coge la cabeza de Sandra entre las manos y la separa de su pene. Le agarra los brazos con fuerza y la pone en pie apoyándola en la mesa del despacho casi con violencia y, situándose tras ella, levanta su falda. Carlos manosea su precioso culo, separa sus nalgas sin apenas fijarse en la belleza del tanga que Daniel regaló a Sandra hace tan sólo dos días. Para él sólo es una prenda que se interpone entre su sexo y el de ella. No se lo baja sino que saca el trozo de tela que recorre la raja del culo de Sandra y lo aparta hacia un lado. Ahora tiene el acceso libre hacia su vagina. Ella se recuesta sobre la mesa obligada por el peso de Carlos y, manteniendo un pie apoyado en el suelo, levanta su pierna derecha flexionándola hacia la mesa para facilitar aún más el camino a ese pene que desea sentir dentro y él no se hace esperar. En un brusco movimiento, la polla de Carlos entra en su vagina llenándola por completo.

A pesar de la abundante humedad que caracteriza a sus momentos de excitación, siente plenamente el roce de ese miembro sobre las paredes de su vagina. Le resultan extrañas las sensaciones que ese pene produce en su interior. Es como una reacción de rechazo; como si su vagina distinguiera perfectamente que no es el pene de Daniel el que ahora la invade y la excitación de Sandra se va apagando en cada embestida. Su mente se aleja de ese despacho mientras se deja hacer. Le da igual la brutalidad que pone Carlos en cada inserción, ella ya no siente nada; sólo espera que se corra cuanto antes. Lo espera con la cabeza ladeada sobre la mesa y sujetada por la nuca, con los ojos abiertos y la mirada perdida en ese papel que ahora está al lado de su cara; ese papel que expresa la aceptación de su traslado, el comienzo de su nueva vida y, sobre todo, su final con Daniel. El movimiento de Carlos es tan brusco que su pene se sale de Sandra sin haber terminado de eyacular de forma que parte de su semen cae sobre la nalga y la pierna de ella, más allá de lo que su falda pudiera llegar a ocultar. Sandra ni siquiera piensa en limpiarse, coge el documento de su traslado y, sin apenas dar tiempo a Carlos a vestirse, abre la puerta del despacho y vuelve a su mesa de trabajo. Con los ojos aún llorosos y, ante la mirada atónita de sus compañeras, recoge algunos objetos personales y se va.

El camino desde la oficina hasta casa se hace eterno. Hace mucho calor y aún está aturdida por lo ocurrido con Carlos. Se siente sucia y mareada. Necesita un lugar apartado donde sentarse y ... vomitar.

Ya se ha hecho de noche cuando llega a su calle. Unos pasos más y estará en casa. Necesita acostarse. Necesita dormir y olvidar. Desde la calle ve la ventana del salón. La luz está encendida y eso significa que Daniel estará allí viendo la tele o, más probablemente, sentado frente al ordenador. Por fin llega al que va a dejar de ser su hogar. Saca las llaves, abre la puerta y entra. Daniel se levanta y se acerca a besarla en los labios pero Sandra gira el cuello y pone la cara. No desea un beso ya. O sí, lo desea, pero no ese beso autómata. Desea que la abrace, que la mime, que le diga un " te quiero". Ahora más que nunca necesita sentirse amada; necesita una caricia, una palabra o un gesto que lo demuestren pero Daniel ni se inmuta. Así, mientras Sandra se sienta en el sofá, él vuelve al ordenador y le hace preguntas sin quitar la vista de la pantalla:

- ¿Cómo es que llegas tan tarde? Me tenías preocupado. He estado a punto de salir a buscarte a la oficina.

- No hubieras podido recogerme. He salido antes de la hora porque estaba un poco mareada y necesitaba tomar un poco el aire. He venido andando.

- Podías haberme llamado. ¿A quién se le ocurre venir andando estando mareada?

- No pensaba que estuvieras en casa tan pronto.

- Pues coges un taxi o le dices a alguna compañera que te acerque a casa. Imagina que te llega a pasar algo.

- ¿Qué me iba a pasar? ¿Que me hubiera caído por un mareo y que me hubiera dado un buen golpe en la cabeza y que me hubiera vuelto amnésica? Eso habría sido genial.

- ¿Pero qué dices? ¿Te ha pasado algo que no me quieres contar?

- Nada importante, tranquilo, sólo una pequeña bronca en el trabajo.

- ¡Ah! Menos mal, pensaba que lo de la amnesia era para olvidarte de mí. No me la estarás dando con otro ¿verdad?. je je je Por cierto, sabes que mañana salgo de viaje, así que podrás coger tú el coche.

Sandra fuerza una sonrisa, cosa que resulta innecesaria pues Daniel apenas ha apartado la mirada de la pantalla mientras le hablaba. Tiene ganas de decirle todo, de gritarle, de suplicarle que la ame, de pedirle explicaciones, de adorarle, de odiarle ...

- Daniel ...

- Dime cariño.

- Voy a acostarme, estoy francamente cansada. No puedo más.

- ¿No vas a cenar nada? ¿ Quieres que te prepare algo?

- No, mejor me acuesto sin cenar, no tengo muy bien el estómago. Lo que necesito es dormir.

- Vale, acuéstate, yo iré enseguida también.

Por más que intenta no pensar en nada, no consigue mantener su mente serena. La puerta de la habitación está entreabierta y desde su lado de la cama puede ver justo la parte del salón donde se encuentra Daniel. Éste no para de reír y de teclear. A veces incluso se masturba mirando fijamente la pantalla. Seguramente está viendo a una de sus chicas mediante una webcam o quizá sea un nuevo ligue. A Sandra eso ya no le importa. Ya lo sabe todo. De vez en cuando, Daniel se acerca hasta la habitación y asoma la cabeza por la puerta. Sandra respira con fuerza para simular que duerme y él, victorioso, regresa al ordenador para continuar con su amena velada. Finalmente, el cansancio puede con ella y se queda dormida.

Cuando vuelve a despertarse, Daniel ya está arreglado para salir hacia el aeropuerto. Lo ve moverse con la mirada de un jovencito que fuera a tener su primera cita amorosa. Sandra siente envidia de esa mujer que haya sido capaz de tener en vilo a Daniel toda la noche, sin acostarse. Esta noche que para ellos es la última juntos, pero eso él no lo sabe. Ni siquiera puede imaginar la más mínima sospecha por parte de Sandra sobre sus encuentros con otras mujeres en cada uno de sus viajes de trabajo.

Daniel coge su maletín y su bolsa de viaje. Ya está el taxi esperando en la puerta y tiene el tiempo justo para llegar al aeropuerto y embarcar. Entra en la habitación sin encender la luz, se acerca a la cama y besa a la mujer con la que desde hace 5 años comparte su vida de forma habitual. Sandra hace un ligero movimiento y en unas palabras apenas audibles se despide de Daniel.

Entra en el taxi y saluda al conductor, el cual devuelve el saludo.

- Buenos días, al aeropuerto por favor.

- Buenos días, señor; vamos para allá.

El vehículo se pone en marcha y Daniel aprovecha el trayecto para realizar una llamada con el teléfono móvil que costea la empresa para la que trabaja. Busca en su extensa agenda hasta encontrar el nombre ...... Esther-25-Mallorca. Esa es su forma de clasificar los numerosos contactos realizados a través de Internet: un nombre, una edad y una ubicación geográfica. Es la mejor forma de tener siempre a mano unos datos que de otra manera sería complicado recordar en una lista tan amplia de nombres y nicks.

- Hola cariño, buenos días y perdona que te llame a estas horas, ¿te he despertado?

- Ummmmm, hola guapo. No te preocupes, no podía dormir.

- ¿Y eso? ¿Cenaste mucho ayer?

- No, tonto, son los nervios de saber que falta poco para volver a vernos.

- Cariño, me encanta tanto oírte decir eso.... Bueno, ahora voy camino del aeropuerto, estaré todo el día ocupado con las cosas del trabajo. Te vuelvo a llamar esta noche cuando ya esté en el hotel para que vengas, ¿de acuerdo?

- De acuerdo, Daniel, aunque........ tenemos que hacer algo, sabes que me siento un poco rara. Lo del hotel me hace sentirme un poco..... no sé, ... como sucia.

- Esther por favor, sabes que es la única forma de vernos. Si quieres voy a pasar estos días a tu casa pero no creo que tus padres estén muy conformes con la idea.

- Ja ja ja. No seas loco, sabes a lo que me refiero.

- Sí, cariño, lo sé. Por favor, sé paciente.

- ¿Se lo has dicho ya a tu mujer?

- Esther, ....... Esther, no he podido. Dame un poco más de tiempo.

- Tienes que decírselo ya. No podemos seguir así..... Me pone celosa saber que sólo

soy la otra.

- Lo sé.... tienes razón pero es superior mi. Cada vez que lo intento, Sandra me mira

con ese gesto tan dulce, tan lleno de amor....... y no quiero hacerle daño.

- Pero tú ya no le amas a ella, sino a mí, ¿verdad? y quiero que nos lo tomemos de una forma más seria que unos simples encuentros esporádicos en un hotel, ¡joder!

- Esther, sólo puedo decirte lo de siempre, aprovechemos los momentos que podemos

disfrutar juntos y dame tiempo. Compréndelo, es cuestión de tiempo.

- De acuerdo, no sé cómo lo haces pero siempre me acaban convenciendo tus

palabras. Eres un malvado

- Ja ja ja. Bueno, cariño, luego te llamo que ya estoy llegando al aeropuerto. Un besito

y ponte guapa para mí.

- Claro que sí, un besito mi amor. Hasta esta noche.

En realidad, aún tardará unos diez minutos en llegar al aeropuerto pero ha mentido a Esther porque tiene que hacer otra llamada. Vuelve a realizar el mismo proceso para buscar en la agenda del teléfono otro nombre.... María - Ibiza - 31

- Hola María, ¿qué tal estás, preciosa?

- ¡Ag!, te mato. Ja ja ja, si no te quisiera tanto, claro. Mira que despertarme a estas horas.......

- Ja ja ja, hola preciosa, buenos días. Sólo quería decirte que el miércoles estaré en Mallorca, ¿qué te parece si nos vemos?

- ¿Y me lo dices ahora?

- Bueno, el viaje ha sido de improvisto, un asunto de trabajo. No era seguro así que no quise hacer planes para que luego quedaran en nada.

- Vale, vale. De acuerdo. ¿Para cuántos días vienes?

- Estaré 4 días pero sólo podemos vernos el miércoles, el resto de días los tengo completos con reuniones, comidas y cenas con los responsables de la empresa a la que voy a visitar.

- Entiendo... entonces no te preocupes, yo me acerco a Mallorca y nos vemos.... por cierto, ¿quieres que me ponga algo especial?

- Tú misma ya eres especial, ja ja ja. Con lo que vengas estarás preciosa, incluso si vienes sin nada.

- Ja ja ja, qué pillín. Esta vez te sorprenderé, déjalo en mis manos.

- Ummmm. sé que lo harás, cariño. Bueno, ahora tengo que colgar, que estoy llegando al aeropuerto. Te llamo mañana por la noche para concretar dónde quedamos ¿te parece bien, mi amor?

- Sí, cielo. Esperaré impaciente tu llamada. Y no te arrepentirás.

- Qué bien suena eso, ya se me está haciendo la boca agua, jejeje.

- Y a mí otra cosa se me está haciendo agua, ja ja ja. Vaya conversación tenemos a estas horas de la mañana. Bueno, cariñito, esperaré tu llamada. Un besito ..... donde más desees.

- Gracias, amor. Tendrás tiempo de darme ese beso y otras cosas más, je je je . Recuerda, mañana te llamo. Un beso.

- Un beso, Daniel.

Daniel se siente eufórico. Su mirada y la del taxista se cruzan en el retrovisor interior del taxi. Sonríe pensando en la envidia de ese hombre que pasará horas y horas sentado al volante y en la comida recalentada que le esperará al llegar a su casa. En las veces que se jactará ante sus amigos de ser un profesional en el transporte de viajeros, de conocerse cada una de las calles de esta ciudad tan grande y de sus no sé cuántos años de impecable servicio al cliente. Y Daniel se siente hecho de una pasta diferente; en pocos años se ha asegurado un buen puesto en la empresa y una alta remuneración, una mujer que le admira y unos ligues ocasionales que le hacen sentirse irresistible. El taxista, a su vez, rememora la cantidad de tipos como Daniel que han montado en su taxi en sus numerosos años como profesional, en sus ademanes de grandeza y en sus uniformes idénticos. Y se dice para sí mismo: ¡bah! otro de esos "vividores".

Mientras tanto, para Sandra comienza el final de su vida en Madrid con el sonido del despertador. Son las seis de la mañana y se estira en la cama para quitar la pereza de su cuerpo. Por fin, alarga un brazo y apaga el despertador. Saca un pie por debajo de las sábanas, luego el otro, y con mucha desgana se levanta. Coge su albornoz verde y una toalla para el pelo. Piensa en Daniel que, a esa hora, ya estará a punto de coger un avión que le llevará a cientos de kilómetros de distancia a cerrar una operación comercial con una importante empresa americana. O eso es lo que él le ha contado. Pasará toda la semana fuera, a lo que Sandra ya está acostumbrada pues, en los casi 5 años que llevan viviendo juntos, no ha habido un mes que lo haya pasado entero junto a ella. Sin embargo, esta vez es diferente porque Sandra sabe toda la verdad. Lo sabe desde un día en que Daniel se dejó su correo electrónico abierto hace ya unos meses y ella pudo leer sus conversaciones y los emails intercambiados con todas esas chicas con las que contacta por Internet. Piensa en qué historias les contará, si las engañará con el fin de conseguir sus favores sexuales o, por el contrario, si ellas saben la situación de pareja que vive Daniel; es decir, si sólo se trata de sexo convenido entre adultos. Por un momento siente asco de pensar que él pueda estar engañando a esas chicas con palabras de amor y con promesas infundadas. Asco de todo el daño que pueda llegar a hacer por sexo. Por primera vez siente compasión de esa persona a la que ha admirado durante tantos años. Por primera vez lo ve como un enfermo.

Va directa al cuarto de baño, abre el grifo y extiende la alfombra de baño en el suelo. Cuando el agua comienza a salir caliente, se quita la camiseta y las braguitas y entra en la bañera. Durante los minutos que el agua cae sobre su cuerpo, piensa en cada detalle: preparar las cosas que se va a llevar a su nueva vida, cómo serán los primeros días sin Daniel, cómo reaccionará éste ante la noticia..... No puede evitar ponerse triste. Sabe que va a comenzar una nueva vida lejos del hombre al que ama y, aunque esta amargura es el principio de su felicidad, unas lágrimas brotan de sus ojos. El gesto de su cara no cambia, son lágrimas que brotan desde dentro de su corazón, sin aspavientos. Lágrimas que no desahogan la pena de imaginar a Daniel besando y acariciando a esas mujeres; la pena de no entender qué le falta a ella para que él tenga que recurrir a otros brazos, a otros cuerpos, a otras sonrisas.......; la pena de imaginar a Daniel cuando le cuente que todo ha terminado. Al fin y al cabo, ella le quiere tanto o más que el primer día, pero no puede soportar volver a besarle sabiendo todo lo que sabe ya.

Prefiere dejar de pensar y disfrutar de la ducha. Extiende una pequeña cantidad de champú sobre su pelo con un ligero masaje y lo enjuaga para volver a repetir la operación. Cierra el grifo y se pone suavizante; su pelo es tan rizado que de no hacerlo así no podría peinarse. Coge la esponja y le pone gel enjabonando todo su cuerpo a la vez que lo frota ligeramente como queriendo despertar cada poro para afrontar los duros acontecimientos que van a llegar y, al mismo tiempo, mantenerlo adormecido al sufrimiento que sabe que van a acompañar a los próximos días. Vuelve a abrir el grifo y de nuevo el agua caliente recorre su cuerpo desde la cabeza a los pies, eliminando el suavizante de su pelo y la espuma de su piel. Con la toalla envuelve su larga melena y, tras ponerse el albornoz, sale de la bañera y se coloca las zapatillas. Se dirige a la cocina y vierte una pequeña cantidad de agua en la cafetera. Observa cómo va cayendo cada gota de café y aspira hondo, como cada mañana, para embriagarse del aroma que envuelve el ambiente. Se sienta en una silla de madera y, tras dejarlo enfriar unos instantes, lo toma despacio. A cada sorbo recorre con su mirada los rincones de esa cocina que pronto dejará de ser el lugar donde, desde hace 5 años, se ha sentido plena de felicidad. Y vuelve a llorar.

Se levanta y vuelve al baño creyendo que así podrá huir del llanto desesperado. Se mira al espejo y se pregunta si ha tomado la decisión adecuada. Hasta ahora nunca se había hecho esa pregunta pero sabe que ha llegado el momento de la verdad y sabe también que, con acierto o sin él, la decisión ya es irrevocable. Se quita el albornoz y coge la crema hidratante poniendo una pequeña cantidad en su mano y comienza a extenderla desde los pies. Suavemente va subiendo por sus pantorrillas, las rodillas, los muslos, el culo, la tripa, los pechos, los hombros y, con dificultad, sobre la espalda. En este gesto diario vuelve a recordar a Daniel y aquel día que, entre bromas, sus manos eran sólo para ella. Aquel día que volvía de la playa y el sol había tostado demasiado su cuerpo.......

- Hola cariño, mira cómo vengo.

- ¡Joder! Pareces un cangrejo. Ya te has vuelto a quedar dormida en la playa, ¿verdad?

- Sí, uff ... me duele todo.

- Es que estás loca, algún día te va a dar una lipotimia. Venga, túmbate en la cama que te daré un poco de ese aftersun que tienes, verás qué bien te sientes después.

- Eh, las manos quietas, que te conozco .... pulpito mío

- Venga tonta, si es por tu bien. Soy un pulpo, vale, pero hay momentos y momentos.......

- Bueno, pero hazlo muy despacito ¿eh?, que de verdad que me duele todo.

Aún recuerda el vestido de verano que llevaba ese día. Un vestido floreado de tela sutil y cómo se lo quitó dejándolo caer desde los hombros hasta el suelo. No quería sexo en ese momento pero le divertía provocar así a Daniel. Se tumbó en la cama boca abajo sin quitarse su bikini amarillo, adoptando adrede un gesto de recelo y mirada pícara al mismo tiempo.

Daniel se sentó sobre la cama y, apretando ligeramente el bote de crema, dejó caer un buen chorro sobre los hombros de Sandra. Al contacto del fresco elemento con su quemada piel, ella levantó ligeramente la cabeza y dejó escapar un ligero grito acompañado de un estremecimiento que recorrió su cuerpo de pies a cabeza. Volvió a recostarse y permitió a Daniel posar sus manos sobre su espalda. No era un experto masajista pero Sandra sentía sus manos con una suavidad como no había sentido nunca. Le recordaban al suave tacto de las manos de Aurora, la esteticista a la que acudía regularmente y que, en más de una ocasión y para su sorpresa, le habían hecho salir del centro de belleza completamente excitada y azorada por sentirse así bajos las manos de otra mujer. Daniel continuó extendiendo la crema con tal delicadeza que dejaba a Sandra a su merced.

- ¿Te sientes ahora más a gusto, cariño?

- ¿Cómo te lo diría yo?.... Estoy....... en la gloria.

- Sandra, hay un problema, te he manchado un poco los tirantes del bikini con la crema, ¿no crees que sería mejor que te lo quitarás?

- Ja ja ja, ¿ya empiezas? primero me quitas el sujetador, luego la braguita del bikini y así me quedo a tu entera disposición, ¿no?

- ¿Cómo puedes pensar eso de mí? ¡mala mujer!

Daniel estiró de un extremo del tirante y en pocos segundos el nudo quedó completamente suelto. Sandra separó ligeramente su pecho de la cama y la parte de arriba del bikini se deslizó rozando sus pezones. Sandra empezaba a sentirse excitada pero quería continuar con el juego y hacer a Daniel volverse loco de ganas por amarla. Éste parecía haberlo comprendido y continuó con el delicado roce de sus manos por toda la espalda de Sandra. En un dulce paseo iba recorriendo con las yemas de sus dedos cada vértebra desde la nunca hasta el final de la espalda.

- Sandra, no pienses mal pero ....... hay otro problema.

- ¿Otro? a ver .... ¿qué pasa ahora?

- Que no me gustaría manchar la braguita de tu bikini ..... no pienses que quiero verte el culo, ¿vale? te lo he visto muchas veces, así que no es eso. De verdad me

preocupa que la crema deje alguna marca grasienta y sería una pena que tuvieras que tirarlo por eso. Mejor te lo bajo un poquito, pero sin ninguna intención oculta.

- Ja ja ja. Daniel .... Daniel, que te conozco.

Daniel retiró levemente el bikini hacia abajo; lo hizo con los nudillos intentado dar más credibilidad a sus palabras. Era como si ambos estuvieran haciendo un teatro y quisieran interpretar los papeles totalmente. Una pequeña parte de la raja del culo de Sandra empezaba a asomar. Él ya había visto muchas veces ese culo, lo había besado por completo, lo había tenido en sus manos, lo había poseído en todas sus formas pero el tener que ir ganándolo poco a poco esta vez, le creaba un grado de excitación diferente; era como ganar el premio del juego.

- Sandra .... y digo yo .... ¿no sería mejor quitártelo del todo? Hace mucho calor y así estarás más fresquita.

- No, no y no. El culete no lo tengo quemado, no hace falta.

- Es verdad, lo tienes muy blanquito. Me encanta ese contraste de colores en tu piel. Bueno, entonces no te lo quito.

Daniel vertió un poco más de crema justo en la pronunciada curva entre la espalda y las nalgas de Sandra. Ella comenzó a respirar agitadamente, su excitación subía por momentos. Aprovechando un instante en que ella separó su cuerpo ligeramente de la cama, él le bajó de un tirón el bikini hasta la mitad de la piernas.

Sandra sonríe al recordar cómo quiso mostrarse enfadada por haberse saltado Daniel las normas de un juego que había comenzado sin palabras. Él debía ir convenciéndola hasta hacerla rendirse a sus deseos; debía controlar sus impulsos y ganar el premio con su capacidad de seducción. Aunque, en realidad, hacía ya tiempo que ella misma se habría lanzado al cuello de Daniel.

- ¡Fóllame! Daniel, ... ¡fóllame ya.!

- No.

Sorpresivamente, Daniel se puso en pie y cogió a Sandra en brazos para dejarla caer en la cama de nuevo, pero esta vez boca arriba. Ese gesto brusco despertó aún más el deseo de ella. Había pasado de ser suave en las caricias a una mirada penetrante que, en cierta manera, desconcertaba a Sandra al mismo tiempo que sus ansías de ser tomada aumentaban casi hasta la desesperación. Separando sus piernas y abriendo su sexo con ambas manos para mostrarle toda su humedad, ladeó la cabeza a la vez que, susurrante, le imploraba:

- Daniel, hazlo ya .... mira cómo estoy.

- ¡No!.

Él comenzó a masturbarse mientras la miraba fijamente a los ojos y ella, aturdida por las negativas, empezó a masturbarse también. Sin pensárselo dos veces, Daniel se inclinó sobre ella y le agarró las muñecas apartándole las manos de su vagina.

- No te toques, no te muevas ... no hagas nada.

- Pero ...

Sandra no tuvo tiempo de terminar la frase. Daniel le había metido la polla en la boca y, lentamente, inició un movimiento con su cuerpo hacia atrás y hacia adelante. Ella cerró los labios apretando fuertemente su glande mientras le follaba literalmente la boca casi hasta la garganta. Sin dejar de hacerlo, él se subió en la cama, colocándose a cuatro patas sobre ella pero en sentido inverso, de forma que ambos podían saborear el sexo del otro. Mientras seguía follando su boca, comenzó a lamerle la rajita de la vagina. En cada pase de su lengua dejaba una buena cantidad de saliva que iba resbalando hacia el ano de Sandra. Su lengua entraba y salía vertiginosamente de la vagina de Sandra mientras con ambas manos separaba sus labios. Sus dedos se escurrían empapados en su interior y nuevamente con la lengua empezó a lamerle, esta vez el clítoris. Sandra ya se había corrido pero él continuaba con sus caricias. Los dedos de Daniel se perdían con habilidad dentro de su vagina y ahora también en su ano, mientras su clítoris era ya una bolita de fuego y en su boca, la polla de Daniel no le permitía casi ni gemir. Al final, el segundo orgasmo de Sandra fue de los más profundos que había tenido nunca.

Daniel se giró y, colocándose a horcajadas sobre ella, comenzó a frotarle la polla por la cara. Casi le hacía daño. Siguió bajando y la frotó en sus tetas. Continuó su descenso mientras la iba clavando en su tripa, en su ombligo y, justo cuando ella pensaba que iba a penetrar su vagina, se puso de pie y se corrió abundantemente dejando caer todo su semen repartido por todo el cuerpo de Sandra, como si fuera el inicio del juego otra vez, esparciéndoselo como si fuera la crema con la que pretendiera mitigar el dolor causado por los rayos del sol.

Sandra sabe que estos tiempos pasados nunca volverán, ni siquiera lo vería necesario pues, para ella, Daniel sigue siendo el hombre al que ama, al que admira, al que desea .... Pero necesita respetarse a sí misma. Se irá a casa de una amiga durante una temporada hasta que encuentre un piso asequible a su sueldo y a sus necesidades. Ya tiene decidido el momento en que se lo dirá a Daniel. Él llega el domingo por la tarde. Ella irá a buscarle al aeropuerto y allí le contará que sabe todo y la decisión que ha tomado al respecto. Justo allí será donde se despida de él pues el avión que ella debe coger para ir a Zaragoza sale dos horas después de la hora de llegada del avión que trae a Daniel hasta Madrid.

Y así, entre lágrimas y recuerdos, pasa la semana y llega el momento de armarse de valor y encontrase frente a Daniel. Aunque todos los días durante su viaje él le ha llamado por teléfono, ella se ha mostrado como siempre, o por lo menos lo ha intentado. No era el medio adecuado para contarle la decisión que ha tomado.

Es domingo y no ha tenido que madrugar, el avión de Daniel llega a las 15:30 si no hay retrasos. Ha tenido tiempo de darse un buen baño; ha comido sola como siempre que él sale de viaje y se ha puesto guapa como quien acude a una cita por primera vez. Y quizá lo sea, si no la cita, ella misma puede ser una nueva Sandra; la que se respeta, la que se libera de una atadura que la había convertido en un ser subordinado al cariño, un ser subordinado a las mentiras de Daniel, un ser subordinado al silencio por no perder a ese hombre que la ha convertido en nada. Pero ha llegado ya la hora de derretir esa bola de nieve que iba aumentando su grosor en cada viaje de trabajo, en cada nuevo nombre almacenado en la agenda de Daniel, en cada silencio supeditado a no perder a ese hombre al que tanto quiere.

Sandra se mira una vez más en el espejo antes de salir hacia el aeropuerto. Se mira y se ve como no se ha visto nunca. Es la belleza de sentirse libre.

Coge su bolso, abre la puerta y sale al rellano de la escalera. Cierra la puerta con llave y pulsa el botón del ascensor. Se enciende la luz del indicador y, como éste marca ocupado, decide bajar andando. Son sólo tres pisos y se siente plena de energía. Monta en el coche y lo conduce por las mismas calles que recorrió Daniel hace casi una semana. Intenta imaginar los pensamientos de él durante ese trayecto de apenas 20 minutos. Viene a su mente la sonrisa de Daniel pensando en cómo se tirará a esas mujeres que sólo son un trozo de carne para él. Piensa que, en realidad, ahora se da cuenta que apenas conoce a ese hombre con el que tantas cosas ha compartido. Se pone triste pero no va a llorar. Vuelve a repetirse esa frase de ánimo que lleva diciéndose a sí misma desde que sabe toda la verdad. La repite una y otra vez aumentando cada vez más el volumen de su propia voz.

- Sandra, tienes que liberarte ... ¡tienes que hacerlo! ... ¡TIENES QUE HACERLO!

Llega al aeropuerto y aparca en las inmediaciones del mismo; desde allí puede ver la puerta de salida y a Daniel no le costará tampoco verla a ella. Como Daniel suele decir, hay que ser prácticos y le espera allí sentada sin salir del coche. Por fin aparece tras la gran puerta acristalada. Desde esa distancia se le ve radiante y más moreno que cuando se fue. Demasiado moreno para un viaje de trabajo pero él debe dar por sentado que su honradez está por encima de todo y ella no sospechará nada. O quizá le ponga como excusa que ha aprovechado para quemarse al sol y así brindarle una sesión de masaje con aftersun incluido. Sandra ríe al pensarlo.

Daniel ojea con la mano en la frente los coches aparcados en las inmediaciones. Ella hace un gesto con el brazo extendido fuera de la ventanilla y Daniel se aproxima corriendo en un alarde de sus plenas facultades físicas; después de todo, siempre ha sido un semental y el esfuerzo que su cuerpo haya tenido que aguantar durante la semana no le habrá hecho demasiada mella. Sandra vuelve a reír.

- Hola cariño, ya estoy aquí.

- Hola, Daniel, ¿cómo ha ido todo?

- Uf, estoy reventado. Dichosos viajes, no sé por qué no me dejan a mí siempre en la oficina y envían a Luis.

- Cariño, tú eres el mejor representante que tienen, es lógico que recurran a ti, tu experiencia vale mucho.

Daniel hincha sus pulmones, se siente reconfortado y orgulloso de esas palabras y de sí mismo. Se siente por encima de todo. Sin demora, el tono de Sandra cambia de forma radical para volverse más serio.

- Tengo que decirte algo, Daniel. Tenemos que hablar.

- Dime, cariño.

- Lo sé todo.

- Mujer, no seas exagerada, nadie puede saberlo todo. Ni siquiera tú con lo lista que eres, je je je.

La broma no causa ningún efecto en el rostro de Sandra, lo cual, deja a Daniel desconcertado: ella siempre le ha reído todas las gracias; siempre ha tenido en su boca una sonrisa precisa ante cualquier nota de humor que él quisiera poner. Empieza a estar preocupado. Mira a Sandra de reojo y la ve distinta. Su rostro refleja serenidad, demasiada serenidad. Por primera vez desde que comenzó sus líos por Internet tiene dudas sobre si Sandra pudiera saber algo y piensa en si a esas palabras sobre el valor de su experiencia, les acompañará también una buena dosis de ironía. Se queda callado esperando las palabras de Sandra mientras piensa en una respuesta convincente por si fuera necesaria.

- Daniel, sé todo lo de tus encuentros con mujeres en tus viajes. Te ahorraré los detalles de cómo lo sé pero baste decirte que leí tu correo de email un día que lo dejaste abierto.

Él la mira con un elocuente gesto de sorpresa, como preguntando con gestos si se hubiera vuelto loca, pero sin interrumpir sus palabras.

- Sí, Daniel, leí lo suficiente como para, prueba tras prueba, empeñarme en averiguar tu contraseña y así tener la certeza de cada encuentro, de cada palabra, de cada guiño hecho por esas mujeres a ti y por ti a esas mujeres. María, Marta, Esther..... no hace falta que siga. Todo está allí escrito. Allí y ahora en tu rostro.

- Sandra ... yo...

- Déjalo, Daniel. ya he tomado una decisión. Hoy tú regresas y hoy yo me voy.

- ¿Qué dices? ¿Que te vas? ¿A dónde vas a ir?

- Me vuelvo a Zaragoza.

- No, no te vas. Volvemos a casa y hablamos con calma, todo tiene una explicación. Sandra, no quiero que te vayas.

Daniel recoge sus maletín y su bolsa de viaje y se dirige hacia el maletero pero Sandra se le adelanta, abre el portón y saca sus maletas. El rostro de Daniel vuelve a desencajarse; comienza a ser consciente de que no hay vuelta atrás.

- Adiós, Daniel.

Sandra comienza el camino hacia la entrada al aeropuerto. Solo lleva dos maletas con lo justo y necesario para iniciar una vida. Daniel la ve alejarse y le recuerda a aquella que hace 5 años vio por primera vez cara a cara. Ve la firmeza en sus pasos, su belleza y su esbelta figura casi olvidada a pesar de una convivencia diaria.

- Sandra, no te vayas. No puedes irte. Sabes que te quiero

Esas palabras se clavan en el corazón de Sandra; por un instante titubea. Siente ganas de darse la vuelta, salir corriendo y abrazarse a Daniel. Concederle un perdón. Volver a empezar de nuevo. Por un instante siente miedo de su futuro, tanto si es cerca como si es lejos de él. Daniel comienza a ponerse extremadamente nervioso y se siente también humillado. Alguien como él no puede ser abandonado. Su miedo a quedarse solo o su orgullo herido le encolerizan hasta perder los nervios.

- Sandra, no puedes irte; ¿no comprendes que sin mí no eres nada? No, no puedes dejarme, me debes mucho. Me debes todo lo que eres. Yo te saqué de ese pueblo de mala muerte y te traje a mí casa. Te dejé compartir todo lo mío y ... ¿así me lo agradeces?.

La duda de Sandra desaparece para convertirse en la más rotunda de las determinaciones. Ya no hay dudas, ya no hay pausas en su andar. Ahora se siente más dolida que nunca. No por las palabras de Daniel sino por comprobar que ese hombre al que tanto ha querido, al que tanto ha admirado, no es más que un enfermo de sí mismo. Un ególatra incluso en el adiós. Es tanto el dolor de sus palabras.....

- Eres una zorra desagradecida. Cuantas querrían haber tenido tu suerte. No eres nada. ¿Me oyes? ¡No eres nada!

Sandra llega hasta la puerta que se abre de forma automática, casi como una invitación a escapar de esas hirientes palabras de Daniel. No llora, ya no quedan lágrimas en ella, ya no queda nada con respecto a él pero, al mismo tiempo, se siente vacía. Los gritos de Daniel siguen rompiendo su corazón en pequeños pedazos que vuelven a regenerarse al instante formando un corazón entero, limpio y, sobre todo, libre.

- ¿Acaso has olvidado cómo te conocí a ti? ¡No eres más que una puta desagradecida! Vete si quieres ... vete ... ¡VETE!.

Daniel se da por vencido cuando la ve desaparecer tras los cristales. Baja su mirada pareciendo buscar en el suelo la explicación y la solución. Sabe que ha perdido. Por primera vez en mucho tiempo siente la derrota. No puede permitir eso, ha sido educado para ser el mejor y, de hecho, siente que lo es. Un nudo se ciñe a su garganta y se asusta al notar el llanto aproximarse. Tiene miedo de sentirse débil y de saberse perdedor. No, no puede permitirlo, ha de haber una solución. Levanta su mirada y observa el trayecto que Sandra ha recorrido hace tan solo unos instantes. Frunce el ceño mientras mira al frente y la impotencia inicial se vuelve hambre de triunfo. Tiene la solución. Sí, la tiene. Saca del bolsillo su teléfono móvil y sus dedos van de una tecla a otra con movimientos mecánicos y precisos hasta abrir la agenda del mismo. Busca un contacto. Lo encuentra. En la pantalla aparecen un nombre, una edad y una ubicación que ni siquiera ha actualizado durante esos 5 años juntos: "Sandra 22 Zaragoza". Sus dedos siguen su curso hasta encontrar la opción adecuada.

Mira hacia el cielo a la vez que de su garganta se escapa una sentencia:

- ¡Adiós, maldita zorra!

Teclea dos veces con su dedo pulgar para sentirse una vez más dueño de una victoria ... de una amarga victoria ... de una pobre victoria ... de un adiós ... de otro adiós ... "Borrar" ... "OK"