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El animal

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Blanca se levantó en un desesperado intento de encontrar una carretera. Había salido a pasear lo suficientemente lejos de su hotel como para no recordar el camino de vuelta. Entre los árboles notaba que la luz del sol escaseaba ya y no supo que si no encontraba algún indicio de humanidad, moriría de hipotermia aquella noche. Maldijo para si y empezó a caminar hacia lo que ella pensaba que era el sur, donde debería estar el pueblo más cercano. Debería haber avisado de su última visita al bosque antes de marchar de vuelta a la ciudad pero no lo había hecho. De modo que nadie la esperaba, como mínimo, hasta una semana después de su desaparición.

Diez minutos más tarde se dio por vencida y empezó a reunir algunas ramas que encontró. Las apoyó contra un árbol y cubrió con helechos los huecos que quedaban entre ellas. Cuando acabó casi no quedaba claridad en aquella parte del bosque. Ella no dudó en adentrarse en su improvisada cueva y tapó bien la zona por la que había entrado.

En medio del pequeño espacio, sacó de su mochila el mantel que había traído para sentarse y se lo enrolló en el cuerpo. Sacó también un poco de té caliente que había traído en un termo. Se lo tomó y después rezó para no morir aquella noche antes de quedarse dormida.

Se despertó sobresaltada y se miró el reloj. Eran las tres de la mañana. Justo entonces escuchó un sonido que le indicó que alguien o algo estaban fuera de su precario refugio. Se puso alerta y intentó no hacer ningún ruido para alertar al animal que podía estar a unos metros.

Aterrada intentó ver algo a través de los helechos y pudo ver que era un animal muy grande, un lobo, un oso más bien.

Cerró los ojos fuertemente y rezó a Dios,a Jesús, a la virgen del Pilar, incluso a Buda para que aquel animal no se le acercase ni le hiciese daño.

Pero los rezos no debieron ser escuchados ya que el animal se acercó olisqueando y con poco esfuerzo empujó el refugio hasta derrumbarlo.

Blanca cerró los ojos y esperó a un ataque del animal pero este no llegó. Con cuidado abrió los ojos y vio a un oso mirándola y este inclinó la cabeza hacia ella. Del miedo volvió a cerrar los ojos y lo siguiente que sintió fue algo húmedo y caliente resbalando en sus mejillas.

Abrió los ojos de nuevo comprobó que el animal la estaba lamiendo. Aún con miedo se quedó quieta mientras este se tumbaba a su lado y le aportaba calor con su pelaje.

Hacía mucho frío en el bosque y ella no dudó en apoyar las manos y la cara en el lomo del animal antes de que se congelasen. Finalmente entendió que el animal no le haría daño y se relajó. Minutos después no tardó en quedarse dormida.

Se despertó a las seis, nada más salir el sol. El oso la volvió a lamer a en la cara y caminó unos pasos lejos de ella. Entonces se volvió hacia Blanca y alternó miradas entre ella y el camino a seguir como diciendo: "sígueme".

Blanca dudó un momento.

Sabía que si el animal quisiese comerla ya la habría comido cuando la encontró, pero no se fiaba mucho de él, los animales eran inestables. "Pero quizás me lleve a la carretera" pensó esperanzada.

Con un paso vacilante se acercó de nuevo al animal y se puso a su altura. Cuando lo hizo notó que realmente era enorme. Estaba a cuatro patas y a ella le daba más que por la cintura. Si se ponía de pie... Blanca optó por no pensar en ello y siguió al animal que ya había empezado a moverse.

Durante media hora Blanca siguió al oso.

Al cabo de ese período de tiempo la chica pudo ver que estaba en la parte baja de un precipicio. Allí, entre las rocas, había una pequeña cueva.

Miró al animal y vio que este alternó miradas entre ella y la cueva. "Quiere que entre" pensó.

-No, no, no... Necesito llegar a la carretera- le dijo al animal dando un paso atrás. Cuando el oso vio a Blanca retroceder gruñó enseñándole los dientes.

Ella inmediatamente se quedó quieta y cuando el oso volvió a gruñir se metió en la cueva delante del animal.

Cuando entró le cegó el cambio de luz. Se dio la vuelta para ver como el oso entraba, pero algo pasó en el proceso.

El animal empezó a temblar.

Blanca desde su posición podía ver al oso de dos metros encogiéndose. Pudo ver como su pelo fue disminuyendo, dejando a la vista la piel humana que seguía temblando con fuertes sacudidas.

Ella se quedó paralizada. Había oído hablar de los "hombres-lobo" pero ¿"hombres-oso"? Aquello no era creíble. Debería estar alucinando. El frío la había vuelto loca.

Mientras trataba de convencerse de que se había vuelto loca, aquel hombre, chico en realidad, se levantó con debilidad y la miró de arriba abajo.

Ella le devolvió la mirada asustada y pudo ver que el "hombre oso" estaba excitado. Él se acercó lentamente a ella y le susurró:

-No sabes el tiempo que te he estado esperando.

-Pero yo no...

-Shhh- la cortó-. Me has venido a buscar. Aunque de forma inconsciente.Nadie ha pisado esta región en años y tu has venido aunque conocías la leyenda del oso. Es el destino, eres mi compañera.

-Pero yo no- Antes de que Blanca pudiese decir nada el chico la acalló con un pasional beso en los labios.

Blanca intentó separarse pero aquel chico tenía más fuerza que ella y la tiró en el suelo y apretó su necesitada erección contra ella.

Pero ella estaba demasiado asustada como para dejarse follar cor un animal. Y él lo notó. Él quería perpetuar la especie con su compañera, pero no quería forzarla. Eso podría provocar que el pequeño osezno fuese un animal indomable, mataría por placer en vez de para alimentarse. Estaría condenado a su hijo una vida que él no le deseaba ni a su peor enemigo.

Así que se quitó encima de Blanca y la tomó en brazos. La posó en una cama de madera y la tapó con pieles de otros animales.

Se tumbó a su lado y le acarició la cara suavemente.

-¿Cómo te llamas?- preguntó ella entonces, más tranquila.

-Fran. O así me llamaban antes de venir aquí- contestó mientras estaba distraído peinando el pelo de blanca con sus dedos.

-¿Y eso fue...?- preguntó Blanca con curiosidad.

-Desde que tenía quince. Ahora tengo diecinueve.

-¿Llevas cuatro años aquí?

-El tiempo pasa rápido cuando estoy en forma de oso. El animal sigue sus instintos. Quizás deberías alegrarte de eso- contestó recordándole que ella le debía su vida.

-¿Desde cuando eres un...?- preguntó sin atreverse a añadir "hombre-oso" Aunque no hizo falta ya que él lo entendió.

-Desde siempre.

-¿Y por qué no me llevas a la carretera?

-Uno nunca debe dejar ir a su compañera, es un suicidio.

Blanca no entendió mucho de aquello, pero sabía que no la llevaría de vuelta a casa tan facilmente.

-¿Y que deben hacer dos compañeros?

-Estar juntos para siempre y tener hijos, muchos hijos.

-Si me llevas a la ciudad y te vienes conmigo te ayudaré a buscar una compañera.

-Una compañera no se puede cambiar- replicó molesto-. No son de usar y tirar.

Blanca entendió que aquel ser no la dejaría en paz hasta preñarla y una vez tuviera un niño la volvería a preñar...

-Pero yo no puedo quedarme aquí para siempre, algún día tendré que volver, muchas personas me están esperando y vendrán a buscarme si no vuelvo- mintió la chica. La verdad era que solo sus amigas la esperaban. Y "amigas" quizás no era la palabra más adecuada. Pero Fran no sabía eso.

-Quizás pueda acompañarte, pero tendrás que vigilar al oso cuando decida salir.

-Entonces llévame a la carretera, mi casa es bastante grande y está al lado del bosque. Podrás vivir conmigo si quieres.

-No puedo salir del bosque hasta que nos unamos definitivamente.

-¿Y eso como se hace? ¿Es un ritual?

-Es un ritual en el que acabamos creando a nuestro descendiente.

"En el que tendremos que follar" tradujo Blanca en su mente.

-¿Si acepto cuando me llevarás allí?- preguntó sopesando su situación.

-Esta misma noche.

-Acepto el trato- dijo convencida. Más tarde pensaría como deshacerse de él.

Fran sonrió y rápidamente se deshizo de las pieles que se interponían entre él y Blanca. Empezó a desnudarla sin preocuparse demasiado por las telas hasta que finalmente estuvieron desnudos.

Entonces se detuvo y con cuidado llevó sus manos a los senos de la chica. No eran muy grandes pero le llenaban las manos.

Acercó su cara a ellas y se metió los pezones en la boca mientras su mano viajaba por su vientre hasta el coño de la chica.

Palpó experimentalmente la zona hasta que encontró el clítoris de la chica. Empezó a masajearlo con el pulgar mientras tanteaba la entrada con los dedos índice y corazón.

No tardó en encontrarla y empezó a introducir, primero uno y después los dos a la vez.

Notó pequeños gemidos por parte de la chica y supo que estaba haciéndolo bien. Entonces empezó a bombear con más velocidad en el, cada vez más, apretado coño. Notó pulsaciones a su alrededor y Blanca no tardó en correrse gracias a aquel hombre-oso.

Agotada después de uno de los mejores orgasmos de su vida, Blanca notó como el chico se posicionaba encima de ella.

Al no creerse capaz de recuperarse tan rápido empezó a cerrar las piernas pero un rugido hizo que se quedase quieta. Levantó la vista a su amante y vio algo en su mirada que la hizo consciente de lo que estaba pasando. Fran se había ido, dejando el control al animal con el que compartía cuerpo.

Blanca volvió a abrir las piernas y el oso se recostó sobre ella, dejándole sentir la polla contra el vientre.

En ese momento ella se volvió a encender y le susurró de forma vacilante que entrara en ella.

Daniel, que así se llamaba el oso no dudó cuando ella le hizo aquella petición. 

Se levantó un poco y buscó con su polla la abertura para inseminar a su hembra. Cuando la encontró enterró profundamente la polla en ella y empezó a moverse desesperadamente.

Ningún hombre antes que aquel extraño ser había penetrado a Blanca antes de aquella manera, o al menos, no había durado más de medio minuto. Pero aquel oso se movía rápido y aquello le agradó en sobremanera. Sentía los golpes de la pelvis del macho contra su clítoris, la polla llenándola y aquellas manos en sus glúteos la mantenían firme mientras llegaba a su segundo orgasmo de la noche.

Pero él no se detuvo allí. Continuó buscando el placer, la explosión de éxtasis que daría vida a una nueva vida, a su hijo. Un niño o niña que mantendrían a la rara especie viva y que provocarían que más mujeres u hombres fuesen raptados en aquella montaña para seguir perpetuando la especie.

Blanca estaba perdida en el placer que casi no notó cuando él se vino en ella, dejando la posibilidad de una nueva vida, pero de lo que si fue consciente fue del cambio del brillo en los ojos de su amante y la polla endurecida de nuevo en el interior.

-Vamos, mi compañera. Es hora de que creemos a nuestro hijo.

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